El cielo rojo del norte

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Días antes de verse empampado, aplastado por el sol del desierto, el teniente chileno Tomás Godoy recorría el territorio con una patrulla de exploradores. Tenían mapa, órdenes claras, agua y caballos. No había por dónde perderse ni desviarse. Hasta que una cortina de tierra cambió las cosas.

La patrulla había salido con la misión de determinar a qué distancia se encontraba su compañía del río Loa. “Debían llegar a su ribera, asegurarse de que no hubiese presencia enemiga, volver y dar cuenta de lo visto. Esa fue la orden. Pero ahora aquello había desaparecido”. Ahora, “el teniente camina por la llanura arrugada, solitaria y sin nombre”, cansado ya de buscar una señal para orientarse. Después de todo, “perderse en cualquier desierto es malo, pero perderse en el desierto más seco del mundo y en plena guerra, es horrible”.

Creado hace cuatro décadas por el escritor y poeta Nicolás Ferraro, el personaje de Godoy no era entonces un militar ni estaba en medio de guerra alguna. Pero lo estuvo para Patricio Jara (1974), antofagastino al igual que Ferraro, quien se despachó un remake del cuento Tomás Godoy, el empampado. Lo tituló La muerte es una cosa muy seria y lo incluyó en su último libro, El cielo rojo del norte, que acaba de llegar a librerías.

Los ocho relatos que lo pueblan hacen convivir a personajes históricos, como Eleuterio Ramírez, con otros puramente ficcionales. Pero no fue misión del periodista y narrador, autor de El mar enterrado y Quemar un pueblo, etiquetarlos o diferenciarlos por cuestiones empíricas. Lo suyo, más bien, fue armar textos precisos y evocativos cuyos protagonistas son individuos de a pie que entregan al lector una dimensión sufrida y cotidiana de la experiencia de la guerra.

Historia y literatura

El propio libro informa que los relatos se fueron escribiendo en los últimos 18 años, período en que el autor incursionó paralelamente en la crónica, la novela y el cuento, recibiendo el premio del Consejo Nacional del Libro (2002) y el Municipal de Literatura (2014).

“Fue un proceso lento, sin apuro”, comenta el también colaborador de La Tercera respecto de su set de historias, dispersas en un principio. “Cuando te pasas mucho tiempo escribiendo novelas, cuesta trabajar en espacios reducidos, quedas con los frenos largos. Escribía un verano y revisaba lo escrito al siguiente. Hubo uno que escribí durante toda la recuperación tras lesionarme jugando fútbol, en 2011. Estuve como el protagonista de Misery. Pasó mucho tiempo para ver la unidad”.

Incluso desconociendo estos datos, llama la atención la prolijidad con la que trabaja cada historia: el modo en que el hacer y el padecer de los personajes los van constituyendo, así como los delicados recursos usados para instalarlos en una geografía normalmente hostil, que Jara conoce de primera mano y que ha trabajado a lo largo de su producción.

Su faceta de cronista, de quien observa quisquillosamente personas, lugares y cosas, es decisiva en este punto (tal como sugestiva y quirúrgica resulta la pluma). Tómese como ejemplo el arranque del relato que da su título al libro: “La misma mañana en que las tropas chilenas desembarcaron en el puerto de Antofagasta -y quizás en el mismo instante en que el primero de los doscientos soldados plantaba su calamorro recién lustrado en el tablón más cercano del muelle-, Apolonio Mancuso salió de su casa rumbo a la recova”.

Mancuso es un “sangrador”, como el de la novela homónima de Jara (2002): en ausencia de dentistas profesionales, saca dientes y muelas. Una de estas últimas -del juicio, para peor- atormentaba al coronel melipillano Emilio Sotomayor y Mancuso, boliviano sin preparación formal en lo suyo, se ungió involuntariamente como héroe de baja intensidad.

De un espíritu de supervivencia como el de estos personajes se alimenta un libro que tuvo sus razones para vertebrarse en torno a la Guerra del Pacífico, y Jara las expone. Dice que en muchos momentos este conflicto “fue nuestro propio Vietnam”. Que él ha sido siempre lector de historia y que “varios relatos son una reacción a esas lecturas”. Le interesan mucho los detalles, agrega: “Los espacios en blanco, las preguntas que cuesta responder. Eso, creo, es inevitable cuando eres periodista”.

Hay muchas zonas borrosas en la historiografía que resultan, al decir de Jara, ideales para un abordaje desde la ficción. Y ahí entran estos personajes, los suyos, que desde la periferia de la Historia con mayúsculas ayudan a iluminar el pasado: “Me interesan los últimos soldados de la tropa, los que no salen en la foto ni quedan en la memoria, pero que estuvieron allí y que son tan buenos y tan malos, tan héroes y tan cobardes como todos”.

Jara presenta una surtida galería de individuos: un boticario italiano que oficia de doctor, un militar boliviano que gana algún dinero en la lucha libre, un músico serenense que vuelve a la ciudad desde el frente y se sorprende a sí mismo inventando experiencias de la guerra. Hay personajes y hay recurrencias temáticas, como las relaciones entre conocimiento y poder.

También, por último, hay una literatura que se alimenta de la historia de la literatura. Mencionado ya el remake del cuento de Ferraro, Allá en el norte hay una guerra nació a partir de una historia de Ernest Hemingway, El regreso de un soldado (1925), mientras el relato Desnudo, contuso, completamente sordo tributa al suizo Blaise Cendrars y menciona a Edgar Allan Poe y a H.P. Lovecraft.

Su libro, dice Jara, “está lleno de guiños, de homenajes explícitos e implícitos”. Y remata contando que, como todo libro con tanto tiempo en el horno, el suyo “está lleno de chistes internos, mensajes a amigos y opiniones escandalosas”.

La Tercera

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