Bagua

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Bagua: fin de la comedia

A diez años del conflicto social más sangriento de la historia reciente, tres compañías teatrales se unen para recordarnos, desde la Curva del Diablo, que todavía somos un fallido intento de país.

Por Renzo Gómez

Blancos y cholos, millonarios y misios, amos y lacayos.Hay quienes entienden la vida en sociedad como el ejercicio cotidiano de descalificar al otro. Eso ya es despreciable.

Pero lo es más cuando estallan esos volcanes dormidos que son los conflictos sociales. Problemillas menores desde nuestra limeñísima comarca. El autoritarismo, entonces, tan dado a los intereses extranjeros, aporta nuevas nomenclaturas: salvajes y civilizados, ignorantes y pensantes, reos y justicieros.

Lo sucedido el 5 de junio del 2009, en Bagua, en la selva norte del Perú, durante el segundo gobierno de Alan García, es una cicatriz sangrante que la semana pasada cumplió una década. Si bien ha habido esfuerzos audiovisuales y periodísticos para comprender su magnitud, el teatro tenía una deuda. O cuando menos un descuido.

El último viernes, tres colectivos teatrales (Asociación de Artistas Aficionados, el Club de Teatro de Lima y Espacio Libre Teatro) dieron por terminada la omisión sobre el escenario de la Asociación de Artistas Aficionados, en el Centro Histórico de Lima, en el estreno de Bagua. Ni grande ni chica.

Se trató a la vez de un tributo. La obra fue escrita por la recordada dramaturga Sara Joffré, quien nunca pudo montarla. El último resplandor de una mujer inmensa que, como dijo alguna vez Diego La Hoz (director del montaje), escribía teatro peruano para los peruanos.

En enero del 2017, dos años después de su desaparición, su hija Teresa desempolvó el texto y, con la ayuda de Ornitorrinco Editores, lo puso en valor, en un libro delgadito pero potente.

Son las fotocopias anilladas que en estos instantes tienen entre manos Ximena Arroyo, Manuel Calderón, Paco Caparó, Omar del Águila, Eliana Fry García-Pacheco, Karlos López Rentería, ‘Josefo’ Palomino e Ilda Polo.

Los ocho actores que interpretarán papeles múltiples, en este martes que agoniza. Son las 11 y media de la noche, y la avenida Ica dormita solitaria y empedrada. En cambio, aquí, dentro del teatro de la A. A. A., el elenco se alista para iniciar su jornada laboral. Alargarla para ser justos. Algunos vienen de ensayar otras obras. Otros de dictar talleres o preparar sus clases para la semana. No falta el que todavía tiene carné universitario en la billetera.

Sea como fuere, en escena, sobre el parqué, son todos iguales. Eternos aprendices del teatro que no ponen peros si es necesario ensayar de madrugada tres veces por semana. Solo así cumplirán con una de sus imprescindibles funciones: construir memoria.

Un aspecto vital para encarnar esta historia mortal. Treinta y tres, según las cifras oficiales, entre policías y civiles, en la carretera Fernando Belaunde Terry, en el trozo de asfalto tristemente célebre como la Curva del Diablo, en Bagua.

Y que hace unos años algún genio tuvo la brillante idea de rebautizarlo como la Curva de la Esperanza, cuando permanece manchada de olvido. Cuando los responsables políticos no solo sortearon a la justicia sino que diez años después persisten en culpar a los pueblos nativos de la masacre.

¿De qué esperanza podemos hablar cuando muchas familias aún no han podido enterrar a sus muertos?

“El teatro político se ha preocupado afortunadamente por la época del terrorismo. Pero esa construcción de memoria está homogeneizada en esa etapa. Nadie lo niega, pero debemos salir de allí. Al final se produce un sesgo en cómo se cuenta la narrativa de ese suceso”, dice Eliana Fry García-Pacheco, quien interpelará al público, en un sentido acto final, con los pechos al descubierto.

Mención aparte merece Manuel Calderón, curtido actor, que representará a un Alan García caricaturizado. Calderón, quien padeció, como tantos, los yerros de sus dos gobiernos dice no sentir remordimiento en personificarlo a dos meses que su muerte.

“No sé qué pasará cuando los apristas vean la obra. Dirán que nos estamos burlando de Alan. Perdón, pero Alan se burló de la gente”, afirma.

Testimonios de ambos bandos, escenografía competente y actores entregados hacen de Bagua. Ni grande ni chica una puesta en escena invaluable que nos conduce a una pregunta definitiva: ¿qué es el progreso? Hagamos el esfuerzo por responder.

La República

 

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