Carpentier, defensor del mambo y la revolución

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Alejo Carpentier, hace cuarenta años

por Graziella Pogolotti

Sabíamos que afrontaba con estoicismo las vicisitudes de una enfermedad irreversible. La noticia de su muerte, el 24 de abril de 1980, me estremeció. Pocas semanas antes, en ocasión de un viaje a París, había estado en su casa. Conversamos a la hora de la cena. Su voz era casi inaudible. Me preguntó si deseaba dar una vuelta por algún sitio de la ciudad. Sugerí la Place des Vosges, conjunto monumental representativo de la arquitectura francesa del siglo XVII. En el camino iba evocando recuerdos del pasado, anécdotas compartidas con mi padre en la época de la expansión surrealista.

En cumplimiento de su tarea de hombre, Alejo Carpentier se derrumbó al término de una de sus intensas jornadas de trabajo desde la hora matinal dedicada a la escritura, la atención a sus responsabilidades diplomáticas y una animada tertulia con los poetas Fina García Marruz y Cintio Vitier. Cuando se disponía al reposo, llegó el descanso final. Permanecía sobre la mesa un manojo de cuartillas, esbozo inicial de una novela inspirada en Pablo Lafargue, el cubano, hijo de todos los mestizajes, yerno de Carlos Marx.

Reconocido como precursor de la nueva narrativa latinoamericana y renovador de la novela histórica, primer escritor de este lado del Atlántico en obtener el Premio Cervantes, la obra de Carpentier se sigue difundiendo en el mundo y las traducciones se multiplican en los lugares más remotos. A pesar de los abundantes estudios académicos, mucho queda por decir. El arte verdadero se caracteriza por atravesar las contingencias epocales y abrirse a perspectivas de lecturas renovadas a partir de los conflictos de la contemporaneidad. Mucho se ha hablado acerca de su visión de lo real maravilloso y del barroco, integrados ambos al permanente proceso de redescubrimiento de nuestra América, pero las interrogantes planteadas en sus textos tienen alcance universal.

Nadie puede seleccionar el sitio donde despierta a la vida. Podemos, en cambio, escoger nuestra patria de elección, ese lugar físico y memorioso, portador de historia, de cultura, al cual atamos, con entera libertad, nuestro destino, nuestro sentido de la vida y nuestra voluntad de hacer.

De madre rusa y padre francés, Carpentier había nacido en Lausana, Suiza. Con expectativa de éxito económico, la familia emigró a Cuba en los inicios de la República neocolonial. Aquejado de violentos accesos de asma, el futuro escritor creció en una zona rural de la periferia de La Habana. Conoció el ambiente campesino y descubrió la feracidad de la naturaleza tropical. La enfermedad lo distanció de la asistencia regular a la escuela. Se hizo autodidacta, lector voraz y apasionado estudioso de la música, su otra vocación.

La vida le impondría pronto otros desafíos. Abandonado por el padre, quedó junto a su madre en total desamparo. Apenas adolescente, sin profesión reconocida, tuvo que buscar modo de procurar el sustento. Logró una magra retribución en el diario La Discusión, situado en la Plaza de la Catedral. Tarde en la noche, concluida la jornada laboral, regresaba a la casa a través de las calles de la ciudad vieja. Empezó a descifrar las claves de La Habana colonial y se convirtió para siempre en caminador incansable. Estaba archivando imágenes. Con el oído musical pegado a la tierra, registraba sonidos. El periodismo lo acercó a los escritores y artistas de su generación. Junto con los compositores Alejandro García Caturla y Amadeo Roldán descubrió los valores de los ritmos llegados de África y exploró la mitología que los acompañaba. Coincidiendo con el camino que iba abriendo Fernando Ortiz, promovieron en debate público y mediante la realización de sus obras, una relectura de la cultura cubana. En ella, con visión descolonizadora, la contribución africana ocupaba el lugar merecido. Integrante del inquieto Grupo Minorista, firmante de manifiestos solidarios con América Latina, fue involucrado en la llamada «causa comunista» y encarcelado por Gerardo Machado. Para evitar la deportación, con la complicidad de Emilio Roig, un acta notarial legalizaba su supuesto nacimiento en La Habana. El documento formal reconocía una verdad más profunda. En el intenso hurgar en las zonas más secretas de la Isla y en su acción en favor del desarrollo de la cultura nacional, había encontrado su definitiva patria de elección.

Hablante natural del francés en el ambiente hogareño, también asumió el español como su lengua. Lector atento de la creación producida en la península, devoto de Cervantes, de Lope de Vega, de Calderón de la Barca, de Quevedo y de la novela picaresca, sensible a las cadencias, los giros y el léxico de nuestra América, exaltó reiteradamente las virtudes de un idioma dotado de un extenso vocabulario y de una flexibilidad sintáctica abiertos a multiplicidad de matices que proporcionan al escritor una extraordinaria libertad expresiva. Su obra contribuyó a acrecentar ese tesoro que, en las cercanías del Día del Idioma, tenemos que preservar mediante la implementación de una adecuada política lingüística.

Instalado en Caracas, Carpentier había obtenido, al cabo de años de penurias, las condiciones requeridas para el buen vivir y el tiempo disponible para fraguar su trabajo literario. En el triunfo de la Revolución Cubana descubrió un nuevo amanecer para sus sueños de otrora. Quemó las naves. Se dispuso a hacer lo suyo en la común tarea transformadora. Compartió riesgos y vicisitudes. No reclamó honores y privilegios. A través de Fidel, entregó a su pueblo los beneficios del Premio Cervantes, porque su patria de elección, enhiesta como ceiba de raíces poderosas, afrontaba todos los huracanes en pos de la emancipación humana.

Mundo Obrero


#CulturaEnCasa: Carpentier, a fondo

Por Yuris Nórido

Corría 1977 y el gran novelista cubano Alejo Carpentier le concedió una entrevista a uno de los más emblemáticos programas culturales de la Televisión Española: A fondo, conducido por Joaquín Soler Serrano.

Fue una conversación deliciosa, en la que Carpentier habló poco de sí mismo, pero ofreció una muestra de su cultura enciclopédica, su singular estilo y su compromiso con la promoción de las artes y las letras, concretado en su identificación plena con la política cultural de su país.

He aquí algunas de las frases de Carpentier durante ese diálogo:

«Para escribir jamás renunciaré al castellano, ni jamás trataré de escribir en francés (…); además, cubano soy; cubano, y como cubano, latinoamericano; mi idioma es el castellano».

«El mito de las razas puras es una de las estafas más absurdas que se han tratado de imponerle al mundo».

«Yo creo en la fecundidad intelectual de los mestizajes».

«Cuando se ama la imprenta, y empieza uno a compartir la sensibilidad del tipógrafo hacia el Garamond, el Bodoni… ya tiene uno ganas de ver un texto de uno impuesto en esos caracteres, pasado por las linotipias, montado en corondel, y finalmente impreso».

«No hay día comparable en la vida de un escritor que aquel en que ha visto salir por primera vez una página en prosa de él o un poema impreso».

«No hay que caer en un cierto idioma de vida efímera, que nace al calor de la fiesta…generalmente el argot se modifica con una rapidez enorme y no dura veinte años».

«Lejos de ser una decadencia, el barroco es un lujo de la creación».

«En un país donde la gente no leía… la gente se ha puesto a leer de una manera fabulosa».

«El concepto de independencia política nace en el mundo con las guerras de independencia hispanoamericanas».

«El Quijote y el Ulises son las dos únicas obras donde se ha logrado de una manera absoluta la coexistencia de lo real y lo maravilloso».

Hace este viernes 40 años murió este escritor esencial, uno de los pilares de la cultura cubana de todos los tiempos, figura de referencia del llamado boom de la literatura latinoamericana, e intelectual estrechamente vinculado al devenir de su nación y su continente.

Alejo Carpentier sigue sorprendiendo a sus lectores por el caudal inmenso de su prosa, barroca y palpitante, por la fuerza de sus historias.

Y también por su homenaje permanente a los padres fundacionales de una cultura, la suya.

Cuba Sí


Alejo Carpentier y el mambo en el centenario de Pérez Prado

Por Rafael Lam

Alejo Carpentier, al igual que Gabriel García Márquez, fue uno de los fervientes defensores del mambo de Pérez Prado en el gran momento en que estallaba en medio mundo. El mambo de Pérez Prado explota en 1949 con dos cañonazos: ¡Qué rico mambo! y Mambo No. 5.

Como toda música que conquista el mundo, tiene a su vez detractores, escondidos detrás de las columnas. El mambo no fue la excepción. Fue catalogado como un baile inmoral, indigno de ser bailado por una señorita recatada.

Pérez Prado fue catalogado como una verdadera encarnación del diablo que va incendiando al mundo. El cubano se atrevió a interpretar una música parodiando al Himno Nacional de México. El mambo fue prohibido por algunos medios eclesiásticos, sobre todo la obra Patricia, grabada con un órgano de iglesia. Después la llevaron como banda sonora de la película La dulce vida de Federico Fellini, un verdadero escándalo internacional.

Carpentier se atrevió a defender esa música en 1951. Siempre fue un defensor de las músicas de pueblo, decía:

“Amigo mío, el público no se equivoca nunca. Y la prueba de ellos está en que las obras que ha consagrado desde el principio han perdurado y se han hecho inmortales…Además, los jóvenes se equivocan en lo que niegan, pero nunca en lo que afirman”.

Estas tesis de Carpentier fueron publicadas en el periódico El Nacional de Caracas, del 24 de febrero de 1951 donde escribió resueltamente:

“Soy partidario del mambo, en cuanto este género nuevo actuará sobre la música bailable cubana como un revulsivo (medicamento), obligándola a tomar nuevos caminos. Creo además, como esos mambistas convencidos, que son Sergiu Celibidache, Tony DeBlois, Abel Vallmitjans y otros, que el mambo presenta algunos rasgos muy dignos de ser tomados en consideración”.

El musicólogo habanero expuso tres puntos en defensa del mambo:

1-Es la primera vez que un género de música bailable se vale de procedimientos armónicos que eran, hasta hace poco, el monopolio de los compositores calificados de “modernos” y que, por lo mismo, asustaban a un gran sector público.

2-Hay mambos detestables, pero los hay de una invención extraordinaria, tanto desde el punto de vista instrumental como desde el punto de vista melódico.

3-Pérez Prado, como pianista de baile, tiene un raro sentido de la variación, rompiendo con esto el aburrido mecanismo de repeticiones y estribillos que tanto contribuyó a encartonar ciertos géneros bailables de este tiempo.

Del 8 al 11 de diciembre, organizado por el investigador y dramaturgo Ulises Rodríguez Febles, se celebrará en Matanzas un soberano homenaje en grande a Pérez Prado en su centenario. Propondrán un amplio programa de presentaciones de libros relacionados con el mambo y Pérez Prado y una serie de conferencias de Sergio Santana, Rosa Marquetti, Radamés Giro, Gloria Torres y este redactor.

Matanzas es la provincia creadora del danzón (madre de muchos ritmos cubanos) y junto a La Habana trajeron al mundo la rumba (Patrimonio Inmaterial de la Humanidad). En la tierra yumurina nació Pérez Prado, Rey del mambo; se creó el más famoso conjunto del mundo La Sonora Matancera y nació uno de los arquitectos del son moderno, Arsenio Rodríguez.

La música popular cubana hay que protegerla porque es el alma de la cultura cubana, según dijo el intelectual Guillermo Rodríguez Rivera.

La Jiribilla


Carta de Fidel Castro Ruz a Alejo Carpentier

(Este es el texto de la carta enviada por el Comandante de la Revolución Cubana al escritor al recibir el Premio Cervantes)

Ciudad de la Habana, 3 de mayo de 1978

Compañero Alejo Carpentier
Embajada de Cuba en Francia
París.

Querido compañero Carpentier:

Nuestro Partido y nuestro pueblo han recibido con la misma emoción que nosotros las palabras con que usted, en gesto de noble y conmovedora generosidad, dedica a la Revolución la medalla conmemorativa y el importe del Premio Miguel de Cervantes Saavedra.

Estamos acostumbrados a que los jóvenes, que todo lo deben a la nueva sociedad, consagren a ella sus éxitos en la producción, la conciencia, el arte o el deporte. Usted, sin embargo, era ya una gloria de las letras, de reconocido prestigio cuando todavía faltaban largos años para que triunfara nuestra causa. Esa circunstancia subraya, en todo su valor moral, en la hora de un altísimo reconocimiento a la obra literaria de su vida entera, a compartir ese merecido honor con todos sus compatriotas.

Muchas condecoraciones pueden caber en el pecho de un hombre. Pero cuando un hombre siente que no puede existir verdadera grandeza si está separada de la obra colectiva a la que pertenece, como usted lo manifiesta ahora, se hace digno de la más alta y más valiosa de todas; la de la admiración, el cariño y el respeto de su pueblo.

No será fácil para nosotros escoger la obra a la cual dediquemos el elevado importe de su donación. Muchas cosas se nos ocurren; un campamento, o palacio de pioneros, un hospital, una escuela. Tal vez, al fin y al cabo lo dediquemos a una institución más directamente vinculada con el arte, algo que recuerde su gesto, aunque su obra escrita y su conducta perdurarán más que ningún otro símbolo.

Fraternalmente,
Fidel Castro

03/05/1978

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