Ruben Darío periodista

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En Contexto
Rubén Darío ha sido el gran poeta del modernismo literario de NuestrAmérica. En su obra pueden descubrirse trazas de grandes poetas europeos como Rimbaud, Baudelaire o Mallarmé, pero la influencia de su obra puede descubrirse en todos los grandes poetas de la América latina del la primera mitad del siglo XX. Nacido en Nicaragua en 1867, falleció en su país el 6 de febrero de 1916, Darío fue periodista, novelista y diplomático. Vivió en El Salvador, Chile, Argentina y España entre otros países en los que escribió y se destacó en los ambientes intelectuales.

Por Wilfredo Miranda Aburto

La última carta que Rubén Darío envió fue al doctor Emilio Mitre, director del diario argentino La Nación. Era 1916 y al poeta le quedaban pocos días de vida. El tono de la misiva era de despedida, doloroso. Darío agradecía a su jefe el último pago recibido en concepto de salario y, además de encomendar su hijo Güicho, solicitaba la jubilación a la que tenía derecho por 20 años de servicio, de acuerdo a la ley del país austral.

El periodismo fue sustento firme para las inciertas finanzas de Darío, su vida sibarita, sus excesos etílicos y su familia, representada en Francisca Sánchez y el pequeño Güicho. Pero más allá del desahogo económico que este oficio brindaba, Darío usó como trinchera la prensa para emprender la renovación de las letras castellanas.

Al discutir estas apreciaciones 98 años después de la muerte de Darío, el doctor Carlos Tünnermann, sentado a la par de un busto color bronce del bardo nicaragüense, insiste con sobresalto que “Rubén no solo renovó la poesía…”

“¡Darío fue un renovador de la prosa! La poesía y la prosa cambiaron después de su presencia; él elevó la crónica periodística a categoría literaria”, afirma Tünnermann.

Es en la crónica, este género hibrido del periodismo, que Darío —junto al cubano José Martí— establece una nueva forma de narrar. Las páginas del gran diario La Nación fueron el escenario donde estos liricos pusieron a bailar tango a la literatura y al periodismo; “supieron mezclar en la justa dosis”, plantea el libro la Invención de la Crónica, editado por la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano (FNPI).

“Las crónicas de ambos las veo como las iniciadoras del trabajo que estamos haciendo hoy en día”, valora el periodista Héctor Feliciano, maestro de la FNPI. “Ya Europa y EEUU dejaron la crónica de algún modo y Latinoamérica las sigue produciendo”.

Según Susana Rotker, autora del libro de la FNPI, dos tercios de la obra de Darío se componen de textos publicados en periódicos. Otros expertos darianos sostienen que más del 50% de la producción del poeta es prosa, en especial periodística. Eso sin contar las crónicas que faltan por descubrir, acota Günther Schmigalle, quien ha recuperado y estudiado textos desconocidos del modernista.

Feliciano lamenta que para el “público en general” las crónicas de Darío “hayan caído al olvido”. Siempre la inspiración poética ha opacado el periodismo del vate. No en balde le dedican el Festival de Poesía de Granada 2014.

Cuando Darío remitió la carta a Mitre, su semblante era el de un hombre fatigado, de piel fláccida que caía a ambos lado de la cara; “los ojos han perdido su brillo, el estómago está muy abultado, el cuerpo apenas responde a los impulsos de la voluntad para moverse”, describe Edelberto Torres en la biografía La Dramática Vida de Rubén Darío.

El poeta estaba desesperado. Necesitaba dinero para sufragar los gastos de la enfermedad que lo aquejaba. La jubilación sería bálsamo para la bolsa, porque, al fin y al cabo, ni la poesía ni la diplomacia pagaron la renta como sí lo hizo el periodismo. Una historia que entreteje la vida de Darío, desde la juventud hasta el lecho de sus últimos días, donde angustiado esperaba respuesta de “La Mamá Nación”.

La salida de Nicaragua

El 24 de junio de 1886 el joven Rubén Darío llegó a Chile. Lo único que conocía de aquel país era lo que el ex diplomático salvadoreño, Juan Cañas, le contó, cuando lo animó a dejar Nicaragua. El puerto de Valparaíso exudaba tráfico mercante y comercio intelectual. Darío era un pleno desconocido en ese movido ambiente. Al poeta le acompañaba la representación de los periódicos El Mercado, El imparcial y El Diario Nicaragüense en los que había trabajado.

En Chile circulaban dos periódicos, La Unión y El Mercurio. Este último diario —recoge Edelberto Torres— “le da una bienvenida calurosa” a Darío, “obra seguramente de Eduardo Poirier”, el protector del joven bardo en aquel entonces.

Prontamente, Darío ingresa a La Época, el diario más prominente de Chile, en calidad de “Repórter”. En este rotativo liberal, el nicaragüense cubre varias fuentes. “Incluso cubrió la nota roja”, aporta Erick Blandón, profesor de literatura latinoamericana en la Universidad de Missouri. “De ello pudo extraer temas para sus poesías. El famoso cuento del Pájaro Azul es tomado de un asesinato que pudo cubrir como periodista en Chile”, relata Blandón, también poeta.

Darío deslumbró a la sociedad plutócrata de Santiago con sus versos. En septiembre de 1887 llegó a la capital chilena y recibió un premio literario por su ‘Canto Épico a las glorias de Chile’. El dinero obtenido por el galardón le sirvió para satisfacer “su gusto mundano capital”, que era vestir con elegancia. “En la oficina de La Época sus compañeros sonríen al verlo desplegar con ingenuo exhibicionismo el flamante pañuelo que integra su atuendo”, narra su biógrafo Edelberto Torres. Pero el poeta no sólo era ropaje exótico: por esos días examinaba las páginas del periódico argentino La Nación e hizo un significativo redescubrimiento.

 “¡Ah, si yo pudiera poner en versos las grandezas luminosas de Martí! ¡O si Martí pudiera escribir su prosa en verso!”, expresó Darío, al leer las crónicas del cubano José Martí, que moraban en las páginas del diario bonaerense y en las que, pronto, él escribiría. El paso de ambos líricos por el periodismo reinventó las formas de contar; encumbraron una generación de poetas-reporteros en la que los mexicanos Luis G. Urbina y Manuel Gutiérrez Nájera también hicieron lo propio.

“El modernismo, a pesar de que tuvo grandes poetas, articuló sus principales recursos de su retórica y lenguaje a través de la prosa y el periodismo. La generación de escritores fue la pionera del gran periodismo moderno”, apunta Erick Aguirre, escritor y periodista.

El intelectual Victorino Lastarria fue uno de los jueces que premiaron ‘Canto Épico a las glorias de Chile’. El genio del poeta nicaragüense sorprendió al notable chileno, y en 1889 escribe una carta al dueño, director y fundador de La Nación, el general Bartolomé Mitre (padre de Emilio, a quien Darío le solicitaba la jubilación), “recomendando al joven Darío como una promesa literaria”, recuerda Carlos Tünnerman.

Darío envió pocas colaboraciones a La Nación tras ser aceptado por Mitre. Estaba disfrutando el reconocimiento que le adjudicó su primer libro ‘Azul…’. Incluso, olvida el vínculo con el diario que, tiempo después, se convertiría en salvavidas permanente.

Un joven intelectual progresista 

El éxito de “Azul…” fue tremendo después que el crítico español, Juan Valera, enviara sus “Cartas Americanas” con la crítica y elogio al libro preciosista de Rubén. El 7 de marzo de 1889, Darío regresa a su tierra natal y es recibido con vítores. Cuando los agasajos disminuyen, el poeta se pone en contacto con periódicos nicaragüenses y centroamericanos para colaborar con ellos. El talante de estas publicaciones es unionista, ideología que profesa el poeta desde su juventud. Esta filiación política lo amista con presidentes afines a la causa.

Darío es un viejo conocido en los diarios regionales. Primero se inicia en el periodismo nicaragüense como cronista de El Ferrocarril y El Porvenir de Nicaragua. Aunque más que por sus artículos, el periodista era conocido por sus versos.

“Rubén siempre tuvo una vocación por el periodismo y además por publicar en los diarios que entonces existían en Nicaragua. Envió sus primeros poemas al Termómetro de Rivas y a otras publicaciones de León”, señala Carlos Tünnerman. “Él se tomaba el trabajo de recortar sus poemas ya publicados en lo que iba a ser su primer proyecto de libro, Poesía y Artículos en Prosa que compiló a los 14 años”, agrega el catedrático, mientras muestra un facsimilar del cuadernillo cuyo original está en el Museo Archivo Rubén Darío, en León, ciudad que despabiló la conciencia intelectual del “poeta niño”.

El escritor Erick Aguirre reconoce que los versos eran la labor más querida de Rubén, pero “su primera etapa” periodística estuvo marcada por los artículos de opinión. En estos artículos la ideología liberal y progresista del joven intelectual queda al descubierto.

“Darío hace un periodismo de combate en sus primeros años de juventud”, apuntala por su parte Erick Blandón. “Y por sobre todas las cosas utiliza el periodismo para adelantar sus ideas del progreso, las ideas que estaban en boga en ese momento desde una perspectiva liberal. Pero principalmente para confrontar a sus adversarios políticos-ideológicos como eran los académicos conservadores de la época y las posiciones culturales retrogradas…”, explica el catedrático de la Universidad de Missouri.

A su regreso de Chile, la unión centroamericana sigue piqueteando el ideal de Darío. En mayo de 1889, días de fiebre patriótica, el bardo llegó a El Salvador y para sufragar las finanzas reprodujo cuentos y poemas en El Imparcial de Guatemala. Este no era un trabajo fijo y la bolsa se resentía.

Transcurrieron tres meses y, al fin, las gestiones de los amigos de Darío dieron resultado. El presidente Francisco Menéndez aprobó la fundación del periódico La Unión y nombra al poeta como director.

Son gratos días económicos para Darío, que bien podría haber ahorrado “más que algo”, acusa el biógrafo Edelberto Torres, pues la caja de La Unión paga todas las necesidades. “¡Pero qué va!”, escribe Torres en tono regañón. Rubén se entretiene en exceso. “El porvenir es término sin sentido en su conducta (…) Las noches de juerga se suceden unas a otras”, refiere el historiador.

Pero Rubén Darío se levanta cada mañana y el 18 de febrero de 1890, en un editorial titulado ‘La misión de la prensa’, dejó claro que como Director de La Unión y periodista sabía la responsabilidad social que el oficio confiere.

“La pluma es arma hermosa. El escritor debe ser brillante soldado del derecho, el defensor y paladín de la justicia”, sentencia Darío. “Lo que lamentamos es el abuso, el encanallamiento del periódico, la prostitución de la pluma”.

Y en líneas ulteriores Darío subraya: “La prensa de oposición es necesaria en todo país libre”. Para Carlos Tünnerman este pensamiento escrito hace 124 años no pierde vigencia. “Rubén abogaba por la libertad de expresión y la libertad de prensa”, indica el historiador.

Y como tampoco el vate separa la estética y la determinación de la labor periodística, publica versos en los que define a dos usuarios de la pluma:

Los que escriben con decoro,

con pluma excelsa y no sierva,

esos tienen de Minerva el casco de oro.

¡Los escritores cazurros,

que al escribir causan ascos,

esos tienen cuatro cascos

como los burros!

Darío contrae nupcias con Rafaela Contreras, pero pronto El Salvador sufre una crisis. El presidente Francisco Menéndez es derrocado por uno de sus hombres. El periodista nicaragüense prefiere irse del pequeño país antes que someterse al nuevo régimen. Empaca las maletas con rumbo a Guatemala.

En el país chapín sigue colaborando con  El Imparcial. El Diario de Centro América le abre las páginas al periodista y publica algunos cuentos. Otra vez la economía del poeta es exigua. Otros mecenas guatemaltecos intervienen por él y el 8 de diciembre de 1890 se imprime la primera edición de El Correo de la Tarde con Darío como Director. 141 ediciones son publicadas, pero el apoyo gubernamental termina.

Darío se traslada a Costa Rica con Rafaela Contreras y la suegra a buscar mejor vida. Las revistas de la capital josefina celebran la pluma de Rubén, porque ya es un columnista consagrado. Ya se asoma la faceta de periodista global, pues el trabajo del nicaragüense es reproducido en diarios y revistas de Cuba (La Habana Elegante, El Fígaro), Panamá (La Estrella de Panamá), Venezuela (El Cojo Ilustrado), Puerto Rico (Buscapié, Revista Puertorriqueña), por mencionar algunos.

La entrada en La Nación

El periodista Rubén Darío estaba en Panamá en 1893 cuando fue nombrado Cónsul de Colombia en Argentina. El 13 de agosto del mismo año ancla en Buenas Aires. Por primera vez pone pie en la redacción de La Nación. Ya había reactivado las colaboraciones con el diario de los Mitre. El vate –como le pasó en Valparaíso– encuentra una ciudad desarrollada.

David Foster, profesor de la Universidad de Arizona, refiere que Darío atracó en un momento “álgido”. Argentina reconfiguraba el esquema después de la dictadura de Juan Manuel de Rosas. “Comenzaba un periodo de enorme prosperidad en el país. Como plusvalía de ese crecimiento, hay divulgación en todos los sectores artísticos para que empiece a convertirse en la capital cultural de América Latina”, contextualiza.

La Nación era en ese momento el periódico más influyente de América Latina. Todos querían publicar en él. El profesor Foster indagó en un registro del siglo diecinueve del diario bonaerense y no encontró ningún colaborador, de los miles que pasaron por esas columnas, que tuviera mayor participación que Darío.

“Desde temprano Darío está publicando y recibiendo muchísima atención”, asevera Foster, que a eso le suma la aparición de libros cabeceras, como Prosas Profanas. “Probablemente él es el escritor extranjero y latinoamericano que más transciende en Buenos Aires en aquel entonces”, valora el profesor estadounidense.

En efecto, en el quinquenio que Darío vivió en Argentina, se convirtió en el líder indiscutible del movimiento modernista. El cisne, blasón de su obra poética, irradiaba luminosa blancura en un estante de rítmicos versos. Rubén escribía poemas en las cafeterías de Buenos Aires y, principalmente, en la redacción de La Nación. Alternaba poesía con periodismo, porque, como él mismo dijo, la prosa de la prensa le servía como “gimnasia de estilo”.

Es en La Nación donde Darío explaya a cabalidad las dotes de cronista. La innovación que acometía en la prosa periodística coincidió con el nacimiento de una nueva generación de lectores más ávidos. “En Argentina había una burguesía bastante rica que quería informarse sobre el mundo y, de algún modo, las soluciones que encuentran es una especie de periodismo por entrega, de corresponsales, que no es solo la noticia, sino el cuento sobre la noticia”, observa el maestro de la FNPI, Héctor Feliciano.

Esta tendencia importadora de información obliga a La Nación a enviar un corresponsal a España para escribir una serie de crónicas sobre la situación en que había quedado aquel país, después del descalabro de la guerra contra Estados Unidos. Darío se ofrece y el primero de enero de 1899 llegó a Madrid.

Darío, el corresponsal

El cronista Rubén Darío percibió en el ambiente español “una exhalación de organismo descompuesto”. Ya nada quedaba de aquella España que conoció en 1892, cuando asistió a las fiestas del cuarto centenario del descubrimiento de América en calidad de secretario de la delegación nicaragüense.

“Darío encuentra un país más atrasado que los países de América, más pobre”, relata Erick Blandón. “En sus crónicas estaba haciendo comparaciones de una España tan atrasada, en cuya capital rodaban carretas con tracción animal, en comparación el tráfico comercial que exhibía Buenos Aires a la par de New York”.

El corresponsal de La Nación debía enviar cuatro crónicas mensuales a cambio de 400 francos. El repertorio del corresponsal era variado. “Fue increíble la capacidad de Darío para investigar todos los aspectos económicos, sociales y políticos. Escribió de cómo estaban las letras españolas, sobre la nobleza que seguía indiferente ante el descalabro contra los Estados Unidos; sobre el teatro, las corridas de toro, las fiestas populares… precisamente en una crónica habla de que el pueblo español sigue bailando y dice: enfermo que baila no muere”, enumera Carlos Tünnerman.

Las crónicas para La Nación dieron pie al libro ‘España Contemporánea”. Esta radiografía de España, según el escritor Felipe Benitez Reyes, contiene “por debajo de la anécdota (…) la mirada crítica de un ilustrado vigoroso y sagaz que diagnostica las enfermedades sociales y morales de un país que ama, la conciencia alerta y a la vez herida de un esteta insobornable al que no le da por llevar orquídeas en el ojal de la chaqueta sino por denunciar la injusticia, la ineptitud de los políticos, la holgazanería de la aristocracia, el cerrilismo de tantos artistas…”.

La forma en que las crónicas de Darío están narradas distan de lo hasta aquel entonces escrito bajo un estilo acartonado, sobrio de un español anquilosado. Rubén, que como en su poesía instala el francés verso alejandrino, en la crónica mezcla los géneros periodísticos creando un hibrido que hasta hoy habita en algunos cronistas latinoamericanos.

“Los géneros que más desarrolló Darío fueron la crónica, el artículo y la reseña critica. Con la mezcla de todos ellos lograba descripciones muy profundas, bien documentadas… la mezcla de esos géneros le permitió desarrollar un estilo magistral”, estima Erick Aguirre.

“En el caso de Darío lo influye mucho los ‘reportage’ y las crónicas francesas… lo que pasa es que él las desarrolla todavía más. Darío le da bastante importancia a la visión subjetiva”, opina Héctor Feliciano.

La influencia francesa en Darío siempre le acarreó críticas. Miguel de Unamuno un día lo tildó de “americano afrancesado”. El estilo preciosista del vate modernista también le dio fama de poeta encerrado en una torre de marfil.

“No es cierto que Darío vivió encerrado en una torre de marfil…”, defiende Erick Blandón. “Eso fue un momento y se debe apreciar que Darío hace uso de su imaginación a través del embellecimiento de una cultura grecolatina producida por sus lecturas. Pero las preocupaciones por lo social, económico y político están presentes en casi todas sus crónicas”, argumenta.

Sin embargo, el alemán Günther Schmigalle opina que esta “fama” no fue culpa de Rubén. “Eso se debe a que los editores y compiladores no se interesaban tanto en el aspecto político de Darío. Lo querían leer como un poeta del arte por el arte, un poeta dedicado a la belleza; apreciaban sus prosas cuando quedaban en los límites de lo poético. Pero que él haya hablado del imperialismo, que haya atacado a los norteamericanos, no les caía bien a muchos historiadores del siglo veinte”, asegura.

En 1907, mientras Darío visitaba nuevamente el terruño, es nombrado Ministro de Nicaragua en Madrid por el gobierno de José Santos Zelaya.

El poeta embajador

La verdad es que Rubén Darío quería ser ministro plenipotenciario de Nicaragua ante el reino de España, pero Zelaya lo impidió por el miedo que le infundía “el alcoholismo” del poeta. No lo nombró simplemente ministro y Darío armó la legación a la altura que la diplomacia lo demanda.

Pero los sueldos jamás llegaron. Darío comenzó a pagar los gastos de la sede diplomática con el dinero que le pagaba La Nación por el envío de las crónicas. Pero el salario de periodista no cubría los gastos personales de Darío y la legación. Sofocado envió cartas de reclamo; dirigió una directamente a Zelaya y explicó que con el sueldo que recibía “es materialmente imposible sufragar los gastos” que a continuación le detalló:

Alquiler de casa————————————-200 pesetas.

Escribiente, mensualmente ———————–200   |||

Medio abono coche———————————300  |||

Gasto correo y oficinas—————————-50     |||

Portero———————————————–50     |||

Total———- 800 pesetas.

Carlos Tünnermann sentencia que Darío logró sobrevivir y hacer frente a sus necesidades gracias al periodismo. “Él desempeñó con mucha dignidad ese cargo. Rubén Subsidiaba la legación con su propio peculio y lo hacía  para ‘mantener el decoro del país’, como él mismo decía en esas cartas”, comenta el ex ministro de educación.

Erick Blandón opina igual que Tünnermann: “Darío vivió del periodismo más que ninguna otra cosa. Él le decía a La Nación ‘La mama Nación’ porque tenía cumplirle con sus crónicas, porque de allí venía la manutención en su hogar”.

En 1910, Darío renuncia al cargo diplomático. Un año después, los hermanos Guido, empresarios originarios de Uruguay, se asocian con el poeta y crean la Revista Mundial y Elegancias, esta última dedicada al mercado femenino.

Mundial alcanzó gran reputación internacional. Como Director Literario, Darío daba cabida a escritores y temas latinoamericanos. En cada número de la revista, el poeta esbozaba un reportaje sobre cada país americano en el que alentaba la inversión extranjera.

Darío emprende una gira promocional de la revista por España y América Latina. Sin embargo, tiene problemas editoriales con los Guido. Sólo con La Nación logra mantener un vínculo constante.

El diario bonaerense suplió las necesidades del ‘Padre del Modernismo’ y le enseñó que “el periodista que escribe con amor lo que escribe, no es sino un escritor como otro cualquiera”. Darío supo que su cisne no hubiese podido cantar sin el periodismo.

“Darío fue un periodista por vocación y necesidad. Por vocación porque gustaba del periodismo y por necesidad porque fue su único recurso económico. Prácticamente Darío fue nuestro primer periodista profesional y, probablemente, uno de los primeros de América Latina”, engloba Carlos Tünnermann.

El 24 de enero de 1915, tras una gira por la paz mundial azuzada por Alejandro Bermúdez, Darío desembarca en Corinto. Gravemente enfermo, siente como “la tumba aguarda con sus fúnebres ramos”. Decide escribir a su “Mama Nación” solicitando la jubilación. Mientras espera respuesta, el poeta agoniza, primero en Managua, y luego en una desvencijada casa de León. El 06 de febrero de 1916, a las 10:15 de la noche, Rubén Darío muere. La noticia se esparce en toda América y Europa. Los diarios anuncian la muerte de un príncipe, de un poeta, pero La Nación llora a su periodista con un titular de una sola palabra: “DOLOR”.

Publicado por Confidencial

Los raros

Por Juan Pablo Villalobos

1. En 1893, después de una breve estancia en París, Rubén Darío se instala en Buenos Aires y comienza a publicar en La Nación una serie de semblanzas sobre escritores a los que admira. La selección incluye por igual a Poe y a Verlaine, a Lautréamont y a Ibsen, a Villiers de L’Isle-Adam y a José Martí, entre otros. Darío sigue la estela de su admiradísimo Verlaine en Les poètes maudits (1884) y de Théophile Gautier en Les grotesques (1844). Un total de diecinueve autores acabaron conformando un libro que se publicó en Buenos Aires en 1896, bajo el título de Los raros, y que sería reeditado en 1905 en Barcelona. En 1985, también en Barcelona, Pere Gimferrer emula a Darío y publica su propia concepción de lo raro en Los raros. “¿Qué es hoy lo raro, quiénes son hoy los raros?”, se pregunta Gimferrer y alude a Darío: “Para Rubén, lo raro y los raros no podían ser sino lo opuesto a la tradición o lo simplemente ajeno a ella. En tal sentido, lo raro y los raros formaban parte de una estrategia respecto a esa tradición; eran fuerzas de choque, catapultas contra las murallas desconchadas de la preceptiva.” Para Gimferrer, casi cien años después de Darío, la ausencia de una verdadera tradición literaria provocaba que ya no hubiera más “murallas que asaltar”. La comarca de los raros se había extendido casi sin límite, todo podía ser raro, y concluye con una provocación: “Raro es lo mal leído o mal comprendido o mal difundido.”

2.La mitología de los raros se ha construido no solo mediante apologías, sino, y principalmente, por la metodología del descarte. Los raros son los ignorados por la crítica, los vilipendiados por las instancias legitimadoras del mundo literario, los desconocidos de los lectores no especializados (llámense escritores, académicos o periodistas). Prueba de ello es la frase tópica con la que los raros suelen ser despachados en las historias de la literatura española e hispanoamericana del siglo XX: “En la misma época”, comienza el historiador, después de dedicar páginas enteras a los autores del naturalismo, el realismo, el indigenismo, la novela de la Revolución mexicana o la novela gauchesca, “sitio aparte guardó fulano” –aquí el nombre del raro en cuestión–, “creador de una obra singularísima”. Y culmina con una sentencia que habrá de repetirse una y otra vez a lo largo del tiempo en notas periodísticas, prólogos o contraportadas, como un eslogan que certifica la calidad de su rareza: “un escritor que no se parece a nadie” o “el más extraño de nuestros autores del siglo XX” o “un escritor cuya extravagancia le valió la incomprensión de sus contemporáneos”. Bienaventurados los raros, parecen sugerir los historiadores, porque de ellos será el reino de la posteridad que todavía no llega.

3. Sin duda menos poética, pero quizá más útil, es la noción de excentricidad desde el punto de vista geométrico. Ex-céntrico, lo que está fuera del centro. Mejor aún: lo que tiene un centro diferente. Sustitúyase centro por canon. O por escuela o corriente dominante de la época. La utilidad del vocablo radica en que excluye la biografía del escritor y nos deja a solas con la obra. No se trata de un tema menor, sobre todo considerando que el siglo XX vio florecer la puesta en práctica del precepto del fin-de-siècle según el cual vida y obra se funden, haciendo de la vida parte de la obra artística. El problema es que si localizamos el centro y trazamos un círculo para delinear el margen resulta que, con el paso del tiempo, el círculo gira con tal intensidad –la intensidad de los cambios en la recepción crítica, en los gustos de los lectores, en las influencias reconocidas por los autores– que el centro se desplaza.

¿Cuál será la idea de tradición literaria que construirá el futuro? Nuestros raros, nuestros marginales, nuestros excéntricos, por arte de este desplazamiento, ¿llegarán a ocupar el centro?, ¿llegarán a ser canónicos?

4. ¿Por que nos gusta lo raro? Nos gusta lo raro por su carácter secreto, por una intuición que nos empuja a lo prohibido. Lo raro es lo anómalo, como lo entendía Foucault. Nos gustan los escritores-monstruo, que combinan lo imposible con lo prohibido. Los corregibles incorregibles, que se resisten a cumplir las reglas postuladas desde el poder literario. Los escritores-masturbadores, que se esconden de los vigilantes. Los inasimilables al sistema normativo. El lector se acerca a ellos seducido por la promesa de una intimidad extrema, casi exclusiva, reservada a unos cuantos iluminados. Es el mismo impulso que mueve al fanático al enrolarse a una secta. El lector también quiere ser un transgresor, el lector también se cree singular, extraordinario, original, en resumen: un lector digno de participar en la ceremonia de los raros.

5.Por definición tendría que haber muchos menos raros de los que postulamos. Lo raro tendría que ser, necesariamente, escaso. Con seguridad podríamos purgar las listas extirpando, por ejemplo, vanguardistas. Aunque el raro y el vanguardista comparten la lucha contra el canon, el vanguardista racionaliza, crea manifiestos, tiene sentido gregario y es profundamente moralista. “Hay un abismo entre el escritor excéntrico y el vanguardista”, escribió Sergio Pitol: “Los vanguardistas pueden proclamar el desorden, pero lo convierten en programa.” O podríamos adelgazar el contingente colocando en su justo lugar a una pléyade de escritores bohemios, cuya aura de malditismo disimula la mediocridad de su obra, aquellos que no cabrían en esa bella definición del autor maldito que sugirió Leila Guerriero en Los malditos: “Los une, a veces, esa materia que se llama olvido, esa cosa esquiva que se llama genio, y una forma, muy humana, del desasosiego, de la insatisfacción y de la rabia.” O podríamos dar atención a aquellos raros que solo son raros por ser ignorados. Podríamos devolverle a lo raro su carácter de escaso. Pero es muy probable que no lo hagamos, porque nos gusta lo raro. Nuestra época siente fascinación por lo raro. Lo más probable, de hecho, es que hagamos lo contrario, que ensanchemos aún más la nomenclatura, rescatando a raros viejos olvidados o identificando a raros nuevos inadvertidos, articulando razonamientos que nos justifiquen y nos diviertan, a la manera de una broma absurda de Efrén Hernández:

Lo raro es caro

Lo barato es raro

Luego lo barato es caro.

Que empiece la ceremonia.

Publicado por Letras Libres

Rubén Darío, Poeta y Periodista

Real Academia de la Lengua Española (RAE) y la Asociación de Academias de la Lengua Española (ASALE) publicarán la edición conmemorativa con lo mejor de la poesía y los textos periodísticos del nicaragüense Rubén Darío (1867-1916), a partir de Prosas profanas, Cantos de vida y esperanza y Tierras solares. El libro estará listo en marzo y contará con varios estudios y un prólogo del también escritor nicaragüense Sergio Ramírez para celebrar el centenario de su muerte el próximo 6 de febrero.

Además, el narrador y ensayista Sergio Ramírez adelanta a Excélsior que en las próximas semanas publicará el libro A la mesa con Rubén Darío, bajo el sello de Trilce Ediciones, donde recuperará uno de los aspectos desconocidos de Darío: su relación con la cocina.

Parte de este trabajo lo presentará el autor en marzo próximo, durante el séptimo Congreso Internacional de la Lengua Española (CILE), en Puerto Rico, donde se llevará a cabo una mesa de homenaje a Rubén Darío, el renovador de la lengua, autor popular, periodista y cuentista.

¿Por qué no es tan conocida la obra periodística de Darío?, se le pregunta. “Es paradójico pero dos tercios de su obra es periodismo. Fue corresponsal del diario La Nación en Europa, y durante sus años en Buenos Aires escribió para periódicos chilenos. Además, fue uno de los creadores de la crónica moderna, dentro de ese concepto en que hoy la vemos: como un relato de hechos contemporáneos pero con calidad literaria”.

Tan sólo para La Nación escribió más de 600 crónicas, destaca, algunas de las cuales están compiladas en el libro España contemporánea, que inicia en 1899. “Son crónicas magistrales. Otro libro importante es Tierras solares y De tierras solares a tierras de bruma, con sus crónicas de viaje por España, Italia, Alemania, Austria, Hungría y Bélgica”.

Sin embargo Sergio Ramírez asegura que aún existen muchas crónicas dispersas, las cuales no han sido paleografiadas o localizadas. “Aunque hay otras compilaciones interesantes como: Parisina, con crónicas de París y otras sobre su retorno a Nicaragua de 1907 en El viaje a Nicaragua e Intermezo tropical. Lo cierto es que hay centenares de crónicas que no han sido paleografiadas”.

¿Cómo definiría la obra de Darío y su peso en la historia de la literatura? “Podemos definir el peso de Darío en dos sentidos. Por un lado está el deleite de los viejos y nuevos lectores por su poesía; por el otro la herencia que dejó en el tejido de la cultura hispanoamericana contemporánea, en la medida que influyó en un lenguaje no sólo literario, sino cotidiano”.

A partir de esa idea, añade, creó nuevas generaciones de escritores y poetas que van desde la poesía culta de Octavio Paz y Jorge Luis Borges –quienes se declaran sus herederos–, hasta los compositores de tangos y boleros, también influenciados por el modernista, como Alfredo Lepera y Agustín Lara.

¿Dónde está el mayor peso literario del poeta y periodista? “Usaría el mismo concepto. Está el Darío popular, que es el autor de Azul, de los cuentos en verso y de poemas como A Margarita Debayle, La cabeza de Rawí, que corresponden al poeta escolar… Es el más difundido, el popular y al mismo tiempo el más perecedero”.

Y también está el Darío menos leído, el de la poesía profunda que indaga sobre la muerte, la existencia, el destino, el universo y que me parece lo convierte en verdaderamente trascendental. Aunado a sus aspectos menos conocidos, como el de prosista y cronista, destaca.

EL POETA EN MÉXICO

México fue un lugar importante para Rubén Darío, tal como lo demostró en el breve apunte su poemario Prosas profanas, donde afirma lo siguiente: “Si hay poesía en nuestra América, ella está en las cosas viejas: en Palenque y Utatlán, en el indio legendario y en el inca sensual y fino, y en el gran Moctezuma de la silla de oro”.

Al respecto, Sergio Ramírez recuerda que su cercanía con México era vital. De ahí que escribiera el poema Tutecotzimí, considerado uno de los poemas trascendentales de su obra, “que es una exploración documentada y bien cimentada sobre la vida precolombina. Así que este poema demuestra su dedicación por la cultura precolombina. Me parece que Darío era un hombre de varios mundos y el mundo prehispánico no fue el menor en su formación y expresión literaria”.

En ese poema se puede leer: “Los centenarios árboles saben de procesiones,/ de luchas y de ritos inmemoriales. Canta/ un zenzontle. ¿Qué canta? ¿Un canto nunca oído?/ El pájaro en un ídolo ha fabricado el nido./ (Ese canto escucharon las mujeres toltecas/ y deleitó al soberbio príncipe Moctezuma)”

También está el cuento Huitzilopochtli, donde Darío se adelantó a la historia que más tarde contaría Carlos Fuentes en Gringo viejo, que relata la desaparición del periodista y escritor estadunidense Ambrose Bierce.

Pese a todo, aún persiste en la memoria aquel percance cuando Darío llegó al puerto de Veracruz, para participar como diplomático en los festejos por el Centenario de la Independencia, en 1910, donde fue rechazado con su comitiva. A este respecto Ramírez le quita peso al hecho y asegura que todo fue por circunstancias políticas.

Publicado por Excelsior

El cronista Rubén Darío

Siempre me ha interesado pensar en la antigua y extraña relación entre periodismo y literatura, y acerca de cómo la obra de Rubén Darío y de los escritores modernistas hispanoamericanos han colocado ante nuestros ojos la verdad incuestionable de que ambos oficios se han enriquecido mutuamente a lo largo de los años; pese a que, como parientes distantes, se miran a veces con reticencia o con cierta desconfianza.

Como escritor de un particular período de entre-siglos era inevitable que el ejercicio intelectual más constante de Darío fuese el periodismo, que a la larga llegó a ser su modus vivendi permanente. Sucede que en literatura hay pocos escritores que logran crear nuevos lenguajes, y como se sabe Darío fue uno de ellos.

Recordemos que, ejerciendo como ejerció una importante influencia sobre otros escritores de su tiempo, él fue, si no el creador, uno de los principales impulsores del lenguaje modernista.

Es obvio que, además de Darío, el modernismo contó con excelentes poetas; sin embargo el lenguaje modernista a la larga logró articularse y llegó a configurar sus principales recursos estilísticos a través de la prosa. Y ese proceso tuvo como cauce más importante el periodismo, especialmente el más versátil de sus géneros: la crónica.

La generación de escritores hispanoamericanos de entre-siglos, es decir, entre los siglos XIX y XX, fue también una importante generación de periodistas. Casi todos ellos cultivaron la prosa con la misma disposición ética y estética con que cultivaron la poesía, y desarrollaron su labor creadora y crítica principalmente en los periódicos.

Pero eso tuvo causas determinadas. A finales del XIX se había producido un proceso que los historiadores califican de profesionalización de la literatura. Como consecuencia de la expansión capitalista, los “hombres de letras” abandonaron, o fueron abandonados, por el tradicional mecenazgo.

Los nobles linajes y otras instituciones antes venerables perdieron predominio, y la división del trabajo obligó a los escritores a insertarse en la economía de mercado, y a empezar a ganarse la vida con su oficio.

GIMNASIA ESTILÍSTICA

Durante ese período los periódicos experimentaron un gran impulso y se convirtieron en la puerta de entrada al mercado para muchos escritores.

Era la primera etapa de modernización o de industrialización del periodismo, en la cual los escritores encontraron espacio no solo para hacer “gimnasia estilística” (como llamó Darío al oficio periodístico), sino para desarrollar la prosa con grandes libertades; aunque pasando miserias debido a la falta de un mercado editorial desarrollado.

Precisamente en las “gimnasias” periodísticas de Darío puede observarse con claridad la profunda e imbricada necesidad de relación, en ambos oficios, con el ejercicio de narrar y con la voluntad constante y sistemática de observar y explicar críticamente los entornos humanos y sus complejas implicaciones.

Fue con el ejercicio del artículo, la reseña crítica, la semblanza, la entrevista y especialmente la crónica, o con la virtuosa combinación de todos ellos, que desde el tiempo de auge de los modernistas el periodismo hispanoamericano empezó a imbricar sus mejores dechados con la historia de la literatura.

La venezolana Susana Rotker ha señalado que la modernidad, la industrialización y el cosmopolitismo sacudieron la conciencia de los modernistas, lo cual, en efecto, no solo se reflejó en su poesía, sino también, y especialmente, en su prosa periodística, en sus crónicas.

PERIODISTAS POR NECESIDAD

Y es que no solo fueron poetas: debieron ser también redactores y corresponsales de periódicos, y como tales supieron mezclar literatura y periodismo “en la justa dosis”. Sus notas, reseñas, entrevistas, o la mezcla de ellas, resultaron ser, según Rotker, “obras fundacionales de la excelencia en la escritura periodística latinoamericana”.

Según el académico nicaragüense Noel Rivas, por sus características la crónica fue uno de los géneros idóneos para encauzar las colaboraciones periodísticas de los modernistas, que llevados generalmente por la necesidad se convirtieron en articulistas, críticos literarios, reseñadores y cronistas.

“Periodismo y literatura -anota Rivas- se beneficiaron mutuamente: los escritores por medio del periodismo comenzaron a difundir las metáforas configuradoras de la nueva imaginación artística… El periodismo comunicó a los escritores un sentido de la actualidad que afectó positivamente sus creaciones”.

La crónica no les imponía limitaciones. Con la única obligación de partir de un acontecimiento actual que interesara a los lectores de periódicos (una puesta en escena, la presentación de un libro, la semblanza de un personaje, el viaje a algún país remoto para ilustrar acerca de su cultura o historia), el escritor-periodista desplegaba libremente las más prolijas divagaciones e impresiones acerca de asuntos de actualidad.

En ese sentido Darío fue un verdadero maestro. También lo fue en la confección o la práctica de una hábil mixtura de géneros, principalmente la crónica, el artículo, la entrevista y la reseña crítica. La mezcla de ellos le permitía hacer semblanzas y descripciones verdaderamente magistrales y de gran profundidad.

No era para menos. Ya sabemos que ejerció el periodismo durante casi toda su vida. Empezó a publicar artículos desde que era un jovenzuelo en Nicaragua; trabajó para periódicos de Centroamérica, el resto de América Latina y España.

Fue redactor, fundador y director de diarios, semanarios y revistas. En lengua española no existe publicación periódica de importancia en su tiempo donde no haya aparecido su nombre ocupando un lugar destacado.

Como corresponsal en Europa durante casi un cuarto de siglo, Darío fue sin duda un virtuoso ejecutor de combinaciones genéricas, capaz de difuminar, no solo las fronteras inter-genéricas del periodismo, sino también las fronteras entre el periodismo y la literatura.

HERENCIA PERIODÍSTICA

Su herencia periodística es extraordinaria, aunque hasta ahora muy poco estudiada. Lo que en cierto momento consideró sus mejores dechados del oficio periodístico, él mismo los recopiló, organizó y estructuró en una docena de libros:

Los Raros (1896), España contemporánea, Peregrinaciones (1901), La caravana pasa (1902), Tierras solares -y Tierras de bruma-(1904), Opiniones (1906), Parisiana (1907), Viaje a Nicaragua -e Intermezzo tropical-(1909), Letras (1911), Todo al vuelo (1912), Historia de mis libros (1913) y Autobiografía (1915).

Lo demás quedó disperso en múltiples publicaciones de América y España, principalmente en las páginas del diario La Nación, de Buenos Aires.

En su tesis doctoral, el crítico nicaragüense Leonel Delgado asume la producción periodística de Darío y su novela inconclusa El oro de Mallorca, como materia autobiográfica, y comparto su criterio, pues también considero que toda obra literaria es en esencia autobiográfica.

Tengo incluso el convencimiento de que sus dos autobiografías stricto sensu, y en buena medida su novela, constituyen ejercicios de crónica.

En cierto modo también sus crónicas y muchos de sus artículos periodísticos están afectados por cierta reminiscencia ficcional, como lo evidencian las constantes indecisiones y dudas de quienes han recopilado sus cuentos completos, entre los que se incluyen o excluyen textos que para unos son periodísticos y para otros, legítima ficción.

LAS CRÓNICAS DISPERSAS

En los últimos años la Academia Nicaragüense de la Lengua ha publicado dos tomos con más de un centenar de textos periodísticos dispersos de Darío, que originalmente fueron publicados en La Nación y que él excluyó de sus libros.

Forman parte de más de doscientos textos rastreados, recuperados y anotados por el investigador alemán Günter Schmigalle, y publicados parcialmente bajo el título Crónicas desconocidas (2008, 2010), en cuya introducción Schmigalle se pregunta si se impusieron en Darío razones de calidad o de temática en el proceso de discriminación.

Si estas crónicas se han quedado al margen de los más de diez volúmenes reunidos por Darío, ¿Significa que son textos de calidad inferior? se pregunta Schmigalle, quien reconoce que Darío, al compilar sus crónicas, se guiaba sobre todo por un criterio de calidad, y escogió las “mejores”.

Supone además que para Darío las “mejores” eran aquellas que seguían un modelo clásico de crónica; aunque mi impresión general (que sin duda es también la de Schmigalle) es que en el proceso de selección para compilar esos volúmenes hubo también un juicioso rigor temático.

Para comprender ese proceso selectivo debemos recordar que, en una época en que los periódicos y revistas llegaron a convertirse en la más palpable y reconocida representación del espacio público, los modernistas tuvieron que abrirse espacios a veces con editoriales políticos, información gacetillera y hasta con anuncios.

Muy pronto también tendrían que enfrentarse con un rival engendrado entre los vertiginosos cambios de las nuevas urbes, y que proporcionaba ahora a los lectores la noticia de último momento.

Al fallecer Darío en 1916 ya había ganado campo en los periódicos del mundo la divisa norteamericana de la especialización informativa, y había nacido la figura del repórter o reportero; el rastreador de noticias interesado más en lo informativo, en lo sensacionalista, que en lo ilustrativo o erudito; y ya menos concentrado en el estilo.

Ante esta nueva competencia los escritores modernistas siguieron recurriendo a la crónica y sus combinaciones como un espacio que les había permitido, y hasta entonces les permitía, al mismo tiempo, informar al público y desarrollar su creatividad literaria.

Sin embargo, esa función de la crónica hizo que en cierto momento de los inicios del siglo XX quedaran en relativa desventaja en su puja constante contra aquella nueva figura campeando en las salas de redacción. Darío llegó incluso a formular una sentencia al respecto: “El repórter –dijo- no podrá nunca desarrollar un estilo”.

Era el inicio de una nueva etapa del periodismo que marcaría su dinámica durante casi la totalidad del siglo XX. Aunque, a finales del mismo, el oficio se obligó de nuevo a evolucionar de diversas formas frente a los retos del auge audiovisual y la tecnología; volviendo otra vez su mirada hacia géneros más versátiles como la crónica.

UN GÉNERO APRESADO POR LA NOSTALGIA

Hoy día, en pleno albor del siglo XXI, los periodistas sabemos que eventualmente resulta saludable o conveniente para un reportero olvidarse del esquema de pirámide invertida e incorporar, incluso en una simple nota informativa, los recursos de una crónica y hasta un propio estilo literario.

En una época en que el mercado y la revolución tecnológica han modificado las más legítimas y arraigadas expresiones de la cultura, y han trastocado a fondo la relación entre literatura y lectores, entre medios y sociedad; la crónica debe dejar de ser, como decía el mexicano Carlos Monsiváis, “un género apresado por la nostalgia”.

Así las cosas, no les vendría mal a los nuevos comunicadores y estudiantes de comunicación, asomarse a la prosa periodística de los modernistas, especialmente la de Darío, y exigir su estudio sistemático en los pénsum académicos.

Eso les permitiría, además de enterarse de innumerables y sorprendentes trucos y procedimientos en el ejercicio de los distintos géneros; aproximarse también a una compresión de los contextos históricos que enfrentó la dinámica del pensamiento modernista.

Publicado por El Nuevo Diario

 

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