Falleció el poeta ecuatoriano Efraín Jara Idrovo

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El escritor cuencano Efraín Jara Idrovo, uno de los poetas más influyentes del Ecuador, murió este 8 de abril del 2018 a los 92 años.

Nacido el 26 de febrero 1926, se graduó de abogado en la Universidad del Azuay pero nunca ejerció su profesión. Se ha desempeñado como maestro de escuela y fue uno de aquellos seres que en las Islas Galápagos encontró una especie de exilio inspirador para su poesía.

Fue también decano en la Facultad de Letras de la Universidad de Cuenca y fue presidente de la Casa de la Cultura, núcleo del Azuay. También fue miembro del grupo artístico Elan y obtuvo el premio Eugenio Espejo en 1999.

Entre sus títulos más importantes están ‘Tránsito en la ceniza’, ‘Rostro de la ausencia’, ‘El mundo de las evidencias’ y ‘Sollozo por Pedro Jara’, entre otros. Este último está considerado uno de los poemas más sensibles de la poesía del país, dedicado a su hijo, muerto prematuramente en 1974. Su último libro fue ‘Alguien dispone su muerte’, de 1998.

Efraín Jara Idrovo fue un escritor constante y modesto en su creación literaria. En 1999, con motivo de una antología, esto escribió la crítica Alicia Ortega sobre el poeta: “Hace ya algunos años Efraín Jara afirmó en una entrevista que la preocupación absorbente por el paso del tiempo y la muerte instaura el eje temático de su poesía, en el afán de buscar sentido a la existencia.

Efectivamente, Jara buscó la intemperie para dejarse conmover por los vientos de la vida y se ha colocado en alerta frente al mundo, para leer en él los signos que devienen en profundas evidencias del júbilo vital de la materia inertemente bella, de la permanencia del ser en medio del efímero y extraño devenir humano”.

En el año 2000, diario EL COMERCIO pidió a Efraín Jara una reflexión a propósito del cambio de milenio. Y este fue el bello texto del poeta: “Para alguien, como yo, que ha reposado siempre en la persuasión de que el presente es la única dimensión del tiempo, en que el ser cobra consistencia ontológica -no por fugitiva, desprovista de intensa y apasionada evidencia-, resulta impracticable haberse planteado, a mediados del siglo que fenece, cómo imaginaría el advenimiento del año 2000.

“El presente es una suerte de relampagueo inasible, un punto donde el futuro deja de ser tal para convertirse en pasado inexorable. Entre lo que todavía no es y lo que ya dejó de ser, entre provenir y pretérito, destella vertiginosamente el presente para infundirnos la convicción de que existimos, de que aún somos este delirante parpadeo de lo inerte.

“Pero lo que la mano despiadada del tiempo abatió en cenizas, el soplo de la memoria torna a vivificarlo en forma de imágenes raudas y melancólicas. Nos proyectamos hacia lo consumado, desandamos el camino hasta la más remota infancia, la reincorporamos al presente y lo experimentamos de nuevo, como realidad fantasmal, pero redimida a la temporalidad. Así rescatamos el pasado y lo trocamos en elemento impulsor de nuestro tránsito vital. Carecemos, en cambio, de una facultad prospectiva de eficacia similar a la de la memoria. La imaginación opera con cierta limitación, cuando se empeña en anticipar lo que advendrá. No obra, como la memoria, sobre lo real por ya vivido, sino sobre lo incierto y aleatorio y, por lo mismo, no arriesga sino conjetura a corto plazo, proyectos de realización inmediata, desistiendo de las perspectivas dilatadas por falta de vislumbramiento profético.

“¿Cómo, entonces, en mi juventud, haber intentado siquiera columbrar cuál sería mi temple existencial al enfrentar el año 2000? He de reconocer con honestidad que hace 50 años jamás se me ocurrió tal desatino. Atenido con exclusividad al presente, esa fecha me hubiera parecido distante e inalcanzable como una estrella.

Diez años atrás, más o menos, dentro de los marcos de lo razonable, aunque se trataba de una noche de tragos con un amigo que es muy entrañable, decidimos ponernos testarudos y sobrepasar la barrera del segundo milenio del calendario cristiano. Lo hemos conseguido y nos damos por satisfechos. El lapso que nos resta lo viviremos con idéntico fervor y turbulencia. Después de todo, son días que se nos ha otorgado de adehala. Lo demás, como diría Verlaine, solo es literatura”.

El Ministerio de Cultura lamentó la muerte de Jara. En su cuenta de Twitter la Cartera de Estado lo recordó como «uno de los más grandes poetas ecuatorianos».​

Publicado en El Comercio
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