Femicidio y desamor

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Por Paulo Carreras

El origen de la palabra amor fue durante largo tiempo bastante incierto y confuso. Hubo varias hipótesis, algunas ya rebatidas y otras más aceptadas por los estudiosos de la lengua, en relación a la génesis del concepto y su intento por dilucidar la interrogante. Una de las primeras malas teorías, pero esparcida abundantemente, era considerar el término como “sin muerte” o relacionarlo especialmente con los románticos del siglo XVII y XVIII que apuntaban a la eternidad. Esto al unir el prefijo griego A (sin) con mor, mortem (muerte): A- mor.

Con el tiempo quedó esclarecido que el vocablo es latino, por lo que el prefijo griego señalado nada tiene que ver en la construcción de la palabra. Básicamente proviene del latín amor, -ōris donde el término se escribe de la misma manera y el cual la RAE nos da diversas acepciones donde rescato la siguiente: “Sentimiento hacia otra persona que naturalmente nos atrae y que procurando reciprocidad en el deseo de unión, nos completa, alegra y da energía para convivir, comunicarnos y crear”.

Es por esto que no puedo más que encontrar desacertado y ofensivo titulares del diario La Cuarta como “El amor y los celos la mataron” o “El amor lo cegó y la descuartizó” que han sido repudiados públicamente por su pésimo uso del concepto y lo principal, el perfil machista que cosifica y denosta regularmente a las mujeres en ese medio. Lamentablemente la violencia de género en todas sus variantes y el femicidio en lo particular, va más allá de los medios de comunicación y sigue teniendo un trato más estadístico que de enfoque real al dolor de las víctimas y su entorno próximo. ¿Qué hay de amoroso en actos como golpear, denigrar, humillar, asesinar? Nada.

Cristóbal Olivares

Des-Amor y Fotografía

La obra A-MOR del fotógrafo chileno Cristóbal Olivares saca de la fría estadística a la violencia de género y los femicidios y va más allá, a las huellas más profundas antes del crimen, escarba y visibiliza el calvario de las mujeres, objeto de la in-visibilización del maltrato dentro de la casa, en el “hogar”, en el encierro de paredes que por meses o años fueron testigos mudos de los actos más aberrantes que se pueden cometer contra otro ser humano. Pero ojo, la in-visibilización del maltrato a las mujeres no es exclusivo de la casa y la esfera del ámbito privado, se exterioriza diariamente en oficinas, calles, medios de  transporte y espacios públicos, producto de una latente cultura machista, patriarcal, que a pesar de los intentos por cambiar esta situación choca con siglos de conductas opresoras arraigadas.

Fuente: www.cristobalolivares.com

Olivares -quien el año pasado obtuvo el primer lugar del Premio Rodrigo Rojas de Negri- entre el año 2012 y 2015 investigó y fotografió diecisiete casos de femicidios en todo el país y es una parte de esta obra la que hace unas semanas visité en el Centex del Consejo Nacional de la Cultura y las Artes en Valparaíso. El trabajo investigativo y fotográfico del artista es acompañado en la sala con imágenes de archivo familiar y recortes de prensa, objetos y testimonios que aluden y contextualizan cada historia, tragedia, femicidio. La obra en su conjunto vuelve a visibilizar a estas mujeres ya no como una cifra, sino desde su historia: el amor inicial, los primeros problemas, los cambios de ánimo de la pareja, sus peticiones de ayuda a través de un diario de vida, una carta, el esfuerzo por salvar la relación, la tristeza, la angustia, el dolor de los golpes reiterados, el final.

Mientras observo las instalaciones y la disposición de las ocho fotografías enmarcadas en vidrio que conforman la exposición, precisamente una joven mujer mira con atención un gran bastidor de color rojo, técnica del collage donde desfilan innumerables recortes de prensa, titulares de periódicos, fotografías de la escena del crimen, de la pareja victimario/víctima, de los momentos felices. Tal vez lee el diario de vida de Daisy quien murió quemada junto a dos de sus tres hijos en Antofagasta y donde la única sobreviviente fue su hija de cuatro años, o la carta escrita por Carmen Gloria quien murió apuñalada en plena vía pública en Puente Alto.

Fuente: www.cristobalolivares.com

Así podría seguir, diecisiete mujeres cada una con una historia que la fotografía ayuda a no olvidar, a restablecer, otorgando dentro de la desgracia y el crimen un efecto aurático, pues sí, porque aunque cueste conjugar el impacto del dolor con la exhibición de una muestra artística, la tarea de Olivares es valorable. Ya lo decía Walter Benjamin en su ensayo La obra de arte en la era de su reproducción técnica, al considerarle “un valor expositivo y comunitario a la fotografía y un culto a la memoria de los seres queridos ausentes o muertos”. Para el filósofo alemán era “la manifestación de una lejanía y asimismo la huella en el presente de lo que ya ha pasado, el vestigio de la experiencia de un duelo, donde lo mirado se ha perdido”.

Cada una de las fotografías digitales instaladas cuidadosamente sobre las paredes blancas de la sala y tituladas con el nombre de las mujeres fallecidas, cumplen en cierta forma lo expuesto por Benjamin, al desnudar los vestigios y resurgir las huellas del espacio geográfico urbano, desértico o rural donde ellas dejaron de existir, pero que se niegan a desaparecer de la memoria. No veo en la exposición morbo ni aprovechamiento ante el dolor, veo la posibilidad una vez más, a pesar de los esfuerzos de muchas mujeres -como la Red Chilena contra la Violencia hacia las Mujeres, entre muchas otras colectivas que ya nos informa de la escalofriante suma de treinta y cinco femicidios este año- que tomemos conciencia de un flagelo global.

Las fotografías de los paisajes donde Olga, Elizabeth, Vanessa o Mirella fueron asesinadas siguen ahí y no solo suspendidos sobre las paredes de la muestra, siguen existiendo día a día. Tal vez caminamos, rondamos por ellos y lo que es peor, muchas veces sin saberlo hemos conocido a otra u otras víctimas de una sociedad que necesita muchísimo más que una exposición para volverse tolerante, pacífica, no machista, humana. A ratos, con amor.

 

Publicado en La Juguera

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