Piedad Bonnet: «Yo no quiero que mi libro sea moralizante, ni didáctico, ni aleccionador»

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Por Daniel Cholakian – NodalCultura

Escribir desde o sobre el dolor será el tema de una de las 30 mesas redondas q:ue se presentarán en el marco de Centroamérica Cuenta. El martes 23 de mayo a las 18:30 en el Centro Cultural Pablo Antonio Cuadra las cuestiones rondarán a propósito de algunas interesantes preguntas que son eternas en la historia de la literatura. “¿Cómo se escribe desde el dolor? ¿Puede la literatura alcanzar propiedades terapéuticas? ¿Qué lleva a un autor a hablar públicamente de temas dolorosos que pertenecen a su intimidad?” De este conversatorio participarán Piedad Bonnet (Colombia), Manuel Jabois (España) y Jesús Marchamalo (España).

Los ejemplos presentes y pasados son enormes. En Colombia, para pensar el país y el tiempo de nuestra entrevistada podemos pensar en dos grandes obras. La imprescindible “El olvido que seremos” de Héctor Abad Faciolince y “La luz difícil” de Tomás González.

Convocada por Sergio Ramírez, Piedad Bonnet, que ha publicado “Lo que no tiene nombre”, un libro impactante a propósito de la muerte de su hijo, es una poeta reconocida mundialmente, que ha trabajado en este libro un lenguaje poético y duro, produciendo un texto que hace pensar que si hay una manera de escribir sobre el dolor y con inmediatez, debe ser de este modo.

Más allá del tema de la mesa en la que participará, le consultamos sobre el valor tienen este tipo de encuentros entre escritores. “Yo diría que dos cosas. La primera: descubrimientos. Cuando tú vienes a estos encuentros descubres nuevas voces y cosas que te interesan. Eso de inmediato te abre caminos porque es retroalimentación, replanteamiento de lo que se está haciendo contemporáneamente, porque sobre todo en lengua castellana, puedes ver el curso presente de la poesía. La segunda: ampliar públicos. Eso es más difícil porque los libros no circulan. Aunque ahorita está Internet, entonces para los poetas -porque no creo que para los narradores sea igual-, eso facilita un poco las cosas”, comentó Piedad Bonnet a NodalCultura

Hablarán en Managua sobre cómo escribir desde el dolor ¿cómo decidió escribir Lo que no tiene nombre y hacerlo extremando el trabajo sobre los recursos literarios y la poesía?

Como yo tengo una experiencia no solamente de narradora sino de profesora que tuvo un taller de escritura creativa durante mucho tiempo, me imagino que tengo incorporada la reflexión sobre la literatura que quiero hacer. Pero viene un golpe así rotundo en mi vida como es la muerte de mi hijo, y me decido a escribir esa historia por el poder dramático que intuyo en ella e inmediatamente visualizo al lector. Eso no suele suceder cuando escribes otras novelas. En ese caso me importa un bledo el lector. Yo estoy haciendo lo que yo quiero y allá el lector. En cambio aquí sí, porque yo no quería precisamente producir en el lector un cierto escándalo, no. Yo quería que el lector recibiera esto con la dureza que tiene, pero jamás pasando una barrera que le hiciera sentirse como un voyeurista impúdico. Por eso tomé un montón de decisiones literarias relativamente rápido que fueron en parte inspiradas por libros de otros, por ejemplo la fragmentación del libro. El diálogo con otros libros se proponía sacar a éste de la cuestión completamente personal. Quería llevarlo al terreno literario, a la vez que podía mostrar que hay una tradición de duelo y relacionar a la gente con la misma, abrirle puertas para que vayan a otros libros y hablen con ellos.

La gran pregunta era “¿hasta dónde contar?” y entonces yo tenía en mi cabeza ya no solamente al lector sino la memoria de mi hijo, qué le habría gustado -aunque a él no le hubiera gustado que yo escribiera este libro porque develo su gran secreto- pero como él, en eso soy también descarnada, como él ya no está es como si le estuviera diciendo mentalmente “permíteme darle a tu muerte un sentido, permíteme hacer de esa vida un motivo para reflexionar sobre, lo que en tu caso salió mal, una lucha sobre la enfermedad mental. Permíteme también hablar de tu arte y mostrar lo maravilloso que era y que nunca llegó a ser exhibido verdaderamente como habría querido.” Porque la muerte modifica todo, todo, todo, todo. Daniel era un niño que como tantos de veintiocho años están luchando por sobresalir en el arte, que había ganado un premiecito, que le habían exhibido un poquito, pero que nadie arriesgaba mucho por él, porque así es la vida cruel. Cuando él muere, la gente reconoce inmediatamente el valor de la obra que deja. Hacemos una exposición muy bella y eso no le habría pasado en vida, a lo mejor habría durado diez años más luchando. La muerte hace que la gente se humanice y vea lo que cruelmente en la vida no ve cotidianamente.

A propósito del valor de permitirle pensar al lector estas cosas que habitualmente no se nombran como la enfermedad mental y el suicidio ¿tiene el libro, no digo un afán didáctico, pero si un afán de decir sobre esto hay que reflexionar y trabajar?

Si, lo que para alguna gente es impudicia, para mí es como levantar un velo y hacerle ver a la sociedad cosas que no ve y de las cuales se resiste a hablar. Pero no sólo para que las vean, sino para que reflexionen sobre cómo podrían mejorar la vida de un montón de personas. Eso va aparejado con una reflexión sobre los médicos, sobre la educación. No es una reflexión explícita. De sólo narrar cómo tratan los médicos y la medicina la enfermedad mental se deducen un montón de cosas. Yo no quiero que mi libro sea moralizante, ni didáctico, ni aleccionador. Ni siquiera consolador. Aún cuando me suelen decir que consuela mucho, pero yo no me propuse nada de eso. Yo me propuse mostrar.

El título es interesante. Se suele decir que cuando a un padre se le muere un hijo no tiene nombre (como se puede ser huérfano o viudo). Así tampoco se nombran el suicidio ni la enfermedad mental. Hay muchas cosas “que no tienen nombre” que usted hace circular por su libro. En ese sentido, ¿Hay un lector imaginario interpelado?

Si claro, hay un lector -en esta obra más que en cualquier otra obra mía- que yo presupongo. Un lector al que le estoy contando una historia como si estuviera en la sala de su casa, a quien le estoy contando una cosa que sé que lo va a impactar mucho, que sé que le va a remover cosas secretas. Pero cuando lo publiqué me di cuenta de que esto iba mucho, mucho, mucho más allá de lo que yo me imaginé. Porque me di cuenta de que apenas tocas con el dedo la historia de una familia, allí aparece un suicidio, una enfermedad mental. Nunca me imaginé que esa fuera la proporción de la enfermedad mental. Jamás. Porque cuando haces evaluaciones de los comportamientos de la medicina parece que el 1% de la población sufre de esquizofrenia, pero cuando miras a tu lado, eso tiene que ser falso. Y yo creo que debe ser por el silencio. La gente deja a sus enfermos confinados porque la medicina es muy cara y la mayoría no tiene posibilidad de tratarlos. En la clase trabajadora para un muchacho esquizofrénico ¿cuál es la posibilidad? Mínima.

De todo eso me fui dando cuenta después, con la recepción. La recepción iluminó mi libro retrospectivamente.

 

 

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