Retablos de la memoria

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Edilberto Jiménez, un antropólogo quechuahablante de 56 años, ha transformado el horror del conflicto armado interno en tres retablos que escenifican las masacres que desolaron el distrito andino de Chungui: violaciones, torturas y matanzas perpetradas por subversivos y militares.

Desde el museo Lugar de la Memoria, en Lima, Jiménez recuerda testimonios de pobladores de Chungui sobre las masacres, hoy representadas en cajones de madera con puertas conocidos como retablos, expresiones del arte andino.

“En 1983, Sendero Luminoso (grupo ultraizquierdista armado) se apoderó de esta población aislada. La convirtió en zona peligrosa. Luego ingresó el Ejército. A esa gente la destrozaron. El tipo de asesinato me horrorizó: cortaban cabezas y las mostraban, obligaban (a las familias) a matar a sus niños”, cuenta Jiménez a dpa antes de que se inaugure una exposición de sus obras.

Jiménez llegó a Chungui (departamento de Ayacucho) en 1996, durante el posconflicto, para reunir la música tradicional del distrito con la idea de difundirla en un programa de radio. Su interés lo llevó por otro rumbo: contar una realidad no vista.

El artista cuenta a dpa que todo comenzó cuando unos chunguinos le dijeron que no respetaba a los muertos. Sin saberlo, Jiménez trabajaba en una oficina construida encima de una fosa común, donde los pobladores habían enterrado a sus familiares.

“Allá hay más fosas, por allá también, hay como 300, 400 cuerpos”, le decían los chunguinos.

Tras familiarizarse con los pobladores, el artista pudo conocer los escenarios donde unos 12 años atrás, cientos de campesinos enfrentaron la indolencia de senderistas y militares.

“Con la población recorrimos todos los lugares. Era durísimo. Los familiares lloraban y prendían velas. Eran testimonios dramáticos. No podía dibujar ni tomar fotos, me quedaba congelado. Después, los pobladores me ayudaron e hicimos un cuaderno de anotaciones”, recuerda.

Con esas anotaciones, Jiménez regresó a su ciudad, Huanta, al norte de Chungui, y decidió transformar las historias en dibujos. “Sacaba copias y las regalaba a quienes creía que podían ayudar a esa población pobre y abandonada”, relata el artista.

En 2007, los dibujos en blanco y negro tomaron una forma más llamativa: retablos. Pero a diferencia de los tradicionales, llenos de colores vivaces y relacionados a actos religiosos y costumbres andinas, estos mostraban sangre, dolor, muerte y violencia.

“No utilicé los espacios tradicionales de varios pisos, que dicen que existe un cielo y un infierno. Aquí no son necesarias las divisiones porque todo es el infierno y es el cielo, es el diablo y es dios. Acá está todo, es una guerra”, afirma.

Los retablos, que al cerrarse adoptan forma de ataúdes, recuerdan cómo las mujeres eran violadas y arrojadas a un abismo junto a sus hijos y cómo los hombres eran degollados frente a sus familias.

“Llegué en busca de mi esposa y familiares. La encontré muerta y violada al borde del abismo, mi hijito de un añito (estaba) con la cabeza destrozada, le habían pisado su cabecita. Allí murieron horrible”, dice un testimonio escrito en la puerta de un retablo.

“Mi hermanito se llamaba Juancito. Apenas tenía dos añitos y se lo quitaron a mi mamá de sus brazos y lo mataron tapándole su boquita, le aplastaron su cuellito. (Los senderistas) decían que cuando lloraban, los militares podían encontrarlos”, se lee en otro.

Publicado en La Hora
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