El vértigo horizontal

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Mirada a una Ciudad de México con sus brillos y sus sombras

Juan Villoro regresa a librerías con otra clase de crónica periodística en ‘El vértigo horizontal’.

Por Juan Camilo Rincón

Ciudad de México es esa colcha de retazos, de imperios lejanos o destruidos que se ha edificado, a su manera, como una de las más grandes ciudades de Latinoamérica. Es una ciudad laberinto a la que, cuando se la conoce, cuesta dejar ir.

El escritor Juan Villoro nos entrega una interesante visión sobre la capital mexicana en su libro ‘El vértigo horizontal’, una serie de crónicas breves creadas en el curso de más de veinte años y que toman forma, como la protagonista misma, en un Frankenstein digno de ser leído.

La pluma del autor nos lleva en un recorrido íntimo y popular por una ciudad que maravilla a millones de locales y visitantes. Villoro conecta cada texto con el siguiente, como las estaciones del metro que nos van llevando a rincones que no esperamos, hacia sus vírgenes, sus demonios enmascarados, sus tacos y sus genialidades. Nos pasea por una ciudad cuyas calles no conoce “ni el más laborioso de los taxistas”.

Desde la sabia mirada de su abuela, la lucha contra sismos demoledores y la necesidad urgente de sobrevivir, así sea ‘a chingaderas’, Ciudad de México se configura como una capital horizontalmente más grande que Bogotá y que ha decidido transformarse para mirar hacia arriba. El límite es ese suelo que todos esperan sea capaz de sostener la mole, pese a haber sido un gran lago en el inicio de los tiempos.

Al recorrer las páginas de ‘El vértigo horizontal’ es inevitable encontrar las similitudes con la capital colombiana: el caos del tránsito, los afanes y lo pintoresco, la fama erótica del lechero y las ceremonias capitales, lo pagano y lo religioso, la modernidad, la pobreza, los barrios construidos sin visión urbanista, la vida que no se ha planeado.

En cada recoveco y en todos los rincones hay un alma que otorga una belleza oculta a nuestras ciudades, y Villoro lo revela en cada crónica.

‘El vértigo horizontal’ nos permite entender una ciudad, enfrentarnos a ella y apropiarnos, hacerla nuestra. Todos la habitamos al mismo tiempo, pero al final es ella misma, varias ciudades que son vividas en diversos tiempos.

La habitamos en el presente desde el pasado y desde otros lugares, desde las avenidas por las que caminaron los próceres o desde el más reciente edificio inteligente, desde los ojos de la madre que cuida a sus hijos cuando juegan en el andén y desde la infancia en la que todo era más grande, mayúsculo.

“Se pertenece a la capital por el hecho de llegar (el problema es volver a salir). Nuestro único control de calidad es seguir aquí”, dice Villoro.

El sentido laberíntico se sostiene en cada página, donde se expresan, además, las complejidades y contradicciones de la pertenencia: “Decidí amarla y despreciarla como solo se ama y se desprecia lo que te pertenece”.

Se ama y se odia lo que se conoce, pero también lo que se imagina, pues “su aguante no depende de la épica, sino de la imaginación: sale a la calle a cumplir ficciones y se incorpora al relato de una ciudad que rebasó el urbanismo para instalarse en la mitología”.

Entrevista a Juan Villoro, escritor de ‘El vértigo horizontal’

Hay un asunto generacional en la apropiación de la ciudad; para cada uno, los íconos, los espacios más relevantes, son diferentes, y dependen del “espíritu de los tiempos”. ¿Cómo siente que las nuevas generaciones asumen la ciudad y se ajustan a ella?

Es muy cierto lo que dices. Las ciudades están sujetas al tiempo y son percibidas de distintos modos. La mía ha cambiado tanto que, aunque no seas muy viejo, circulas por dos ciudades, la que miras con los ojos y la que aparece en tu memoria. Hay tiempos que no dejan de cruzarse en la Ciudad de México: los basamentos aztecas, la zona colonial, las casas de principios de siglo, la arquitectura moderna y posmoderna.

Lo más interesante de las nuevas generaciones es la forma en que se apropian del espacio público, reuniéndose en sitios que antes carecían de todo interés, organizando ahí festivales y otras actividades, y también del espacio privado, dándoles vida a zonas que se consideraban abandonadas o invivibles, activando espacios en terrazas y azoteas. Esto no es uniforme porque se trata de una ciudad muy desigual, con enorme contrastes sociales. Los jóvenes del barrio corporativo de Santa Fe les dan vida a los vestíbulos de las grandes oficinas que son su único sitio posible de reunión, y los jóvenes de las zonas en las que aún se practica la agricultura demuestran que la cultura atávica de los pueblos originarios forma parte del presente.

De manera constante, Ciudad de México ha sido vista literariamente: Fuentes, Fernando del Paso… ¿Cómo cree que se construye una ciudad literariamente real?

‘El vértigo horizontal’ recoge voces de muchísimos testigos de la ciudad. No hay una manera de contarla. Fuentes escribió ‘La región más transparente’ en 1958, cuando la ciudad tenía cuatro millones de habitantes, y Del Paso narró en ‘José Trigo’ la vida del barrio ferrocarrilero de Nonoalco a principios del siglo XX.

Hoy en día se necesitaría una asamblea de narradores para dar cuenta de todo lo que sucede en esa macrópolis. La mirada con la que narro es personal y en esa medida se aparta de muchas otras, pero me pareció imprescindible dialogar con los muchos poetas, cronistas y narradores que se han ocupado de ese espacio.

Martín Caparrós afirma que, para el visitante, Ciudad de México es infinita. ¿Qué herramientas nos entrega usted en su libro para, de alguna manera, limitar esa infinitud?

También es infinita para quien vive en la ciudad. Ni el más laborioso de los taxistas ha estado en todas sus calles.

El frenesí, la velocidad, la impuntualidad, el miedo ante la inseguridad son algunos aspectos que hacen muy similares a Bogotá y Ciudad de México. ¿Qué otros elementos comunes encuentra entre las dos ciudades?

El elemento unificador es el tráfico. Como ustedes son más madrugadores, ese problema los atrapa más temprano. La primera impresión que causan estos territorios es la de que no podrán ser atravesados. Luego descubres que no llegas a todas partes como quieres, pero el asombro es que llegues.

Otras similitudes son las lluvias torrenciales, la cortesía de la gente, que de pronto se pone violenta, y el gusto por la parranda en un sitio que no parece ofrecer otra cosa que el caos.

¿De qué manera lo extranjero se ha ido incorporando a la cultura y el ser de Ciudad de México?

La Ciudad de México fue fundada por migrantes. Los aztecas eran recién llegados a un valle donde había civilizaciones anteriores. Desde entonces, nuestra ciudad no ha dejado de ser definida por la gente que viene de lejos.

En el siglo XX recibimos el maravilloso influjo de los republicanos españoles y de numerosos exiliados de América Latina. Es la ciudad donde García Márquez, Barba Jacob, Álvaro Mutis, Fernando Vallejo y otros colombianos escribieron sus mejores obras.

Participé en la elaboración del proyecto de Constitución de la ciudad. Como narro en el libro, 28 ciudadanos nos dimos a esa tarea. Lo más importante fue decidir quién califica como habitante de ese entorno. Decidimos que, por el solo hecho de estar ahí, cualquier persona merece los derechos que brinda la ciudad. No podía ser de otro modo en un espacio que, desde los aztecas hasta los migrantes centroamericanos, no ha dejado de recibir a gente que viene de lejos.

¿Cree que los niños que crecen hoy en Ciudad de México idealizarán la ciudad en 50 o 60 años?

Por supuesto. La edad es caprichosa, y el futuro es la región donde recuerdas con gusto lo que no disfrutaste como presente.

En cada época, las narraciones sobre la ciudad cambian. ¿Encuentra un hilo conductor, una estructura, una concepción unificada que narre la Ciudad de México del siglo XXI?

Mi libro está ordenado como un mapa del metro. No puede haber un hilo conductor para la ciudad. Escogí seis rutas como otras tantas líneas, y el lector puede seguir cada una de ellas o leer el libro de principio a fin. Eso permite tener un registro muy personal, un registro de los sobresaltos, un registro de los personajes de la ciudad, etc.

¿Es ‘El vértigo horizontal’ un libro para que el extranjero conozca Ciudad de México, o para que el local se reconozca como habitante de ella?

Las dos cosas. Escribo para gente que conoce la ciudad mejor que yo y para gente que nunca la conocerá. No se trata de una guía de viajes, sino del viaje a un estilo literario.

De la Ciudad de México de hoy, ¿qué siente que es suyo?

En el último texto, escrito a propósito del terremoto, lo resumo: “Eres del lugar donde recoges la basura”. Tu única patria incontrovertible es aquella en la que sientes que te haces responsable de los desperdicios.

El Tiempo

 

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