Chile: 61 años sin Gabriela Mistral
Lucila de María del Perpetuo Socorro Godoy Alcayaga, quien más tarde adoptaría el seudónimo de Gabriela Mistral, nació el 7 de abril de 1889, en Vicuña, Chile. Fue hija de Jerónimo Godoy Villanueva y Petronila Alcayaga Rojas.
Su vocación se inclinó hacia la docencia, Mistral ingresó la Escuela Normal de Santiago y más tarde obtuvo el título de profesora de castellano en la Universidad de Chile.
Según el portal buscabiografias.com, en 1904 colaboró en el periódico Coquimbo, de La Serena, utilizando los seudónimos de «Alguien», «Soledad» y «Alma». En 1907 escribió para los periódicos La Voz de Elqui y La Reforma.
Cuentan que su popularidad como escritora y el nacimiento de su seudónimo se produjo en 1914 tras ganar el primer premio en el concurso Juegos Florales, por su obra Sonetos de la Muerte, un compendio de poemas que habrían sido su catarsis tras el suicidio de su novio Romelio Ureta.
Fue invitada entonces por el gobierno mexicano a colaborar con la reforma educacional; en 1924 publicó Lectura para mujeres, fundó una escuela que lleva su nombre y ayudó en la organización de bibliotecas públicas y privadas.
En 1925 dejó la enseñanza y, tras actuar como representante de Chile en el Instituto de cooperación intelectual de la S.D.N., fue cónsul en Nápoles y en Lisboa, cita una biografía suya difundida por el sitio los-poetas.com.
La misma fuente señala que tras su regreso a Chile colaboró decisivamente en la campaña electoral del Frente popular (1938), que llevó a la presidencia de la república a su amigo de juventud P. Aguirre Cerda.
En 1945 recibió el premio Nobel de literatura; viajó por todo el mundo, y en 1951 recogió en su país el premio nacional.
En 1953 fue nombrada Cónsul de Chile en Nueva York. Allí participó en la Asamblea de Las Naciones Unidas representando a Chile, país en el que al año siguiente se le rinde un sentido tributo.
A la par había publicado libros como Tala (1938), una de sus obras cumbre, y cuyos derechos de autor cedió a niños víctimas de la Guerra Civil Española. En 1945 le fue otorgado a Mistral el Premio Nobel de Literatura.
Otras de sus obras son Lagar (1954), Recados, contando a Chile (1957) y Poema de Chile (1967). De manera póstuma se han publicado Almácigo (2008), Niña errante (2009) e Hijita querida (2011), entre varios más.
Tras una larga enfermedad, Gabriela Mistral falleció el 10 de enero de 1957, en el Hospital General de Hempstead, en Nueva York; sus restos recibieron homenaje del pueblo chileno, que guardó tres días de duelo oficial en su honor.
Publicado en El Siglo
I
Del nicho helado en que los hombres te pusieron,
te bajaré a la tierra humilde y soleada.
Que he de dormirme en ella los hombres no supieron,
y que hemos de soñar sobre la misma almohada.
Te acostaré en la tierra soleada con una
dulcedumbre de madre para el hijo dormido,
y la tierra ha de hacerse suavidades de cuna
al recibir tu cuerpo de niño dolorido.
Luego iré espolvoreando tierra y polvo de rosas,
y en la azulada y leve polvareda de luna,
los despojos livianos irán quedando presos.
Me alejaré cantando mis venganzas hermosas,
¡porque a ese hondor recóndito la mano de ninguna
bajará a disputarme tu puñado de huesos!
II
Este largo cansancio se hará mayor un día,
y el alma dirá al cuerpo que no quiere seguir
arrastrando su masa por la rosada vía,
por donde van los hombres, contentos de vivir…
Sentirás que a tu lado cavan briosamente,
que otra dormida llega a la quieta ciudad.
Esperaré que me hayan cubierto totalmente…
¡y después hablaremos por una eternidad!
Sólo entonces sabrás el por qué no madura,
para las hondas huesas tu carne todavía,
tuviste que bajar, sin fatiga, a dormir.
Se hará luz en la zona de los sinos, oscura;
sabrás que en nuestra alianza signo de astros había
y, roto el pacto enorme, tenías que morir…
III
Malas manos tomaron tu vida desde el día
en que, a una señal de astros, dejara su plantel
nevado de azucenas. En gozo florecía.
Malas manos entraron trágicamente en él…
Y yo dije al Señor: ?«Por las sendas mortales
le llevan. ¡Sombra amada que no saben guiar!
¡Arráncalo, Señor, a esas manos fatales
o le hundes en el largo sueño que sabes dar!
»¡No le puedo gritar, no le puedo seguir!
Su barca empuja un negro viento de tempestad.
Retórnalo a mis brazos o le siegas en flor».
Se detuvo la barca rosa de su vivir…
¿Que no sé del amor, que no tuve piedad?
¡Tú que vas a juzgarme, lo comprendes, Señor!