La televisión argentina está preparando un nuevo maridaje. En medio de la “época de oro” de las series, en la que la pantalla chica pasó a ser tierra fértil y libre para la creatividad en buena parte del mundo, el lenguaje televisivo alcanzó un nivel de sofisticación como nunca antes había tenido en su historia. Cineastas, autores y grandes actores abandonaron antiguos prejuicios para ser parte de contenidos televisivos con capacidad de distribución planetaria, desde cualquier plataforma. Las series, por narrativa y masividad, se transformaron en una suerte de “literatura audiovisual” del siglo XXI. De hecho, los intercambios de la TV con el mundo de los libros se vuelven cada vez más frecuentes. Y la pantalla local parece querer subirse a la moda, a partir de un fenómeno que empieza a vislumbrarse: el de las series basadas en novelas de ayer y hoy de autores argentinos. En la actualidad, son varios los proyectos en producción en los que la literatura argentina es la gran protagonista.

En la era de la imagen, un tiempo histórico en el que buena parte de la sociedad sufre y disfruta –al mismo tiempo– de una nueva enfermedad a la que podría tipificarse como “seriesitis aguda”, hay quienes se animan a aventurar que las series son la literatura del siglo XXI. El lenguaje narrativo que desarrollaron las ficciones extranjeras en los últimos años parece dar cuenta de esa idea. Si bien en el resto del mundo la traslación de novelas a la pantalla chica es de larga tradición, en la Argentina esa relación casi no se había desarrollado. Hasta ahora, que tras la interesante apuesta en la que la TV Pública adaptó Los siete locos y los lanzallamas a la pantalla, los productores salieron a buscar novelas argentinas con la capacidad de poder imprimirles un formato audiovisual episódico. Ahora interesa buscar fronteras adentro historias con las cuales los televidentes puedan identificarse.

Sandra Cartasso
Oyola vio Kryptonita primero trasladada al cine y luego a la TV.

Las producciones televisivas provenientes de la literatura argentina que conviven en la actualidad son numerosas. Luego de la adaptación de las novelas de Roberto Arlt y de los cuentos de ficción de Rodolfo Walsh en Variaciones Walsh, otro gran periodista y escritor argentino aterrizará en la pantalla chica desde su novela más vendida: Santa Evita, la magnífica obra de Tomás Eloy Martínez, tendrá su versión televisiva. La cadena Fox adquirió los derechos de la novela que relata la increíble historia alrededor del cadáver de Eva Duarte, combinando hechos reales con los permisos ficcionales a los que acudió Eloy Martínez. La adaptación de la novela publicada en 1995 por Alfaguara se encuentra en plena etapa de preproducción, a la búsqueda de los guionistas y del elenco, que en ambos casos serán latinoamericanos. “Estamos muy entusiasmados y listos para trabajar en una propuesta que ha tenido tamaña repercusión mundial. Es una gran responsabilidad. Los próximos pasos, prevén el desarrollo de los guiones mediante un writers room que estará conformado por diversos guionistas latinoamericanos”, señaló Edgar Spielmann, EVP & COO de FOX Networks Group Latin America. La serie, que se comenzará a grabar en la segunda mitad del año, tendrá una duración de ocho episodios.

Los puentes que empiezan a construirse entre la literatura argentina y la televisión no se limitan a obras consagradas del pasado. Tampoco a los grandes nombres que supieron cruzar la realidad con relatos ficcionales. De hecho, Pol-Ka está llevando a cabo la traslación a series televisivas de dos novelas contemporáneas argentinas. Por un lado, la productora realizó para HBO El jardín de bronce (Plaza & Janés, 2013), la historia escrita por Gustavo Malajovich, que verá la luz en la pantalla de la cadena premium hacia el segundo semestre de este año. Además, la empresa de Adrián Suar, junto a TNT y Cablevisión, está trasladando La fragilidad de los cuerpos (Tusquets, 2012), la novela policial de Sergio Olguín. Estas adaptaciones literarias se suman a la que el año pasado Space realizó de Kryptonita (Random House, 2011), la novela de Leonardo Oyola, que luego de pasar al cine llegó a la TV bajo el título de Nafta Súper, siempre con el autor del original y Nicanor Loreti como dupla creativa.

¿Cuáles son las razones que llevan a que los productores empiecen a recurrir a literatura argentina para plasmarla en series televisivas? Olguín ensaya su propia hipótesis. “La televisión –dice el autor de 1982, de reciente publicación– necesita historias que contar, y las series necesitan tramas y personajes diferentes a los habituales. Es una tendencia que viene desde afuera, con series inglesas, las norteamericanas más alternativas y otras del resto de Europa. En la Argentina hay una necesidad de contar historias que sorprendan y puede que los productores se hayan dado cuenta que esas historias estaban en las novelas de los últimos años de la literatura local. En las últimas dos décadas, la literatura argentina se llenó de potentes tramas, de novelas que creaban personajes fuertes, de argumentos sólidos, que dejaban el jugo intertextual que estuvo tan de moda en los ‘90, o la literatura autorreferencial… La TV encontró en esta literatura argentina la posibilidad de contar con historias que no sean tan obvias o cotidianas, y que pueden ser adaptadas a otros formatos, como el cine o la televisión”.

Desde el punto de vista televisivo, la posibilidad de valerse de historias que previamente probaron su efectividad o encanto entre lectores, vuelve atractiva la traslación de novelas a la pantalla chica. Diego Andrasnik, productor ejecutivo de Pol-ka, cree que hoy en día la narrativa literaria y la televisiva resultan compatibles. “Desde The Wire a esta parte, la narración televisiva ha alcanzado profundidad, además de haber ganado portabilidad. Las distintas plataformas para la distribución del contenido audiovisual diversifican las narrativas, en donde la novela encuentra en el formato de serie corta de ocho episodios un formato interesante para ser contada. Y también es cierto que el género policial está pasando un gran momento en la literatura argentina, con historias que tienen personajes muy bien desarrollados y tramas originales que mantienen la intriga hasta el final”, explica Andrasnik, que había tenido una experiencia previa de adaptación con Mujeres asesinas, el libro de Marina Grinstein.

Rafael Yohai
El policial de Olguín es abordado por Pol-ka, TNT y Cablevisión.

Ver para leer

Más allá de las razones del incipiente fenómeno, lo cierto es que la traslación de obras literarias a la pantalla es un hecho novedoso que seguramente no pasará inadvertido. La conjunción de ambos lenguajes, con características tan disímiles, traerá seguramente a la TV nuevas historias, pero fundamentalmente novedosos lenguajes narrativos. Ni mejor ni peor al que elaboran los guionistas televisivos cuando son contratados para desarrollar un programa; simplemente otro, que surgirá de la síntesis que surga del encuentro entre la obra literaria y su adaptación al formato televisivo.

“El traslado de una obra literaria a cualquier formato audiovisual, sea el cinematográfico o el televisivo, aporta ni más ni menos que una historia nueva”, explica Oyola a PáginaI12. “Cuando esa historia tolera otras formas narrativas es muy bienvenida. Se habla bastante y con justa razón que el formato actual de las series del siglo XXI tiene mucho que ver con la novela, incluso con la más tradicional. Es un fenómeno artístico interesante de retroalimentación, porque nosotros también como escritores, al estar tan influidos por las series, utilizamos imágenes audiovisuales al escribir”, confiesa el escritor.

Tanto los productores como los escritores que participan de este flamante vínculo sostienen que el resultado televisivo de la transposición literaria no debe ser fiel al original ni dejar de serlo en el mismo proceso. Habrá quienes crean que hubo pérdidas y quienes consideren que hubo ganancias en el intercambio. No existe adaptación sin que haya una transformación del material original. Es evidente que así sea: la literatura y la televisión obedecen a lógicas, herramientas y consumos completamente diferentes. Mientras la literatura pone el foco en las palabras y en la imaginación de quién lee en soledad, en la TV la fuerza de la imagen es arrolladora y contundente en los espectadores. ¿Cuáles son las expectativas de los autores de ver su obra transformada?

“Tengo claras las características de cada arte y no me molesta la transformación que sufrirá la novela. Al contrario, me parece fascinante”, aclara Gustavo Malajovich, autor de El jardín de bronce. “Cuando una novela pasa al cine o la TV, se crea un mundo particular, diferente. No soy celoso de los espacios, tal vez porque antes de la novela fui guionista en varios ciclos televisivos, como Los simuladores. Hay una carnicería que se hace con la obra literaria que es bienvenida, porque las series no deben buscar fidelidad absoluta al original sino contar una historia atrapante para el nuevo formato. Si el traslado de una novela a la TV es fiel, el resultado seguramente será un embole”, afirma Malajovich, que participó activamente de la adaptación de su novela a los guiones televisivos. “Nunca se me hubiera ocurrido elegir a Joaquín Furriel para hacer de Fabián Danubio y lo hizo extraordinariamente. De la misma manera, ahora no puedo pensar al detective César Doberti sin tener a Luis Luque en la cabeza”, confiesa el autor.

A diferencia de Malajovich, Olguín participó poco y nada en los guiones de La fragilidad de los cuerpos, la serie de ocho capítulos que tendrá a Eva De Dominici, Germán Palacios y Juan Gil Navarro como protagonistas. En su caso, las expectativas sobre lo que finalmente se verá en pantalla sobre el primer libro de la saga que tiene a Verónica Rosenthal como protagonista son aún mayores. “Es muy raro y muy movilizador el hecho de que pueda llegar a ver a mis personajes de novela convertidos en personajes de una serie”, cuenta Olguín. “Poder ponerle rostros, verlos comportarse y moviéndose en la pantalla… Es una situación muy extraña para un escritor. Tengo muchas expectativas de ver esa traslación. Todavía no tuve oportunidad de ver nada, pero creo que cuando se dé, será un momento muy especial. Es algo que me alegra, pero por otro lado me genera la ansiedad de ver cómo los otros –guionistas, director, los actores mismos– pudieron captar lo que escribí.”

Jorge Larrosa
Camaño le da la bienvenida al encuentro entre literatura y TV.

Mundos distintos

Uno de los interrogantes que seguramente marcará el andar de esta flamante tendencia es la manera en que se conjugue el deseo que motorizó la escritura de la obra original a las necesidades del productor televisivo. Desde la génesis de la obra, hasta la dinámica de distribución y de recepción, libro y serie se distinguen. El proceso creativo de uno y otro arte son bien diferentes. “La televisión es un mundo totalmente distinto al mundo editorial. En el mundo de los libros el que tiene la última palabra es el escritor. El editor puede aconsejar, dar su idea, pero el escritor es la última persona que da la última opinión. En el caso de la televisión, se trata de un circuito más complejo, donde opinan productores, el director, los guionistas… Mi historia es la de la novela. La historia televisiva será de Miguel Cohan y Marcos Osorio, que fueron quienes tomaron la decisión final”, aclara Olguín, que apenas participó del la adaptación con algunos comentarios a los guiones.

Las particularidades de cada proceso creativo, pasar de la escritura individual a la producción colectiva que impone la pantalla chica, son evidentes. Hay quienes creen que la mejor manera de atravesar ambas instancias es que los escritores acompañen la traslación. Como fue el caso de Oyola, que tanto en la versión cinematográfica como televisiva de la novela se encargó de trabajar en los nuevos guiones. “Tuve que aprender a trabajar en equipo”, dice. “Como escritores, a la hora de narrar, estamos absolutamente solos. A la hora de pasar esa historia al cine o la TV, uno siente que ya forma parte de un equipo de fútbol, en el que están todos los jugadores plantados en la cancha y cada uno en determinada posición, cumpliendo una función. Mi tarea en este sentido fue escribir y hacerlo en relación al presupuesto de la producción, que es un condicionante que no existe en la literatura. Y deben ser presupuestos ‘realizables’. Uno piensa el guión tirando un poco el ancla de la magnificiencia que se nos cruce por la cabeza y después ver qué se puede hacer. Hay una pulseada entre lo que uno quiere delirar y lo que se puede realizar. Es el resultado de, como dice ese verso de Catupecu Machu, en ‘Magia veneno’: ‘Lo que pides, lo que puedo y lo que queda en intento’.”

En medio de una época de vacas flacas para la ficción argentina, buscar historias y personajes en la literatura argentina no parece un manotazo desesperado. Mas bien, da la sensación de que la pantalla local empieza a saldar una deuda con la voluminosa y rica producción de escritores argentinos. Una tendencia que, además, acompaña el desarrollo televisivo mundial. Marcelo Camaño, autor de ficciones como Vidas robadas y Montecristo, cree que el encuentro entre la literatura y la pantalla es bienvenido y necesario: “Hace años que brego porque los productores compren obras literarias para poder adaptarlas. Hay experiencias previas que indican que es un buen maridaje si se hace con respeto, altura, y en ocasiones haciendo estallar todo lo previo para generar un nuevo producto. En el caso de Kryptonita salió muy bien. La experiencia de Los siete locos y Los lanzallamas en la TV Pública tuvo una realización impecable, acorde a lo que se contaba. Muchos años atrás se habían hecho algunas, pero después comprar cualquier cosa era muy caro. Celebro que se recurra a la literatura argentina para llevarlas a la televisión. Tengo siempre novelas dando vuelta que quiero adaptar pero no encuentro productor ideal para que las compre. La literatura argentina está repleta de muy buenos narradores y que saben contar muy bien. Algunos vienen solo de la literatura y otros del periodismo. Ojalá sea una nueva vertiente de trabajo”.

De la libertad absoluta que permiten las palabras a los condicionamientos audiovisuales, de la imaginación sin fin a lidiar con los presupuestos económicos, de lo imposible a lo posible: dilemas que hoy signan el paso de las historias de la profusa biblioteca argentina a la pantalla. Un pasaje en el que las “ganancias” y las “pérdidas” se compensan con la posibilidad de llevarle a los televidentes nuevas historias. Quien quiera leer, ahora también podrá ver.

Pol-ka y HBO trabajan en la adaptación de El jardín de bronce, de Gustavo Malajovich.