Cien años de Margot Loyola

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Margot Loyola: los cien años de la mujer fantástica del folclor chileno

Por Jorge Leiva

Su rol es clave para entender la música popular del país en el siglo XX y su legado aún deja marcas en los cantautores nacionales. Sin embargo, los actos oficiales son escasos y no tiene la universalidad de Violeta Parra, su gran amiga, la artista que siempre asomó como su paralelo y que sólo el año pasado también festejó su propio centenario. Aquí, las diversas maneras de conocer a Margot Loyola, justo cuando hoy se cumple un siglo de su nacimiento.

Margot Loyola Palacios nació el 15 de septiembre de 1918, en Linares. Hace justo 100 años, como la primera hija de un singular matrimonio. “No sé cómo se pudieron casar”, decía sobre sus padres, porque ella, Ana María, era una severa farmacéutica, y su padre Recaredo Loyola era, por el contrario, un “chinganero fino”, como lo definía ella con indulgente cariño. En su biografía de 1998 fue más precisa: “Le gustaban las cosas simples. Los chunchules y las mujeres”.

No fue fácil. “Yo sentí muchas veces las lágrimas de mi madre que rodaban por mi frente”, le contó a la escritora Sonia Montecino. A sus diez años vino el fin del matrimonio, y peregrinó por distintas casas. Las imágenes que guarda de esos años miraban hacia otra parte, como le dijo a Cristián Warnken, en una entrevista de 2006: “Recuerdo las zarzamoras. Y recuerdo los caminos de tierra. Es lo más grande que tengo dentro de mí: El paisaje”.

En la adolescencia, Margot se fue a vivir con su hermana Estela y su madre a Curacaví, y allí nacieron Las Hermanas Loyola. Desde 1938 actuaron en rodeos, teatros y grabaron discos, pero avanzado los años 40, la artista abandonó esa ruta y regresó a sus caminos de tierra a recopilar canciones. “Llegábamos a un lugar, se corría la voz que estaba la Margot Loyola, y empezaba a venir gente a cantarle. A ella le gustaba sentarse en torno a un brasero a tomar mate y escucharlos”, cuenta Osvaldo Cádiz, folclorista, bailarín y su compañero por más de 50 años, hasta su muerte, el 3 de agosto de 2015.

Anotando y grabando, acumuló un repertorio impresionante. Cachimbos en el extremo norte. Canciones de cuna kaweshkar, que le enseñó “una guardadora de cantos milenarios” de Punta Arenas. Temas mapuches de amor. Danzas populares en Rapa Nui. Valses, sajurianas, sirillas, mazurcas, refalosas, huaynos, periconas. Cuecas, por supuesto, y cientos de tonadas.

En 1956 comenzó a grabar esas canciones y desde 1980 también plasmó sus historias en libros, hoy casi todos en Internet. Ahí también está parte de su discografía, de más de veinte títulos. Varios en Spotify, casi todos en YouTube, otros descargables desde PortalDisc. En su centenario, cualquiera que pueda escuchar un reggaetón o una cumbia, también puede escuchar, si quiere, una canción de Loyola.


La maestra

En 1929 se había creado la Facultad de Bellas Artes de la Universidad de Chile, y “por primera vez se buscó hacer un estudio serio a la música”, dice el musicólogo Rodrigo Torres. Y describe: “En 1941 se creó la Orquesta Sinfónica y en 1945 el Ballet Nacional, el Coro Sinfónico y la Revista Musical Chilena. En ese contexto, 1943, se fundó el Instituto de Investigaciones Folclórico – Musicales”. El flamante instituto editó en 1944 el disco Aires tradicionales y folklóricos de Chile, con cantos y danzas recopiladas en terreno. Aunque la selección ha sido calificada como sesgada, es, en palabras de Torres, “la primera imagen musical típica de nuestro país”.

En ese punto de inflexión en la historia del folclor chileno se posiciona Margot Loyola. Primero como parte de ese disco, donde Las Hermanas Loyola hicieron 14 de las 27 canciones. Y poco después por una invitación del rector Juvenal Hernández para hacer clases en su flamante proyecto de “llevar” la Universidad por Chile: Las Escuelas de Temporada. Por 14 años, de 1949 a 1963, la intérprete dio clases de bailes y cantos folclóricos, en ciclos de 30 días, anuales o semestrales, a veces hasta con 300 alumnos.

Los más célebres: Cuncumén, Millaray, Ancahual, o su propio Palomar. Nunca han dejado de formarse grupos. Y ella nunca dejó de enseñar. Desde sus primeros discípulos, como Víctor Jara o Rolando Alarcón, a los más recientes, como Natalia Contesse, El Parcito, Andrea Andreu o Gepe.


Violeta y los centenarios

Margot Loyola habló por primera vez con Violeta Parra cuando, en los 50, la vio en una fonda cantando “La jardinera”. Le preguntó curiosa dónde la había recopilado y Violeta se enojó: “¡Es mía!”, le dijo. Desde entonces forjaron una férrea amistad. Tenían un año de diferencia y similares historias. Padre ausente, infancia difícil, un dúo de hermanas y el oficio de recopiladores. Pero tenían una diferencia esencial: en Violeta eran cada vez más protagónicas sus canciones propias, y por el contrario, las canciones compuestas por Margot era contadas con los dedos de una mano.

La diferencia la zanjaron ellas mismas en 1960, luego de un concierto de la originaria de Linares en el Teatro Municipal. Violeta ya había grabado cinco discos, y había compuesto algunas de sus grandes canciones, como “El gavilán”. Ya se empezaba a entender la monumental creadora que iba a llegar a ser, y desde ese lugar fue a ver a su amiga al camarín y le lanzó: “Margot: Eres la gran intérprete de Chile”. “No existía esa rivalidad que tendenciosamente se ha querido presentar “, le dijo al académico Agustín Ruiz en 1995. “Ella tenía su camino y yo el mío”.

Hoy los caminos vuelven a cruzarse cuando se comparan las celebraciones de ambos centenarios. Mientras el de Violeta en 2017 colmó espacios y medios, el de Margot aparece mucho más discreto: hoy no hay ningún acto oficial. El jueves estaba programado un homenaje en el Congreso, pero se postergó para el 26.

Osvaldo Cádiz, su viudo, va a tener entonces un cumpleaños íntimo en su casa de La Reina, donde Margot pasó sus últimos años. Y tal vez lo prefiere así, porque es justamente fuera de la órbita oficial desde donde han brotado la mayor cantidad de homenajes. En colegios, en plazas, en pueblos. La Academia que lleva su nombre ya tiene clara la solución. “A diferencia de Violeta que las celebraciones terminaron con el centenario”, dice su director Juan Pablo López, “acá hoy estamos comenzando”.

Pero a pesar de las pocas luces y carteles, su importancia es incuestionable. “Chile es un país de varias culturas”, dice Rodrigo Torres, “y ella tendió un puentes entre ellas. Trajo la cultura del campo a la ciudad, y no siguió el camino que le tenía reservado el mundo del espectáculo. En 1949, el mismo año que se aprobó el voto femenino en Chile, ella estaba empezando las Escuelas de Temporada. No es una casualidad”.

Margot viajaba sola. No tuvo hijos y se casó tardíamente, luego de convivir varios años con Cádiz. Fue la primera música no docta en ganar el premio Nacional de Música en 1994. Grabó discos hasta que tuvo 92 años y publicó libros hasta los 95. El célebre folclorólogo Oreste Plath, su incondicional admirador, lo predijo en los años 70. “Margot es fuente de energía y voluntad. Que nadie la detenga. Que venga, que venga. Se sabe que terminará su peregrinaje sólo al borde de la muerte”. Pero estaba equivocado. Ese peregrinaje, el que ella comenzó cuando era una niña, se sigue recorriendo.

La Tercera

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