La guerra de la sed de Guadi Calvo

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laguerradelasedEl teniente Agustín Castillo Irala, piloto aviador paraguayo, es derribado por las baterías del enemigo y hecho prisionero. Tomará contacto con otros personajes como el niño-solado Lucio Quispe, el taimado sargento Ávila y dialogará profundamente con el mayor Quiroz, combatiente que en la platónica caverna había conseguido voltear la cabeza para mirar a los ojos de la guerra y sus metástasis del horror.
Los hechos de esta novela magnífica se ubican en las postrimerías del conflicto. El autor hace uso de una prosa ágil que pinta con firmes trazos los sucesos y nos permite con facilidad ver lo que se narra. Guadi Calvo ha firmado un libro que ya forma parte de lo mejor que se ha escrito, en clave ficcional, sobre la Guerra del Chacho y “contado entre primeros” como diría Dante.
«¿Qué tendrá el Chaco para que siga atrayéndonos su imposible vacío? ¿Qué tendrá el horror para que siga engendrando ficciones que ahondan en él, y nos deje todavía confusos, pasmados de que sea parte de todos nosotros? El cine ha dado ya meritorios relatos sobre la Guerra del Chaco, pero aún cabe esperar la gran película de aquellos años. Mientras, la literatura no ha dejado de parir grandes historias, como esta novela de Guadi Calvo, en la que se cuentan con pericia la gesta de unos hombres que le tomaron el pulso a aquella guerra, y por supuesto, la perdieron. El lector tendrá ante sí personajes arquetípicos, a los cuales sentirá cercanos, incluso a la hora de tomar sus decisiones, equivocadas o no, siempre con el mismo fin, la de recuperar su libertad individual, una vez convencidos de que en la guerra, contrario a lo que los militares de vieja escuela piensan, hay poco espacio para el honor.»
«La habilidad de Guadi consiste en narrar midiendo bien los tiempos, desde un punto de vista cinematográfico, y cumple la regla sagrada a la que todo escritor debe serle fiel: no aburrir. Su historia no es sobre la guerra, sino sobre los hombres en guerra. Al final lo que queda es el convencimiento de lo absurdo de todos las guerras, no ya de sus principios o sus causas, sino de su desarrollo y su sordidez, de sus muertos y de sus pérdidas irrecuperables.» Sergio Ramírez

 

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