Esteban Mayorga, escritor ecuatoriano: «La poesía es el laboratorio de toda la escritura»

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Por Fausto Rivera Yánez

En los dos últimos años, Esteban Mayorga (Quito, 1977) ha volcado sus lecturas exclusivamente a la poesía. El autor de novelas como Moscow, Idaho, o de libros de relatos como Musculosamente, sintió la necesidad de llenar ciertos vacíos que tenía con ese género y, por ello, devoró todo cuanto pudo de poesía, más que nada, estadounidense.

A este proceso se sumó otro: la llegada de su primer hijo. Tanto la  experiencia paterna como el sumergimiento pleno en la poesía, provocaron que Mayorga escribiera un poemario al que llamó Atar a la rata, en el que el autor exterioriza su angustia por esperar a esa criatura aún  desconocida que será su hijo.

“Mira que tengo la boca chueca de pensar lo que vos vas a pasar en esta realidad de hoy, voy mordiendo el aire de los nervios, al chupar voy mordiendo la botella y lamiendo los corchos y los tillos como si fueran apios de metal, en aquellos apios metalúrgicos está mi natural depravación”, escribe Mayorga.

¿Qué poetas has estado leyendo en esta temporada?

A James Schuyler, quien es el pana de John Ashbery, es abiertamente homosexual y tiene un libro de poemas buenísimo que se llama The Morning of the Poem. También leí a Peter Gizzi y a Robert Fitterman, un poeta conceptual que está vivo y da clases en el NYU (Universidad de Nueva York). Una poeta famosísima que se me escapó y la leí de urgencia fue Emanuel Lynn. A todos ellos los leí en inglés, aunque me cuesta todavía. La poesía en inglés tiende a ser vertical, la narrativa es más de taller literario, pero funciona. En poesía hay cosas más interesantes que están alejadas del mercado. Casi todos los libros de poesía son subsidiados por los libros que venden mucho. Desde ese lado, es más fácil publicar poesía que narrativa porque no hay esa expectativa de la venta del libro.

¿Y poetas latinoamericanos?

Me dediqué a leer unos vacíos que tenía, como Gonzalo Rojas o José Watanabe, que son fantásticos. Leí a Juan L. Ortiz, quien es el Roy Sigüenza de Argentina. Me compré una antología de Luis Cernuda, que siempre es necesario. Sin embargo, durante este tiempo, me adentré más en la poesía anglosajona.

Antes de que naciera tu hijo y de que completaras esas lecturas, ¿ya habías ensayado la poesía?

Sí, pero tenía muy poca poesía escrita, algunas cosas apuntadas en libretas. Pero fue a raíz de esos dos años de lectura y del nacimiento de mi hijo, que dije “aquí hay algo”. En esa época, también tuve que pasar por un divorcio y por una mudanza de donde vivía en Estados Unidos. Todo eso es una huevada porque a la parte sentimental se añade la burocrática. Añadir ese problema al otro hace que la separación sea el triple de horrible. Entonces con la poesía hubo algo que capturaba tanto el sentimiento de la separación, como el de la espera, de la angustia de tener al guagua.

¿Por qué sentiste que la poesía era el mejor género que capturaba ese cruce de emociones?

Cada tema pide su forma y creo que el hilo conductor de Atar a la rata se dio un poco por la necesidad de experimentar. Me parece sano hacer algo que no has hecho antes, que quizás te saldrá mal y que es como un borrador. Es bacán hacer algo que, a priori, no conoces porque te da palancas para hacer el ridículo, pero también para escribir cosas buenas.

¿Cómo has vivido la paternidad?

La espera por tener un guagua me generó un montón de miedo, de temor, de angustia, de sentimientos que no son placenteros para nada. Siempre me surgía la pregunta de “y ahora, ¿qué voy a hacer?” Pero bueno, eso es la modernidad: lo bello no tiene por qué ser bonito y es bacán porque también es horrible.

¿Qué has encontrado en lo lírico que no te daba la narrativa para armar este libro?

Creo que en la poseía se puede  explotar más el significante. En mi libro hay mucha cacofonía, pero, al mismo tiempo hay esta intención de sorprender con imágenes totalmente inconexas que me despertaba mi hijo. Otro elemento importante que te da la poesía es la pausa. Si tú recitas, cantas o lees en voz alta, hay un momento en que necesitas una pausa; en la prosa también sucede esto, pero en la poesía la cadencia es distinta. Siento que la poesía es, en sí, el laboratorio de toda la escritura. En este libro, además, no pongo nombres directos. El referente no puede ser tan directo porque termina perdiéndose. Por ejemplo, la autoficción no funciona a veces porque el referente es obvio o es muy coyuntural y se vuelve un truco trillado, pero hay gente que lo saca adelante, como este noruego al que todos les gusta (se refiere a Karl Ove Knausgård). Pero bueno, también habrán puristas que digan que eso (la autoficción) ya había en el siglo de oro, con las novelas picarescas, pero la cosa es que ahí era anónimo por la censura.

Atar a la rata tiene una descarga emocional que se radicaliza más por el tipo de lenguaje que usas, que bien puede ser barroco, ¿cómo crees que tu hijo leerá el libro?

No me ha preocupado eso. Supongo que él será buen lector, entonces cachará que no es de mala leche, sino que es algo genuino lo que escribo. Me gusta cabalgar entre la ficción y la realidad, y si uno se toma a pecho lo que escribí es porque no entendió nada. Engañar a propósito, eso es la literatura.

En el poemario también se aborda la relación de pareja, pero no desde la misma intensidad que cuando hablas de tu hijo…

El amor de pareja es horizontal y no vertical como el del hijo. Sin embargo, al ser horizontal con la pareja también hay un montón de cosas terribles que pueden surgir, pero desde el amor. En cambio, en la relación vertical no hay cómo escoger. La paternidad no solo dispara cosas sentimentales, sino razonadas. Hay una episteme de la paternidad. Durante el periodo de espera leí un excelente ensayo de Laurie Paul que decía que es un absurdo pensar que uno puede planear la paternidad o la maternidad. Hay condiciones que se dan y que te pueden ayudar, como el dinero o la madurez, pero Laurie Paul decía que, a priori, ese argumento no sirve porque tener un guagua va más allá del episteme  pragmático. Es decir: es una experiencia tan brutal que es imposible hacer una conjetura a partir de ella. Hay un momento donde todo se desata y es ahí donde recién surge ese conocimiento. Es más conocimiento que sentimiento, decía ella, porque es una experiencia que no se puede reproducir. (O)

Publicado en El Telégrafo
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