Murales de Valparaíso

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isitar Valparaíso y ascender a las lomas que cercan la ciudad es adentrarse por un museo al aire libre donde las casas prestan sus muros a los artistas, y la arquitectura y la pintura se entrelazan en una amalgama caótica, como corresponde a un medio urbano tan abrupto y variopinto. El arte callejero toma posesión de los altos cerros de la ciudad en un estallido de colores, estilos y formas que en su descenso vertiginoso hacia el mar se recrea aquí y allá con pinturas singulares, algunas de considerable dificultad técnica, y casi siempre espectaculares.

La tercera ciudad de Chile se asienta a duras penas sobre un gran anfiteatro natural formado en torno al puerto, fundamento estratégico que la ha convertido en el importante centro comercial, económico y turístico que es. Una brisa gratificante espera en el mirador a 60 metros de altura al que se accede por el ascensor vertical enclavado en la roca. Desde allí se divisa el conjunto de la ciudad y se distinguen los edificios administrativos y las construcciones nobles: la iglesia de la Matriz, la Bolsa de Comercio, el Reloj Turri, el Museo de Bellas Artes, el Edificio de la Armada; La Sebastiana, residencia del poeta Pablo Neruda; el cementerio de los Disidentes, reservado durante décadas a los residentes de fe protestante y del resto de confesiones no católicas. El estilo colonial español se combina con el victoriano británico y otros europeos en un mestizaje ecléctico y desordenado.

Cachalotes (2012), de Brigada Negotrópica + Salvador.
Cachalotes (2012), de Brigada Negotrópica + Salvador. RAÚL BELINCHÓN

Contemplar Valparaíso y rastrear su historia hace imposible sustraerse a la sucesión de terremotos devastadores que la han puesto a prueba. Aunque en la parte baja de los cerros, próxima al centro urbano, los palacetes llegan a entremezclarse con las casuchas de adobe, hay una línea circular imaginable en la falda montañosa que, como apuntan los versos de Neruda, distingue lo estable de lo quebradizo. “Las sólidas casas de los banqueros trepidaban como heridas ballenas, mientras arriba las casas de los pobres saltaban al vacío como aves prisioneras que probando las alas se desploman”.

Murales y grafitis de arte pop, abstracto, figurativo, ornamentan las paredes de los conglomerados de casas encaramadas a las cumbres, incrustadas en las laderas, reposadas en las quebradas de esta urbe de orografía imposible. Es un proyecto artístico, pero también social y político, que compromete al conjunto de la ciudad y que convoca a los artistas de la pintura urbana chilena, latinoamericana y europea. Firmas individuales o colectivas, como Charquipunk, Tombo, Los Plus, Los Keos, Caos, Pegk, Blek le Rat y otros muchos maestros grafiteros y muralistas han dejado la huella de su talento expresivo puesto al servicio de una empresa general.

En el edificio de la izquierda, Las glorias populares (2016), de TEO. En el de la derecha, El lechero (2016), de Alapinta, en el barrio de Cerro Lecheros.
En el edificio de la izquierda, Las glorias populares (2016), de TEO. En el de la derecha, El lechero (2016), de Alapinta, en el barrio de Cerro Lecheros. RAÚL BELINCHÓN

Valparaíso es un buen escaparate porque el fenómeno, bien presente en capitales europeas como Berlín y Lisboa, alcanza aquí una densidad y una efervescencia extraordinarias. ¿Hay alguna otra ciudad que haya concentrado en similares espacios tantas manifestaciones de arte urbano? De la mano de los aerosoles, látex, tintas y rodillos, los barrios altos, los más pobres, emiten ahora mensajes estéticos, sociales y culturales en espacios marcados por el deterioro, el abandono, la degradación. Pero más que un lavado de cara, que también, el arte callejero tiene aquí el efecto de rehabilitar esta urbe de 275.000 almas permanentemente animada por los graznidos de las gaviotas y las sirenas de los buques que entran y salen del puerto en incesante trasiego.

Obra de Cynthia Aguilera y Sammy Espinoza en el barrio de Cerro Alegre.
Obra de Cynthia Aguilera y Sammy Espinoza en el barrio de Cerro Alegre. RAÚL BELINCHÓN
Más allá de la belleza paisajística, del colorido y la gastronomía, algo profundo debe tener esta ciudad que, además de atraer a los turistas, sirve de refugio a artistas e intelectuales. En su Oda a Valparaíso, Neruda da cuenta del carácter desordenado, desmañado, que le atribuye: “Qué disparate eres, qué loco, puerto loco, qué cabeza con cerros, desgreñada, no acabas de peinarte, nunca tuviste tiempo de vestirte, siempre te sorprendió la vida, te despertó la muerte”, pero también pondera su magnetismo: “Estrella oscura eres de lejos, en la altura de la costa resplandeces y pronto entregas tu escondido fuego”.

Los grafitis aportan a los habitantes de Valparaíso una expresión colectiva diferente y valiosa, una identidad nueva que invita a salir de la abulia, la resignación y la desidia para penetrar en el terreno de la creatividad, la transformación urbana y la dignificación del espacio común. Pocas veces la transgresión, consustancial a la intervención del arte callejero, tiene un impacto tan reparador, cicatrizante, en el tejido urbano y en el ánimo del vecindario.

La nana gigante (2014), de la pareja de artistas franceses Ella & Pitr, también en Cerro Alegre.
La nana gigante (2014), de la pareja de artistas franceses Ella & Pitr, también en Cerro Alegre. RAÚL BELINCHÓN
Tras conquistar las colinas, la estética sobria, sencilla, cargada de imaginación y fantasía, humor e inteligencia se expande por una serie de barrios como contrapunto a la dejadez, la suciedad y pobreza de las casas de paredes desconchadas y tejados de hojalata, a la falta de asfaltado, a la penuria de equipamiento urbano. El arte callejero detiene el deterioro, revaloriza los espacios, ofrece otra personalidad, abre una nueva ventana colectiva. Decidida a convertirse en una de las capitales mundiales del grafiti, la ciudad se ha entregado al arte urbano y con el cambio ha descubierto la manera de reivindicarse a sí misma con una piel nueva.
Publicado en El Pais
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