De El Salvador a México y Chile, poesía política en «Guanaco» de Antonio Cienfuegos

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El Salvador, México y Chile: Nota sobre «Guanaco» de Antonio Cienfuegos que trata sobre episodios ominosos de discriminación, racismo y xenofobia

Por Enrique G. Gallegos*

Desde hace algunos años viene operando en México la lenta pero firme instalación de una poesía política. No tengo espacio para desarrollar esta hipótesis aquí, pero está asociada con la declinación del “pacismo” y las concepciones estetizantes de la poesía (por supuesto, estas vienen de mucho antes, cuando menos son decimonónicas) y, sobre todo, a eso que en los últimos cuarenta años se denomina como neoliberalismo y sus fraguas en los ámbitos tecnológicos, económicos, políticos, lingüísticos y cotidianos. En México existe un derecho formal, existe una filosofía formal-analítica y se defiende una democracia formal-legal. Emparentado con ese triple formalismo, también el purismo intelectual pretendió confinar a la poesía. No es gratuito que en el Paz de los años ochenta/noventa confluyeran dos de esas figuras: el neoliberalismo y el democratismo liberal. Sé que generalizo y las excepciones siempre están a la mano, pero interesa plantearlo así para instalarme en un campo de conflicto social y poético.

Y es en este registro de una poesía política en el que he tratado de leer el libro materia de esta nota. Guanaco de Antonio Cienfuegos traza una geografía y un itinerario que va de El Salvador a México y Chile. Es geografía por los tres territorios reales e imaginarios en los que parece moverse y también es itinerario por los desplazamientos simbólicos e identitarios a través de los cuales constituye su propia biografía e imaginación. Para lo que diré a continuación es importante precisar que Cienfuegos nació en El Salvador y llegó a vivir a México siendo niño. Si bien no sostendré un ingenuo causalismo entre la biografía y la escritura, creo que en la medida en que la poesía es un tipo de escritura cercana a la respiración, al ritmo y los humores, existen ciertos libros en los que las preocupaciones poéticas pueden ser mejor comprendidas cuando se tiene en cuenta un derrotero vital.

El libro que aquí comentamos está articulado en tres partes: Guanaxo, Guanaco y Wuanaku. Cada una de esas partes se compone de veinte poemas. En mi opinión algunos de los poemas mejor logrados están en la primera y la última parte (juicio que quizá esté definido por la tradición poética de la que provengo). Abusando de la síntesis, podría afirmar que la primera parte representa la poetización de la pregunta que todo inmigrante o “transterrado”, para usar la expresión de Gaos, llegado el momento, se hace; sobre todo si esa inmigración se realiza en la infancia. La segunda parte es un ejercicio de recuperación de la memoria y del viaje de regreso a Ítaca, del retorno a los orígenes, diría casi míticos, de la tierra de los ancestros, con sus imágenes familiares, de la guerrilla y las pandillas salvadoreñas. La última parte es una poetización de doble frontera: por un lado, es una mirada a su propia identidad, ya no desde México y El Salvador sino a partir de Chile, y por otro, es un relato de las fronteras geográficas de eso otro que no somos los latinoamericanos.

¿Qué es Guanaco? Si bien el autor ofrece tres epígrafes sobre la posible genealogía de la voz, quisiera leer algo más que está operando en el libro: la torsión de los sufijos y los prefijos, de las tres partes: axo, en Guanaxo; aco, en Guanaco; y wua y ku, en Wuanaku podrían lexifonetizar la identidad de quien se sabe en errabundancia, para decirlo en un hermoso barbarismo. Yo diría que más allá de las evidentes referencias a las tres geografías (El Salvador, México y Chile), estamos ante un libro que pone en juego la identidad y la otredad como construcciones biográficas e imaginarias en conflicto. En la primera parte, la identidad del guanaco es poetizada desde los otros y sus figuras son las del estigma, el rechazo, la extrañeza, la xenofobia y el racismo. En el octavo poema de la primera parte, frente a la tácita pregunta de un asesinato, el autor nos dice:

Murió a los 20 o 21 años,

porque tenía dos actas de nacimiento,

una del año 80 y otra del año 81,

mismo año que yo nací.

Por supuesto no se trata de la institución de “doble nacionalidad” introducida por los apologistas de la globalización y que pretende establecer cierta igualdad formal. Estamos, más bien, antes el estigma de aquello que no es el “nosotros”; y este no, cuando proviene de ciertas culturas, se constituye en el otro-enemigo, otro-repudiado, otro-ominoso. Eso que Freud, de tan familiar, denominaba como Unheimliche. La discriminación, el racismo y la xenofobia son parte de uno de los capítulos más ominosos de la historia mexicana. Lo saben los indígenas y lo saben los pobres. Lo saben los chinos que fueron masacrados en 1911 y, por supuesto, lo saben los salvadoreños que hicieron de México su residencia con motivo de la guerra civil de los años ochenta.

No es gratuito que el autor asimile al guanaco con el bastardo. En el noveno poema, de la primera parte, el autor dice lo siguiente a propósito de la mala suerte del guanaco:

la tómbola nunca me entregó ningún premio,

las rifas nunca me dieron ningún walkman,

nunca completé el cartón de la lotería,

las canicas nunca me dieron

ninguna pelota de futbol,

los patos nunca se cayeron con los balines del rifle,

los dardos (no) rompieron ningún globo,

y los billetes de cincuenta mil pesos mexicanos

nunca estuvieron entre mis manos,

mi otro abuelo, el Sr. Sevilla,

nunca ganó un concurso de canto,

mi desdicha nunca fue dicha en su altavoz,

y mi familia mexicana

perdió todo en el intento de tenerlo todo.

Pero la condición bastarda del guanaco no es sólo del hijo; parece ser una herencia transgeneracional: hermanos, tíos, tías, abuelos, vecinos… es decir, es un figura cultural y una identidad colectiva; de aquí se comprende el viaje a los orígenes que se nos presenta en la segunda parte del poema. Aquí el guanaco ya no sólo es un bastardo sino también tiene gestos de heroicidad. Así, la historia del guanaco se trasformará en parte de la historia de la guerrilla salvadoreña y sus luchas a favor de los explotados, rechazados, reprimidos, humillados y avasallados, pues el guanaco es uno de ellos. Es la historia de eso que Walter Benjamin denominaba como la historia de los oprimidos. Por eso, el regreso a Ítaca del poeta. En el poemario esa Ítaca lleve por nombre el municipio Mejicanos, una comunidad del conurbado de la capital salvadoreña de aproximadamente 140 mil habitantes y que hunde su historia a la época de la conquista y tiene raíces de tlaxcaltecas, mexicas y acolhuas. Pero los retornos siempre dejan un remanente de insatisfacción. La Ítaca del poeta no es la Ítaca real. Y el poeta lo presiente y terminar por reconocerlo. Los últimos dos versos del primer poema de la segunda parte, sostiene que el guanaco es:

el que se inventa un país

en la tierra ajena.

La parte final del itinerario que traza el poemario nos lleva a Chile y a la frontera con Estados Unidos. Intuyo que el poeta finalmente comprende algo: que la patria del poeta es la palabra. Y que todos —no sólo los salvadoreños— los mexicanos, los chilenos, los gringos, tenemos algo del guanaco. Una palabra que se puede escribir con la x de México o con el lexifonético de Chile (como en la última parte del poemario). Axo, aco, wua y ku. Terminaría diciendo que si bien Guanaco es un libro de la sobrevivencia, el destierro y desarraigo, también es un libro de la memoria, el reencuentro y la identidad.


*Enrique G. Gallegos. Es poeta y filósofo. Cuenta con algunos libros de poemas, el último lleva por título Épocas (2014). Aparece en la antología Lapidario. Antología del aforismo mexicano (1869-2014). Otras de sus publicaciones: Poesía, razón e historia (2010); “Walter Benjamin y el ciframiento político de la estética en Baudelaire”; “La estética como engranaje entre política y subjetividad en Rousseau”, entre otras publicaciones. Ha publicado reseñas y textos de crítica literaria en diversos suplementos culturales. Ha coeditado algunos volúmenes colectivos sobre filósofos como J. J. Rousseau, Hannah Arendt y Walter Benjamin, entre otros.

Publicado en Revista Desocupado
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