DisTinta

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Por Andrea Guzmán
En la antología DisTinta, Liniers y Martín Pérez se propusieron, entre el rigor y el capricho, representar a la generación que mantuvo viva la historieta con el cambio de siglo, luego que desapareciesen sus revistas del kiosco. Ese fue su punto de partida, al menos, aunque se terminaron colando también nombres mucho más recientes. Desde Lucas Nine y Gustavo Sala hasta figuras jovencísimas como Sole Otero o Camila Torre Notari: 400 páginas a todo color y 33 dibujantes catados por un historietista y un periodista que además son difusores del género y, por supuesto, fans.

La historieta argentina debería estar muerta. Así de rotunda es la primera frase que abre el prólogo de DisTinta, la nueva antología compilada por Martín Pérez y el dibujante Liniers. Aunque esta contundente afirmación, aseguran los autores, no se trata de un deseo personal ni de una premonición pesimista, sino apenas de una constatación realista acerca de nuestra actualidad y nuestra forma de consumo cultural. Cada vez más digital, más efímera, menos narrativa, más pirotécnica. Lo bueno, es que aunque quizás debería estar muerta –o como afirman ellos, con suerte relegada a la nostalgia– la historieta argentina no solo continúa con vida, sino que respira con una energía renovada y sorprendente. Tanto así, que incluso esta selección –con sus imponentes 400 páginas a todo color, sus treinta y tres dibujantes y sus seis guionistas– llegaría a parecer pequeña para abarcar todas las aristas de su actualidad. Por este motivo, Pérez y Liniers se propusieron pensar en un libro bien específico. El recorte que eligieron no busca reunir a la nueva historieta con sus representantes más actuales o más vanguardistas, sino ser retrato de la generación de los años 2000, que ellos consideran la generación huérfana y una bisagra entre la gloria editorial que gozó la Argentina de antaño, y el universo de la historieta actual, que ya encontró su vía para renovarse y seguir existiendo de forma independiente. Durante la caída de la industria editorial de los años noventa, en un país con una larga tradición de historieta y acostumbrado a las revistas en los kioskos y los autores de exportación, una nueva generación quedó colgada. Y aun sin industria y sin revistas, tuvo que apropiarse de las herramientas digitales, los fanzines abrochados, el empuje de los circuitos independientes y la colaboración entre pares para mantener bombeando sangre al corazón de la historieta argentina. “Cuando pensar en ser historietista era simplemente algo absurdo”, comenta Liniers.

Y no es que ahora no lo sea, habría que convenir. Aunque Arg

entina cuenta con una vasta y consagrada tradición en este campo, la historieta actualmente sobrevive a punta de editoriales emergentes y pujantes, de blogs y sitios web, de pequeños distribuidores entusiastas y, salvo contadas ocasiones, es más bien ignorada por las grandes editoriales locales. Quizás por no entenderla o por no saber juntarla, o porque a pesar de su gran tradición es un terreno mutante, difícil de rastrear y, claro, difícil de vender. Por eso, DisTinta es un libro pensando para meter el gol de la historieta a un nivel más macro. Con el espíritu de The Best American Comics, que se compila anualmente en Estados Unidos con un dibujante invitado que elige algunos de los mejores trabajos de sus colegas en el año. En el caso norteamericano, lo han hecho Alison Bechdel o Chris Ware. Y en el argentino, la opción lógica para empezar parecía ser Liniers, que junto a Pérez –dicen ellos, con placer pero también con mucho pesar– seleccionó a 33 dibujantes con un promedio de 10 páginas para cada uno. Lo primero fue definir un marco, el de los últimos representantes de la era industrial: Cachimba, Podetti, Fayó, Parés y Sapia. Ellos quedaron fuera, pero funcionaron como punto de partida para retomar con algunos representantes del fanzine de fines de los noventa y algunos de los que encontraron espacio en la web a principios de los dos mil, casi todos ahora consagrados. Un rejunte donde se puede ver a Fernando Calvi junto a Sole Otero o a Jorge González junto a Decur. Algunos mucho más cercanos a la nueva generación como la joven Gato Fernandez, o quizás la mejor representante del fanzine actual como es Camila Torre Notari, junto a un consagrado como Lucas Nine. En el libro hay héroes, autobiografía, postales suburbanas o aventuras alucinatorias, tan ecléctico que por momentos uno se pregunta por el criterio de todo esto. Y la respuesta es que es básicamente el espíritu de esa generación, que más que afinidades estéticas o temáticas tenían como característica común esta orfandad. Y, quizás por eso,su inusual libertad autoral.

Sea en esta compilación a gran escala, o sea a través de las nuevas generaciones con sus ferias y sus editoriales autogestivas, el libro invita a pensar en la historieta en general como un terreno de resistencia, que para continuar con vida se ha abierto paso a pura reinvención. Desde su llamativa tapa, la de un batallón de dibujantes con pinceles y plumas afiladas corriendo a dar la pelea del oficio. “A veces me preguntan por qué la historieta argentina es distinta” dice el conejo Liniers en su tira-prólogo que abre el libro. “Sentados, doblados, mal pagos. El horizonte es el final de la mesa”. Y un poco más allá también, porque de hecho, este libro llega justo para un recambio tanto generacional como estético, incluso ideológico, que no está presentado en sus páginas porque representa la siguiente camada. Y se reconoce por ejemplo a la contemporánea antología rosarina Informe, con su rejunte federal y vanguardista. O a la editorial independiente Llanto de Mudo de Córdoba, a Comiqueando desde la crítica o a Viñetas Sueltas como convención. Solo por nombrar algunos agentes de distintas generaciones y ámbitos que han permitido que la historieta continúe vital.

Pérez confiesa que intentó dedicarse al humor gráfico, pero a los 16 años lo dejó porque en las exposiciones colectivas donde era un invitado precoz cuando llegaba el momento de dibujar “los niños se iban enojados ¡y yo sabía que tenían que razón!” Pero en su trabajo periodístico, las historietas siempre encuentran un lugar, ya sea para presentar a autores consagrados o por capricho. Así que reconoce que naturalmente en la selección se colaron los gustos de los compiladores. Que, como todo recorte, tiene su cuota de arbitrariedad, de mezcla antojadiza, de gusto súper personal. “En el capricho también está su personalidad”, dice Pérez. Por eso, con visión histórica pero también con amor de fan, se organizó un rejunte con subjetividad manifiesta y no como catálogo de nombres, que quizás para las internas del medio son más que consagrados, pero que a nivel masivo aun necesitaban aventón ¿O no resulta sorprendente imaginar a un nene leyendo a Frank Vega o a Ariel Lopez V? ¿O quizás al Aníbal Escroto de Gustavo Sala? Para que esa puerta se destrabe, o al menos como alegato para abrirla más. Porque si hay algo que no tiene nada de capricho y en lo que estamos todos de acuerdo es que es verdad, que la historieta argentina está más viva que nunca.

Publicado en Página12

La joven guardia de la ilustración: en «DisTinta» asoma la generación de la nueva historieta

Desde Lucas Nine y Gustavo Sala hasta figuras jovencísimas como Sole Otero o Camila Torre Notari, en las 400 páginas los dibujantes despliegan todos su saber en sus trazos rescatados de la mano de sus compiladores.

En una entrevista con Télam, Pérez sostiene que «la novela gráfica no tiene un lugar dentro de los planes de las grandes editoriales locales, pese a que hay autores de historieta capaces de vender igual o más que autores de obras literarias».

¿Qué hace falta para que editores y libreros le presten atención a la historieta? «La respuesta lógica fue que, para que los gigantes se den cuenta de su existencia, debería ser algo grande», recuerda Pérez.

Con esa premisa, se unió a Liniers y crearon «DisTinta» (Sudamericana). «Liniers participó de la selección codo a codo y encima dibujó la portada y hasta los retratos de cada uno de los autores», explica Pérez.

– T: ¿Qué recorte hicieron para mostrarle a los lectores?

– M.P.: Queríamos mostrar el trabajo de una época específica, pero es tal la vitalidad de la escena actual que no solo sería posible hacer otro volumen similar con autores que no convocamos, sino que estoy convencido de que sería igual de extraordinario.

– T: ¿Cómo fue el trabajo de recopilación de artistas y trabajos que realizaron?

– M.P.: Tanto Liniers como yo somos fanáticos de la historieta, así que el trabajo de lectura y recopilación lo venimos haciendo mentalmente desde hace tiempo, porque al fanatismo le sumamos un costado también laboral: en el caso de Liniers editando historietas en su sello Común, y en mi caso por mi trabajo no solo como periodista cultural, sino también como editor de páginas de historieta. Esa mirada curatorial sobre el medio y sus autores la venimos teniendo desde hace tiempo.

– T: ¿Hubo algún momento en el que no se pusieron de acuerdo?

– M.P.: Lo más difícil, en realidad, fue darle un marco a ese recorte que venimos haciendo casi intuitivamente. Lo encontramos al poner la lupa en la generación que mantuvo viva la historieta, la del cambio de siglo, artistas que siguieron trabajando en el medio pese a que no ofrecía ninguna salida laboral, al menos inmediata. Identificamos a autores como Fayo, Podeti, Max Cachimba o Pares, que arrancaron publicando en la vieja «Fierro» y otras revistas de «La Urraca», compartieron una revista breve pero muy influyente como «¡Suélteme!» y se convirtieron en nuestro faro, y cuando decidimos que a partir de ellos hacíamos el recorte entre una y otra generación se nos simplificó el trabajo. No solo porque nuestra selección empezó a tener una lógica cronológica específica, sino porque de alguna manera también se los puede considerar como el faro estético de los autores que finalmente quedaron compilados en «DisTinta».

– Télam: ¿Cuáles son los lineamientos de la nueva historieta argentina?

– M.P.: Libertad, explosión e introspección. Libertad porque la nueva generación de autores de historieta, ante la desaparición de lo que se conocía como industria en la Argentina, ya no tienen jefes ni lineamientos que seguir u obedecer. Dibujan para ellos y para quienes los leen, y dibujan lo que se les impone a partir de los deseos propios. Explosión: las historietas estallan en sus páginas de luz y color, de ganas, de cosas para decir sin el corset de las formas, ya que la historieta no es una salida laboral sino una artesanía apuntada hacia la necesidad expresiva y de comunicación. E introspección porque en ultima instancia son los autores los que se enfrentan consigo mismos y el género en el que incursionan, y sus obras retratan tanto la experiencia de sus vidas como de la relaciones que tienen con la historieta, sus reglas y sus tradiciones.

– T: ¿Cuál es la particularidad de la historieta argentina?

– M.P.: Difícil intentar resumirlas en unas líneas. Muchos aún están intentando sintetizar y explicar. El título de este libro, una ocurrencia de Liniers, viene de esa pregunta repetida. ¿Por qué la historieta argentina es distinta?

– T: ¿Cuáles creés que son las diferencias (más allá de la tecnología que puedan utilizar) con los primeros historietistas argentinos?

– M.P.: Los historietistas argentinos clásicos trabajaron siempre en función del medio en el que iban a colaborar, mientras que esta generación se ha liberado de eso, pero no por rebeldes, sino porque casi no hay lugares en los que colaborar. Hay dos posibles virtudes que siempre se han privilegiado a la hora de destacar creaciones entre la avalancha de páginas de la época de oro de la historieta argentina. Por un lado, los que lograban la excelencia dentro de los parámetros del medio en el que incursionaban. Y por el otro, los que transgredían esas reglas. Los nuevos autores se destacan, por un lado, por mantenerse dentro de esa tradición narrativa pese a que nadie se los imponga. Y por el otro, porque permanentemente están transgrediendo esas reglas. Pero eso ha pasado a ser la norma, no la excepción.

– T: ¿Por qué crees que hay pocas mujeres dentro de la disciplina?

– M.P.: Es imposible responder esa pregunta sin analizar otras cuestiones. Tanto la historieta, como el rock, la ciencia ficción o la literatura policial, las grandes artes menores del siglo pasado, supieron ser en sus comienzos algo así como el patio de juegos de los expulsados culturalmente, pero donde solo podían jugar los varones, con las mujeres a un lado, ocupando apenas lugares preestablecidos. Hubo mujeres que rompieron esa norma, pero si se recorren todas esas artes con una mirada contemporánea, se constatará siempre la llamativa ausencia de mujeres. Y la historieta no es la excepción. Pero es una realidad que felizmente está cambiando, ya que la presencia femenina es mayoría en las ferias de fanzines, y las autoras más interesantes de la nueva generación que van apareciendo generalmente son mujeres.

– T: ¿Hay crítica en los trazos de las nuevas generaciones?

– M.P.: Colectivamente, las historietas reunidas en las 400 páginas del libro impactan estéticamente por su variedad, y al mismo tiempo no es literatura de evasión, sino que aparece como ampliamente comprometida, tanto en la creación de su arte como en el análisis de su entorno. Y eso implica una crítica permanente, mas allá de que los colores sean atractivos. Supongo que se podría decir que las historietas del libro son más arena que aceite en el engranaje, sin dudas.

Publicado en Telam

 

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