Chile: una crítica a las instituciones desde las tablas

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Crítica de teatro: «La noche de los pelícanos»

El montaje se organiza en torno a la contingencia general del país, haciéndose cargo de un tema que en los últimos meses ha sido largamente hablado y comentado, la famosa “crisis de las instituciones” que, hoy por hoy, parece recorrer transversalmente a Chile.

El concepto de teatro político, contra lo que puede parecer, resulta mucho más ambiguo y complejo de definir de lo que parece. Se habla de teatro político y se persigue hacerlo en muchas ocasiones; desde la docencia, percibo esta idea como una preocupación o, al menos, un interés fuertemente arraigado entre los jóvenes. Se puede decir, por supuesto, que todo fenómeno estético es político, que todo teatro es político, sin embargo, dicha aseveración supone un problema fundamental: cuando las fronteras de un fenómeno se amplían tanto, este pierde identidad. En mi opinión, el teatro político, no necesariamente debe tematizar la contingencia, al mismo tiempo, creo que se hace necesario distinguir entre teatro ideológico, pedagógico y político.

Por supuesto, este no es el lugar ni el momento para desarrollar esta discusión, sin embargo, supone un interés particular si lo pensamos como una base de reflexión para aproximarnos a “La Noche de los Pelícanos”, la nueva obra de la compañía Teatro del Territorio, escrita y dirigida por Pablo Barbatto.

La obra se constituye en torno a la fiesta folclórica de un pueblo porteño, en la provincia de San Antonio, que puede ser todos o ninguno en el litoral chileno, con una alcaldesa que ha llegado al poder por razones poco claras y que tendrán desarrollo en el montaje mismo, cuando la edil ha perdido popularidad y obtiene, azarosamente, la oferta de un proyecto que podrá elevar su administración otra vez y darle un sitial popular, de cara a nuevas elecciones.

El montaje se organiza en torno a la contingencia general del país, haciéndose cargo de un tema que en los últimos meses ha sido largamente hablado y comentado, la famosa “crisis de las instituciones” que, hoy por hoy, parece recorrer transversalmente a Chile.

El trabajo de Barbatto en términos dramatúrgicos y de dirección, es especialmente interesante en la medida que sobre un tema a estas alturas manido hasta el aburrimiento, logra construir un conflicto que atrapa y que permite reflexionar sobre él con nuevas implicancias, en cierto sentido, se centra en la miseria de la corrupción, en algo que tras las acusaciones y los encendidos discursos políticos queda borrado, se centra en aquello que tras las rasgaduras de túnicas de las grandes y bien trajeadas “personas de bien” desaparece: la miseria humana, la perversión ética, la podedumbre moral (pido excusas por utilizar palabras, tan arcaicas hoy día, como “moral”).

Frente a la ley, a la política y a la opinión pública, pareciera que lo más central de los casos de corrupción a los que hemos asistido como sociedad, ha desaparecido de nuestro campo de visión: la ética, la moral, lo humano de todo este fenómeno. Allí es donde ataca Barbatto, es en ese aspecto donde centra su dramaturgia y puesta en escena, exponiendo la profundidad de la crisis, no de instituciones ya, sino en lo humano.

Esto no quiere decir que no se haga cargo del problema social y estatal que subyace en esto, al contrario, es central en su trabajo, pero se aproxima a ello desde otro lugar, con otra mirada, adueñándose de otros ámbitos.

Compenetrándose con esta propuesta, en el elenco se descarga la responsabilidad de sostener la propuesta y generar personajes que salgan de las estructuras básicas o estereotipos. Ciertamente, eso se logra, actores y actrices construyen –intermitentemente- roles que sostienen el discurso de la obra y caracterizan un mundo social que constituye, en sí mismo, una lectura de nuestro momento social.

Probablemente, la mejor caracterización se encuentra en el trabajo de Catalina Osorio, quien desarrolla un personaje con voz, gestos y actitud que instalan, al mismo tiempo, un mundo personal, una biografía de personaje, un ser con identidad propia, pero provisto de cierta “universalidad” que le permite una doble dimensionalidad, por una parte imitar a una persona y, por otra, ser un “discurso” de carácter social. Su voz, sus movimientos, la precisión de su intención escénica, hacen de su trabajo, una muy buena actuación.

A su vez, Renata Casale y Roberto Cayuqueo funcionan como una dupla muy bien afiatada, siendo la alcaldesa y su secretario edificadores de una relación escénica que deja en evidencia la pobreza de las instituciones públicas, precisamente por las personas que las administran, ilustrando un principio antiguo y fundamental de la política: que esta se hace de personas, principio que de obvio, se suele pasar de largo.

Ricardo Zavala, Evelyn Ortíz y Christiane Díaz, a su vez, son el soporte general de la obra, actuando variados personajes a lo largo del montaje, son una suerte de coro que da una base al resto de los actores para que logren construir su trabajo, dando los espacios, intersticios y solidificando las acciones dramáticas, de modo que se constituyan en un todo.

Vale la pena decir que, en ciertos momentos, las caracterizaciones tienden a mantenerse en la superficie de las personalidades creadas, sin que logre observarse mayor especificidad en lo que estos caracteres son, generando cierta intermitencia en la energía de la obra, así mismo, tal vez el modo de resolver el final, no necesariamente sea el más acertado, pero esto supone una diferencia de gustos y de ideas en la propuesta, mucho más que un comentario técnico.

“La Noche de los Pelícanos”, tercer montaje de la compañía Teatro del Territorio, es un trabajo sólido y bien construido, con actuaciones pertinentes y una dramaturgia interesante, que vale la pena ver en teatro Sidarte.

Coordenadas

LA NOCHE DE LOS PELÍCANOS

TEATRO SIDARTE (Ernesto Pinto Lagarrigue 131, Bellavista)

Del 27 de agosto al 13 de septiembre

Jueves a domingo, 20:00 hrs.

$5.000 General $3.000 Est. y 3era edad

Reservas: 2 777 19 66 / [email protected]

El Mostrador

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