Mario Ortiz: «Si la tierra es del que la trabaja, los libros son del que los usa»

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Por Juan Rapacioli

Publicado por Eterna Cadencia, el libro forma parte de un gran proyecto literario que Ortiz viene desarrollando desde el año 2000 a través de diversos géneros -poesía, narrativa, ensayo, memoria-, donde explora los límites del lenguaje, la relación de las palabras con las cosas, los vínculos entre realidad e imaginación, el tema del tiempo y, en este volumen, el concepto del espacio.

«Los cuadernos de lengua y literatura son, un poco, ejercitaciones en el aula del mirar, ‘prácticas del lenguaje’; un manual en el sentido etimológico del término: lo que se tiene a mano o, si se quiere, echar mano de lo que está ahí, a nuestro alcance», dijo a Télam el autor nacido en 1965 en Bahía Blanca.

– Télam: Se suele decir que tus cuadernos son inclasificables por combinar poesía, narrativa, ensayo o memoria. ¿Estás de acuerdo con ese rótulo?

– Mario Ortiz: La cuestión de los géneros muchas veces son rótulos con los que se pretende calmar la buena conciencia taxonómica; también se puede relacionar con necesidades comerciales, o incluso con imposiciones institucionales como en los concursos literarios. Entonces, a la gran República de las Letras se la pretende parcelar en jurisdicciones de administración genérica como la «narrativa», la «poesía», el «ensayo». Desde este punto de vista, es un honor que me rotulen como inclasificable: sería algo así como una modesta rebelión en papel; como la proclamación de un espacio libre de jerarquías clasificatorias y genéricas; la abolición de la República de las Letras en favor de una Comuna de palabras. Sin embargo, pongamos las cosas en su punto justo: no soy nada original en esta revuelta puesto que una parte muy considerable de la producción literaria actual trabaja desde una puesta en crisis de las fronteras entre géneros literarios e incluso en muchos casos se verifica un diálogo con otros lenguajes no verbales (visuales, musicales, de movimiento corporal) con resultados absolutamente asombrosos. Por otra parte, el adjetivo «inclasificable» corre el peligro de convertirse en una clasificación más. Por eso, soy feliz si humildemente lo que escribo puede llegar a considerarse poesía.

– T: Más allá de los géneros, los volúmenes parecen tener un tema en común: los límites.

– MO: Es cierto; en los límites se juega una restricción, pero también un desafío, algo que nos interpela. Moverse dentro de determinados límites ofrece la seguridad de lo conocido, el hogar. Pero ese «adentro» está siempre asediado por el «afuera», lo «otro», o la simple, llana y absurda «Nada» que de un momento a otro puede desbaratarlo todo y dejarnos a la intemperie. Hablo, escribo, pero ¿qué hay en el límite de la palabra ahí cuando la boca se cierra o la birome se levanta del papel? ¿Está la cosa que nombra? ¿Sólo un aspecto de ella? ¿Hay alguien que escucha o lee? En el caso del espacio, sobre el que trata el último cuaderno, podríamos preguntarnos cuál es el límite de su representación más allá de la cual se abre lo irrepresentable. A la vuelta de estos viajes por los límites, uno vuelve renovado o conmovido porque resuena la gran cuestión que plantea Nietzsche y que recupera Camus, la «más dolorosa, la más desgarradora, la del corazón que se pregunta: ¿dónde podría sentirme como en mi propia casa?».

– T: Una ducha, mapas, libros o monumentos son algunos de los «elementos» que sirven para desarmar la realidad. ¿Eso demuestra que para hacer filosofía no se necesita más que un modo de configurar la mirada?

– MO: Para hacer filosofía propiamente dicha, lo mismo que para hacer teoría y crítica literaria, historia o cualquier otra ciencia social, hace falta un conocimiento riguroso y reflexivo adquirido en años de trabajo metódico. Sin embargo, hay cierta actitud filosófica que quizá no sea privativa de un especializado. Lo que ya se sabe desde la antigüedad: la duda o la angustia pueden disparar las grandes preguntas sobre la existencia. La mirada extrañada, el distanciamiento que nos separa de lo consabido y automatizado ciertamente constituyen la base de un punto de vista renovado y crítico; la ostranenie de los formalistas rusos. De allí también surge la mirada poética, la relación antes no percibidas de las cosas, las correspondencias inéditas de las que hablaba Baudelaire y, antes que él, Shelley. En este sentido, cualquier cosa puede disparar la reflexión, la imaginación en cuanto capacidad propia del ser humano de generar imágenes. Hay objetos peculiarmente iconogenéticos como una cafetera oxidada, un yuyo o un monumento arrumbado en un parque municipal.

– T: En ese sentido, tus textos plantean una relación muy directa entre la práctica de la escritura y la práctica de la filosofía. ¿Como definirías este vínculo?

– MO: Yo no soy un filósofo profesional; sólo sé algunos rudimentos que aprendí en la uni (allí tuve muy buenos profesores) y en diversas actividades que fui desarrollando a lo largo de mi vida laboral. Entonces, no tengo ningún prurito en declarar que la filosofía que pueda encontrarse en los cuadernos está trabajada en forma totalmente excéntrica, desprejuiciada y no rigurosa. Las referencias y usos de la Metafísica de Aristóteles en estos últimos cuadernos no resistirían un análisis riguroso. Pero es que acaso se trata de otra cosa; se trata más bien de usos, apropiaciones, refuncionalizaciones como lo expresé en otro cuaderno. Una cafetera vieja deviene instrumento de óptica; un motor arrumbado (aunque sepa muy poco de mecánica) se reconvierte en motor de imágenes o máquina de escribir. Hay algo del orden de lo «profanatorio» en términos de Agamben: sustraer un objeto de su esfera sagrada e intocable para restituirlo a un uso posible.

– T: ¿Qué libros, autores y lecturas (no solo literarias) formaron parte de este proyecto?

– MO: Eso fue variando con el tiempo. En determinados momentos ciertos autores tuvieron mayor presencia que en otros, pero todos han dejado su bagaje de enseñanza y de todos ellos aprendí…y robé, o mejor dicho, expropié. Al fin y al cabo, si la tierra es del que la trabaja, los libros son del que los usa. Pienso en algunos nombres: Arturo Carrera, Ezra Pound, Marosa Di Giorgio, Perec y Ponge obvios, Maeterlinck, la Biblia, Thomas Kuhn, Macedonio, Borges obvio, Raymond Roussel, Irwin Allen, el mítico productor de las series Viaje al fondo del mar y El túnel del tiempo; y por supuesto mis compañeras/os y amigas/os de generación.

– T: ¿Con este volumen se cierra definitivamente la serie? ¿Existe la posibilidad de que aparezcan nuevos volúmenes? ¿Cómo ves este largo trabajo en el tiempo?

– MO: Siempre me gustó la idea de una obra que se va acumulando a lo largo de una vida y se va dando por entregas, variaciones, desvíos, indagación y experimento. La idea de cuaderno en lugar de libro permite un formato más abierto, una autonomía relativa pero que pueden retomar elementos de textos anteriores y proyectar líneas hacia volúmenes posteriores. De manera que esto por ahora no va a finalizar. Ya tengo material para el volumen XI que rondará específicamente sobre la imagen con fuerte presencia de rasgos humorísticos/delirantes, y el volumen XII, si me llega a salir será una ofrenda que culminará o echará por tierra todo lo anterior.

Publicado en Telam
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