«La literatura, en general, es un acto de fe»

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El rostro de Santiago Vizcaíno luce relajado. “A veces todo se pone seco, árido. Llevaba unos meses sin escribir nada… Ayer, por fin, se escribió algo”, comparte con calma, mientras cruza los patios de la Universidad Católica desde el Centro de Publicaciones –el cual dirige- hasta la Biblioteca, pues debe preparar la cátedra del día.

En las estanterías se mueve con voracidad. Conoce de memoria donde están los autores y los títulos que le interesan. Sus dedos son veloces en el momento de tocar los libros de su interés, es como si tocara un piano imaginario bajo la tutela de una frenética partitura.

Ya en su oficina, sentado y con mayor tranquilidad, Santiago cuenta que él reconoce tres facetas de sí mismo: “Como poeta podría decirse que tengo un aire más trágico; en cambio con el cuento como que soy más burlón, manejo mucho mejor la ironía; mientras que como ensayista soy más bien serio”.

Su ópera prima, ‘Devastación en la tarde’, es el motivo de que emprenda una gira por EE. UU. Desde el 31 de marzo hasta el 6 de mayo compartirá en distintos centros educativos la publicación de dicha obra en inglés.
Justamente, ‘Devastación en la tarde’ ganó el Premio Nacional de Literatura. Este viaje puede verse como un premio. ¿Cuál es tu opinión sobre este tipo de reconocimientos?
Te visibilizan, por lo menos, en un momento. Cuando eres joven, te impulsan de cierta manera. Con esos reconocimientos sientes un mayor compromiso con el trabajo que haces. A la final, te guste o no, te están dando una suerte de “título de escritor”, donde te consolidas o la cagas, una de dos.

 

 Entonces, hay mayor presión. ¿Quién la ejerce más: los amigos o los detractores? Porque un premio puede ser celebrado por algunos y criticado por otros, ¿no?

En mi caso hubo distanciamientos con unos, acercamientos con otros y afianzamiento de amistad en otros casos. Claro que uno no escribe para formar parte de grupos o colectivos. Mi intención es trabajar en solitario. Hago un trabajo en silencio desde mi época universitaria, que es donde empecé a dedicarme a lo que quería hacer el resto de mi vida.

¿La universidad forja a un escritor?
Para nada. Uno entra a la universidad con la idea de ser escritor, pero nadie ni nada te enseña eso. La universidad te da un bagaje cultural y académico que ayuda y es importante, pero la labor del escritor es una actividad por la que apuestas tú mismo.

¿A qué edad tenías claro que querías ser escritor?
A los 17 años, cuando era físico-matemático en el Colegio Benalcázar. Esa especialidad me reforzó la idea de ser escritor, de apostar por las letras. Mientras los compañeros se metían en fórmulas y números, yo iba escribiendo cosas en silencio. Eso me gustó mucho porque lo veía como un acto clandestino, fue como rebelarme a la imposición

¿Una imposición que venía desde la familia, me imagino?
De la familia y de la sociedad, en general, que te dice que es más rentable ser ingeniero de algo antes que vivir de la escritura. Por supuesto, mi familia decía que la literatura no me iba a dar de comer, pero pesó el ideal romántico del chico de 17 años. Claro que el ideal se va volviendo más riguroso en el tiempo porque te vas dando cuenta de que debes trabajar duro, pues no eres Lord Byron y debes ser disciplinado con el lenguaje. Ahora que soy ‘profe’ me doy más cuenta de eso, de que hay que pensar en la escritura, lo cual es más arduo que escribir, porque escribir es un acto de placer, pero pensar acerca de este acto es jodido. Por eso dicen que escribir también puede resultar una tortura.

 

Pero una tortura placentera…

Sí, es como cuando te pica una herida y te rascas y la herida no sana, la costra vuelve a sangrar, pero ese dolor es placentero. Eso es quizás es la escritura, sin ser demasiado trágicos.
Fuiste a la universidad con la idea de ser escritor, pero ya escribías desde el colegio. ¿Qué piensas cuando lees esos primeros textos?
No los he vuelto a mirar, no los he buscado. La verdad, no los he vuelto a leer porque ahora hasta me daría como vergüenza (risas).

Esas experiencias para nada les compartes a tus estudiantes…

No se me ha ocurrido hablar de eso, ni de otras cosas mías. En realidad, nunca hablo de mí o de mi trabajo en clase. Me parece lo más aburrido y nada ético. Además, creo que todavía sigo aprendiendo a ser escritor y lo más probable es que no aprenda nunca.

¿Y llegar a ser poeta? ¿Cómo tratar de ser poeta cuando esa palabra está desgastada?
Está desgastada porque mucha gente cree que hacer poesía es fácil. Muchos piensan que la poesía solo atiende a la brevedad de expresar lo que uno siente. También, la evolución del verso libre hace creer a muchos que cualquier frase entrecortada es un verso. Pero, como dice T.S. Eliot, la poesía trasciende al propio poeta. Claro que también hay que entender que el poeta no es una especie de elegido que actúa como médium de la divinidad. El poeta es un ser humano con los problemas de cualquier persona. Cuando escribí ‘Devastación en la tarde’, había recibido mucho influjo de ‘La tierra baldía’, de Eliot. Evidentemente, él vivía en una época donde predominaba una visión de apocalipsis que perdura hasta ahora. Esa idea apocalíptica rondaba por mi cabeza y es obvio que su visión influyó en mi poesía.
Por otra parte, en otros versos haces alusión a que hay que aferrarse a creer. ¿En qué cree Santiago Vizcaíno?
En tono de burla, pero sincero, digo que ‘gracias a Dios soy ateo’. Hace tiempo que me desentrañé de la idea de Dios y me desencanté de cualquier iglesia. Sin embargo, soy respetuoso porque sé que el ser humano necesita creer en algo, debe tener fe.

¿La escritura es un acto de fe?
Por supuesto. La literatura, en general, es un acto de fe. Creo en la literatura y en muchos seres humanos.

¿Quiénes?
Músicos, en su mayoría. Quizás, Charlie Parker o Ella Fitzgerald, también pintores como Dalí y cineastas como Buñuel; por supuesto hay escritores como el propio Eliot, Borges, entre otros.
¿Cortázar no? Porque, él al igual que tú, le tenía mucha fe a Parker…
Cortázar es magnífico, pero como que me he ido alejando de la literatura cortazariana. Es algo que también me pasó con Alejandra Pizarnik, de quien trabajé mi tesis y escribí el ensayo ‘Decir el silencio’. Claro que hay veces que vuelvo a ellos, pero estoy más lejano por ahora. Lo que pasa es que vas descubriendo más autores.

 

 ¿Cuáles, por ejemplo?

En este último tiempo está Bernard Malamud, un escritor excepcional. También vas agarrando devoción por un autor en determinados momentos. Me pasó con Philip Roth, por ejemplo, de quien leí lo que más pude. En la universidad tuve devoción por los existencialistas. Me entusiasmé en esa época con Kierkegaard, los cuentos de Camus, ‘La náusea’, de Sartre, un libro de cabecera por entonces. Cuando uno tiene 17 años hay una conciencia trágica del mundo. Curiosamente, en medio de la fatalidad también se descubre la sexualidad. Todo es intenso y como que lo quieres todo a la vez.

 

Eso a los 17 años. ¿Ahora qué quieres? ¿En qué sueñas?

Muchos se burlan de mi sueño. De hecho, mis amigos dicen que es medio pendejo (risas). Quiero vivir en la playa y escribir, jubilarme a los 40 y hacer solo eso.

¿Qué opinas de repetirse a sí mismo? Lo digo porque en un poema señalas que uno está condenado a eso…
No puedes dejar de repetirte. Repites tus temas. Míralo como una forma de fortificar tu identidad. Cuando lees algo y dices esto es de Borge, esto es de Quevedo, esto es de Góngora y así con cualquier autor, se trata de que reconoces una voz individual, la identificas, y creo que en eso juega mucho el repetirse. Más que plantearse el que si es bueno o no repetirse, deberíamos preocuparnos de la honestidad, el que si uno es realmente sincero consigo mismo cuando escribe.
Has estudiado afuera y ahora vas de gira por EE. UU. ¿Cuán importante es recorrer el mundo?
Importantísimo, porque ves desde afuera el laberinto; pero debo también señalar que este país tiene muchos recursos para escribir. Es cuestión de detenerse a mirar nada más. Una gran lección que aprendí de Julio Pazos en una de sus clases es que el universo del autor es ínfimo, el resto es mundo.
¿Cómo tomas este viaje? ¿Cuáles son las expectativas?
Somos seres humanos y somos egos a la final. Los artistas son los más ególatras, el hecho de considerarte “artista especial” ya te da una pauta para pensar sobre lo que digo. Si eres absolutamente sincero con tu escritura, esta permite que se vea tu ego, que se develen tus fisuras. La literatura no es una tabla de salvación, ni siquiera una coraza. Si uno es sincero consigo mismo, finalmente lo que haces es una burla de ti. Hablamos de un ejercicio patético y una de las funciones principales de la poesía es lo patético. Nunca me hice muchas expectativas del viaje. No sabía si se iba a dar. Estoy agradecido con mi traductor (Alexis Levitin), quien se puso de acuerdo con los sitios a donde vamos, él mismo pone su carro para movilizarnos y es el gran gestor de esta aventura, de la cual solo quiero sorprenderme. Va a ser un tiempo para trabajar en una novela que estoy escribiendo y que ha estado estancada y también el viaje me permite presentar el libro ‘Matar a mamá’, el cual va a tener una edición en español e inglés y es una buena oportunidad para difundirlo.

 La Hora

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