Esta noche toca Charly
Charly García: la primera gran biografía sobre el más polémico de los músicos argentinos
Por Edgardo Scott
Tal vez el genio sea un maestro de la incertidumbre. Alguien que posee un temple especial para caminar de espaldas al verdugo o en un campo abierto bajo un cielo lleno de relámpagos. La mayoría de los mortales trata de huir de la incertidumbre y si no es posible, trata de reducirla al máximo.
En la última entrega de los premios Gardel, cuando inesperadamente Charly García subió al escenario hacia el final de la versión instrumental y sinfónica de Inconciente colectivo (habiendo sido el gran ganador de la noche, recibiendo por tercera vez el Gardel de oro) y se sumó al piano con su voz, tal vez por cuestiones del retorno del sonido, tal vez por no estar apuntado o dirigido, tal vez porque la orquesta tocara en otro tono, por despiste, por no salir ileso del paso de los años y de la vida sobre su cuerpo, tal vez simplemente por error, se produjo ese momento de incertidumbre. Porque Charly entró mal. Entró fuera de compás y de tono. La orquesta siguió tocando, Charly insistió, y siguió errando. Hasta que la incertidumbre -incluso el miedo- se hizo silencio. Silencio de Charly, silencio de la orquesta, duro y helado y enorme silencio, imagino, de todo el público que estaba ahí y de cualquiera que se tope desprevenido con ese momento en el video subido a YouTube. El silencio como incertidumbre o la incertidumbre como silencio.
Pero tal vez el genio también sea un maestro del humor; sea conservar incluso en los momentos de angustia, de riesgo y de miedo, el imprescindible sentido del humor. Y no sólo conservarlo: exhibirlo. Porque en medio de aquel silencio grande y peligroso como un témpano, Charly dejó de tocar, sonrió y acaso se rió de sí mismo, del momento, del error, de todo. «Tanto tiempo, chicos, chicas», dijo y el témpano se partió a la mitad, y alguien le gritó lo de siempre y todos aplaudieron, pero lo importante es que la orquesta un instante después salió del estupor y supo que debía olvidar las páginas sobre los atriles y que debía seguirlo. «Re», dictó García, y el ruido se deshizo o se hizo música.
No hace tanto salió un libro clave. Esta noche toca Charly, de Roque Di Pietro, una biografía a través de los recitales de Charly García, desde sus tiempos de infancia en el conservatorio, hasta el recital de Ferro del ’93, antes de La hija de la lágrima y sobre todo antes de su etapa más expresionista, oscura e inimitable, la etapa-manifiesto de Say no more.
Más allá de ser la biografía más reciente, pero también la más «objetiva», polifónica y sólida, por lo tanto, la más ambiciosa, Esta noche toca Charly es en verdad su primera gran biografía. Porque más allá de la acumulación y desarrollo de datos, anécdotas o mitos, hay un intento por despejar nociones trascendentes y problemáticas, como por ejemplo, la genialidad. La genialidad de Charly, y por extensión, al menos la genialidad de un artista argentino. Cito: «de donde provenía su talento y su excéntrica personalidad de genio». Así se despeja la linea de la formación clásica o el don del oído absoluto, aunque sirvan como catalizadores públicos de la condición genial.
Y otra de las cosas que muestra Esta noche toca Charly, al seguir al detalle sus diferentes etapas (Sui generis, La máquina de hacer pájaros, Seru Giran, sus diferentes discos y grupos solistas) es la transformación de su arte y su recorrido imprevisible. Nunca se sabe qué va a venir después. Por dónde va a seguir. De hecho, incluso su último disco, Random, tal vez sea la mejor muestra. Porque Random salió cuando nadie pensaba que Charly podía llegar a grabar otro disco y menos aun con canciones propias e inéditas. Y aun si eso fuera posible, todo indicaba que el deterioro de su salud sería el deterioro de su música. Y sin embargo, ahí está Random.
Comenzando con el Nocturno en Mi bemol, de Chopin para derivar en La máquina de ser feliz, una canción tan simple, tan dulce, con una melodía, justamente, de cajita musical y una letra que parece a la vez, despedida e invocación, renacimiento y requiem. Y con Charly cantando con un hilo de voz sí, pero un hilo de voz inspiradísimo, que logra esquivar los jaqueos y atrofias químicas. Una voz que, una vez más, conmueve y se divierte y dice que la máquina de ser feliz la tiene el papa y, por supuesto, la tiene Charly.
Porque tal vez para ser un genio haya que ser también un maestro ninja del coraje. Lo que dice Woody Allen -un admirado de Charly- al comienzo de Manhattan: el talento es suerte, lo que importa es el coraje. Ecuaciones mediante entonces: el talento es el coraje. Por eso sobre el escenario, después de fallar, después del -por qué no- ridículo, Charly insistió una vez más, marcó el pulso, dictó «Re» y volvió a confiar en la orquesta, en la música, y de algún modo en sí mismo; volvió a cantar el estribillo de Inconciente colectivo, ese himno que dice que la libertad siempre la llevarás y que te podés corromper, pero ella siempre está.