Historias mínimas, escritores gigantes
Historias mínimas de escritores geniales: Neruda, Brunet, Rulfo, Violeta Parra, Elizabeth Bishop, Borges y otros
Por Diego Zuñiga
Se supone que la literatura es un trabajo solitario. Escribir y leer son —en un inicio— actos que requieren esa concentración que, tal vez, sólo surge cuando uno está frente a un libro, frente a una pantalla, sin nadie que lo distraiga. Pero hay vida más allá de aquel lugar común y de esa soledad. Leer un libro como Un reflejo en el agua movido por el viento (Lumen) es descubrir y comprobar, de hecho, la importancia que ha tenido en la historia de la literatura ciertas amistades, ciertos diálogos sin los cuales no se hubiesen escrito, tal vez, algunos de los libros más importantes con los que un lector se puede cruzar en su vida.
Porque en el fondo la literatura es, en muchos sentidos, un ejercicio que requiere siempre de otro: un otro que lea, un otro con el cual compartir lecturas, un otro con el que se pueda discutir, pues en esa discusión, probablemente, sea el momento en el que acabe el ejercicio de escribir, el ejercicio de leer.
Una figura paradigmática en ese sentido sería la de Ezra Pound, que si bien no protagoniza ninguno de los textos que componen Un reflejo… —probablemente porque su historia ya es muy conocida—, no está de más convocarlo a esta reunión de encuentros y desencuentros literarios. Ahí está Pound corrigiendo el manuscrito de La tierra baldía y convirtiendo el libro de Eliot en una obra maestra; o difundiendo la poesía de W.B. Yeats o ayudando a publicar el Ulises de Joyce. La lista es, sin duda, muy larga, pero tal vez las palabras que le dedicó en su momento Hemingway sirvan para resumir su figura: “Pound dedica una quinta parte de su tiempo a su poesía y emplea el resto en tratar de mejorar la suerte de sus amigos. Los defiende cuando son atacados, hace que las revistas publiquen obras suyas y los saca de la cárcel. Les presta dinero. Vende sus cuadros. Les organiza conciertos. Escribe artículos sobre ellos. Les presenta a mujeres ricas. Hace que los editores acepten sus libros. Los acompaña toda la noche cuando aseguran que se están muriendo y firma como testigo sus testamentos. Les adelanta los gastos del hospital y los disuade de suicidarse…”.
Detrás de esta generosidad, lo que buscaba Pound era construir un campo cultural mucho más complejo, más diverso, más desafiante. Cuando tus contemporáneos sólo publican obras maestras, no queda otra que estar a la altura.
*
Un reflejo en el agua movido por el viento convoca una serie de viñetas, postales y momentos en los que se detiene Felipe Reyes (1977) —escritor, músico, editor— para construir una personalísima historia de la literatura —chilena, latinoamericana y en otras lenguas—. Son esbozos biográficos, pequeños ensayos y crónicas en las que Reyes logra capturar una serie de instantes fugaces, pero llenos de sentido. Empieza, de hecho, con dos parejas de amigos —o más o menos amigos— que marcarían la literatura chilena del siglo XX. En el patio de una casa en Independencia, Pablo de Rokha y Pablo Neruda desafían a Manuel Rojas y a José Santos González Vera a una competencia de rayuela. El premio: una garrafa de chicha, reluciente. Todo termina mal, por supuesto, pero al menos se ríen.
Y así, entonces, los lectores verán desfilar por estas páginas a Marta Brunet entrevistando arriba de un auto a Claudio Arrau; al poeta norteamericano Robert Lowell armando un escándalo en una fiesta en casa de Borges; a Violeta Parra enamorada de un joven Luis Oyarzún; a Rulfo, solo, sentado en el bar del Hotel O’Higgins, tomando un vaso de ron; y a una jovencísima Elizabeth Bishop (en la imagen principal) conociendo a quien sería una de sus maestras: Marianne Moore.
O ese capítulo —uno de los mejores— en el que se reconstruye la mítica lectura y lanzamiento que hizo Enrique Lihn de El Paseo Ahumada, en 1983, junto a un grupo de jóvenes poetas —Elvira Hernández entre ellos—, y que terminó con Lihn detenido por unas horas en una comisaría del centro de Santiago.
Y así, entonces, los lectores verán desfilar por estas páginas a Marta Brunet entrevistando arriba de un auto a Claudio Arrau; al poeta norteamericano Robert Lowell armando un escándalo en una fiesta en casa de Borges; a Violeta Parra enamorada de un joven Luis Oyarzún; a Rulfo, solo, sentado en el bar del Hotel O’Higgins, tomando un vaso de ron; y a una jovencísima Elizabeth Bishop (en la imagen principal) conociendo a quien sería una de sus maestras: Marianne Moore.
O ese capítulo —uno de los mejores— en el que se reconstruye la mítica lectura y lanzamiento que hizo Enrique Lihn de El Paseo Ahumada, en 1983, junto a un grupo de jóvenes poetas —Elvira Hernández entre ellos—, y que terminó con Lihn detenido por unas horas en una comisaría del centro de Santiago.
-Este libro tiene un vínculo con tus otros trabajos de no-ficción, en los que se dejaba entrever un interés genuino por reconstruir una suerte de historia personal de la literatura a partir de detalles, de desplazamientos. ¿De dónde vienen estas preocupaciones para ti?. ¿Qué encuentras en estos materiales que te interesa indagar en ellos y reconstruir, en parte, esa historia de la literatura que, desde Chile al menos, se ha escrito muy poco?
-Más que un interés en la historia de la literatura como algo totalizador o exhaustivo en su índice onomástico o la efeméride, me interesan esas historias primero como lector de crónica y ensayo literario. En el sentido en que son las preguntas que van surgiendo a partir de lo que voy leyendo, sin ningún programa específico, algo así como los cabos sueltos que van apareciendo (o que yo me invento), y eso es lo que después intento unir, como en Nascimento… y el libro sobre Rodolfo Walsh en Chile. Me interesa mucho ese tipo de textos, esa mezcla de elementos, lo híbrido, lo que se quede fuera del cajón de la clasificación.
Y concuerdo contigo, siento que, al menos en narrativa, cortamos los vínculos con una tradición muy rica en su diversidad, y las conjeturas al respecto pueden ser muchas… a mí me interesa escribir con esa sombra, o con esa compañía, pero pareciera que esas obras escritas en la pujante república pre-golpe carecen de interés para la palpitante globalización.
-Un elemento muy interesante de Un reflejo… es que es un libro que está construido a partir de la lectura que haces tú de textos que durante muchos años han sido “marginales” o no centrales para la academia y la prensa: diarios de vida, cartas, ensayos, crónicas. Haces una lectura muy lúcida de estos textos, y luego los conviertes en la materia esencial de este nuevo libro. ¿Qué te atrae de estos textos más laterales? ¿Qué has descubierto a partir de su lectura?
-Creo que la lectura de esos otros registros se fue dando en la medida en que iba conociendo a un autor… Cuando me interesa su obra, generalmente me interesa también su forma de trabajar, de vivir su oficio: para mí es como intentar leer o comprender el plano de un edificio o de un barco; creo encontrar en el making-of de la escritura, del quehacer literario, algo del andamiaje y de los engranajes de una obra, pero también de una época y sus tensiones, de ahí mi afición por esos materiales más laterales como las entrevistas, las cartas o los diarios, lo que en todo caso leo más como un simulacro del oficio literario que como una “verdad”, aunque en muchos casos esas confesiones sean inconfesables más allá de la escritura. En el caso de Un reflejo… esos registros laterales son lo que me permitieron intentar construir personajes “verídicos”, pero como si fueran de ficción.
-¿Cómo se origina un libro de estas características? ¿Fueron una suma de textos que de pronto descubriste que tenían un hilo que los unía? ¿O fueron textos escritos especialmente para el libro?
-La idea del libro, como unidad temática, es posterior. Surgió cuando había varios textos escritos en distintos estados de avance o extensión, en distintos momentos, pero que compartían una reiteración, que es el eje del libro: vínculos, amistades extensas, o ciertos encuentros entre escritores o artistas. La idea era tomar una sola escena, o una foto, aunque después todos se expandieron. Ahí recién pensé que quizá podrían ser un libro. Respecto a la forma de los textos, creo que se fue dando según la historia… o al revés: siento que la historia, la escena, fue determinando la forma, o algo así.
Y claro, todos se nutren de las anotaciones y el rayado sistemático de libros, de prensa, sin duda, pero también de documentales o entrevistas de YouTube. Y con esa idea de conjunto se fueron agregando otros momentos o escenas de escritores que me interesan, que releo o que empiezo a leer ahora, por eso está presente también algo de la obra de esos autores, intento proponer una lectura. Surgen también a partir de la pausa de una novela a medias o algo parecido a eso. De alguna forma funcionó como un desvío también.
-Uno de los temas que me parecen más interesantes que surgen a partir de la lectura del libro es la idea de la “amistad literaria”, una idea que justamente cuestiona ese lugar común de que la literatura es un ejercicio, en esencia, solitario. ¿Te parece importante retratar estas amistades, esto que nos lleva a pensar la literatura como un ejercicio, incluso, a veces grupal?
-Me gusta pensar que en la soledad del trabajo literario hay otra parte que es colectiva y que se hace con los otros, en diálogo con los otros: afectivo, verbal, textual, estético o simplemente por llevarle la contra a un medio o a un entorno.
También entiendo la amistad como un elemento fundamental en cualquier trabajo creativo, por el diálogo y el aprendizaje mutuo que genera el vínculo. También me gusta pensar –y practicar– que a pesar de la individualidad reinante de estos tiempos, de la competencia vacua que domina todos los aspectos de la existencia, aún es posible el trabajo colaborativo.
-¿Podrías hablarnos, finalmente, sobre la selección de autores cuyas vidas y anécdotas permiten construir estos textos? Uno lo puede leer como una antología personal, como una lectura sobre lo que es para ti la literatura chilena, creo, y también pensar en la propia tradición, ¿no?
-Yo creo que uno se va armando su tradición propia. La que más te hace sentido, la que te marca. Sin embargo, para mí es importante la idea de una tradición local, como el árbol genealógico o un álbum familiar, pero no por alguna clase de patrioterismo trasnochado, sino por las preguntas que surgen de eso.
Todos los escritores que aparecen en el libro me interesan o me han interesado en algún momento, por distintas razones y particularidades. Hay varios otros autores de los que he escrito, pero los textos incluidos en Un reflejo… creo que son los que más se mueven en el tema que cruza el libro.