Judithe Hernández, artista plástica: «Entré al feminismo desde la cultura chicana»

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Judithe Hernández (Los Ángeles, 1948), como muchas de sus contemporáneas, tuvo que decidir entre el feminismo y La Raza, entre América Latina o las mujeres. Confrontada por ello, terminó por no renunciar a nada: en los murales que hizo con Los Four –uno de los grupos de arte chicano más notables de la época–, Judithe le dio entrada a las mujeres: no a aquellas que organizaban el feminismo más conocido desde su trinchera universitaria y blanca, sino a las mexicanas, latinas y chicanas. Decidimos entrevistar a esta artista visual y pionera del movimiento muralista chicano para entender la separación entre las chicanas y las primeras artistas feministas que también montaron sus escuelas y exposiciones en California. También quisimos enterarnos de las dificultades que tuvieron las artistas mexican-american para participar en el movimiento chicano, tan dominado por los hombres.

Ante esa disyuntiva y considerando que estudiaste la universidad, como las feministas blancas de los setenta, ¿cómo decidiste sumarte al movimiento chicano?

JH: Es cierto, fui a la universidad, pero también fui una minoría. Cuando estudié en el Instituto de Arte del Otis College apenas había cinco chicanos en la escuela. Nos conocíamos y nos juntábamos porque no teníamos tanto en común con los estudiantes blancos. Al respecto, quiero apuntar que estoy hablando de los setenta, y no de hoy. Ahora los jóvenes son educados de manera más internacional y tienen todo tipo de amigos. Yo, en cambio, no conocí a ninguna persona blanca hasta que fui mayor, porque no tenía el entorno social para hacerlo. Mis amigos cercanos no eran blancos. Creo que nunca tuve realmente un amigo blanco.

Por lo tanto, cuando tomé una decisión, no me sentí atraída al movimiento feminista. Jamás pensé en unirme a ellas. Desde lo intelectual, por supuesto que apoyaba sus acciones y los objetivos por los que peleaban. Sin embargo, al vivir como joven en East L.A., teníamos cosas que ofrecerle al movimiento chicano. Además, había entonces una tremenda ola de orgullo cultural y el sentimiento palpable de que, como grupo, teníamos que hacer algo y asumir los objetivos del movimiento.

 

A pesar de ello, en tus murales pintas mujeres que además son chicanas, mexicanas, latinas. Tengo para mí que peleaste en ambos frentes, asumiste las dos causas.

JH: Obviamente, el de los setenta era un mundo dominado por los hombres. El mundo del arte siempre lo ha sido y ciertamente en el chicano ocurría lo mismo. Como mujeres queríamos hacer nuestra parte por La Raza, pero también sentimos que teníamos el derecho de hacerlo como mujeres, como “compañeros” [lo dice en español], no como novias y esposas, llevándoles comida y limpiando sus casas. Estuvimos en las trincheras, haciendo lo mismo que ellos. De ahí que sintiéramos el derecho de hablar sobre el papel que han tenido las mujeres, porque en ese mundo dominado por hombres, se pintaban imágenes que nada decían de nosotras.

 

A la vez, en las mujeres de tus murales se perciben preocupaciones muy distintas del feminismo blanco. Pienso, por ejemplo, en uno de tus murales que empodera a las abuelitas de Aztlán. Me parece entonces un feminismo chicano que habla de las abuelitas porque son muy relevantes para nuestra cultura, ¿es así?  

JH: Justo. Entramos al feminismo desde el punto de vista de nuestra cultura. En cambio, nunca advertí eso en el movimiento feminista blanco, en el que todo estaba demasiado intelectualizado, idealizado, generalizado. Empoderar a las mujeres es una gran cosa para empezar, pero mucho de lo que hicieron realmente no aplicaba para las mujeres latinas o afroamericanas. La visión y el desarrollo del feminismo blanco no tocó nuestros problemas. Además, debo decir que nosotras no queríamos oponernos a los hombres, queríamos ser pares, compañeras, socias.

Mientras tanto, Judy Chicago decidió separarse de los hombres y fundar un programa de arte feminista exclusivo para mujeres. Recuerdo haber leído que ella se negaba siquiera a escuchar consejos que provenían de los hombres. A diferencia de esta corriente separatista de los setenta, tú decidiste trabajar codo a codo con ellos, tuviste que negociar con los hombres que integraban el grupo Los Four, hablar, lidiar y pintar con ellos.

JH: En ese momento, pensaba: ¿cómo cambias a estos hombres, su esquema de pensamiento? Trabajando con ellos, hablando con ellos, tratándolos como pares, en oposición al rol tradicional de las mujeres. De nuestra parte, fue un proceso educativo.

¿Lograste cambiar su manera de pensar?

JH: Creo que sí o me gusta pensar que sí. Uno a la vez. Está claro que desde entonces el mundo ha cambiado, pero en el camino, a lo largo de mi carrera, he sido afortunada, la vida me ha dado la oportunidad de reencontrarme con algunas personas y conocerlas de nuevo. Sí me han dicho que influí en su manera de pensar o que quieren que sus hijas sean como yo, fuertes, valientes, que tengan opiniones propias y luchen por lo que piensan. Eso ha sido enormemente gratificante, cuando lo escucho realmente me conmueve.

 

¿Cómo fue que concebiste introducir a las mujeres en tu pintura? Sé que fuiste educada en la pintura clásica, sobre todo en el periodo renacentista, incluso detecto en tus dibujos algunas referencias al Renacimiento germánico.

JH: Fui muy afortunada al tener una madre que estudió la universidad. Ella nació en 1914, en Zacatecas. Su padre –me habría gustado conocerlo mejor– murió cuando yo era adolescente, por eso sólo lo vi un par de veces. Hablaba varios idiomas y trajo a su familia a los Estados Unidos; al principio de la Primera Guerra Mundial, trabajó como traductor. Bueno, pues el creía en el sufragio y los derechos de las mujeres. Crió a dos hijas de pensamiento muy progresista que no estaban atadas al rol tradicional de la madre, de modo que la mía siempre alentó mis intereses. Por ahí empezó. Cuando crecí fue un reto para mis padres, porque escuchaban de mis profesores que yo debía tener una carrera artística, de modo que me dieron el mejor entrenamiento que pudieron pagar.

A pesar de que en los setenta los hombres superaban en número a las mujeres, tuve profesores fenomenales. Al menos vivieron dos guerras mundiales, así que eran increíblemente abiertos. También estudié con el legendario Charles White. Todos ellos tenían un gran amor por el arte mexicano y fueron muy generosos con su ayuda. Aceptaron lo que yo sentía por mi trabajo. Por entonces yo me hice de una misión: cada vez que hacía arte público, no debía faltarle técnica ni integridad, porque la educación nos iguala a todos, el arte debe pertenecer a todos, tanto a los chicanos como a los blancos. Y si eres inteligente, quizá no les caigas bien, pero tendrán que aceptarte.

 

¿Sabías, desde que empezaste, que estabas forzando y cambiando el arte occidental con retratos de latinas y chicanas? Lo cierto es que los retratos son un género occidental. ¿Sabías que estabas cambiando esa tradición europea que recibiste en la universidad?

JH: Esa fue mi intención. Si bien, debo decir que no hay nada malo en la manera en que el arte occidental se desarrolló y llegó al Renacimiento –son grandes obras de arte–, pero pensé en cómo podía aplicar ese conocimiento, la manera en que fui educada, para incrementar la apreciación y la conciencia de la figura de la mujer en el continente americano. Quise que la mujer latina gozara de ese respeto.

A pesar de inscribirlas en la tradición europea, mantuviste a las chicanas como tales, no las “volviste blancas”, sino que las conservaste en sus tipos de cuerpo y con sus rostros. Todas son muy latinas e indígenas y están rodeadas de colores vivos –he leído que para ti México se dice en cierta paleta de colores. No deja de ser interesante cómo representas la figura de la mujer, sobre todo ahora que hay un debate político sobre el peso.

JH: No puedo decir que todo ello fuera consciente. Estaba intentando representar de la manera más honesta posible, para mí, la figura de la mujer latinoamericana. No quise generalizarla, pero sí trabajar un arquetipo a partir de las mujeres que vi cuando visité México, Oaxaca, Cuernavaca. Me encontré entonces con mujeres que tenían una belleza que no parte del estándar estadunidense –en ese ideal delgado y rubio. Esas mujeres eran muy bellas, era explícita la suavidad de su piel, la fineza de sus rasgos; aunque no fueran parte del estándar de Estados Unidos, había algo sensual y muy atractivo en ellas, que me impresionó. Siempre admiré esa belleza, por ejemplo, en el muralismo de Diego Rivera, quien hizo grandes obras sobre las mujeres indígenas. De modo que quise hacer mi propio intento.

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Sueño sombra, Judithe Hernández, 2008. Tomado de judithehernandez.com

Pero Diego Rivera tuvo el apoyo del Estado mexicano, además de dinero y contactos. Creo que debió haber sido mucho más difícil para ti, al ser mujer y al no contar con el respaldo del gobierno estadunidense.

JH: Pasa que yo siempre he pagado por hacer arte; el arte nunca me ha financiado. Es hasta ahora –cumplo setenta el siguiente año– que se acercan los coleccionistas. No fue así durante la mayor parte de mi carrera. Así que trabajé en otras cosas, como ilustradora y profesora, y luego tenía que trabajar en el arte durante mi tiempo libre.

Fue así también en Chicago, donde viví por 25 años. Ahí no había lugar para los latinos. Es una ciudad muy segregada: sólo les interesa el trabajo de los artistas hombres y blancos. Es realmente difícil exponer tu trabajo ahí. Entonces estaba muy aislada.

 

¿Qué tan difícil es entonces ser artista como mujer? Retomando a Diego, creo que no me equivoco cuando digo que siempre tuvo a varias mujeres a su alrededor, quienes lo cuidaban. No me imagino que se preocupara por cocinar. En cambio, tú tuviste que trabajar en actividades distintas al arte y recoger tu casa y cocinar. ¿Qué tan demandante fue para ti?

JH: Creo que las mujeres, más que los hombres, estamos diseñadas, no para aceptar esa situación, sino para trabajar con ella. Las mujeres son creativas y encuentra la manera, aunque sea difícil.

Sin embargo, recuerdo que cuando regresé a Los Ángeles, di una conferencia para  la primera edición del Pacific Standard Time, financiada por la fundación Getty. Ahí se presentó también una mujer que habló de la dificultad para nosotras. Recuerdo entender y compartir por completo lo que decía. Pensaba: “he estado en la situación que describes”. Por ejemplo, en los últimos 25 años he hecho de todo por criar a mi hija por mí misma –su padre no estaba tan involucrado.

Hay que pensar en esto: cuando un hombre interrumpe su carrera y luego regresa, nunca le hacen preguntas. Si fue un alcohólico que se recupero, se le felicita. Nunca tienen la menor duda acerca sobre si deben aceptarlo de regreso. Pero si una mujer interrumpe su carrera para criar a su familia, entonces sí se preguntan cosas como: “ay, bueno, qué tan seria puede ser si se tomó un tiempo”. Es muy molesto que incluso en el siglo XXI las mujeres jóvenes sean castigadas porque interrumpieron su carrera por un tiempo o porque alentaron su producción. Creo que todo ello es la base para articular una resistencia: nos da temas para hablar de lo sociopolítico.

 

Hablando de resistencias, el viernes pasado Jeff Sessions, el fiscal general, visitó San Diego para darle un ultimátum a las ciudades santuario, a saber: que ya no recibirán fondos de la federación a menos de que demuestren que han colaborado con el gobierno federal en la captura de inmigrantes, y tienen hasta el 30 de junio para probarlo. Siendo una artista chicana, este periodo tan violento de Estados Unidos debe ser descorazonador.

JH: De vez en cuando, publico cosas en Facebook. Hace poco usé Photoshop para combinar el cuerpo de un hombre con uniforme nazi que dio un discurso en 1939, en Berlín, y le puse la cabeza de Trump, porque el presente es justo como esa época.

Los pobres empleados de la Agencia de Inmigración y Aduanas (ICE por sus siglas en inglés): no los culpo, están haciendo su trabajo, pero muchos son latinos, mexicanos, salvadoreños, y trabajan en ICE. A pesar de que en todo East L.A. contamos con reportes de redadas que ocurren durante la noche o que irrumpen en las fábricas. Es exactamente como Alemania en la década de los treinta. Incluso deportaron a un dreamer, a un joven inscrito en DACA (Acción Diferida para los Llegado en la Infancia) que debía estar protegido contra esa medida.

Los mexicanos estamos de vuelta bajo la lente. El año pasado lo estuvieron los afroamericanos y ahora lo estamos los mexicanos. Aquí todos estamos en alerta.

 

Acerca de la segunda edición del Pacific Standard Time Latin America-Los Angeles (PST: LA/LA), esta serie de exposiciones, que también cuenta con la participación de mujeres artistas jóvenes y mexicanas, ¿la entiendes como un santuario, debido a la conciencia política con que miran al arte? ¿Crees que ayudará en algo a la comunidad chicana?

JH: Sinceramente le aplaudo a la Fundación Getty: llevan la delantera cuando  hablamos de identificar el arte latino. El arte europeo y estadunidense solía dictar la tendencia, y los artistas latinos éramos ignorados. Por ello, es un parteaguas que tantos millones de dólares se destinen a financiar una exposición sobre este grupo, que también abarca la dimensión histórica.

Sobre todo, hay que hacer hincapié en que PST: LA/LA muestra la influencia artística de México y América Latina en el arte, en las bellas artes, en el arte decorativo, en la arquitectura. La gente camina por Los Ángeles y no se percata de ello, así que es un recordatorio para todos.

Si consideramos la ansiedad que provoca el gobierno de Donald Trump, PST: LA/LA no pudo haber ocurrido en un mejor momento.

Publicado en LetrasLibres
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