La Boston y la vida

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La eterna vigencia del desamparo

Por Javier Andrada – Fotografías: Jenifer Romay

Trabajadores y trabajadoras de la confitería Boston resistían al cierre desde hacía seis meses. Para subsistir, vendieron café, medialunas y pan dulces. Durante el invierno les cortaron el agua, la luz y el gas. Resistieron un intento de desalojo y, en pleno verano, fueron expulsados por la policía. Crónica de un nuevo vaciamiento empresarial con las consecuencias de siempre.

—Con el gorilaje que venía acá, para atender había que tener estomago de amianto —dice Charly, 39 años, pelo bien corto.

Piensa en los comentarios que hacían algunos clientes, poco consustanciados con la realidad social de la ciudad. La confitería está enclavada en Playa Varesse y rodeada de los barrios más exclusivos de Mar del Plata.

Trabajaba desde los 14 años en la Boston; “ingresé el 28 de noviembre de 1993”, cuenta con orgullo. Empezó como cadete llevando los pedidos en el local de la calle Buenos Aires —en la actualidad, también tomado por los trabajadores—.

—Iba a hacer los mandados, a entregar medialunas, a buscar cambio. Después, pasé a aprender el oficio, a ver como se trabajaba en la fábrica y también como se brindaba el servicio. Había compañeros que ya tenían un recorrido, experiencia, y te enseñaban.

Desde joven alternó el trabajo gastronómico con la militancia peronista en el barrio Malvinas Argentinas, en la zona oeste de Mar del Plata. Decir que tiene una mirada crítica sobre el proceso de perdida de derechos laborales implementado por el gobierno de Cambiemos, es decir poco.

Charly mira para el lado de los reservados -donde ahora se apilan los colchones en los que duermen cada noche- mientras cuenta que en los veranos pasados solían asistir al local María Eugenia Vidal, Patricia Bullrich, Marcos Peña y hasta Mauricio Macri.

También eran habitués los funcionarios locales Emiliano Giri y Guillermo Arroyo —concejal e hijo del intendente—. Hasta que empezó la toma.

Nunca más se los vio.

* * *

Arrastran los pies, van con paso de plomo. Los turistas suben las escaleras de Playa Varesse con sus reposeras, heladeras, esterillas y el cansancio a cuestas; cargados como los antiguos vendedores sirios que se internaban en la llanura pampeana ofreciendo enseres y baratijas al grito de “¡beines y beinetas!”.

Mientras el sol se apaga detrás de las torres de la costa, cruzan el Boulevard Marítimo y pasan por la puerta de la Boston: levantan cafés y medialunas, a cambio dejan algo de dinero en una caja de zapatos dispuesta sobre la mesa de entrada.

—Es a voluntad —les dicen desde adentro.

Un hombre y una mujer se sientan a una mesa que está sobre la vereda, “adentro del local no pueden vender, la justicia lo impide”, murmura ella mientras espera el café.

* * *

Las fábricas y empresas recuperadas argentinas son observadas con curiosidad y admiración desde otras latitudes. Sin embargo, poco conocidas en nuestro país por las dificultades propias de un movimiento al que no le sobran los recursos y —principalmente— porque esas luchas, tomas y recuperación de los medios de producción (pese a los intentos de desalojo) son un mal ejemplo: una bestia negra para la burguesía local y su maquinaria informativa. Las quiebras fraudulentas y vaciamientos de empresas por parte de los dueños, encontraron un escollo insalvable en la dignidad de los que no tenían nada que perder, excepto sus cadenas.

Todos los días, cooperativas como Nuevo Amanecer, cerámica Fasinpat (exZanón), el Hotel Bauen o la fábrica de electrodomésticos Renacer —bajo control obrero, sin patrones ni directivas verticalistas— demuestran que en el proceso productivo los únicos imprescindibles son los trabajadores.

Según el estudio presentado por el Centro de Documentación de Empresas Recuperadas de la UBA —coordinado por el antropólogo social Andrés Ruggeri— las 384 fábricas y empresas recuperadas en las que trabajan casi 16 mil cooperativistas soportan situaciones de gran inestabilidad por el combo letal que aplicó el macrismo a partir de 2016: “tarifazos, apertura de las importaciones, aumento de insumos, suba del transporte, caída del consumo”. Pero no es todo, la ofensiva contra los procesos autogestivos se completa con “ataques políticos y judiciales”.

Desde que Mauricio Macri es presidente, 37 empresas que cerraron (por quiebra o por abandono de los patrones) fueron recuperadas por sus trabajadores. Y aunque el panorama es oscuro, el informe señala que las recuperadas siguen teniendo legitimidad social “a pesar de ser atacadas desde los medios hegemónicos como nunca antes”. La resistencia sigue siendo una cualidad intrínseca al proceso autogestivo.

Futuro recuperado, la obra del fotógrafo Daniel Minsky, retrata las vicisitudes de los obreros que se atrevieron a desafiar el destino de quedar en la calle en los albores del nuevo milenio.

Durante un año, Minsky registró la vida de la cooperativa Los Constituyentes, una metalúrgica de la ciudad de Buenos Aires recuperada después del cierre y vaciamiento perpetrado por los antiguos dueños.

“Fábricas que cierran en los caminos de negocios más rentables y menos productivos (…) declarar la quiebra les producía más ganancias que continuar operando la empresa”, relata el fotoperiodista.

Sin suministros, maquinarias, ni dinero para producir, pusieron en marcha la organización; a favor tenían la experiencia laboral y la ausencia del costo empresarial, que absorbía la mayor parte de los ingresos.

Hoy, la cooperativa produce caños estructurales y es dueña de la planta y la maquinaria. Sus 80 trabajadores (socios cooperativistas) cobran el mismo salario. Minsky dice que la única oficina que acumula polvo es “la antigua sala del directorio, lo que evidencia cuales son los únicos cargos de los que se puede prescindir”.

* * *

En la confitería Boston, la posibilidad de la autogestión parece lejana. Siempre se habla de la llegada de otro empresario, un salvador que dará empleo a los trabajadores que están tomando los locales.

Federico Tonarelli, presidente de la cooperativa que gestiona el Hotel Bauen, acercó la solidaridad y experiencia del colectivo que representa a los exempleados de la Bostón. Reconoce que el escenario de la recuperación suele ser hostil.

—De acuerdo al gremio que pertenezca el colectivo de trabajadores de la empresa que termina quebrando, podes encontrar sindicatos que juegan muy bien, a favor de la recuperación por parte de los trabajadores y de la gestión cooperativa, y otros que no, que han operado decididamente en contra.

—¿Por qué se oponen esos sindicatos a la gestión cooperativa?

—Porque creen que vamos a disputarle el control de la organización de los trabajadores, es una tontería, estamos integrados al movimiento obrero con todos los compañeros asalariados.

—¿Qué dificultades tiene la autogestión?

—En el día a día tiene infinidad de inconvenientes, sobre todo si son colectivos grandes. Pero hay ejemplos en todo el país de empresas cooperativas grandes que se han recuperado y se han puesto en marcha: como la exZanon, como nosotros, como las exGatic (Adidas), la de Pigue, la de San Martín, la de Chamical en La Rioja, son empresas grandes, de 100, 150 compañeros. Es cuestión de animarse e ir aprendiendo en el transcurso de la gestión, no hay otra. Y apoyarse en la experiencia de los que llegamos antes.

—¿Cómo ves el caso de la Boston?

—Ellos tienen al sindicato gastronómico ocupándose del conflicto, que no es ni más ni menos que conseguir otro empresario que se haga cargo del negocio. Entonces ahí no hay ninguna posibilidad de conformar la cooperativa y desarrollar un proyecto autogestivo, porque el sindicato está buscando sostener los puestos pero a través de una nueva empresa de capital.

—¿Estaban al tanto del movimiento de empresas recuperadas?

—Cuando estuve en Mar del Plata les comenté un poco pero los noté desinformados acerca de todo lo que había pasado en este proceso de recuperación de empresas desde 2001 hasta acá. No conocían casi nada de lo que había ocurrido, ni a nosotros siquiera. Me pareció que en el caso de ellos iba a ser muy difícil formar una cooperativa. Supe que hasta habían tenido una reunión con Luis Barrionuevo y con un empresario nuevo en la idea de poder sostener los puestos de laburo; ojalá se les dé, algunos compañeros que conocí tenían muchos años de antigüedad, sería tremendo quedarse sin trabajo.

* * *

Las vísperas de Navidad se viven con inquietud. La notificación de desalojo les llegó dos días antes. Charly tiene un día ajetreado, se encarga de la logística para que no falten insumos pero también de buscar apoyo, como el resto de sus compañeros. Algo interior le susurra que van a poder resistir, lograr el respaldo de la sociedad; a él le gusta hablar de victorias parciales.

Cuando se refiere a los actuales propietarios —los hermanos Juan Manuel y Pablo Lotero, y el austríaco Carl Ludwig Schönfeldt— se endurece: “Estos tipos vinieron a destruir todo. Se esta investigando, desde la venta para adelante. No descartamos que la venta que hicieron los antiguos dueños haya sido fraguada, no está claro, hay un manto de dudas”.

La jueza Patricia Sara Gunsberg, a cargo del Juzgado Civil y Comercial N° 9 ordena el desalojo. Los trabajadores convocan a las organizaciones sociales y sindicatos. En la calurosa mañana, unas doscientas personas se convocan frente al local de Urquiza y Boulevard Patricio Peralta Ramos para resistir. Forman un cordón para cuando llegue la policía. Los oficiales de justicia que estaban en camino, nunca llegan. La policía, tampoco.

Es una victoria parcial.

* * *

Son mozos, pasteleros, adicionistas. Personas que nunca habían estado en una situación límite. Tomaron la iniciativa de defender los puestos de trabajo cuando se sintieron acorralados; todos tienen entre 15 y 25 años de antigüedad, quedarse en la calle significaba perder una parte importante de sus vidas. Comenzaron con una aventura incierta, pero no les quedaba otra: los dueños los llevaban al abismo.

Charly aclara que una vez que tomaron la decisión tuvieron que estar a la altura.

—Un laburante esta acostumbrado a venir y hacer su trabajo, y estas cosas lo desacomodan: el día a día, empezar a ver si estos tipos venían a arreglar, tener que atender a los medios. Hasta que nos dimos cuenta de que ellos no tenían voluntad de solucionar el conflicto. Los Lotero fueron cínicos y mentirosos, jamás cumplieron con los acuerdos que homologaron en el ministerio de Trabajo. Deben cuatro meses de sueldos, aguinaldos, vacaciones, indemnizaciones. En total son 34 millones de pesos.

—¿Por qué no pudieron llegar a la unidad con los compañeros de la sucursal Constitución?

—El local de Constitución sigue trabajando mediante la teoría del desgaste, cambiando empleados, modificando horarios, poniendo ahí a los más vulnerables, permisivos y conformistas. Nosotros somos los políticamente incorrectos. Hubiese sido mejor que todos los trabajadores, de las tres sucursales, nos uniéramos pero en Constitución quisieron seguir trabajando por monedas. Les dan mil pesos por semana. Hubiese sido mejor que tomáramos una decisión en conjunto; estos tipos o la vendían o la cedían a los trabajadores.

—¿Pudieron reunirse con los dueños?

—En una asamblea, vinieron a mentirnos en la cara y terminaron escapando como ratas. Después se decidió la toma. Nos subestimaban por ser mozos y no se la pudieron bancar, desaparecieron. En este local siempre se puso en duda todo lo que ellos decían.

Los hermanos Lotero, intentaron presentar un Procedimiento Preventivo de Crisis —pese a los números favorables de la empresa— pero el ministerio de Trabajo lo rechazó. El flujo de dinero que ingresaba a la Boston era importante, sin embargo la patronal pretendía pagar los salarios en cuotas.

—Nosotros queríamos visibilizar la lucha y contar nuestra problemática, para que no fuera un local cerrado más. Y eso lo logramos ofreciendo café y medialunas a voluntad. Fue simbólico, para que otros trabajadores se vean representados, se organicen, que lo vea la sociedad. Bajo un gobierno para el que el laburante es un número, estos empresarios vinieron a vaciar la confitería. La compraron y a los cinco meses la pusieron en venta.

—¿Cómo se sintieron tratados por los medios de comunicación?

—La mayoría nos acompañó, pero hubo medios que nos estigmatizaron, diciendo que eramos vagos, unos negros que no queríamos trabajar. Canal 10, Ahora 10, Mdphoy, publicaban notas falsas y ocultaban la información. Mdp Hoy es un diario digital conservador, gorila, Lo único que hacen es marcar al laburante sin acercarse a hablar, porque son amigos de estos chantas.

—¿Qué esperan de la justicia?

—Lo bueno sería que se dictaminara la quiebra y los trabajadores podamos administrar la confitería, con un síndico. Así como organizamos la resistencia con la toma, podemos gestionarla. Hay que dar la lucha porque si la abandonas no obtenés resultados. Acá decidimos todo en asamblea.

* * *

Tres de la mañana. ¿Dormirá la jueza Gunsberg? En Varesse es una noche como cualquier otra de la alicaída temporada 2019 (en la primera quincena de enero llegaron a la ciudad 32 mil turistas menos que en el mismo período de 2018). Algunos trasnochadores pasan, cada vez más espaciados, rumbo al centro. Varios vehículos se detienen en la puerta de la confitería, aprovechando la quietud, al mejor estilo de los Grupos de Tareas de la dictadura. La justicia y la policía se mueven en las sombras. Adentro del local, está Charly. Él solo. Afuera, una multitud de policías se prepara para acabar con la toma.

* * *

La autogestión requiere de organización y voluntad inquebrantables. Es difícil de imaginar para quienes siempre trabajaron en relación de dependencia y no conocen otra forma de producción que la que se desarrolla bajo patrón. Descansar en esa figura, parece aliviador. Es Otro, elevado a esa posición por la acumulación de capital, el que piensa y decide por el obrero, como si éste fuera su hijo; al fin de cuentas, patrón y padre tienen la misma raíz etimológica.

Patrón proviene de las lenguas indouropeas, como patria, patricio, patriarca, patriarcado, patrono, patrimonio. En el origen de estas palabras está casi todo lo que hoy se cuestiona. En la antigua Roma, el pater familiae tenía a su cargo a todos los que vivían en su casa —familia viene de “famulus”, vocablo utilizado para designar a esclavos y sirvientes—. Bajo su miembro estaban los hijos (a los que podía desterrar o matar si no le parecían muy copados), los esclavos y la mujer casada. El orden no parece haberse alterado con el paso de los siglos.

Los sirvientes eran sometidos a duros castigos mediante un rudimentario artefacto compuesto de tres palos (tripallium) al que eran atados y azotados. De esa palabra, deriva tripalliare (tortura de los tres palos, una variante de la crucificción) y, como figura de sufrimiento y esfuerzo, trevallar (trabajar) en la Edad Media. La profesora Nora Buich sostiene que la palabra trabajar no hace referencia a los castigos físicos que sufrían los esclavos sino al agotamiento que experimentaban después de las tareas en el campo, quedaban extenuados como si los hubieran apaleado. Patrón (como protector), trabajo (como castigo) y esclavos (¿modernos asalariados?) son figuras íntimamente unidas desde hace dos milenios.

Para Buich, la naturalización de estas formas de poder —frases como “el trabajo dignifica” o “la familia es la base de la sociedad”— son modelos del antiguo patriarcado con los que la burguesía construyó el fundamento de familia actual: con su núcleo (monogámico y heteronormativo) en que las mujeres siguen confinadas a las tareas domésticas y el cuidado de hijas, hijos y mayores; “un trabajo que nadie paga y que el patrón se ahorra”.

En Mar del Plata, los patrones se ahorraron 34 millones de pesos con el aval del Poder Judicial, que pudo haber fallado a favor del pago de indemnizaciones, salarios caídos o de la recuperación de la fuente de trabajo bajo gestión obrera. Pero no lo hizo. El Estado prefirió disfrazarse de Grupo de Tareas para garantizar las inequidades habituales. Que no es otra cosa que permitir a los patronos de la Boston disponer de los medios de producción —perdidos transitoriamente— expulsando a los que hasta hace poco formaban parte de “la gran familia de la empresa” y hoy no son otra cosa que trabajadores descartables.

Revista Ajo

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