Argentina: falleció el emblemático editor Jorge Álvarez

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Murió Jorge Alvarez, el editor que revolucionó los años 60

Cuando Jorge Alvarez era chico, alentaba en el Monumental a La Máquina, esa aplanadora que fue River en los años 40. La sastrería paterna pagaba choferes y chalets, y Alvarez soñaba con ganarse la vida jugando al póquer, al fútbol o apostando en el hipódromo. En su familia lo querían contador pero, poco atraído por los números, empezó a trabajar en una librería jurídica que también editaba libros. Cuando le dijeron que no a su idea de publicar una biografía de Eva Perón escrita por David Viñas, supo que el mayor activo de cualquier editor es su catálogo. Así que en 1963 fundó Editorial Jorge Alvarez y empezó a convertirse en uno de los gestores culturales –primero en el mundo de la literatura, después en el de la música– más importantes de los años 60 y 70 en la Argentina. Durante la madrugada del domingo, a los 83 años, Alvarez murió en el Centro Gallego luego de una internación de tres semanas.

Fue protagonista porque, tan atraído como por las carreras de caballos, apostó fuerte en el mundo literario: la biografía a cargo de Viñas no llegó a editarse, y su sello debutó con Cabecita negra, de Germán Rozenmacher. Entre 1963 y 1968, publicó Los oficios terrestres, de Rodolfo Walsh; La traición de Rita Hayworth, primera obra literaria de Manuel Puig; Responso, la primera novela de Juan José Saer; Invasión, que compiló los primeros relatos de Ricardo Piglia; yLos pollos no tienen sillas, el único de libro de Copi que salió en Argentina mientras el autor estuvo vivo. Fue Alvarez quien convenció a Quino de que las tiras de Mafalda se compilaran en libros, y el primero en editarlas; quien se reunió con Roland Barthes para publicar en español El grado cero de la escritura y quien logró que, en las librerías, los compradores preguntaran por el nombre de su editorial más que por el de los autores.
Mientras la editorial aumentaba su fondo, Alvarez le propuso a Daniel Divinsky que abrieran otro sello y en 1966 se fundó De la Flor. Por eso años, era el centro de las reuniones literarias que se celebraban en la librería él que dirigía en Talcahuano 485: “Era un semillero. Te encontrabas con Viñas, Marta Lynch, Pirí Lugones, Beatriz Guido. Willie Schavelzon era una especie de mano derecha de Jorge”, decía ayer Kuki Miller, una de las directoras históricas de De la Flor. Schavelzon, hoy uno de los agentes literarios más reconocidos de Hispanoamérica, reflexionó: “Fue un gran innovador de la edición en la Argentina, por momentos genial. Lo triste es que no pudo sostener el proyecto, su creatividad no iba acompañada de la estabilidad y el respeto que hubieran merecido los autores, traductores y colaboradores de la editorial. Fue el primero en publicar a Walsh, Saer, Piglia, Quino y Manuel Puig, pero no pudo mantenerlos más que por un corto tiempo”.
Es que la vocación de Alvarez por dedicarse enteramente a la literatura fue intensa y también corta: en 1968 se volcó a la industria discográfica. Fundó Mandioca, el primer sello independiente del rock argentino, desde el que impulsó a Manal, Almendra, Sui Generis y Pappo’s Blues, nada menos. Puso su cuerpo como actor en Puntos suspensivos, la película que Edgardo Cozarinsky dirigió en 1971. En 1977 le advirtieron: “Estás creando una juventud contestataria”. Dictadura militar mediante, se exilió en España, y allí vivió hasta 2011. Ya de vuelta en Buenos Aires, editó una colección con su nombre para la Biblioteca Nacional: se publicaron las obras completas de Germán Rozenmacher yTres historias pringlenses, de César Aira. En 2013, el editor y productor devino autor, cuando se editaron sus Memorias.
Ayer, en la Biblioteca Nacional, empezó el velatorio de este promotor cultural: continúa hoy entre las 8 y las 10. “Jorge Alvarez fue el editor más revulsivo e imaginativo de los sesenta: con él se iniciaron muchos autores de la Argentina hoy consagrados”, reflexionó Horacio González, director de la institución. Hablaba de un hombre al que alguna vez le preguntaron cuál había sido su secreto para diferenciarse como editor y respondió: “Arriesgarme, simplemente”. Como hacen los apostadores.

Clarín


 

En 1963 fundó una editorial. En ediciones baratas pero elegantes publicó las novelas y ensayos con los que se formó toda una generación. Su librería de la calle Talcahuano era un lugar de encuentro, frecuentada por David Viñas, Leopoldo Torre Nilsson y Beatriz Guido entre muchísimos otros escritores, artistas e intelectuales. Pero en 1968 Jorge Álvarez quiso explorar nuevos horizontes y creó Mandioca, la primera discográfica del país dedicada al rock en castellano. Sus discos volvieron a hacer historia y dejaron su huella en otra generación de adolescentes que crecieron escuchando el rock inaugural de Moris, Manal y Vox Dei. La Biblioteca Nacional prepara en estos días una muestra-homenaje de libros, discos y afiches, y una jornada de reflexión con el título “Pidamos peras a Jorge Álvarez”. Aquí, una charla con Álvarez de quien Charly García supo decir que era “la única persona inteligente con la que se había cruzado en el negocio del disco”.

¿Cómo llegaste a ser productor?

-Tuve una ventaja, me gustaba la música de chiquito. Mi mamá había estudiado piano, era profesora. Mi hermano mayor también había estudiado. En mi casa había un piano, pero mi mamá y mi hermano habían decidido que yo no tenía que aprender a tocarlo. Porque el piano no servía, no podías comer con el piano, esas cosas que se les ocurren a los padres. Y a los hermanos mayores, que son como padres. Entonces, yo tocaba todo de oído. Pero me bombeaban mucho, me sacaban el piano, lo vendían…

Te quedaron las ganas de hacer algo con la música…

-Claro. Yo iba a los conciertos de la YMCA cuando tenía 16, 17 años. Ahí iban el Gato Barbieri, Lalo Schifrin, Enrique Villegas. Jazz del mejor.

¿Qué año era?

-Fines de los ‘50. Ya escuchaba a Tommy Dorsey, Artie Shaw, Glenn Miller. Y después los más modernos, que eran Stan Kenton, Harry James, el trompetista. Y las cantantes, Ella Fitzgerald,  Shirley Bassey, Sarah Vaughan. Me gustaba mucho el bebop de Charlie Parker, toda esa gente. Entonces, cuando apareció el rock venía de ahí.

¿Cómo llegaste al rock?

-Iba a estos conciertos. Éramos unas pocas larvas infectas a las que nos gustaban las revistas de jazz. Pero todo era muy mini-mini. Había conciertos de cien, ciento veinte personas. Y por ahí en alguna radio perdida alguien metía a Chuck Berry, Muddy Waters, B. B. King. Todavía no habían aparecido los Beatles ni los Rolling Stones. Estaba solamente Elvis Presley, que había robado todo lo que podía a los negros y hacía rock y blues blanco. A mediados de los sesenta igual éramos cuatro gatos locos. No había bailes. Pero el rock me había deslumbrado.

¿Y la idea de hacer Mandioca cómo surge?

-Yo no tenía relación con la música más que como consumidor. Y un día estaba en lo de Piri Lugones -una mujer maravillosa- porque cumplía 16 años su hijo. Organizan una fiesta e invitan a Claudio Gabis, Moris, un montón de gente. Y, de repente, en una habitación estaba Javier Martínez tocando una guitarra acústica española. Y estaba tocando Avellaneda Blues. Me pareció fantástico. Entonces les pregunté: “¿Uds. no tienen esto grabado para que yo lo pueda escuchar más veces?”. “No”, me dijeron. “¿Y si les consigo un estudio lo grabarían?”. “-Sí.”

Y te convertiste en productor…

-Sí, pero sin saber nada. Yo no sabía nada de producción.

Y después de tantos años, ¿qué es un productor?

-Es alguien a quien le gusta la música y las maniobras de la música. Descubrí que era un negocio también. Descubrí las multinacionales, que yo ignoraba. La radio. Y descubrí que me gustaba.

¿Tu relación con los músicos cómo era?

-Medio distante.

Fue un cambio fuerte pasar al rock viniendo del mundo editorial y la izquierda…

-A los escritores no les gustaba. Se sentían invadidos. Pero yo qué culpa tengo. Yo entiendo que se sintieran invadidos. Los músicos me tenían más seducidos. Aunque esto sucedía abajo de la mesa, en realidad nos seguíamos tratando igual. Pero a mí me gustaba más estar con los chicos y fumar marihuana.

Ibas a Nueva York en esa época. ¿Qué había ahí que no había en Buenos Aires?

-El Village, el Soho. Los conciertos para 400 mil personas en el Central Park. En Buenos Aires sólo había chicos en Plaza San Martín y Plaza Francia. Allá se los veía dando vueltas por todos lados.

¿Cómo se llevaban los escritores con el mundo del rock?

(se ríe) -Me miraban fijo. Pero qué iba a hacer. Yo no me iba a echar para atrás. En realidad, lo que pasaba es que para una cabeza como la de Rodolfo Walsh era difícil estar en todos lados. Estar con la izquierda, estar con los rockeros, con la droga, con la literatura. Estaba la cosa anti-imperalista, además. No habían establecido con claridad que en realidad los rockeros en Argentina eran de izquierda, y también en Estados Unidos.

Álvarez recuerda su adolescencia rugbier como medioapertura en el club Curupaytí de Hurlingham, barrio que pronuncia con acento british. Cuando trata de definir su lugar excéntrico en aquél mundo de escritores e intelectuales, acota: “Yo también era burrero. Me gustaba el fútbol, el hipódromo. Era bastante atípico. Y además era gay. Demasiadas cosas”. En 1970 incursionó en el cine protagonizando “…” (Puntos suspensivos), una película de Edgardo Cozarinsky en la que interpretaba “a un cura homosexual y guerrillero”, que nunca llegó a estrenarse en Argentina y pasó directo al circuito de cine arte de París. A mediados de los ‘70, ya cerrada Mandioca, Álvarez contaba con varios logros en su carrera de productor para distintas compañías. Había descubierto a Sui Generis y producido discos para Pappo’s Blues, Billy Bond y Crucis, entre otros.

En 1977 decidió irse del país. Había recibido amenazas y rumores de allegados a los militares que lo señalaban como persona no grata.

¿Cuando te fuiste estuviste un tiempo en Nueva York?

-Dos años.

Me contaste que ibas al CBGB…

-En Nueva York vivía en el CBGB. Era la calle 14, cerca del Barrio Chino y de todos los borrachos de Nueva York. Todos los días bajaba a tomar unas cervezas Brian Eno que vivía justo encima del local. Había mucha droga, cocaína, ácido lisérgico y mucho alcohol. Y ahí vi a todas las bandas, todas. A Devo, que era mi banda preferida, con los overoles naranjas. Cuando tocaban Satisfaction me daban alaridos. Ahí vi a Talking Heads. B-52, a Patti Smith, que iba a veces. Los Ramones me encantaban, aunque eran demasiado alcóholicos para mi gusto y a mí el alcohol me caía mal.

En España produjiste a Mecano y Olé Olé…

-Y muchas más. Pero fue medio de casualidad. Porque yo llegué a Madrid un 10 de mayo. Y unos días después había una convención en Buenos Aires de CBS, Sony, las discográficas. Entonces justo antes yo les había mostrado algunas de las cosas que había hecho en Buenos Aires. Me escuchaban pensando que yo era medio delirante. Pero yo no les contaba nada delirante, les decía que habíamos metido 70 mil personas en un concierto.

“Adiós Sui Generis”.

-Claro, pero ellos no me creían demasiado. Entonces, cuando llegaron a Buenos Aires se dieron cuenta que era verdad. Me llamaron y me preguntaron si yo me animaba a conseguir al Sui Generis español. No musicalmente, sino con un éxito igual. Y les dije que si me daban tiempo sí.

Hicimos un contrato, me dieron un chalet, un auto, y quedé trabajando con el staff de CBS. Entonces, empecé a ir a salas de ensayo. Descubrí tres o cuatro que estaban bien, pero ninguna era Sui Generis, claro. Pasó un año y medio, y entonces les dije que había encontrado a la banda. No tenía nombre todavía, pero era Mecano.

(Un “cassette mal grabado” y un par de entrevistas le bastaron a Álvarez para descubrir a la banda más importante de la historia de la música pop española.)

-Los había conocido a los dos hermanitos y a la novia de uno de ellos que era la cantante, Ana. Eran hijos de millonarios. No sabían tocar nada, pero tenían buenas ideas de composición y de letras. Tocaban así: (Álvarez entona un desafinado “Arroz con leche / me quiero casar”). Un horror. No sabían tocar. Pero había talento. A tocar se aprende, lo que no se aprende es si no tenés talento. Y estuvimos grabando un año, cuarenta, cincuenta temas. Tratando de que supieran hacer las cosas un poco mejor. Les hice comprar unos espejos para que se miraran. Les puse profesores. Y cuando más o menos ya parecía que querían tocar les dije a los de la CBS: “Vamos a sacarlos de Madrid y conseguirles sonidista, iluminador, todo italiano”. Los llevamos a Milán para ocultarlos y poder mostrarlos después como una cosa nueva. Y eso hicimos. Y, claro, la gente se cayó de culo, cuando los vio tocar hasta parecía que tocaban bien. Se volvieron locos, no se imaginaban que un grupo español podía tocar así.

(En 1982 “Mecano”, el primer disco de la banda, vendió un millón de copias.),

Una historia de éxitos…

-“Este hijo de puta todo lo que toca lo transforma en oro”, me decían. Yo no transformo nada. El talento lo tienen ellos.

¿Te definirías como un cazatalentos?

-No. Yo sé manejar bastante bien el talento de los demás. Para que nazca, crezca, se desarrolle y a la gente le guste. Pero partiendo de ellos.

Confiabas en tu gusto por lo popular.

-Es que lo tengo ese gusto. No es mágico, es la coincidencia de tu gusto con el gusto de los demás. Pero cuando te gusta a vos, vos estás seguro de que le va a gustar a medio millón de personas. Porque a vos te encanta. Y la única cosa que tenés para medir sos vos mismo.

El otro día a la salida del recital de Javier Martínez en Jazz&Pop vino a agradecerte un chico porque había crecido escuchando tus discos de Mandioca en El Bolsón…

-Sí. Una de las razones por las que volví un tiempo a Buenos Aires hace unos años fue por culpa de uno de estos chicos. Quince años tenía. Juan Alberto Badía me había invitado al cumpleaños de Nito Mestre. Entonces yo tenía que estar oculto porque era el invitado sorpresa que aparecía con la velita y la torta y todo eso. Y bueno, apagamos las velitas, cantamos el happy birthday. Y de repente, cuando ya terminamos, viene un pendejo -lindo, por cierto- y saca un cuadernito y me dice: “¿No me podés firmar? Poné que yo te pedí el autógrafo”. Y le dije, “¿Cómo te llamás”. Entonces le puse, “Para Pepito -no me acuerdo cómo se llamaba-, como recuerdo de que te gustan los discos de Mandioca”. “No, no, como recuerdo de que me gustan los discos de Mandioca no, que me salvaron la vida los discos de Mandioca. Porque gracias a que mi hermano era fanático yo conocí esos discos aunque era muy pequeño, cuando tenía doce o catorce”. Y yo le dije, “ah, bueno, me alegro mucho”. Y vino el amiguito de él -que también era bastante lindo, por cierto-, y me felicitó lo mismo, me pidió un autógrafo. Y mucha gente más grande también, me ven y me agradecen, porque se educaron escuchando los discos de Mandioca.

¿Y conociste alguna banda que te gustaría producir últimamente?

-Sí, Iwánidos me gusta porque tiene mucha polenta. No es perfecta todavía, pero me gusta lo que hacen y son muy revoltosos. Y también me gusta la banda de los hijos de Marcelo Montesanos. Más finolis, pero tocan bien. Tal cual, se llaman. Tienen “buen poro” como decía el presidente de CBS. “Es una banda para usted, Jorge”. “¿Por qué, don Tomás?” “Porque tienen buen poro. Y aquí en España si no tiene usted buen poro, está frito”.

¿Qué quiere decir “buen poro”?

-Vos sabés que entre los ingleses, los americanos, los mismos argentinos, no necesitás ser un chico de clase media, media alta para acceder a algunos lugares, y para triunfar y ser músico y demás.

¿Y en España?

-En España sí. Para conectarte con cierto ambiente y tener dinero para comprar equipos.

El rock argentino nació de clase media o baja…

-Totalmente, nació del proletariado. Imaginate Pappo Napolitano, si no…

Ni A Palos


 

SELLO PROPIO

La semana pasada murió Jorge Alvarez, editor esencial y visionario de los ’60, impulsor de Puig, Piglia, Quino, Copi. Fue un mecenas irreverente que vivió a su aire en una época tan culturalmente estimulante como sexualmente prejuiciosa. Fue también responsable de gran parte de la estética del rock argentino como productor de Manal, Sui Generis y Almendra, y de crear –como lo amenazaron en 1977– “una juventud contestataria”. Sin embargo, en sus últimos años decía no haber guardado ni un disco, ni un libro de los centenares que editó, ni una foto de aquella época de oro. “No vivo de recuerdos”, le dijo a SOY en una de sus últimas entrevistas, desde el geriátrico, en sus activos ochenta.

Me habían contado que Jorge Alvarez gritaba a los periodistas, que les pedía merca… Cuando toqué el timbre del geriátrico no sabía con qué me iba a encontrar. Volví a visitarlo varias veces para la sesión de fotos, pero no estaba de humor para hacérselas. Lo que sigue es el encuentro con el editor de Manuel Puig, Rodolfo Walsh, David Viñas, con el fundador de la Editorial Jorge Alvarez, que seguía trabajando desde el geriátrico para la Biblioteca Nacional. Fue el creador del sello Mandioca y un descubridor incesante de talentos, desde Sui Generis hasta Almendra. Exiliado en España durante 12 años no ocultó su sexualidad; pero tampoco la exhibió porque “eso” nunca fue un tema de su interés. No creía en la lucha por la visibilidad y reflexionando llegó a la conclusión de que la lucha fue interna, porque era impensable exteriorizar algo que todavía estaba en conflicto interno. Reservado en su vida personal, no tenía pareja ni hijos; el mundo gay, para él, era así. La sexualidad, a su edad, decía que era algo que lo tenía sin cuidado. Falleció el sábado pasado, a los 83 años. Esta entrevista fue la última que dio, y es nuestro modo de homenajearlo.

¿El movimiento cultural de los ’70 era machista y homofóbico en la Argentina?

–El tema gay en esa época era tabú. Los argentinos siempre fueron muy extraños.

¿Había discriminación entre los músicos?

–No. Yo estaba en otra. No me interesaba el tema. Pero sí es cierto que los argentinos eran bastantes retrógrados.

¿Cómo te llevabas con ellos?

–Nunca lo tomé como un tema que me importara. Nunca tomé el tema gay como un tema de lucha…

O de liberación para poder ser uno mismo y no tener que andar mintiendo u ocultando lo que cada uno es…

–Se suponía que los rockeros venían a liberarnos, pero en algunas cosas nos (y se) reprimieron. Yo me quedé un poco afuera de estos temas. Nunca fue mi fantasía luchar por nada que tuviera que ver con esta cosa. Yo tenía que aceptarme; aceptar lo que era. No podía pretender cambiar nada…

Claro, es como que en esos tiempos tenías que aceptarte y no te quedaba resto para pensar en la lucha…

–Exacto. Estábamos un paso anterior, la lucha era interna.

Pero… ¿aportó algo el movimiento hippie?

–La liberación de las costumbres. La ruptura de un cierto modelo que se transformó en otro más moderno, más actual, más político. Pero, no me parece que haya sido vital, sino un transcurrir, como corresponde a una época. Pasó. Siguió y vinieron otros. A mucha gente le parece “ah ah ah”. Romántico, el pasado… Pero la nostalgia es atroz. Todo lo que huele a nostalgia no me gusta.

Desde la imagen aportó el movimiento cultural de los ’70, ¿no? Las tapas de los discos de Sui Generis donde aparecían los dos abrazados, con un pañuelito rosa, de la mano en un bosque…

–Eso es Gatti y Gatti es muy así… Y eso contribuyó con las niñas, fue un éxito para las mujeres.

Bueno, una vez Charly dijo que a las chicas las calentaba ver a dos chicos juntos…

–Sí, seguramente… Pero esas son las percepciones de Charly. Y ojo que él también es bastante prejuicioso… Lo vi hace dos o tres años, y no me interesa su mundo.

Un músico me contaba que se encontró a Billy Bond, el gordo barbudo de La Pesada del Rock’n roll, con shorcito de cuero y musculosa rosa andando en patines por Miami…

–Billy es muy lanzado, en el sentido que le da lo mismo cualquier cosa. Billy se liberó de los prejuicios argentinos. Los argentinos han sido muy prejuiciosos, con relación al sexo, digo, ¿no? Y Billy no. A él nunca le importó nada.

¿Y cómo veías el tema gay en el mundo literario en los ’70?

–Nunca fue un tema de mi preocupación.

¿Y qué cosas te preocupaban?

–Mi trabajo. La preocupación era material, económica sobre todo. Y el manejo de ese mundo, que es difícil, porque el mundo de la literatura o del rock son mundos difíciles.

¿Por qué?

–Por los egos.

¿Te acordás de la primera vez que leíste La traición de Rita Hayworth? ¿Cómo te llegó el manuscrito?

–El libro iba a salir por Sudamericana. En ese momento me hacen juicio y me meten dos meses de prisión condicional. El libro estaba en pruebas de página. Entonces me llama el gerente Vidal Buzzi y me explica lo que está pasando. Los dueños de Sudamericana tenían miedo y me preguntaron si yo tenía miedo. Yo no tengo miedo, les dije. Leí el libro. Me pareció un libro totalmente publicable, sin ningún tipo de inconveniente. Entonces hablé con Puig, previa decisión de Sudamericana de pasarme el libro.

¿Y cómo conociste a Manuel…?

–Manuel era un tipo con todos los inconvenientes, ventajas y desventajas, de un escritor; sobre todo porque era de provincia y tenía ciertos prejuicios. Supongo que la lejanía…

¿Prejuicio en relación a qué?

–La gente de provincia mira a los capitalinos como si fueras sapo de otro pozo. Hay cosas que no controlan, no manejan. Supongo que deben tener muchos miedos. Pero tampoco nada que sea demasiado atípico. Es típico de ese tipo de personajes, ¿no?

Pero también suelen ser más desprejuiciados… En The New York Times dijeron que murió acompañado de sus hijas. Pero sus hijas eran sus amigos escritores que a él lo llamaban “mamá”.

–Yo creo que Puig era atípico, no tipificaba la realidad de la Argentina, sino que era “él”. Había crecido y nacido en ese tipo de mecanismo y así desarrolló su carrera.

¿Y en qué lo veías atípico?

–Yo no lo veía diferenciarse de la masa, establecer diferencias. Atípico en relación a lo que eran los escritores de la época. Atípico en todo, en su talento, en su forma de escribir, de comunicarse. No había muchas clases de Manuel Puig en la realidad. Era simplemente Manuel.

¿Llegaron a ser amigos?

–Nunca fui amigo de los escritores. Bueno, de algunos sí, como de David Viñas o Beatriz Guido o Torre Nilsson. Pero ser amigo te implicaba, en el caso editorial, un peligro. Porque estableces diferencias que corresponden, no a una relación profesional, sino a una relación de otro tipo. Entonces eso interfiere. Manuel era un poco paranoico. Siempre estaba con miedos. Entonces era difícil mantener una relación con él; por lo menos para mí.

No fue el típico escritor latinoamericano, era diferente…

–Tenía ciertos modismos, pero no más que otros. No más que Pepe Bianco, por ejemplo, y hacía correctamente su labor literario. Nunca fue la cosa gay un inconveniente dentro del desarrollo literario argentino.

Enrique Medina me contaba que David Viñas, cuando presentó un libro suyo, en el ‘78, remarcó las “malas palabras” del libro y leyó eso; ahí hay prejuicios…

–Seguramente. Viñas era un poco cerrado a ése nivel… Pero jamás escuché nada contra Manuel…

¿Cómo lo recordás?

–No. No. No. No trabajo de eso. Las anécdotas corresponden a la intimidad de las personas. Cuido no solo mi intimidad, sino la de ellos; porque si Manuel no lo contó en su momento, no tengo porqué contarlo yo.

¿Y vos?

–Bien. Tengo un reconocimiento que no esperaba. Pero claro, yo me ausenté mucho de la Argentina. Me fui en el ’77. Pensá que no volví hasta el ’90. Fueron esos 12 o 13 años nefastos. Y me fui porque si no, me hubieran matado, no les faltaban ganas.

¿Te vienen los recuerdos de la época de la librería en la calle Talcahuano, donde se hacían los happenings?

–No vivo del pasado. Fijate que después 400 libros que edité y no sé cuántos discos, no tengo nada. Sigo para adelante.

Volviendo al tema gay: Tener que esconder la sexualidad, vivir mintiendo ¿no es un problema?

–Yo no lo veo al tema gay como a un problema, aunque sé que lo es. Lo tomo como a una antigüedad. A mí me da escalofrío esa especie de obsesión del homosexual de transformar su realidad en una sociedad burguesa. Casamiento. Divorcio. ¿La lucha es por eso? Está mercantilizado. Yo trato de estar afuera de eso porque me parece demodé. Fuera de mi pensamiento. Hay mucha gente que está un par de pasos más adelante. No me gusta estar pensando en el pasado. Antes era más tapado todo, de otra manera. Ahora es… Bueno, la libertad es libre. Cada cual puede pensar lo que quiera…

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