La compañía La Colmenita reflexiona sobre la escuela cubana en una nueva obra

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Versión de una niña buena

“Abuela, yo no quiero ir más a la escuela. Más nunca”, se atrinchera lapidaria en los primeros minutos de la función aquella menuda chiquilla, protagonista de Versión de una niña mala, obra que acaba de presentar en el Teatro Principal y en Yaguajay La Colmenita.

“Estoy de acuerdo con ella”, casi le responde en voz baja al instante Enrique, un muchacho flacucho como de 12 años que disfruta el espectáculo en uno de los palcos delanteros.

La sala del “Principal” se encuentra repleta: no siempre llega a la villa una presentación infantil de lujo, en la cual se mezclan en increíble alquimia las magistrales enseñanzas pedagógicas de aquella aula campesina de Narcisa —donde el maestro Raúl Ferrer sentó cátedra por los años 40 del pasado siglo— con las complejas y no pocas veces amargas, lamentables realidades de una clase hoy.

No todo rezuma perfección: perturban deslices organizativos a la hora de entrar y acomodarse; el tumulto innecesario en la puerta de acceso; la escasez de elegancia y precisión en los anuncios de la cartelera; la falta de información y exigencia con las edades apropiadas para asistir a la puesta, lo cual provocó interrupciones por los más pequeños; y las ya reiteradas reventas de papeletas en alguna de las casas de enfrente.

Sin embargo, estos árboles dejan ver el bosque, una obra que en apenas 50 minutos estremece, angustia y de vez en cuando incluso hace reír, nacida a partir de un taller con alumnos de entre ocho y 12 años, sus propios parlamentos y pensamientos, fusionados con el libro Sueños y cuentos de la niña mala, del escritor espirituano Julio M. Llanes, y con textos de Raúl Ferrer y de Excilia Saldaña.

Más propia para adultos que para menores, Versión de una niña mala viene como agua para chocolate a las filas del magisterio nacional; de hecho, el Ministerio de Educación debía incluirla en los horarios de preparación docente para repensar sus prácticas y reflexionar sobre métodos, desmotivaciones e insuficiencias de la enseñanza cubana actual que han provocado una realidad preocupante: los niños inventan cualquier excusa para no asistir a la escuela cuando hace solo unos años lloraban por no ausentarse.

Con un lenguaje hermoso y poético, inteligentemente mezclado con diálogos bien actuales, comunes y espontáneos, la obra cuenta con actuaciones de respetable profesionalidad e intercala momentos musicales y animados que favorecen el atractivo de la puesta.

Los nombretes, la violencia, los intereses materiales, injustas calificaciones, la banalidad, los miedos de la niñez y la adolescencia, la estampida de los valores… todo sobre el tapete en una obra escrita más que todo para ser escuchada.

—¿Y la maestra?, pregunta la abuela a su nieta casi en el desenlace.

—¿La maestra? No dice nada.

Escambray

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