Poner el cuerpo

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Escrituras trans: poner el cuerpo después de la letra

No son nuevos los personajes trans en la literatura, pero sí lo son las escrituras que consignan una identidad al interior de ella (Lemebel, Monalisa Ojeda, Sosa Villada), o incluso las que dejan en evidencia el tránsito entre una identidad y otra (Preciado, Acevedo).

Por Gonzalo León

Cuando se cumplieron veinte años de la muerte del escritor cubano Severo Sarduy, Roberto González Echeverría, amigo, lector e interlocutor de Sarduy, escribió una nota donde señalaba algunos de los aspectos que le gustaban de la obra del autor nacido Camagüey en 1937, entre ellos estaban “esos travestis frenéticos, pintarrajeados, poseídos por deseos intensos que los impulsan a aventuras extravagantes y conflictivas”. González se refería, como cuenta el escritor trasandino Luis Chitarroni en su último ensayo, a la novela De dónde son estos cantantes, en la que Auxilio y Socorro son “unas travestis que andan por ahí hablando mal de todos”. Pero personajes travestis ha habido en la literatura latinoamericana desde hace década, basta recordar El lugar sin límites, de José Donoso, o la obra de Copi.

Copi fue quien avanzó más en no sólo usar personajes travestis en sus narraciones, sino en interpretar a esos personajes en el teatro, ya que él además fue actor. Pero quien dio otro paso más hacia las escrituras trans fue Pedro Lemebel, aunque no por sus personajes, ni porque los interpretara en el teatro, sino porque encarnaba diariamente la estética travesti, cosa que ya venía de las Yeguas del Apocalipsis, el colectivo de arte que integró desde 1987 hasta 1993 con Francisco Casas. Por eso el crítico Ignacio Echevarría, en el prólogo de la antología de crónicas Poco hombre, señaló que “Lemebel se alinea explícitamente con este ‘travestimo prostibular’ como lo hace instintivamente con toda minoría”. Pero ya antes Roberto Bolaño había observado esta pertenencia: “No es el primer homosexual, válgame Dios, del Parnaso chileno, lleno de locas en los armarios, pero es el primer travesti que sube al escenario, solo, iluminado por todos los focos, y que se pone a hablar ante un público literalmente estupefacto”.

Pedro Lemebel.

¿Qué es lo que Lemebel le habla a ese público? Lo que ve cualquier travesti: la noche, las calles de Santiago, pero no aquellas iluminadas por el jaguar sudamericano, sino aquellas calles donde la pobreza y la marginalidad siguen subsistiendo, como si nada hubiera cambiado desde 1973. Es el ojo de loca con que luego firmará sus columnas en el diario La Nación. Lemebel no fue un travesti, pero reivindicó una gestualidad y también una mirada. Sin embargo, cuesta decir si las escrituras de Lemebel, Copi, Donoso o Sarduy hayan sido escritura trans, más bien parecen haber sido el camino introductorio para otras escrituras que han surgido en el último tiempo.

Quizá una de las primeras escrituras trans que se conformó como tal desde la no ficción fue la del español Paul B. Preciado, quien en su último libro es capaz de transmitir los cambios que lo llevaron de Beatriz a Paul, este cambio no sólo hay que mirarlo como un cambio hormonal, que en su caso lo fue, o de tránsito entre una identidad a la otra, sino como un modo de mirar el mundo y, tal vez sin quererlo, la escritura. Y es que las escrituras trans ponen el cuerpo delante de la letra.

Un apartamento en Urano.

Pero vamos al grano. En su último libro, Un apartamento en Urano (crónicas del cruce), Preciado va mostrando el proceso que lo llevó a ser la persona que es hoy. Si bien estas crónicas aparecieron antes en el periódico francés Libération, el hecho que estén reunidas ofrece al lector la posibilidad de observar este proceso: “Cuando empecé a escribir estas crónicas mi nombre era aún Beatriz y, aunque disidente desde mi lesbianismo queer, ocupaba una posición social y legal femenina. Acabo este libro, aún en el cruce, firmando con un nuevo nombre y con un documento de identidad que indica que mi sexo legal es masculino”. Preciado cuenta que este cruce comenzó en 2004 cuando se administró por primera vez pequeñas dosis de testosterona; por años siguió administrándose la hormona, una dosis denominada “umbral” porque no disparaba “la proliferación en el cuerpo de los llamados ‘caracteres secundarios’ del sexo masculino”. Pero en 2014 empezó un protocolo médico-psiquiátrico de reasignación de género. Y así fue cómo a medida que aumentaba la dosis de testosterona los llamados “caracteres secundarios” –surgimiento de vello facial, cambio de tono y registro de la voz–iniciaron la conversión.

Junto con el cambio de voz, que hacía que captara mejor la atención de mozos y meseras, vino el cambio de nombre. Curiosamente pensó en un nombre latinoamericano y guerrillero: Marcos, por el subcomandante de Chiapas, en México, pero ante las acusaciones de colonialismo decidió elegir otro. Al final, según Preciado, gracias a unos rituales chamánicos dio con el nombre: Paul. Por eso hasta diciembre de 2015 las crónicas están firmadas como Beatriz, desde esa fecha inicia otra historia. Para Preciado, “una transición de género es un viaje jalonado de múltiples fronteras”, y por eso viaja, y viaja sin cesar: “Me convertí en una migrante de género”.

Paul B. Preciado.

Preciado no es solamente una migrante de género, sino una migrante de conceptos, cosa que aparece antes de tomar testosterona, de este modo comienza a denunciar en estas crónicas un nuevo tipo de democracia, el papel de los estados como dueños de los cuerpos, la unión entre la ultraderecha y del neoliberalismo para controlar aún más los cuerpos. Y además habla de transfeminismo y, en el marco de la segunda ola de feminismo, se refiere al papel del turbante de Simone de Beauvoir que, según él, “forma parte de un ejercicio de travestismo a través del cual Beauvoir enmarca y teatraliza al mismo tiempo la feminidad burguesa heterosexual y su rechazo”, o en otras palabras, ese turbante era el símbolo de su inscripción a “sus prácticas queer”.

Es interesante esta escritura, que pretende poner en juego el orden establecido, el binarismo sexual, muchas cosas que buena parte de las sociedades occidentales así como de sus líderes políticos, sociales y religiosos dan por sentado. Sin embargo, Preciado no pretende ser varón, sino tener una identidad que pusiera a prueba todas estas cosas. En suma, llevar al terreno de lo concreto aquella frase de “lo personal es político”. Eso en las sociedades occidentales, porque en las orientales debe adaptarse y usar ropa de mujer y depilarse. En este punto quizá no parezca tan revolucionaria como quisiera, pero no le importa, porque lo suyo es subvertir el orden en países desarrollados. En un país oriental o latinoamericano su voz no sería fácilmente oída, o tal vez ni siquiera existiría. Y esto es lo que le molesta a Preciado, se sabe una privilegiada y por eso siente pudor, por no decir vergüenza en algunas de sus crónicas, de ser europeo. Aunque bueno, esto no tiene que ver con las escrituras trans.

Camila Sosa Villada.

Camila Sosa Villada es una escritora argentina que lleva hace un tiempo trabajando el concepto de transescritura y en el ensayo autobiográfico El viaje inútil parece haber encontrado una definición para ese concepto. Sosa Villada parte contando su historia en un pueblito de la provincia de Córdoba, donde le tocó vivir la pobreza. Sus recuerdos se remontan hasta el momento en que escribe por primera vez su nombre, que en ese momento era de varón: Cristian Omar. Sosa Villada huye de su casa a los dieciocho años. Pero antes, como ella misma relata, sus padres le regalan lo único que podían darle: la escritura. Ya en el colegio se da cuenta de que tiene talento para las narraciones, o al menos eso le dicen los profesores. Tanta habilidad demuestra con estos primeros textos, que aprovecha para inventar que en la vida real era millonaria.

Luego del descubrimiento de la escritura vino la calle y con ella el comercio sexual. De ahí que señale que cuando escribe, lo hace para que su historia se sepa: “La historia de mi travestismo, de mi familia, de mi tristeza en la niñez, de toda esa tristeza prematura que fue mi familia, el alcoholismo mi papá, las carencias de mi mamá”. Y luego agrega: “La escritura es un saber y ser travesti tiene un significado de orden espiritual que sustenta ese saber”. Camila Sosa Villada, que este año publicó en Tusquets Las malas –con lo que de paso parece haber consolidado su proyecto de escritura–, recién tomó conciencia de que lo suyo era una escritura trans con el ensayo citado, publicado el 2018. Desde esta óptica, reconoce parentesco con Marlene Wayar, también cordobesa, que publicó recientemente Travesti/Una teoría lo suficientemente buena en la editorial Muchas Nueces, y con ella se siente, tal como me señaló en una entrevista, “transescritora”.

El viaje inútil.

El cuerpo es un elemento que une a Sosa Villada, Wayar y Preciado, pero también este elemento, hasta cierto punto, lo comparte Iván Monalisa Ojeda, autor chileno que vive en Nueva York, al menos desde los 90, cuando Pedro Lemebel fue hasta esa ciudad para hacer su performance Los alacranes. En esos callejeos se conocieron, según un dudoso anecdotario, Monalisa y Pedro. Pasaron los años y Monalisa se convirtió en escritor. Quiso la fortuna que un año antes de que muriera Pedro, Monalisa sacara su primer libro La misma nota forever y este año reincidió con Las biuty queens. En una columna Juan Pablo Sutherland describió ambos libros en los siguientes términos: “En pequeños cuadros van apareciendo escenas: un amanecer zombi en las calles, una despedida o un desplome del personaje muerta de drogada y borracha a la cama, o solo reconocer el horizonte de una mamada al final de la jornada”. Por su parte, en una entrevista concedida a Antonio Díaz Oliva a este mismo medio, Monalisa señaló que se consideraba “tránsgenero two-spirit porque no quiero vivir como mujer las 24 horas del día. Y anyway: estoy tanto de acuerdo con mi parte masculina como con mi parte femenina”.

Los personajes de Las biuty queens son trans, travestis y prostitutas, es decir se trata de la calle, que en un punto encaja con la mirada de Lemebel, sin ser obviamente la misma mirada ni la misma prosa. Sin embargo, Monalisa Ojeda no comparte completamente el elemento de poner el cuerpo en su escritura; como ella misma dice, “no quiero vivir como mujer las 24 horas del día”, y eso hace que no sea del todo una escritura trans, aunque sí comparte un imaginario, como hicieron Sarduy o Copi.

Las biuty queens.

La escritura del argentine I Acevedo sí es del todo trans, o al menos así se muestra. I antes era Inés, y había publicado varios libros, uno de ellos Una idea genial, que fue su debut literario en 2010. Después pasaron cosas, y su último libro Late un corazón es un conjunto de geniales cuentos, donde lleva lo que intenta hacer Preciado en el ensayo a la ficción, sin los traumas del español. Quizá Acevedo tenga la ventaja de haber nacido latinoamericana, argentina, pobre o, mejor dicho, sin ninguna clase privilegios que entrega un país desarrollado. Late un corazón abre con un cuento homónimo, que podría interpretarse como lo que antes se llama arte poética, aquí la narradora cuenta que “hoy cierro un ciclo de veinte años de escritura, veinte años en los que la escritura me ayudó a sobrevivir en todos los sentidos posibles” y luego agrega: “Ser madre, hacerme lesbiana, no ser más mujer, fueron experiencias que me abrieron a las emociones”. Se trata de una escritura autobiográfica vinculada no sólo a una vida, sino también a un cuerpo y en última instancia esta aclaración que él/ella misme entrega: “La primera persona singular yo es una modalidad de época, no es un capricho egocéntrico, y lejos de ser un gesto individual, es una necesidad colectiva”

Lo que parecer señalar Acevedo es que estamos como lectores ante el cierre de determinado ciclo de escritura en ella/él, que obviamente tiene que ver con el adiós a su feminidad (“recuerdo que miré mi ropa: mi jean, mi pulóver color claro, un tapado blanco, diciéndoles adiós, como si sacara una foto mental de mi último día con ropa de mujer”), y la inauguración de otro ciclo. Lo curioso es que este libro es el registro entre un ciclo y el otro, el tránsito de uno a otro, algo que también se ve en Un apartamento de Urano. No sé si Acevedo sea lectore de Preciado o si Preciado sea lector de Acevedo, pero lo cierto es que hay en estructura y propuesta algo muy emparentado.

Por último, quiero aclarar que no soy ningún experto en escrituras trans, soy más bien un lector curioso que le ha tocado leer varios de estos libros con diversas intensidades. Obviamente se me escaparán nombres, libros, propuestas, y de seguro cometeré más de un error de apreciación en esta nota. Pese a ello me arriesgo, porque me parece que todos los temas hay que hablarlos, someterlos a discusión, pero no para sacar una sola o única conclusión, porque con ello se correría el riesgo de tener una sola respuesta para un tema, y eso es lo que precisamente escrituras como las de Preciado, Sosa Villada, Monalisa Ojeda o Acevedo están tratando de romper.

La Tercera

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