Gabriel González, presidente de Monte Ávila Editores Latinoamericana es un corrector de oficio. Nuestro entrevistado ingresó al mundo de la edición en 1996. Compartía sus estudios de Letras con las correcciones a destajo. Coincidencias dispusieron que la primera vez en que pudo ser corrector para el Estado venezolano fue porque aprobó un examen en esta casa editorial en 1998, pero aquella ocasión prefirió eludir la responsabilidad. Dieciocho años después, luego de ser editor del Ministerio de Comunicación y Presidencia de la República y de dirigir las operaciones de la Imprenta Nacional, vino a encargarse de la misma editorial donde pudo haber comenzado su carrera profesional.

UN POCO DE HISTORIA DEL OFICIO

¿Cuál es el trabajo del editor?

Es el de un lector, fabricante de dos tipos de productos: uno donde él es “invisible”, porque mientras menos se note, por la errata que pudiera quedar en un descuido, es mejor, se trata de la edición propiamente; otro que se nota porque es el libro terminado. El editor siempre es un servidor, como debe ser, los lectores solo recordarán al autor y la casa editorial.

Entonces, lector y fabricante...

Así es. El editor es una pieza clave de la fabricación del libro. En él se juntan varios procesos, como la lectura primera y la de ser juez, es el que observa las obras y sus tendencias, las relaciones con autores, temáticas, historia, contextos; también procesos técnicos como la edición, la corrección, el diseño e impresión; la distribución, la comercialización y las cobranzas. Un editor piensa en lectores y en la oportunidad del libro que tiene en las manos.

El editor le escuche decir que es “anónimo”.

Casi nunca él escribe o le escriben su biografía, aunque sean famosos como Manuel Vadell, quien acaba de morir; o como Domingo Fuentes o José Agustín Catalá, por nombrar a algunos que dejaron publicaciones importantes. Muchos de ellos, aunque son autores, no registraron su labor editorial. Por eso este año nos hemos propuesto en Monte Ávila Editores reunir algunos artículos, entrevistas, testimonios de algunos editores o personajes muy cercanos al libro. Figuras que participaron en distintas áreas: editores, autores, asesores literarios, libreros.

¿Y cómo era antes?

En el siglo XIX, cuando comenzó la historia de la imprenta en Venezuela, precisamente con la máquina que traía Miranda a bordo del Leander, el editor era un letrado, un escritor que sabía que para difundir sus ideas debía fundar un periódico o una revista; el tipógrafo generalmente era un lector o escritor. La política era nuestra principal literatura. Sobre todo en las épocas de guerra civil que caracterizaron el siglo XIX la literatura era casi marginal. Dos de los impresores que venían en la expedición mirandina cayeron presos de la Colonia, y porque lograron escapar de la prisión fueron dos de los tres que contaron la crónica de esa aventura, en unos libros excelentemente escritos. Valentín Espinal, otro ejemplo, un impresor que se formó como político y comprendió como nadie de su época la labor editorial. Abundan nombres de escritores que fueron dueños o dirigieron imprentas: Paolo, los hermanos Ramón y Nicanor Bolet Peraza, Pedro Emilio Coll y Luis Urbaneja Achelpohl, incluso el empresario tabaquero J. M. Herrera Irigoyen, quien estableció la revista El Cojo Ilustrado, la empresa editorial mayor del siglo XIX venezolano, y abandonó el negocio del tabaco por el de la imprenta. Otro de los grandes editores de es Rufino Blanco Fombona y su gran contribución es la Editorial América. Este año se celebran cien años del inicio de esa gran gesta editorial realizada en su exilio en España.

¿Cómo nace la editorial moderna venezolana?

Con los autores que produjeron revistas. Muchos fundadores de revistas fueron también autores: Leoncio Martínez, con Fantoches, Gallegos, con La Alborada, los jóvenes del Grupo Viernes, Mariano Picón Salas, por el Estado. Es un tema  que aún espera por investigaciones. El Cojo fue clave en la aparición de autores que recibían pago por colaboraciones; fue una época de esfuerzo diverso de los intelectuales por mostrar su obra. Gallegos entendió, por ejemplo, que con la narrativa le iba mejor que con el teatro, eso lo descubrió al darse cuenta de que solo se montaba el teatro extranjero o el sainete, de que se eludían los temas nacionales; textos breves, artículos, eran por lo menos pagados en El Cojo. Era difícil que los autores venezolanos publicaran libros. Las obras que se publicaban en Venezuela, del propio bolsillo del autor, lo cuenta Oswaldo Trejo, las regalaban entre los colegas. Casi no había librerías. Por eso, es muy interesante observar cómo a la muerte de Gómez comienzan a aparecer editoriales o grupos de autores como la Asociación de Escritores Venezolanos emprende un singular esfuerzo editorial por 1936. Aparece Ediciones del Grupo Viernes y Editorial Élite, como organizaciones que compiten con empresas de artes gráficas que se prestan como sellos editoriales: Tipografía Garrido, Impresores Unidos, Cooperativa de Artes Gráficas, por ejemplo. En esas dos décadas y media que atraviesan los años cincuenta aparecen las primeras editoriales independientes de la imprenta. Allí puede estar la clave. Me cuesta decir que nace el editor moderno, el que apuesta por el negocio editorial. Aunque los primeros libros de Domingo Fuentes y de Catalá aparecen muy tempranamente, este último a la sombra del Estado.

¿Cómo participa el Estado?

Desde esa época cercana a 1940 existe la Biblioteca Popular Venezolana, que va recogiendo autores de literatura y de estudios. Hoy podemos decir que esa colección de la Dirección de Cultura del Ministerio de Educación, y que la continuará el Inciba, en 1966, es el esfuerzo editorial más importante hasta la fundación de Ediciones de la Biblioteca Central de la Universidad Central (Ebuc).

¿Por qué encargarse el Estado del sector editorial?

Porque era una necesidad cultural, porque existía una gran depresión económica y el libro y el autor no podían gestionarse desde la economía pobre de una Venezuela que se había mantenido en el latifundio hasta entrado casi el segundo tercio del siglo XX. No solo era un clamor de los letrados. Era una necesidad política. Esta justifica la aparición de periódicos para atender un sector muy importante: los grupos de opinión. Por esta razón surge El Nacional, en medio de una crisis mundial del papel, consecuencia de la Guerra Mundial, y se consolida Últimas Noticias. Por estas razones nacen publicaciones como la Revista Nacional de Cultura. Lo otro es pensar ingenuamente, como hacen muchos venezolanos, que Pérez Jiménez tenía una visión que no la tuvieron los que lo sucedieron al crear las grandes autopistas para el transporte de materias primas, en una país que pasaba de depender de la agricultura a hacerlo de la explotación minera.

Entonces era por  la necesidad de modernizar el Estado…

Un Estado pequeño frente a un enorme atraso estructural. Algunas de las grandes obras narrativas en un momento clave del fin del gomecismo se publican en el exterior: Memorias de Mama Blanca, Ifigenia, Cubagua, Doña Bárbara, Las lanzas coloradas. Los autores apostaban a los grandes centros del libro, México y Madrid. Para darte un ejemplo, Rómulo Gallegos, que tenía lazos de simpatía con Gómez (cuyo gobierno financió La Alborada) decidió autoexiliarse a México para estar en un centro cultural más poderoso.

¿Y los que hicieron la historia de Monte Ávila?

Son muchos nombres, y hay que anotar el aporte de Benito Milla, su experiencia, su olfato; de Simón Alberto Consalvi, como promotor y presidente del Instituto para la Cultura y las Bellas Artes (Inciba) para 1968; de Guillermo Sucre, quien presidía la revista Imagen y quien ocupó varias responsabilidades en distintas épocas de la editorial; fueron presidentes muchos, con distintas características y potenciales, Luis García Morales, Juan Liscano, Néstor Leal, Rafael Arráiz Lucca, Alexis Márquez Rodríguez, Mariela Sánchez Urdaneta, Sael Ibáñez, Carlos Noguera; y también tuvo esta editorial directores literarios destacados, como Osvaldo Trejo, Eugenio Montejo, Juan Sánchez Peláez, Mary Ferrero, Silda Cordoliani, Wilfredo Machado, Gerónimo Pérez Rescanier, Carolina Álvarez, y son los que dan significado a ese plural de “Editores”que lleva el nombre de Monte Ávila. Hay un hecho especial que tenemos que mencionar, la participación de autores que dirigieron u orientaron colecciones. Allí son importantes nombres como Milla por la Colección Documentos; Isaac Chocrón, en la Colección Teatro, Oscar Rodríguez Ortiz por Ante la Crítica, Pascual Venegas Filardo en la Colección Científica, Alberto Rosales en Pensamiento Filosófico, Juan Luis Delmont en Memorabilia, entre otros. En el ámbito de las traducciones, que dieron fama a esta editorial, es necesario nombrar a Julieta Fombona, Ángel Capelletti, Pierre de Place y Francisco Rivera.

EL ESTADO, EL GRAN EDITOR

El Estado venezolano ha sido el editor por excelencia en nuestro país.

No podría afirmarlo. La iniciativa privada ha sido importante. Uno revisa datos de ingreso de obras a Biblioteca Nacional en los años 40, o la Revista Nacional de Cultura y advierte en las reseñas de libros la presencia de muchas editoras pequeñas editoriales privadas; así como un hormiguero de editoras constituidas por los estados regionales; también se nota la presencia de las facultades y escuelas de la Universidad Central de Venezuela. Hay que advertir que Ediciones de la Biblioteca Central de la Universidad Central nace en 1958. Es necesario tener estudios que recojan los datos editoriales para comparar y formarnos un criterio más claro. Pienso que el Estado ha establecido por lo menos producciones editoriales y empresas con mayor capacidad, durabilidad y organización. Me refiero a la Biblioteca Popular Venezolana, a Ebuc, a Monte Ávila Editores Latinoamericana, a Biblioteca Ayacucho, que tiene una colección monumental, y, más recientemente, a El perro y la rana. Si Monte Ávila representa un esfuerzo que produjo hasta hoy más de 2.800 títulos en cinco décadas, El perro y la rana produjo en una década una cifra superior a los 4.500 títulos.

¿Cómo lo logró?

Con un apoyo económico superior del Estado. A mí me contenta el esfuerzo de la creación de El Perro y la Rana porque vino asociado a la demanda de un país lector, potenciado por todo el esfuerzo de las misiones educativas. Esto significa una prueba de que el aprendizaje editorial no echa para atrás, que las capacidades se desarrollan en la medida en que hay necesidades y posibilidades. Si Monte Ávila Editores logró convertirse en una editorial importante en el ámbito hispanoamericano, el esfuerzo del presidente Chávez se ocupó de una gran promoción del libro y de la lectura como nunca antes existió. Eso es importante, porque implica la incorporación de unos lectores para los cuales no se había estado haciendo publicaciones, me refiero a los excluidos.

EL MUNDO EDITORIAL IDEAL

¿Qué mejoraría?

Pienso que es necesario estudiar todo el sistema del libro hasta advertir las claves que nos permitan dinamizar aún más la producción editorial, hasta que todos los actores sean beneficiarios, que el libro produzca beneficios para sus autores, traductores, diseñadores, correctores, libreros y que la competencia sea mayor. Sueño con la posibilidad de que los escritores no tengan que ser gerentes editoriales o reporteros para ganarse el pan, que puedan escribir sus libros con el reposo necesario, que investiguen y que los lectores los esperen para comprar sus novedades. También pienso en que es necesario un mayor desarrollo del libro especializado, el que usan los estudiantes universitarios como material complementario en Medicina, Ingeniería, Arquitectura, Economía. La literatura clásica de todos los tópicos deben estar siempre en el anaquel o en la biblioteca. Eso define una política muy asociada al feed back de las librerías y bibliotecas, y a la capacidad que ahora no tenemos en el país de producción por demanda. Libros impresos en digital que garantizan la reposición en los anaqueles.

¿Cómo se hace eso?

No lo sé. Es muy difícil pensar en medio de este sacudón especulativo. Es un problema estructural que lleva años. Hay una frase muy frecuente: “ningún autor venezolano vive de la escritura”. Eso es un problema.

¿Por qué no se hace el libro en digital?

Requiere una inversión que no hemos hecho. Es más barato que comprar una imprenta y más necesario hoy. Solo que no tenemos las condiciones.

Libros de la colección ElDorado. Monte Ávila Editores

MONTE ÁVILA EDITORES

¿Cuáles son los logros en estas cinco décadas?

El primero tiene que ver con la organización editorial a favor de un lector venezolano e hispanoamericano. La apuesta de Monte Ávila Editores trascendió nuestras fronteras. Los editores estuvieron atentos a la compra de derechos de autores que estaban apenas apareciendo. Por eso casi de inmediato se publica La casa verde,ganadora del Premio Internacional de Novela Rómulo Gallegos. Se organizaron temas claves para el estudio del momento cultural: ciencias sociales, movimientos estudiantiles, sociología de la postguerra, filosofía contemporánea, antropología, estudios literarios y literatura. Autores de relevancia mundial vinieron a compartir el catálogo con autores venezolanos: Salvador Garmendia, Guillermo Meneses, Oswaldo Trejo, Esdras Parra, José Balza, Miguel Otero Silva, Francisco Massiani, Antonia Palacios, Laura Antillano, Isaac Chocrón, Vicente Gerbasi, Juan Liscano, Orlando Albornoz, Federico Riu, J.D. García Bacca. Estos son de los primeros nombres nacionales que se presentan junto a Lucien Goldmann, Max Frisch, Juan Carlos Onetti, Segundo Serrano Poncela, Augusto Roa Bastos, Mario Vargas Llosa. Y luego se sumaron Gabriel García Márquez, Julio Cortázar, Germán Arciniegas, Maurice Blanchot, Roberto Bolaño, y muchos otros.

¿Había paridad?

Al contrario, predominaba la presencia de venezolanos, le seguían textos y autores del continente nuestro, y traducciones de estudios y obras literarias.

¿Cuál fue la época dorada?

Si lo vemos nostálgicamente, apreciaremos su primera década. Pero cada época trajo consigo mucha diversidad, y esto representa la riqueza del patrimonio de esta casa editora. Pueda que me equivoque porque se me escapen datos precisos; pienso que la valoración depende del tipo de literatura que se busque por década. Para las traducciones, la década principal es la del 70; luego, la literatura infantil se desarrolla después del 1989, con Primera Dimensión; los años ochenta son los del teatro venezolano. La época principal de compra y distribución de autores extranjeros correspondería más a cuando hubo más dinero en la editorial, el momento inicial, y el año 1991, en que se fortaleció un sistema comercial que permitía la exportación de los libros de Monte Ávila Editores. Los tirajes más grandes pueden corresponder a la época del Gobierno Bolivariano con la instalación de la Imprenta de la Cultura y la creación de las Librerías del Sur, sobre todo mientras no existió este boicot contra nuestra moneda, que hace que los insumos sean muy costosos, e impacta en la producción. Esta es una realidad que nos afecta, pero no es el fin de la historia.

¿Cómo se ha distribuido la literatura?

Todas las épocas han tenido presencia de obras literarias, en algunos casos, por ejemplo, ha sido muy abundante la poesía, ese fue el caso del período dirigido por Carlos Noguera, pero también con él nació la colección Milenio Libre, de ensayos políticos de actualidad. MA nació como una editorial especialmente literaria. No obstante una curiosidad es que la colección con más títulos es Estudios. Si se suman las principales colecciones: Eldorado, Altazor, Continentes, Las Formas del Fuego, entonces esa relación cambia. Milenio Libre ha sido una de las colecciones con mayor tirajes y ventas. Pienso que eso corresponde a que durante la etapa del Gobierno Bolivariano ella recogió el gran debate político y cultural que se estaba dando en Venezuela.

¿Qué me dice del equipo de Monte Ávila?

Es un gran equipo. El equipo de producción, que es muy celoso de los detalles es el corazón de esta editorial. Muy pequeño. Incluye la experiencia dilatada de Wilfredo Cabrera y de Olga Molina, esa experiencia es un valor muy importante para nuestra casa; dos compañeras, Nagdy Guevara y María López, se incorporaron hace dos años, y si tuviésemos más capacidad administrativa, nos haríamos de una familia más grande. En el diseño y la diagramación Sonia Velásquez y Henry Mendoza son de los mejores que he visto, también se encuentra entre ellos Carolina Marcano. El equipo se completa con los coordinadores, Manuela Montilla a la cabeza de producción, Manuel Azuaje como coordinador estratégico, Beira Lisboa, coordinadora editorial, y Nidesca Suárez, escritora y analista editorial. Son muchas personas más, entre ellas Aura Salerno y Vilma Montana, quienes atienden aspectos del mundo administrativo que es mayor en número de trabajadores.

 

 

¿Por qué dejó de distribuirse en el extranjero?

Sospecho que los altibajos de nuestra economía interna y de Monte Ávila Editores, que siempre, hasta en sus momentos de mayor expansión, dependió del Estado, provocó una descapitalización que no permitió seguir manteniendo las redes en el exterior, las cuales nacieron con la editorial. El Viernes Negro produjo una de las grandes crisis para el país y para la editorial. Esto nos pone a pensar que mantener una red de distribución en el exterior fue un beneficio muy grande para nuestra casa, pero hay que considerar a qué costo. Monte Ávila Editores tuvo varios momentos de desatención y de amenaza de quiebra. Hoy sería altísimo el costo por distribuir fuera del país. Lo es también para casi todas las editoras del mundo, inclusive para las grandes transnacionales. Pero especialmente por las dificultades económicas por las que atraviesa el país, acentuadas por un bloqueo internacional impulsado por EE UU. Una fórmula moderna muy interesante es el comercio on line, por eso vemos grandes librerías y sus ofertas por internet. Es sencillo ese comercio digital, aunque no para los venezolanos en este momento. El servicio postal dura días en llevar un libro de un sitio a otro y es un costo adicional, en cambio un libro digital se compra al instante, por un valor inferior, y eso evita la reducción de los bosques en el planeta.

¿Cuáles son los retos?

La velocidad de adaptarnos a los cambios. La necesidad de pasar a la época del libro digital, la de prepararnos en este momento de guerra económica que no solo afecta al lector, al escritor, a nuestros trabajadores, al venezolano común, y todo el sistema del libro: editoriales, librerías, bibliotecas, papeleras, empresas de insumos para las artes gráficas e imprentas y sistemas de distribución. Comprender esta crisis y trabajar contra esta marea es un reto para todos. La crisis nos hace trabajar más, por menos resultados: estamos conscientes de que experiencia no se pierde, la rueda de la historia marcha hacia adelante y nosotros sabremos reponer lo que el conocimiento permite recuperar.

¿Cómo ve el futuro?

Como un futuro lleno de libros, porque nuestra historia editorial es un proceso que no ha culminado. Espero ser testigo de los cien años de Monte Ávila Editores, ya no como editor sino como su lector, así comenzó mi historia.

Programacion-aniversario- Monte Ávila Editores