El Día de la Lengua Materna realza las voces indígenas de América Latina

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La voz indígena en el Día de la Lengua Materna

Por Keila Rojas

‘Tu idioma es la casa de tu alma, ahí viven tus padres y tus abuelos. En esa casa milenaria, hogar de tus recuerdos, permanece tu palabra’. Con estas frases de Jorge Miguel Cocom Pech, escritor maya, Kikadir Orán define la importancia de la lengua materna.

La conmemoración del Día Internacional de la Lengua Materna se originó el 21 de febrero de 1952 en Bangladesh, en un acto violento. Un grupo de personas demandaban que su lengua materna, el bangla, fuera reconocida como lengua oficial. Ante este hecho la policía y el ejército del Estado pakistaní abrieron fuego y dieron muerte a cuatro manifestantes.

Cuarenta y ocho años después, en el 2000, la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco) proclamó el 21 de febrero el Día Internacional de la Lengua Materna, que se celebra en la misma fecha cada año en todo el mundo para promover la diversidad lingüística y cultural y el plurilingüismo.

Orán, oriunda de la comarca indígena Guna Yala, maestra de enseñanza primaria, con más de diez años de experiencia en la enseñanza de la lectura y escritura de la lengua guna y el español oral como segunda lengua, sostiene que pese a los esfuerzos que se hacen en Panamá por proteger y promover la preservación, desarrollo y uso de las lenguas maternas, existe una ‘persistente amenaza’ de extinción de las lenguas minoritarias.

‘Siempre ha existido la amenaza de extinción de lenguas minoritarias, porque las lenguas mayoritarias llevan la ventaja, por eso los pueblos con pocos hablantes tienen que resistir, seguir persistiendo en la enseñanza de su lengua; de lo contrario, la lengua se irá debilitando’, manifiesta Orán.

Explica que en los últimos años en Panamá se ha visto un movimiento por proteger estas lenguas, ‘más que todo en los pueblos indígenas. El Estado ha tomado conciencia y por lo menos ha dado apoyo económico’.

Sin embargo, esta tarea no es solo del Estado, ‘es una lucha de los mismos pueblos indígenas. No debemos quedarnos con los brazos cruzados, debemos reclamar y proteger nuestros derechos’, enfatiza Orán, docente de la Licenciatura en Educación con Énfasis en Educación Bilingüe de la Universidad Especializada de las Américas (Udelas).

Agrega que en comparación con otros países de América Latina, Panamá empezó tarde el movimiento de protección, preservación desarrollo y uso de las lenguas maternas.

En noviembre de 2010 las autoridades panameñas reconocieron legalmente por primera vez, las lenguas y los alfabetos de los pueblos indígenas.

La Ley 88, que entró en vigor el viernes 26 de noviembre del 2010, reconoce la ‘diversidad cultural como un valor histórico y patrimonio de la humanidad, en todas sus manifestaciones; en consecuencia, reconoce las lenguas de los pueblos indígenas ngäbe, buglé, guna, emberá, wounaan, naso tjerdi y bri bri’.

LA LENGUA MATERNA EN LA EDUCACIÓN

El uso de la lengua materna en la educación es un tema pendiente. La educadora Orán señala que ‘el uso de la lengua mayoritaria, en los primeros años de educación de los niños indígenas, no hispanohablantes, compromete su desarrollo académico y emocional’.

‘En los primeros niveles de enseñanza son básicas las clases en lengua materna. Cuando el niño está en tercer grado ya debe estar familiarizado con otro idioma, en nuestro caso, el castellano y allí sí puede responder académicamente’, apunta la educadora.

‘En muchos casos acusan a nuestros niños indígenas de ser muy reservados, de no hablar y no responder académicamente, pero cómo lo van a hacer si no comprenden lo que se les está diciendo. Esto afecta su desempeño escolar y también autoestima’, enfatiza la educadora.

En este sentido, la Unesco advierte que el 40% de la población mundial recibe una educación en un idioma que no entiende.

El artículo 4 del Capítulo I de la Ley 88 del 26 de noviembre de 2010, establece que ‘las lenguas indígenas serán impartidas paralelamente con el idioma español en la enseñanza en todas las comarcas, áreas anexas y tierras colectivas. En las comunidades que se encuentren fuera de los territorios mencionados donde la población educativa sea mayoritaria indígena, el Ministerio de Educación podrá adoptar las medidas necesarias para que la enseñanza sea impartida en la forma prevista en el párrafo anterior’

‘En la comarca Guna Yala y en algunas experiencias de otros pueblos como los emberá y ngäbe, vemos que se ha tomado conciencia y las direcciones locales eligen a maestros que dominan ambos idiomas para que atiendan a los niños chicos’, dice Orán, técnica del Proyecto de Educación Bilingüe Intercultural de los Congresos Generales de Guna Yala.

Sin embargo, hace falta docentes que dominen las lenguas indígenas.

‘Esto es una lucha constante, necesitamos la preparación de los docentes, el Estado no invierte en la educación de los docentes. Apoya en otros aspectos, mas no en la preparación del docente’, dice la oriunda de la comarca indígena Guna Yala.

‘Las lenguas son un instrumento primordial para la inclusión y participación, sin respeto para lenguas indígenas no hay camino para la paz‘, afirma Irina Bokova, ex directora General de la Unesco.

En Panamá hay siete pueblos indígenas: ngäbe, buglé, guna, emberá, wounaan, naso terdi y bri bri. Representan a nivel nacional el 13 % de la población panameña, 438,559 habitantes, según el censo del 2010.

La lengua indígena que más se habla en el país es la ngäbe y la segunda lengua más hablada es la guna.

‘Si un pueblo pierde su lengua, pierde todo su conocimiento. Si se pierde una lengua, se pierde una cultura. Los pueblos indígenas que viven cerca de la naturaleza tienen tantos conocimientos que pueden aportar a la cultura occidental; si se pierde la lengua, se pueden perder todos estos conocimientos’, advierte Orán,

Publicado en La Estrella

Componer en zapoteco: el rap para conservar la lengua indígena

Para Gaanu De que Naa’ Ru’nda Didxazá, Rusisaca’ Xquiidxe Ne Ca Binizá… para que sepan que yo también te canto en zapoteco, hago valer mi tierra y también a los juchitecos
”. … la chispa que demuestra al hacer música en el género rap no tiene calificativo, a través de las letras en zapoteco y castellano, la adolescente logra que su voz erice la piel de quién la escuche cantar.

Dulce Nadxielli Escobar Ruiz de 16 años, es la primera mujer que canta rap en esta zona de Oaxaca y lo hace porque quiere que su lengua materna, el zapoteco, siga viva y sea un canto de paz y no violencia.

En Juchitán no es común que las mujeres canten. Si lo hacen, la mayoría evoca boleros o cumbias, pero Dulce tiene una voz ronca, rasposa, ideal para rapear. Cuando lo hace, delante de jóvenes y niños que quieren ser como ella, piensa en tocar los corazones de sus espectadores para que, en vez de involucrarse con drogas y vicios ilegales, le apuesten a cantar.

La mayor de cuatro hermanos, Dulce es originaria de la novena sección, una de las más abandonadas de Juchitán. Esos territorios donde la política social llega escasa comparado con los vientres pegados a las costillas por el hambre que llega con pobreza extrema. Aquí en Juchitán, las mujeres se casan a temprana edad, chicos y grandes consumen alcohol y se drogan al caer la tarde. Ella prefiere acercarse a ellos, cantar y rapear, componer canciones que reflejen el diario vivir.

Dulce Nadxielli anhela que a través de su talento vocal, el rap pueda reivindicarse de los prejuicios que lo ubican como aliado de la drogadicción y la violencia. Por el contrario, para ella ha sido fantástico combinar la rima, la métrica, con su idioma, porque ha logrado que la escuchen, que le pongan atención a su significado.

¿Por qué rap?

Dulce hace un movimiento rápido de ojos. “Porque quiero entender por qué hay tantos disgustos entre padres e hijos adolescentes, porque los hijos quieren irse de casa, porque violentan o asesinan a las mujeres, todo eso se puede cantar”.

En las letras que compone, Dulce sumerge lo que sus abuelos le han contado de la juventud de antaño y lo relaciona con la actual, así como interpreta los rituales de su comunidad que son sus fiestas, describe la violencia que viven los jóvenes, las mujeres y su entorno social.

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El gusto por el rap lo heredó de “Juchirap”, un grupo de rapemos que impartió un taller en su escuela porque deseaban que con este género los jóvenes mejoraran sus aptitudes y actitudes. Ella fue la única que terminó el curso y escribió su propia canción. La canción narra cuando sus padres iban a las fiestas y regresaban borrachos. Incluyó la cultura y la gastronomía, sus bailes y sus comidas, con la finalidad de que los oyentes pudieran entender la realidad de su entorno social.

No fue nada fácil concluir su primera estrofa, recuerda la joven, porque “no se canta por cantar” y tampoco se interpretan los temas “con solo escribirlos”, se tiene que tener un dominio mental para poder dominar el escenario. Dulce Nadxielli salió victoriosa.

El amor por la música lo lleva en la sangre. Su papá es un obrero que toca la guitarra y en las fiestas familiares cuando era una niña de siete años, cantaba con él canciones para la abuela.

Mujer, indígena y rapera

Incursionar en el rap como mujer ha sido una hazaña para Dulce Nadxielli. Sus familiares le dijeron que eso era vandalismo y que una mujer no podía convivir con tantos hombres.

“A mi mamá le preguntaba palabras en zapoteco y me preguntaba que para qué lo quería”, cuenta tratando de explicar lo difícil de componer en zapoteco. Optó por ir con sus abuelos, con ellos se crió de niña y fue a quienes les confesó su deseo de ser rapera. “Mi abuela me dijo que si era eso de bailes de locos que se movían de un lugar a otro, le puse una canción y se la canté”, sonríe.

Y siguió su camino. Participó en un encuentro estatal de raperos que organizó el Centro de Artes San Agustín (Casa) y el Instituto de Artes Gráficas de Oaxaca (IAGO), era la primera vez que se paraba en un escenario, que no era cualquiera, tenía invitados, entre ellos uno de sus admirados, el pintor Francisco Toledo.

Así, cantó frente a un centenar de hombres es una comunidad patriarcal. Un encuentro estatal de jóvenes raperos, que para Dulce Nadxielli ha sido uno de los momentos más importantes de su carrera musical donde perdió el miedo, ganó amigos y admiraron su valentía.

¿Hay discriminación por ser una rapera mujer? Suelta una carcajada, “por supuesto que sí” exclama. Aunque por fortuna muchos varones la guían con la métrica o rima para que sus temas queden listos y los pueda interpretar.

Ella se conforma con ser escuchada, no pretende llegar más lejos. Quiere que los jóvenes de su edad la vean como alguien que está en solidaridad con ellos, que hace música para concientizar y tener una mejor vida.

Padres y abuelos son hoy sus mejores consejeros. Los que califican sus temas, los que le comparten la oralidad y escritura en zapoteco, la apoyan con la rima y opinan si los temas van por buen camino.

Entre ayudar a su mamá a realizar los quehaceres, ir a la preparatoria, realizar tejidos artesanales y escribir, tiene tres temas que está próximo a presentar, ensaya en su casa y sus hermanos son testigos de su lucha por rapear. Su mayor anhelo es ser sicóloga, le preocupa los vicios de los niños y la violencia de los adultos.

Escapar de la violencia

El rap comienza a gustar en Juchitán desde hace cinco años. Uno de los pioneros es el poeta Dalthon Pineda, quien actualmente tiene un programa de radio en una de las estaciones comunitarias en donde entrevista y comparte temas que los jóvenes producen.

Los Juchirap, Cosijopi Ruíz López, Antonio Guadalupe Sánchez Ruiz y Carlos Lenin Pacheco Villafuente, son los pioneros del género pero hay muchos más que siguen sus pasos, Dulce por ejemplo.

El rap ha sido adoptado por muchos jóvenes, “una buena señal” dice Dalthon a manera de reflexión porque a través de la música y los temas que cuentan, ellos intentan cambiar su visión de vida, “hemos dado un gran paso”.

En el Istmo de Tehuanepec no solo hacen rap en zapoteco, también en otras lenguas como el ikoots (huave), zoque y mixe. Dulce Nadxielli sigue siendo la única mujer.
El Sol de Córdoba


Multilingüismo

El más evidente signo de la plurinacionalidad de Bolivia está, probablemente, en la gran cantidad de lenguas diferentes que se hablan en el país, además del castellano. Sin embargo, fuera de los tres principales idiomas originarios (aymara, quechua y guaraní), es relativamente poco lo que se sabe sobre las otras 33 lenguas reconocidas en la Constitución Política.

Conscientes de esta falencia, en el Ministerio de Educación dieron inicio hace cinco años al Instituto Plurinacional de Estudio de Lenguas y Culturas (IPELC), que a su vez ejecuta sus actividades a través de 31 institutos de Lengua y Cultura, dedicados a revitalizar las lenguas en riesgo de extinción, la normalización (es decir, los consensos sobre el uso del alfabeto y la construcción de las palabras), y el desarrollo de lenguas originarias.

En vísperas del Día Internacional de la Lengua Materna, proclamado por la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco) en 1999, con el objetivo de promover el multilingüismo y la diversidad cultural en el mundo, el IPELC mostró días atrás los resultados de su trabajo en las tres áreas antes nombradas.

Así, en lo que respecta a la revitalización de las lenguas, se ha implementado 123 “nidos bilingües”, espacios donde abuelos y educadores enseñan el idioma nativo de forma natural. Para el efecto, el Ministerio de Educación certificó hasta ahora las competencias de 78 “abuelos” que en el territorio de 22 pueblos indígenas enseñan a casi un millar de niñas y niños.

En lo referido a la normalización, el instituto ha producido sendos diccionarios monolingües para el aymara, el quechua y el guaraní; más un Diccionario Pedagógico Aymara, que recoge los desarrollos lingüísticos de ese idioma y servirá a las y los maestros de la lengua. Desafortunadamente todavía no hay financiamiento para asegurar su publicación.

Finalmente, la tarea de desarrollar la lengua, consecuencia de su normalización, permitirá desarrollar la capacidad de producir literatura con el idioma, así como filosofar y producir terminología científica. Este esfuerzo se verá complementado con la instalación de bibliotecas físicas y digitales, pero sobre todo con la investigación que cada uno de los 31 institutos de la Lengua y la Cultura pueda desarrollar.

El Director del IPELC reconoce que, a la luz de los muchos objetivos y desafíos planteados, el avance “es bastante poco”. Empero, también es posible ver que hay un plan estratégico, base para que, sin importar la velocidad del avance, haya certeza de que se puede llegar a buen puerto, pues si bien el tema parece poco urgente a la luz de la agenda política, es central para la construcción de identidades culturales y étnicas en el marco de una idea de Estado unitario pero profundamente diverso, como el que diseñó el poder constituyente hace poco más de una década.

La Razón

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