[Exclusiva NodalCultura] Diana Bustamante, directora artística del FICCI: «Una película que toma riesgos, genera inestabilidad»

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Por Daniel Cholakian – Nodal Cultura

El Festival Internacional de Cartagena de Indias comenzará, en Colombia, comenzará con el mes de marzo y Nodal Cultura estará allí para llevar adelante una cobertura exclusiva.

Este festival es el más antiguo de Latinoamérica y tiene un perfil eminentemente dedicado al cine iberoamericano. Gabriel García Marquez, impulsor entusiasta de este festival de una ciudad que hizo suya, lo ha llamado el festival de los milagros.

Esta 57ª edición tendrá 80 películas en sus competencias, 27 en tres programas especiales, entre los que se destaca una interesante selección de Cines del Caribe, dos galas especiales, tres importantes tributos y dos retrospectivas imperdibles: la del documentalista brasilero Eduardo Coutinho y del exquisito realizador francés Eric Rohmer.

La vasta programación de cines de América Latina y el Caribe presenta la particularidad de ser novedosa para el circuito de festivales. En Cartagena de Indias no se presenta aquello que está siendo exhibido en la mayoría de los festivales internacionales, lo que habitualmente responden a un criterio curatorial muy propio de los programadores europeos, sino que abreva en lo reciente y en aquello que tiene una búsqueda alrededor de los relatos más actuales que proponen los realizadores iberoamericanos.

Anticipando el comienzo del FICCI, dialogamos con Diana Bustamante, su directora artística, acerca de los criterios de programación y de cuáles son los ejes estéticos y las preocupaciones que aparecen en las películas que se presentarán entre el 1ro y el 6 de marzo próximos en Cartagena de Indias.

¿Cuál es el criterio con el que ustedes programan el Festival?

Tú sabes que este festival es el primero en enfocarse en el cine iberoamericano. Existen controversias sobre cuándo nos convertimos en iberoamericanos, existen documentos que dicen que fue en 1971  y otros que indican que fue en 1974, lo cierto es que en esos años el perfil quedó claramente definido.

En cuanto a los criterios de programación hoy, te diría que a mí me asustan un poco las palabras que se suelen usar, como “innovación” o “realidad”, que pretenden definirlo como un todo, porque siempre son muy subjetivas. A mí lo que me interesa en términos cinematográficos es el riesgo. Cuando hablamos de riesgo, no pienso en esas películas que llaman “locas”. Se toman riesgos cuando tomando las formas clásicas o estructuras tradicionales se generan otras narrativas o nuevas reflexiones. A eso es lo que apunta el festival. Cuáles son los riesgos que tomó cada una de esas películas. Una película que toma riesgos, genera inestabilidad. Eso es lo interesante. La creación debe generar rupturas, inestabilidades, que al final devienen preguntas. Eso es lo que dejan las películas que programamos, más preguntas que respuestas.

En cuanto a la organización de las competencias, ustedes mantienen la separación tradicional entre el cine de ficción y el documental, división que en la mayoría de los festivales tiende a borrarse ¿Por qué sostienen esta mantiene esta estructura por costumbre o decisión explícita?

Muchos años atrás no existía siquiera la competencia de documentales, que se creó hace unos quince años. Esta pregunta es constante en nuestro equipo de programación, especialmente cuando vemos películas que están en el límite entre la ficción y el documental. Obviamente nosotros vemos todas las películas como películas, valga la redundancia. Pero lo que si pensamos, y es la razón para mantener aún así las competencias, es que en la medida que las películas también vienen a “pelear” por premios, la división permite defender una equidad en la posibilidad de acceder a los mismos. Creo que es un poco más justo, especialmente para con los documentales, que no son los que habitualmente son premiados cuando compiten juntos. Yo soy un poco proteccionista de las películas documentales y por eso mantenemos las competencias de esta manera.

El cine colombiano vive un proceso muy interesante. Por un lado ha crecido mucho en el país, se han triplicado los estrenos en los últimos 6 años y hay muchos nuevos directores, con interesantes búsquedas estéticas. Por otra parte se ve una apertura a una cinematografía muy vinculada a lo territorial, a lugares de vida concretos ¿tiene que ver esto con el tiempo político que está viviendo el país, que incluye por supuesto el proceso de paz que se está desarrollando ahora mismo?

Yo pienso un proceso increíble el del cine colombiano, y yo soy la persona más afortunada, pues me tocó vivirlo todo. Tengo 35 años y empecé a hacer cine cuando tenía 24 años. Estos han sido años en lo que todo lo viví en carne propia. Yo comencé a estudiar cine cuando el cine no existía. Terminé la universidad, en ese momento ya teníamos una ley, y entonces hacer una película dejó de ser un milagro para pasar a ser una realidad.

Eso que tu mencionas como un reconocimiento de lo territorial, yo creo que es un proceso que fue más evidente hace dos o tres años. Colombia es un país muy grande y diverso. El cine empezó rápidamente a ser conciencia de ese país, del territorio, a ser conciencia de que éramos negros, indios, Caribe, Pacífico, andinos. Cosas muy fuertes que la narrativa audiovisual comenzó a poner en imágenes. Pero como todo avanza tan rápido, la programación de este año tiene una particularidad, ya que incluimos un cine colombiano que está hablando desde otros lugares.

Cuando digo otros lugares, me refiero a otros lugares físicos. Por ejemplo Suecia. La película “Epifanía” de Oscar Ruiz Navia, es hecha en codirección con una sueca, y ruedan allá y acá y es un cine que empieza a trasgredir la idea de la territorialidad, y donde la identidad no está tan marcada por esa territorialidad. La estilística de la cinematografía comienza a separarse a la idea de que por ser colombiano tengo que poner a un señor tomando café…

También aparece la diáspora en la nueva cinematografía colombiana. Muchos cineastas viven y se formaron fuera del país, y tienen una mirada bien particular, que el año pasado estábamos percibiendo por ejemplo en películas como “Días extraños” y varios cortometrajes de chicos que no se formaron en Colombia y cuya percepción es muy, muy particular. No son de allá, pero tampoco se sienten arraigados a las necesidades de narrar acerca del conflicto o del campesino o de su abuelito o del señor pescador. Es una mirada muy interesante. “X 500” que es la segunda película de Juan Andrés Arango, es una película que va desde Buenaventura, acá en el Pacífico, a México hasta Canadá. Esta mirada nos permite salir de nuestras fronteras y de la idea de las nacionalidades. Que los directores también están dejando de pensar en las nacionalidades es algo que se está viendo.

El cine colombiano está en ese camino de mirarse desde afuera, de permitirse hablar de muchas cosas inclusive más allá de sus fronteras.

Esta suerte de paso adelante del cine colombiano ¿tiene relación con que el cine trató un poco antes que otros el tema de la violencia, el desarraigo interno y las situaciones que generó el largo proceso de guerra?

Yo creo que dijiste algo clave: el cine se ha anticipado al proceso que ha vivido el país. Si hay un lugar común entre nosotros es que somos un país violento, que nuestra identidad es la historia violenta. Probablemente no tenga nada en común con quien vive al lado mío, pero si es probable que compartamos una historia de violencia. “A mi papá lo mataron, lo secuestraron” o algo por el estilo. Eso es terrible cuando pensás que en un país de 48 millones de personas lo único que nos une es esta trágica historia. El cine se ha hecho de ello en muchos sentidos. Películas como “La sirga”, que es una de las que yo hice, habla como de ese miedo y del territorio, como muchas otras, que desde muchísimos ángulos, dieron cuenta de esa complejidad.

El cine, creo que visionariamente, está tratando de ver cuál es esa otra nueva narrativa que nos damos para recomponernos. Para que en cinco generaciones tengamos otro hilo conductor que nos damos como sociedad, que no sea la violencia. Creo que el cine está tratando de buscar otras ventanas, y repensarnos y recontarnos como sociedad de otra manera.

Respecto de la presencia del cine de América Latina y el Caribe, ustedes presentan una programación con películas muy recientes y que son novedades en los circuitos de festivales y de exhibición. ¿Qué están viendo como programadores en este muy nuevo cine de la región?

Fijate que cada año la programación es un acto misterioso. Es un hecho mágico. Cuando en mayo empiezo a rastrear películas y a verlas, hay como unos hilos misteriosos que se van uniendo.

Hace dos años había una sub trama en muchas películas que era la ausencia de la figura paternal. Algo con la paternidad o la maternidad en todas las películas. No era algo que buscáramos nosotros. Van apareciendo algo así como pulsos de la sociedad.

En el cine latinoamericano que compone esta edición hay para mí tres de esos hilos misteriosos que se van conectando. Aparece la necesidad de reconectarse con una nueva forma de espiritualidad. Películas como Mimosas, El Cristo ciego e incluso la película Teddy Williams, que van más allá de sus apuestas formales, sino en lo que están diciendo en torno a este nuevo humano que somos. Un nuevo humano que a lo mejor encuentra de comunicación y de existencia que está más allá de nosotros mismos y es en los dispositivos. También aparece como idea muy poderosa el modo en que juegan con el tiempo. Yo creo que esto está presente de maneras diferentes en todas las películas, tanto documentales como ficciones.

Cuando llevas visto el 80 o 90% de las películas piensas “¿Cómo es que este man en Chile está pensando lo mismo que este otro loco en España?”. El cine para mí es como un termómetro de la sociedad. A lo mejor sí, la sociedad cambió, los seres humanos somos otra cosa y esta necesidad de pensar que es lo que sigue, que hay más allá y de cultivarnos de otra manera está muy presente en esta temporada del cine iberoamericano.

Si uno piensa los últimos 30 años de las pantallas que proyectaban cine de América Latina, y el Festival de Cartagena es privilegiada en este sentido, podríamos pensar en una antigua prevalencia del cine brasilero, luego el fuerte crecimiento del argentino –junto a México los más importantes productores-. Siguió una explosión de la cinematografía chilena y la más reciente de Colombia. El cine de la región se ha diversificado y aparece cierta producción, pequeña en cantidad pero sostenida, en cinematografías no tan establecidas ¿qué están viendo en estas producciones de países no tan tradicionales en el cine de la región?

Para nosotros es siempre una alegría encontrar una pieza de estos países que no tienen una cinematografía tan consolidada, porque también nos da una perspectiva de región que para mí es muy importante. A mí me encanta esa idea de Gabo de no ser colombiano, sino latinoamericano. La identidad latinoamericana me parece la cosa más bonita y fascinante del mundo.

Cada vez que podemos tener una película de Costa Rica, de Haití, como este año, o de Guatemala en su momento con Julio Hernández, es muy grato. Pero cada país tiene su camino y su momento.

Este año tener la película venezolana “La soledad” es muy emocionante. Si bien Venezuela está produciendo y tiene su Instituto de cine, este cine está un poco opacado por la situación del país y como se ve desde afuera. Es muy grato porque son nuestros vecinos más cercanos, tenemos muchas cosas en común, y es además una película bien política, sin ser panfletaria, lo que es muy revelador.

Creo que en ese mismo proceso del que hablábamos del cine colombiano, las cinematografías que están emergiendo, viven esa misma situación. Tú ves las películas de Costa Rica y están enraizadas en problemáticas locales, en mirarse y entenderse a sí mismos en un universo macro. Es un ejercicio que va desde la mirada sobre el país y luego hacia adentro, miran el barrio, la familia y finalmente el autor a sí mismo. Creo que es un camino común, mirarse en perspectiva y en global, y luego van, como digo yo, soltándose el pelo, permitiéndose hacer otras cosas.

En la secuencia de continuidades y rupturas, que seguramente tuvo el festival a lo largo de sus casi 60 años ¿Cómo pueden explicar ustedes el camino tan largo que mantenga cierta identidad y que a la vez se renueve constantemente?

No tengo idea. Una vez me encontré una grabación de Gabo en la oficina del Festival, en la que estaba con el fundador y se los ve como borrachitos a los dos, diciendo: “Este es un festival rumbero, es un festival Caribe, pero este es el festival de los Milagros”. Y de verdad es un milagro que el Festival lleve 57 años.

Primero ¿cómo se le ocurrió a este loco de Victor Nieto hacer un festival en una ciudad donde no había cine? Esta ciudad no era ni el 5% de los que es ahora. Él, que fue un hombre muy visionario, lo vio como una herramienta de desarrollo.

Además, todas personas que pasamos por acá tenemos un afecto muy especial por el festival. Es como una familia a la que uno no puede dejar de pertenecer. Hay una sobredosis de pasión en este festival.

Es un festival que a su vez, ha permitido la existencia del cine colombiano. Todos los que hacemos cine tenemos una relación intensa con el festival, está muy anclado en el proceso de la cinematografía colombiana.

Pero ha sido también un festival que ha pasado por épocas muy oscuras, en todo sentido, y que ha logrado casi como un Ave Fénix ha logrado volver en estos últimos diez años y yo creo que es un milagro que viene de la pasión. Es cierto que Lina Rodríguez, que es la gerente general del festival, ha tenido mucho juicio en el manejo financiero para reestructurar y poner la casa en orden. La casa todavía no está en orden y tenemos claro que somos Caribe. Eso implica un alto porcentaje de desastre. Pero ahí vivimos! El desastre es parte de nuestra naturaleza y es parte de los encantos del festival.

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