Un reportaje histórico en «Marcha»

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En Contexto
El sacerdote católico Camilo Torres Restrepo, incorporado en las filas del Ejército de Liberación Nacional (ELN), cayó asesinado el 15 de febrero de 1966, en una región conocida como Patio Cemento, del departamento de Santander, Colombia. Camilo Torres provenía de una familia acomodada y luego de ordenarse estudió sociología en Bélgica. Desde finales de la década del ’50 comenzó a radicalizar su pensamiento y su participación política. Sus textos y posiciones políticas han sido fundamentales para el desarrollo de los movimientos de liberación de América Latina. El presidente Juan Manuel Santos acaba de autorizar la búsqueda de sus restos, que aún permanecen desaparecidos.

Camilo Torres, el precursor

Por Adolfo Gilly

Camilo Torres Restrepo, el cura colombiano que tomó partido por los pobres de la tierra y se la jugó con ellos hasta el último día de su vida, murió el 15 de febrero de 1966, hace hoy cincuenta años.

Conocí a Camilo en Bogotá en mayo de 1965. Iba yo hacia Montevideo, de regreso de un extenso reportaje al Movimiento Revolucionario 13 de Noviembre en las montañas de Guatemala, publicado después en Monthly Review, revista de la izquierda socialista y marxista independiente en Nueva York y Buenos Aires.

Hice escala en Bogotá. Allí, mensajero de una carta de la editora porteña de la revista dirigida a Camilo Torres Restrepo, decano de la Escuela de Administración Pública en Bogotá, apenas llegado fui a buscar al destinatario. Subí al piso 14 de un edificio donde estaba su despacho, pregunté por el doctor Camilo Torres y, para mi sorpresa de marxista irredento, salió un cura a quien le dije que traía un mensaje para el profesor Camilo Torres. El aparecido me dirigió una mirada divertida y me dijo: Sí. Camilo Torres soy yo. Quién sabe cuál haya sido mi rostro de sorpresa, pero Camilo hizo como si nada, sonrió, pasamos a su despacho y comenzamos a conversar.

El diálogo, inesperado para ambos, duró los varios días de mi estancia en Bogotá: con Camilo, con monseñor Germán Guzmán, con Guitemie Olivieri y el equipo de ayudantes de Camilo en la Universidad y también, una tarde, con la madre de Camilo en su casa, dulce señora de quien hasta hoy, medio siglo y muchas peripecias después, guardo un recuerdo inolvidable.

Camilo me llevó en su carro a recorrer los barrios ricos de entonces, una especie de Polanco bogotano, de donde provenía su familia y cuyos domicilios me iba señalando; y después los barrios pobres de Bogotá. En largas conversaciones referí a él y a monseñor Germán Guzmán las experiencias de la guerrilla del Movimiento Revolucionario 13 de Noviembre en Guatemala, dirigida por tres militares: el coronel Augusto Vicente Loarca y los tenientes Marco Antonio Yon Sosa y Luis Turcios Lima. El obispo escuchaba y tomaba afanosos apuntes, sólo después entendí por qué.

Meses después, ya en Montevideo, donde conversamos largamente con el director de Marcha, el inolvidable don Carlos Quijano, y con Eduardo Galeano, entonces joven y brillante secretario de redacción de 25 años de edad, publiqué un extenso reportaje sobre Camilo Torres. Era febrero de 1966. Para ese entonces Camilo ya se había ido a la montaña y el reportaje se titulaba Camilo, guerrillero. Estos son algunos de sus pasajes.

***

Conversé en mayo último (1965) con Camilo en Bogotá. Camilo Torres es un hombre joven y tiene aspecto joven. Alto, habla con entusiasmo y también con pasión. Y si en las discusiones es capaz de tal pasión por las ideas, tiende al mismo tiempo a llevarlas a conclusiones prácticas y a medidas organizativas. No es un simple cura popular: tiene una formación política e intelectual, combinada con un interés por saber y entender lo que la gente piensa y siente. Estaba ansioso por conocer las experiencias de las guerrillas guatemaltecas. En su manera de aproximarse a los problemas y a los sentimientos del pueblo hay cierta similitud con la forma de análisis de Frantz Fanon, aunque por entonces él no había leído los libros del teórico de la etapa insurreccional de la revolución argelina. Esto es lo que escribía por entonces el cura colombiano, cuando era un sociólogo, en un estudio sobre la violencia:

“Las guerrillas han impuesto la disciplina que los propios campesinos solicitaban; han hecho a la autoridad más democrática; y han otorgado confianza y seguridad a nuestras comunidades rurales. Mencionamos esto al discutir el sentimiento de inferioridad que ha desaparecido de las áreas campesinas donde el fenómeno de la violencia se ha manifestado. A pesar de todo, la violencia ha provocado un proceso social imprevisto para las clases dirigentes. Ha despertado la conciencia campesina; les ha dado solidaridad de grupo, un sentimiento de superioridad y seguridad en la acción que ha abierto posibilidades de progreso social y ha institucionalizado la agresividad, con el resultado de que el campesino colombiano comienza a preferir los intereses del campesinado a aquellos de los partidos tradicionales. Se constituirá, como efecto, un grupo de presión política socioeconómica capaz de producir los cambios estructurales en el sentido menos deseado y supuesto por las clases dirigentes. Podemos decir que ‘la violencia’ ha sido para Colombia el cambio sociocultural más importante en las áreas campesinas desde la época de la conquista española.”

Pregunté a Camilo si, en su opinión, toca a los cristianos tomar una decisión definida en estos temas. Me contestó:

Pues claro. El cristiano, si quiere serlo realmente y no sólo de palabra, debe participar activamente en los cambios sociales. La fe pasiva no basta para acercarse a Dios. Es imprescindible la caridad. Y la caridad significa, concretamente, vivir el sentimiento de la fraternidad humana. Ese sentimiento se manifiesta hoy en los movimientos revolucionarios de los pueblos, en la necesidad de unir a los países débiles y oprimidos para acabar con la explotación. Los cristianos deben tomar partido con los oprimidos, no con los opresores.

Camilo Torres tenía por entonces 37 años de edad. Hijo de una familia aristocrática de Colombia, hasta mayo de 1965 fue el Decano de la Escuela de Administración Pública. En 1964 había sido separado de una cátedra en la Universidad Nacional de Bogotá por haber apoyado una huelga estudiantil. Profesor de sociología, junto con monseñor Germán Guzmán realizó investigaciones y estudios sobre la situación del campesinado colombiano. Hasta los dieciocho años de edad, cuando ingresó en el seminario, se había criado en las tierras de su familia, cabalgando con los orgullosos vaqueros de los llanos orientales de Colombia.

En la Universidad de Bogotá fue sacudido y arrastrado por los movimientos estudiantiles y fue no sólo un profesor sino también un dirigente para los estudiantes. Su renovado contacto con los campesinos vino después, cuando ya había vivido y participado en las luchas estudiantiles. Seguramente una y otra experiencia se unieron en su conciencia. Y Camilo, que hasta un tiempo antes trataba de explicar a las clases dirigentes que era necesario terminar con la situación de explotación, miseria y opresión del campesinado si querían evitar una violentísima explosión social, terminó por concluir que sólo una revolución que cambiara toda la estructura económica y social del país podía mejorar la situación del campesinado y que esa trasformación sería resistida por esas clases con todos los medios a su alcance. El sociólogo había dejado paso al revolucionario y el dirigente estudiantil se preparaba interiormente para convertirse en líder campesino.

Camilo Torres, para aquel mes de mayo de 1965, ya visitaba regularmente y contribuía a organizar pueblos campesinos en torno a sus necesidades y demandas comunitarias. En abril de 1965 la Curia colombiana decidió que Camilo debía ausentarse para estudiar en Bélgica. De este dilema crucial para su vida me habló en aquel mes de mayo. Si no se iba, lo pasaban al estado laical y debía abandonar la vestimenta sacerdotal, la sotana, me dijo. ¿Pero tú en verdad y en conciencia eres católico?, le pregunté. Por supuesto, respondió. “Yo creo en Cristo y cuando en mi ruego converso con él lo llamo ‘Patrón’, porque es mi jefe, mi patrón”. Y entonces, por qué te importa llevar o no la sotana?

Mira, me dijo, yo creo en Cristo y mi relación con él no tiene que ver con la vestimenta que llevo. Pero para mis gentes, para los campesinos que en mí confían, la sotana es simbólica y es muy importante. Yo debo respetar ese sentimiento. La jerarquía lo sabe y por eso, si no me voy, quieren reducirme al estado laical. Pues me parece que no te queda de otra que explicar la situación y el dilema a las comunidades campesinas que te escuchan y confían en ti.

En mis apuntes de entonces quedó así registrado: Camilo atravesó un conflicto interior: ¿irse, para mantener su posición en la Iglesia y luego regresar, o quedarse y afrontar una ruptura inmediata? Irse podía significar que los estudiantes y campesinos que lo apoyaban lo consideraran un desertor. Quedarse era romper con la Iglesia institucional de la cual se sentía parte integrante. Todo indica que la presión de su propia gente resolvió el conflicto. Camilo rehusó cumplir las órdenes de la Curia y pidió ser reducido al estado laico, sin por ello renunciar al sacerdocio.

A partir de entonces, toda su actividad se concentró en la campaña por el Frente Unido del Pueblo, mítines y sobre todo publicación del semanario Frente Unido a partir de agosto de 1965, dirigido por el propio Camilo Torres. En su primer número, fechado en Bogotá el 26 de agosto de 1965, publicó un manifiesto titulado Mensaje a los cristianos. Allí definió sus creencias, sus ideas, sus compromisos y su vida.

El 15 de febrero de 1966, hace hoy cincuenta años, moría Camilo en un enfrentamiento militar. Hasta hoy el ejército colombiano no ha dicho en dónde quedaron sus restos. El día ha de llegar…

Para mi inmensa sorpresa, un domingo de agosto o septiembre de 1971 a la crujía N de la Cárcel de Lecumberri vino a visitarme Guitemie Olivieri. Me habló largamente de Camilo y de nuestro encuentro de aquellos días en Bogotá. Pero esta es otra historia y no estoy yo ahora para contarla ni ustedes para saberla.

Publicado por La Jornada

La entrevista completa

Adolfo Gilly para la revista uruguaya «Marcha», 4 de junio de 1965

Un verdadero cristiano debe colaborar con todos aquellos revolucionarios que se proponen cambiar las actuales estructuras sociales injustas y opresoras.

Es ese cambio lo que caracteriza al mundo de hoy. Lo que ocurre en Colombia es parte de eso. Y lo que determina es la presión de abajo, tanto aquí como en Vietnam. Por eso la intervención norteamericana en Vietnam, que es un verdadero crimen, no va a poder imponerse por más armas que utilicen y por más gente que maten. Van a ser derrotados.

¿Y tú dices que los cristianos deben tomar una posición definida, como tales, en esa lucha?

Claro, lo digo y lo repito. El cristiano, como tal, y si quiere serlo realmente y no sólo de palabra, debe participar activamente en los cambios. La fe pasiva no basta para acercarse a Dios: es imprescindible la caridad. Y la caridad significa, concretamente, vivir el sentimiento de la fraternidad humana. Ese sentimiento se manifiesta hoy en los movimientos revolucionarios de los pueblos, en la necesidad de unir a los países débiles y oprimidos para acabar con la explotación, y en todo eso, nuestra posición está claramente de este lado, y no del lado de los opresores. Por eso a veces, un poco en broma pero también bastante en serio, me pongo intransigente y le digo a mi gente: el católico que no es revolucionario y no está con los revolucionarios, está en pecado mortal.

¿Crees que ese proceso revolucionario lleva al socialismo?

Es indudable que marchamos hacia estructuras socialistas de la sociedad.

Cosa diferente, para mí, es la concepción filosófica del socialismo o del marxismo. Pero también es indudable que esos cambios sólo dos fuerzas pueden dirigirlos, pues sólo ellas dos poseen una concepción global del mundo: el cristianismo y el marxismo.

Y si la revolución tiene una dirección marxista, ¿cuál es tu posición?

Quiere decir que no hemos sido capaces nosotros de dar la dirección adecuada. En ese caso, nuestra tarea no es oponemos ciegamente, sino todo lo contrario, colaborar en los cambios revolucionarios y salvar en ellos los valores cristianos permanentes.

¿Cuál es el rasgo más importante de «la violencia», como la llama monseñor Guzmán en su libro La violencia en Colombia?

Lo que se ha dado en llamar «la violencia», esa guerra civil difusa que ha reinado durante años en nuestro país, es en el fondo un cambio de estructuras no organizado, empírico, no consciente. La estructura externa del país sigue siendo la misma. Pero en todos estos años, quienes han cambiado son los campesinos, es decir, la gran mayoría de la población colombiana. Toma el ejemplo de las llamadas «repúblicas independientes». De derecha y de izquierda, hay quienes niegan su existencia. La verdad es que no interesa el calificativo de «repúblicas» o no. Pero sí que en esas regiones ha surgido un nuevo poder, paralelo al poder central, encarnado en los jefes guerrilleros apoyados por los campesinos, y todo esto ha generado una nueva actitud de los campesinos hacia todas las instituciones antes existentes: la propiedad, el Estado, la Iglesia, a las que ya no ven como partes inconmovibles de la existencia sino como sujetos de cambios posibles, en los cuales ellos sienten que tienen un papel creciente que desempeñar.

¿Y las guerrillas?

Las guerrillas en Colombia son mucho más que un problema policial o un problema político. Son un problema social que toca las raíces mismas del país. Por eso no sirven las calificaciones morales para condenar la lucha guerrillera. Es lo mismo que el ejército: no podemos aprobarlo o condenarlo con calificaciones morales abstractas. Hay que ver a qué fines sirven unos y otros, guerrillas y ejército. Cuando todos los canales de ascenso social parecían cerrados para el campesinado y la estructura opresora de la sociedad colombiana inconmovible, las guerrillas vinieron a abrir. bien o mal, nuevos canales de ascenso, y a través de su existencia decenas y cientos de miles de campesinos adquirieron conciencia de seres humanos capaces de decidir en la historia de Colombia, por primera vez. Quienes en nombre de la conservación social condenan el fenómeno, deben antes explicar por qué las viejas estructuras no pudieron satisfacer esa necesidad.

Las guerrillas crearon un poder nuevo, paralelo al poder estatal conservador-liberal, a través del cual, por métodos buenos o malos, pero impuestos por la necesidad y por la incapacidad de las clases dominantes para aceptar cambios ascendieron grandes masas campesinas en su seguridad en sí mismas, en sus propias fuerzas, en su sentimiento de dignidad humana y en su capacidad de decisión y de autogobierno. El campesinado ha ido desarrollando una conciencia de clase campesina, que lo ha unificado nacionalmente en una forma antes desconocida, y que lo constituye en poderoso grupo de presión para cambios de fondo. Por eso hemos dicho en otra ocasión que lo que se llama la «violencia», constituye el cambio socio-político más importante y profundo en la vida de Colombia desde la independencia hasta hoy.

¿Cómo se refleja en los partidos políticos?

Todavía lejanamente. La derecha se defiende. No entiende ni quiere entender lo que ocurre en el país. Marcha hacia el desastre. Se ha mostrado particularmente incapaz -y por el camino que va, seguirá siéndolo- de cambiar a tiempo para evitar una revolución violenta. La izquierda sigue dividida en partidos y organizaciones pequeños, ninguno de los cuales le ofrece un liderazgo efectivo a las fuerzas de cambio que se mueven en el país.

¿Ves una situación similar a la que favoreció a la democracia cristiana en Chile?

En Colombia es diferente. En Chile, la victoria de Frei se basó en parte en una estructura capitalista más desarrollada del país. Aún así, no va a poder seguir avanzando mucho sin tomar medidas que ataquen esa misma estructura capitalista en favor de los grandes sectores populares. Todo reformismo tibio será sobrepasado en corto plazo.

¿Cuál camino propones?

La forma no está clara todavía. Pero sí, que es necesario el surgimiento de nuevos líderes del seno mismo de las masas campesinas y urbanas, dispuestos a llevar adelante los cambios. Una vía, para mí, es el Movimiento de Acción Comunal que, a pesar de haber sido iniciado por el gobierno con fines de contención, hoy tiene más de ocho mil comités en todo el país donde aparecen dirigentes naturales de las comunidades sensibles a sus exigencias, que pueden ser la base para un movimiento nacional de envergadura. La otra es, precisamente, la formación de un nuevo movimiento nacional, con un programa de transformación de todas las estructuras de este país. Aunque aún no están maduras todas las condiciones, ya existen las bases, y para recogerlas y reagruparlas hemos lanzado ese programa. Encuentra eco creciente. Me dijiste que ya te lo han dado: publícalo. Sí, por ahí lo llaman «el programa del cura Camilo». Bueno: no es de este cura ni de otro, sino los cambios necesarios y urgentes para superar la crisis de la sociedad colombiana.

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