Natalia Orozco, cineasta colombiana: «Muchos colombianos crecimos con temor a las FARC»

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Por Sara Malagón Llano

¿Usted por qué quiso hacer un documental sobre el proceso de paz?

Yo creo que para una periodista como yo esta era una oportunidad única. Los periodistas de mi generación nacimos y crecimos en un país en guerra, tenemos una sensibilidad frente a los temas sociales, nos indigna la injusticia, sabemos que un conflicto es un tema mucho más complejo que enfrentamientos entre “buenos y malos”, no tragamos entero lo que nos dicen los grandes medios de comunicación y, sobre todo, cuestionamos la condición humana, las contradicciones que albergamos. El contexto nacional e internacional dejaba ver con facilidad que se lograra o no un acuerdo, era una apuesta histórica para intentar poner fin a medio siglo de violencia y terminar con la guerrilla más antigua del continente. Asistir al escenario de más de 8.000 hombres y mujeres buscando caminos para dejar las armas y transitar a la vida política, cuando contamos con más de 8 millones de víctimas, es una historia “soñada” para narrar; una oportunidad que solo se presenta una vez en la vida. No la iba a dejar pasar.

¿Qué tan difícil fue que las partes en la negociación aceptaran su presencia? ¿Los sintió incómodos, o más bien honrados?

Fue muy difícil por numerosas razones. No podemos olvidar que en 2012, cuando inició el rodaje del documental, el país estaba en un momento de guerra intensa. “La sangre de Alfonso Cano estaba caliente” en la memoria de los comandantes, como me lo dijo entonces Rodrigo Granda. La desconfianza era extrema. Si usted piensa que Alfonso Cano muere (según Santos) o lo dan de baja (según la guerrilla), después de haber intercambiado dos años mensajes de paz con el presidente, entiende que estábamos en un proceso de paz en el que la desconfianza era total y la guerra seguía inminente. Eso hacía que cualquiera pudiera ser un espía. Un aliado de uno u otro bando. Durante un año viajé a La Habana y no me atendieron, o mandaban mandos medios que no podían decir nada más de lo que ya sabíamos, de los lugares comunes y de los discursos dogmáticos. Fue Pablo Catatumbo quien asumió el riesgo de dar la batalla, del lado de las Farc, para que me permitieran un acceso, que yo aún considero privilegiado pero limitado. Del lado del gobierno fue Humberto de la Calle, gracias a un puente que me hizo Rodrigo Pardo. Y es que cuando me acerqué al gobierno había mucha desconfianza, porque ellos pensaron, equivocadamente, que yo iba a hacer algo “proguerrilla”, pues me había acercado primero a las Farc. Era como una paranoia de lado y lado. Podría decir que lo grabado durante los dos primeros años con los dos bandos me sirvió solo parcialmente. Yo no iba a hacer apología ni de las Farc, ni de los militares ni del gobierno. Y claro, que hubo momentos incómodos. Casi todos. No solo porque el hermetismo era total y transgredirlo para ellos (gobierno y Farc) era un riesgo, por el temor a que algo de lo que me dijeran se volviera noticia, sino porque desde un principio dejé claro que iba a hacer preguntas incómodas, y que no podría haber temas vedados. Esas fueron las reglas de juego y ellos las aceptaron de lado y lado. Y las respetaron, así a veces se molestaran, o se alteraran los ánimos. 

¿Qué descubrió usted de un lado y del otro –de las Farc, de los negociadores del gobierno–haciendo este documental? ¿Se tumbaron algunos prejuicios? O en otras palabras, qué descubrió que no supiera, o que fuera en contra de los imaginarios que usted tenía de la guerrilla, por ejemplo. O de nuestro presidente.

Yo, como muchos colombianos que crecimos en la ciudad con temor a salir por carreteras y terminar secuestrados, le tenía mucho miedo a las Farc. Todos en la clase media, creo, conocemos a alguien que tuvo un pariente secuestrado, extorsionado, etc. A los militares les tenía aún más miedo. Crecí viendo La noche de los lápices y Tango feroz, leyendo sobre el Plan Cóndor, y sabía que si bien en Colombia no hubo dictaduras, las fuerzas del estado habían cometido todo tipo de excesos. Sabía que sectores de la Policía estaban vinculados hasta el tuétano al tema del secuestro (no olvidemos la banda de los calvos) y la droga. También el Ejército. Las historias de los falsos positivos me llenaron de una indignación que aún hoy siento cuando me preguntan en escenarios internacionales sobre el tema. Y a los políticos, presidentes incluidos, les tenía aprensión, y –debo aceptarlo– hasta una especie de desprecio. Mis convicciones no han cambiado, pero hoy entiendo que todos esos hombres y mujeres que directa o indirectamente se vieron involucrados en hechos monstruosos (o los cometieron o dieron las órdenes) son también seres humanos, vulnerables, llenos de miedos y de fragilidades. Eso no los excusa, no los libera de sus responsabilidades, pero tampoco son por ello unos simples monstruos. Son seres humanos con unas contradicciones apasionantes para explorar. Por otro lado, conocer poco a poco y lentamente a Humberto de la Calle me devolvió la esperanza en la política. Hoy creo de nuevo que hay hombres íntegros que buscan el poder por el bien común.

Cuando vi el documental, a mí me quedó la sensación de que tiene grandes entrevistas, pero que realmente no muestra los intríngulis y las intimidades de la negociación. ¿Ese era o no su objetivo?

Yo siento que no logré la intimidad que hubiera querido. Hubiera soñado estar en la mesa, grabar las discusiones internas de lado y lado, los desencuentros. Sé, por ejemplo, que las casas en las que vivían el gobierno y las Farc eran como un “reality”. Sin embargo, el tiempo de grabación me permitió lograr unos instantes, instantes de verdad, que son irrepetibles y creo valiosos para narrar este momento, más allá de la noticia. Los intríngulis, la micro negociación técnica, no eran mi interés principal. Tampoco las chivas, pero sí la intimidad, lo humano. Aun así, no creo que pueda narrarse todavía, en este momento decisivo, el tránsito interior de los personajes; ni en dos, ni en cinco años. Todos tendrán que procesar muchas cosas, combatir sus demonios internos. Creo que esa historia podrá narrarse en una década.

¿Qué pasó cuando ganó el No en el plebiscito, en relación directa con el documental? ¿Tuvo o no que cambiar de rumbo el proyecto, y cómo fue eso?

El documental estaba prácticamente cerrado. Yo escogí narrar un periodo de tiempo que terminaba con el silencio de los fusiles, el cese bilateral de fuego, pues para mí era un momento clave y, como en todo trabajo creativo, hay que escoger un momento para cerrar. Pero abrimos un camino con la ilusión de que otros colegas hagan otras películas sobre el proceso de paz. Algunas ya prometen ser maravillosas. Margarita Martínez y Marc Sylver integren esa segunda parte, el “continuará”. Creo que es importante permitir que existan otras miradas sobre este proceso histórico, y reconocer los propios límites. Además, es prudente dejar reposar.

¿Cómo ve usted el proceso de implementación?

Como todos los colombianos, con incertidumbre. Hay muchas preguntas, pero siento a una guerrilla muy comprometida.

Las nuevas funciones serán el 27, 28, 29 y 30 de julio, de 11:00 a.m. a 2:00 p.m. en Teatros de Cine Colombia de Bogotá, Cali y Medellín.

Publicado en RevistaArcadia
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