Las porfiadas palabras

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Las porfiadas palabras

Por Omar Valiño

Algunos espectáculos se te esconden durante algún tiempo. Me ocurrió con Las venas abiertas, de Teatro La Rosa, hasta que el Mejunje Teatral, acontecido hace poco en Santa Clara, me permitió, al fin, «capturarlo».

Roxana Pineda, esa actriz de singular y fructífera trayectoria, firma como directora este trabajo que la coloca a ella misma en el escenario acompañada de dos músicos. No se trata de una puesta en escena sobre una obra de teatro escrita previamente, sino de un recital dramático donde se amalgaman textos y acordes. El teatro cumple su función de privilegio al poder juntar y sacar chispas a materiales varios, de distinta naturaleza, sin existencia previa para las tablas.

Los textos, se podría decir que todos, de Eduardo Galeano, bajo ese nombre de un esencial título suyo, pero sabemos que una de las características del escritor uruguayo fue citar, reelaborar, recrear palabras previas, de tal manera que escuchamos «todas las voces, todas» de nuestra América en Las venas abiertas.

Los músicos, Juan Manuel Campos en el piano, con sus magníficos arreglos, y Alejandro Yera en el clarinete, también leen, dicen o comparten pasajes de Galeano, como al principio los de su nacimiento como escritor, en su instante de asumir el nombre, de ser el Otro.

Y Pineda pone su cuerpo teatral y la voz. Los tres «entran en canción» y se van cruzando, literalmente tejiendo, las quemantes palabras de Galeano con ese acervo musical extraordinario de nuestras tierras, en particular del repertorio cubano, sea por los autores o por las voces en que reconocemos esos clásicos. Luis Casas Romero, María Teresa Vera, Sindo Garay, Víctor Jara, León Gieco, Mercedes Sosa, Silvio Rodríguez.


Canciones que significan mucho por sí mismas, en sus ecos de inagotable belleza, pero que aquí toman vuelo de actualidad para focalizar las contradicciones y tragedias, las hipocresías y perfidias, los ocultamientos y desprecios de «el mundo en que vivimos». Aunque, por qué no, también cantan la vida y la lucha. El espectáculo mismo patentiza esa batalla por los sentimientos, los principios, las visiones desde nuestro lado.

Roxana Pineda canta bien, pero ese no es el quid de la cuestión en un espectáculo de esta naturaleza. En realidad canta mejor porque lo hace como una actriz que dice y entona, afina y sabe el registro interno de las canciones, sus hilos invisibles.

Ellos se cuelan entre piedras y hojas secas, velas y copas de vino tinto, motivos que siempre aparecen en su obrar escénico. También entre detalles escenográficos, acciones y gestos, toques de humor que traspasan una simple mixtura de citas y melodías para lograr una consistencia performativa.

Es como si echara al mar del escenario, a entrelazar con sus olas, pensamientos y canciones sobre el mundo, el ser humano, el amor, la tierra, la vida; en el lenguaje «sentipensante», como cita Galeano de un testimonio de Colombia, que sirve para definir las palabras con que se expresa la verdad. Profesión de fe de las porfiadas palabras.

Granma

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