El gobierno argentino eliminó las restricciones a la importación de libros

1.583

Con el fin de incrementar la diversidad bibliográfica, favorecer la libertad de elección de los lectores argentinos y facilitar el intercambio de la industria editorial local con los mercados internacionales, los ministros de Cultura, Pablo Avelluto, y Producción, Francisco Cabrera, anunciaron el levantamiento de las restricciones que impedían el ingreso al país de libros impresos en el exterior.

Durante su vigencia, la restricción –que argumentaba supuesto contenido de plomo en tinta– castigó a los lectores y fue un obstáculo para la libre expresión y circulación de ideas en el país. La limitación era parte de las consecuencias del cepo cambiario y buscaba evitar la fuga de divisas impidiendo el ingreso de libros y materiales culturales al país.

La resolución, publicada en el Boletín Oficial, pone fin a una política de restricción que, desde su aplicación en 2012, limitó el ingreso de libros importados y provocó que en los últimos años los costos de producción locales se volvieran menos competitivos, lo que desalentó la exportación de libros al exterior. El levantamiento de la restricción ofrecerá recursos y modernizará la industria local de manera que puedan ofrecer un servicio competitivo en su precio y en su contenido.

La medida fue celebrada por las diversas entidades que integran la industria editorial. La Cámara Argentina del Libro, la Cámara Argentina de Publicaciones, editores independientes, libreros y autores coincidieron en la necesidad de eliminar trabas y poder acceder de ese modo a más y mejor diversidad bibliográfica.

Pablo Avelluto explicó que “los lectores argentinos van a tener acceso a la mayor oferta bibliográfica disponible, sin obstáculos burocráticos ni limitaciones que impedían la libre circulación de las ideas, encareciendo innecesariamente los libros impresos en otros países”.

Por su parte, Francisco Cabrera señaló que “la restricción, además de aislarnos, hizo caer a la industria editorial. El libro tiene un enorme valor cultural, pero, además, genera miles de empleos calificados que queremos promover: autores, editores, correctores, ilustradores y diseñadores argentinos, entre otros. Queremos que desarrollen su talento en comunicación con el mundo”.

Ambos ministerios también trabajarán junto al sector para promover la industria editorial dentro de las industrias culturales, donde la Argentina tiene mucho para aportar, en especial al mundo de habla hispana. Se trabajará en líneas de crédito, capacitación y promoción de exportaciones desde distintas áreas de ambos ministerios.

Publicado por Ministerio de Cultura de la Nación

Sobre el levantamiento de trabas a la importación de libros y el mercado editorial argentino

La medida (control de plomo en tinta) era mala, y no fue concebida para fortalecer el mercado del libro, sino como un instrumento más para limitar la salida de divisas (lo mismo puede decirse de los antipáticos controles a los envíos individuales de libros y revistas). Pero esto no significa, sin embargo, que todos sus efectos hayan sido negativos. Según el sector que miremos, y la clase de editorial que analicemos, la política tuvo efectos positivos o negativos. De cualquier manera, esta noticia importa menos que la pregunta acerca de cuál es la política específica que el nuevo gobierno tiene pensado para afianzar e impulsar al ecosistema del libro argentino (talleres gráficos, editoriales y librerías).

Propongo un rápido repaso, que no pretende exhaustividad, de las implicancias de esta medida en los distintos sectores.

La industria gráfica se vio inmediatamente beneficiada por esta medida ya que parte de la impresión que los sellos locales hacían en el exterior se reorientó hacia el mercado interno. Esto se tradujo en mayor empleo y en el incremento de la producción nacional. Por contrapartida, algunas editoriales de libros infantiles señalaron que esta política les impedía publicar cierta clase de libros que los talleres gráficos locales no estaban en condiciones técnicas de realizar. Asimismo, un grupo de editoriales grandes, orientado al libro masivo y cuya impresión se realizaba en gran medida en China y otros países con costos relativos más bajos, sostenía que ante la mayor demanda los talleres argentinos tendieron a elevar los precios llevando al encarecimiento de los libros. Esta última aseveración no es fácil de comprobar, no solo por la ausencia de estudios fiables, sino porque se produjo en el marco de un aumento general y sostenido de precios. En cualquier caso, y más allá de esta medida en particular, se trata de atender tanto al funcionamiento de los talleres gráficos, como a la producción de papel, una de las principales razones del elevado coste de los libros en el país. Tanto desde el sector gráfico como editorial se suele señalar que las empresas productoras de papel para libro están cartelizadas.

En el mundo editorial la realidad es más compleja. A grosso modo, podemos distinguir entre la dimensión de la empresa, pertenencia o no a estructuras transnacionales y orientación de los catálogos. Los sellos pequeños y medianos, locales, orientados a libros de fondo, literatura de «calidad», de rotación lenta, que producen tiradas limitadas, tienden a optar por la impresión en el país. Por contraste, las editoriales que apuntan al bestseller como criterio de formación de sus catálogos, libros de venta rápida y vigencia corta, que van acompañados de fuertes inversiones en marketing, precisan de grandes tiradas y, en la medida que son empresas grandes con costes elevados, a bajar los costos de producción mediante la impresión en lugares con cuyos precios Argentina no puede competir. En un mercado editorial como el argentino, donde la concentración en un número muy acotado de empresas transnacionales ha ido en aumento,la eliminación de toda barrera a la importación tiende a fortalecer a las empresas que tienen una posición dominante en el mercado. Y, de forma correlativa, pone en desventaja a la mayor parte de los sellos, pequeños y medianos, y por lo tanto, pone en riesgo la diversidad de la producción editorial local. Si a eso le añadimos la posibilidad de la entrada irrestricta y barata de saldos o libros de editoriales españolas, ya no de calidad, que pueden contribuir a la circulación de las ideas, sino productoras de best-sellers, las posibilidades de sellos de baja rentabilidad (que es la rentabilidad propia de empresas editoriales orientadas a la cultura), es aún menor.

La situación no es menos compleja en el sector librero. La concentración editorial ha tenido efectos directos sobre las posibilidades de negociación de las librerías, en especial las independientes. A mayor poder, las editoriales concentradas tienen mayor capacidad para establecer condiciones de visibilización (mesas, vidrieras, tiempo de rotación) y adquisición (presión para tomar en consignación otras obras además de los principales bestsellers). Por otra parte, la tendencia a la concentración del mercado editorial también pone en desventaja a las librerías independientes respecto a las cadenas de librerías que han tendido a concetrar sus ventas en los libros de mayor rotación. Si desaparecen o producen menos las pequeñas y medianas editoriales, las librerías independientes ven desaparecer aquello que las hace distintas, atractivas a lectores más sofisticados, que buscan la vareidad. La garantía de la diversidad en la oferta de libros, y por lo tanto de las ideas que circulan a través de estos, es producto tanto de la existencia de un mercado amplio de editoriales que resulten rentables, como de muchas y muy diversas librerías, que también sean rentables. Por último, la apertura indiscriminada a la importación conlleva el riesgo concreto de la entrada de otros jugadores, como Amazon, cuyo sistema de distribución por más atractivo que pueda ser para el lector individual, es extremadamente riesgosa para la industria y diversidad del libro argentino, sino se definen políticas específicas.

Nuevamente, la eliminación de las barreras burocráticas al libro es secundaria respecto a cuestiones de fondo: ¿Qué política general tienen para el sector del libro?, ¿con qué medidas buscarán paliar las desigualdades estructurales del mercado editorial?, ¿como tienen pensado actualizar la ley de precio único para que, entre otras cosas, regule el sistema de descuentos y exhibiciones?, ¿qué idea tienen respecto a los notables desequilibrios geográficos en relación a la producción y distribución de libros?, ¿las políticas de los ministerios de educación, cultura y relaciones exteriores, respecto a la promoción de la edición, la producción intelectua y literaria nacional van a continuar?, ¿qué lineamientos van a seguir?, ¿se avanzará en la creación del postergado Instituto Nacional del Libro?, ¿se consultará a las cámaras al momento de pensar las futuras políticas?

De la respuesta a estas preguntas dependerá el futuro del libro en el país.

Publicado por Alejandro Dujovne

Medida para leer entre líneas

Nada nuevo bajo el sol de este verano. Más que “liberar los libros”, como proclaman algunos comunicadores, el Gobierno libera el negocio para los monopolios de la edición, sin propiciar alternativas que protejan el trabajo de las pequeñas y medianas editoriales. El anuncio de la eliminación de las restricciones a la importación de libros que regía desde 2010, presentado en un comunicado del Ministerio de Cultura de la Nación como una medida que busca “ampliar la bibliodiversidad y ofrecer más opciones a los lectores de todo el país”, preocupa a los editores independientes que vienen construyendo catálogos de fondo de una calidad y una variedad extraordinarias. No viene mal recordar, en tiempos un tanto desmemoriados, que Pablo Avelluto, el ministro de Cultura, trabajó precisamente en dos grandes grupos: Planeta (1995-1999) y Random House Mondadori, de la que fue director editorial entre 2005 y 2012, que ahora adoptó el nombre Penguin Random House Mondadori, hiperconcentración mediante. “Las grandes editoriales están esperando esto para poder imprimir en la zona franca de Colonia (Uruguay), Chile o hasta China. Va a ingresar mucho saldo (malo y bueno) de España, impreso en países del este de Europa. Todo esto con precios a costos de salarios miserables. Nosotros queremos editar acá, traducir acá, diseñar acá, corregir acá, imprimir acá y vender acá y con esa plata pagarles a todos, acá”, exige el escritor y editor Damián Ríos, de Blatt & Ríos.

Víctor Malumian, de ediciones Godot, enciende también las alarmas y aclara algunas cuestiones a Página/12. “Las multinacionales funcionan por colocación y lo que no venden en los primeros meses luego lo destruyen. En Francia, por ejemplo, les piden a los libreros que sólo arranquen la tapa de los libros y la envíen como para dar muestra de la destrucción, ni siquiera devuelven todos los libros por el costo logístico que tiene. Nosotros trabajamos con catálogos que son de fondo: el primer libro que editó Godot, Doce pruebas de la inexistencia de Dios, se sigue vendiendo al mismo ritmo que se vendía cuando salió. Todos los libros que las multinacionales producen en España ahora tienen un mercado enorme para inundar el país con libros a un precio regalado. Las condiciones de producción en Argentina no son las mismas que en España. Los costos del papel no son iguales. Un libro que acá me sale producir 45 pesos, en Taiwan me lo hacen por 95 centavos de dólar con el envío incluido. Es imposible que al liberar el mercado no gane el más fuerte. Toda esa postura que parecería neutral, que es plantear que el mercado elija, me está dando un mensaje muy claro, que es defender la lógica de mercado de sobreproducción de novedades y colocación a mansalva, que no es la lógica que tenemos las editoriales como Godot, que no estamos atadas a la novedad ni a la pauta publicitaria. Nuestros títulos se mueven por recomendación de libreros y por los críticos culturales. Me llamó mucho la atención leer que la Cámara Argentina del Libro (CAL) estaba contenta con la decisión. Yo no veo nada positivo. Si me van a igualar las condiciones de producción que hay en España, yo compito de igual a igual, no tengo ningún problema. Pero Godot no puede competir con Random House. El ministro de Cultura es un ex Penguin Random House que piensa con la lógica Penguin Random House. Para ellos está medida es excelente.”

“Empecemos por dos perogrulladas con las cuales es difícil estar en desacuerdo: el fomento de la bibliodiversidad y la protección de la industria editorial argentina”, plantea el escritor y editor de Entropía, Sebastián Martínez Daniell. “En la bisagra entre esos dos postulados, que cualquiera suscribiría con los ojos vendados, se juegan de un modo más terrenal las políticas de Estado y también las estrategias privadas. La responsabilidad, entonces, debiera ser pensar modos de cargar peso sobre uno de los platos de la balanza sin que el otro quede abandonado a su suerte. Y a la hora de tomar decisiones, hay algunos datos que sería interesante tener en cuenta.” Martínez Daniel precisa cierta información que suele olvidarse. “Dos tercios de los libros que se venden en América Latina son editados por sólo dos compañías multinacionales con cabecera en Europa (Planeta y Penguin Random House Mondadori); la mitad de los libros que se venden en Argentina tienen como boca de expendio las grandes cadenas; la industria del papel local es una de las menos competitivas del continente y obviamente benefician a los mayores compradores”, sintetiza el editor de Entropía. “El sector editorial también ha sido víctima, globalmente, de un proceso de brutal concentración. Tener acceso a cualquier libro que esté circulando por el mundo es algo extraordinario, pero es también una obviedad que la circulación de bienes culturales no es inocente, que tiene canales privilegiados, que hay beneficiarios y perdedores. Es en ese punto donde las políticas públicas tienen que hacer su ingreso. Para buscar, como cualquier estudiante de filosofía política sabe bien, una convivencia armónica entre la libertad de la demanda y la igualdad de la oferta”, reflexiona Martínez Daniell.

Desde El Cuenco de Plata, creado por el exquisito Edgardo Russo –que murió en julio del año pasado–, el editor Julio Patricio Rovelli López afirma que la apertura irrestricta favorece a los grupos concentrados que han transformado al libro sólo en mercancía. “No estamos en contra de la bibliodiversidad ni del ingreso de libros de otros países, algo que sería ilógico, ¿no? Pero esta medida nos genera mucha incertidumbre como editores. El monopolio del papel, en manos de Celulosa Argentina y Papelera Tucumán, afecta a las editoriales independientes. En diciembre, cuando todavía no se había devaluado, el papel estaba 16 dólares”, recuerda el editor. Otro independiente, que pidió que no se mencione su nombre, cree que es difícil anticipar el impacto real de la apertura. “Me preocupa más la caída del poder adquisitivo y el alza en el precio del papel que la apertura de las importaciones. Supongo que el lector al que apunta nuestra editorial, mal que mal, tratará de seguir comprando, si es que su economía le permite mantener los hábitos de consumo, pero no estoy tan seguro”, reconoce y agrega: “Por lo pronto, el plan editorial se mantiene, pero en junio volvemos a hablar”.

El poeta Sandro Barrella, encargado de la librería Norte de Débora Yánover, admite que el marco regulatorio que estuvo en funcionamiento en los últimos cuatro años a veces complicaba las cosas porque “hay libros que no hay modo de que se sustituyan, lo que no implica que con una economía liberal y abierta vayan a entrar todos los libros, como se cree ingenuamente”. El poeta y librero coincide que “la liberalización absoluta va a ser perjudicial” porque hubo mucha producción de libros argentinos de autores reconocidos publicados por independientes que ninguna editorial grande se va a hacer cargo de editar. “No se puede ser feliz en un mundo donde hay tanta gente infeliz, con el libro pasa lo mismo. Todo lo que está sucediendo es espantoso. Lo del libro es muy chiquito en relación a esta especie de golpe de Estado institucional. Siento que hay una puesta en práctica de un golpe, avalado por la corporación judicial y con el adormecimiento de la clase política”, advierte Barrella. “La patronal histórica de la oligarquía argentina invita a un baño de sangre que hay que tratar de evitar… Yo siento que hay una provocación muy grande de empujar al borde casi de la ilegalidad a cualquier intento de decir: ‘esto que están haciendo no se puede hacer’. En ese sentido digo que es casi nimio lo que pasa con el libro, cuando tenés un ministro de Economía que te amenaza con perder la fuente de trabajo si pedís el aumento que te corresponde. Si el ministro de Economía te amenaza, estamos jodidos”.

Publicado por Página/12

Alivio y cautela por el fin del cepo a los libro

El gobierno dejó sin efecto el análisis de plomo en tinta y los libros están libres de restricciones, pero su liberación generó repercusiones entusiastas y otras cautelosas. Entre los primeros hubo editores, escritores y libreros. Entre los segundos, editores independientes e imprenteros nucleados en la Federación Argentina de la Industria Gráfica y Afines (Faiga).

En diálogo con Clarín, la editora Trini Vergara de V&R Editoras, dijo: “La Resolución 453 fue injustificada y absurda, un golpe inesperado en octubre de 2010, cuando teníamos todos los embarques en el puerto de Buenos Aires y en una fecha clave. Ni siquiera se puede decir que haya sido una medida estratégica porque la industria editorial tiene un valor simbólico. Nos obligaron a firmar un contrato extorsivo y a pagar pruebas de laboratorio para el control de plomo en tinta, desterrado hace medio siglo. Fue una medida restrictiva y para-arancelaria”. Aclaró además que de las 5000 empresas gráficas del país, sólo 50 talleres están en condiciones de hacer libros. “La medida actual es correctiva de un sistema disparatado, perjudicial y nocivo”.

La escritora Josefina Delgado -que fue funcionaria del gobierno porteño- celebró la medida: “Lo peor fue perder varios libros importados, porque para retirarlos había que completar formularios muy burocráticos”.

En 2013, al calor de la compras del Estado a sus editoriales, la Cámara Argentina del Libro -sobre todo, editoriales medianas y argentinas- acompañó y hasta celebró el cierre de importaciones. Ahora su vicepresidente, Martín Gremmelspacher, se mostró cauteloso. “En principio estoy de acuerdo. El interrogante es cómo va a afectar esto al sector gráfico si los editores deciden volver a imprimir afuera. Yo siempre imprimí acá”. Y la Cámara Argentina de Publicaciones -en general, editoriales grandes y trasnacionales- celebró “el levantamiento de las restricciones a las importaciones de libros. Desde 2010, la industria editorial sufrió ese verdadero cepo al ingreso de publicaciones, desde el arbitrario y kafkiano sistema de las DJAIS hasta la medida para arancelaria del control de plomo en tintas”.

Por su parte Rodolfo Marchese, de la Faiga, lamentó que no se haya «consultado a la industria gráfica. Las imprentas generan mano de obra. Nunca hubo restricciones a las importaciones. Cualquier libro atorrante de $ 300 gasta $ 30 en su impresión”.

Por Ediciones De la Flor, Kuki Miller, tampoco se mostró entusiasta: “Habrá que ver aqué pasa con los que quieren volver a imprimir en China, por ejemplo, o con los libros que se importen de España; si vendrán a precios competitivos con la industria local”. De la librería Guadalquivir dijeron: “En los últimos años los embarques de libros importados bajaron a la mitad. Estamos esperando hace tres meses 100 cajas. La resolución 453 fue una traba a la importación”.

El editor Antonio Santa Ana dijo en su cuenta de Twitter: «La medida del cierre (a la importación) no fue una decisión cultural. Lo primero que sucedió luego de que cerraran la importación es que las imprentas subieron los precios”. Sin duda, la medida del gobierno de Mauricio Macri impacta más en la industria gráfica que en la editorial. Pero como dijo a Clarín, vía whatssap desde el exterior, una reconocida editora: “Por lo menos ahora no tendré que asociarme con un exportador de porotos para importar cultura”.

Publicado por Clarín

 

También podría gustarte