El cine no tiene quien le escriba

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POR ADRIÁN ATEHORTÚA

Hacer cine en Colombia hoy es menos difícil que antes. Hace una década se producían pocas películas en el país. Hoy es innegable que ese problema se ha superado considerablemente, no solo por el trabajo de aquellos que pertenecen al medio, sino también, y en gran parte, por la ejecución sistemática de la Ley de Cine de 2003 y el Fondo para el Desarrollo Cinematográfico. Mientras que en 2006 se estrenaron diez largometrajes hechos o producidos en Colombia, en 2016 se estrenaron 44: prácticamente una película semanal.

Sin embargo, el público colombiano no ve todo ese cine, o al menos no en las salas. De acuerdo con cifras de Proimágenes, de los 61,4 millones de personas que fueron a cine en Colombia en 2016, solo 4,7 asistieron a películas colombianas, una cifra nada despreciable, de no ser porque de esas 44 películas, solo doce superan los 20.000 espectadores. A su vez, de esas doce solo cinco superan los 500.000 espectadores. Es decir que, en términos generales, 39 películas no fueron rentables en términos de taquilla. Con cifras tan dispares, hablar de que Colombia tiene una industria cinematográfica es debatible.

“Yo creo que a pesar de todo eso, en Colombia sí estamos trabajando para que las películas tengan cierta vida productiva, para que salgan de la sala de cine a la televisión premium y luego a la televisión abierta. Sin embargo, el volumen de lo que producimos es muy chiquito, como para decir que tenemos una industria. Y el único que tiene esa cadena productiva regular en Colombia es Dago García”, dice Diana Bustamante,productora de cine y directora del Festival de Cine de Cartagena.

Lo mismo, pero con otro matiz, dice Samuel Castro, crítico de cine de El Colombiano: “Lo grave es que estamos haciendo un montón de películas que son como monstruos solitarios. Como Frankenstein: cosas que alguien crea y pone a andar por el mundo, pero que aquí nadie ve. Acá se hacen muchas películas que no atraen público porque están hechas para figurar en festivales, para que el director vaya a muchos de ellos y venda la película en otros canales, sin pensar que su potencial audiencia es, mayoritariamente, el público colombiano. Esa es la diferencia entre ellos y Dago: él hace películas para la gente. No quiero decir que una cosa sea mejor que la otra, que me guste más un cine que el otro, pero para que haya una industria vos necesitás los dos productos: un producto autoral y uno que conecte con el público general”.

Dago García, el hombre detrás de cinco de las películas más taquilleras de la historia de Colombia –todas con más de un millón de espectadores–, opina que “de que hay una industria, la hay. Porque si hablamos de que hay gente haciendo películas es porque hay gente que vive de eso, pero es una industria poco rentable. El problema es que en Colombia el cine es de extremos: o es un cine muy masivo, muy de consumo, o es un cine de autor muy personal que no conecta con el público. Eso no está mal, solo que acá entre uno y otro extremo hay pocos grises”.

En medio de ese panorama con pocos grises, pocas semanas de exhibición, pocos taquillazos y muchas salas de cine y exhibiciones casi vacías, está la crítica cinematográfica: entre su naturaleza de opinar y argumentar para formar un público y el hecho de que cada vez los colombianos van más a cine, pero no escogen las películas colombianas, surge una pregunta: ¿Afectan las críticas de cine –o la falta de ellas– la asistencia a nuestras películas?

“Ese punto de partida ya es bastante cínico porque es poner el problema en los otros, ¿no? Por pensar que tiene que haber una crítica de cine boyante, sólida, estimulante en un país que no tiene una industria ni sólida, ni boyante, ni extraordinaria, que no tiene una distribución comercial o independiente de iguales características… Es decir, estamos hablando de que la supuesta debilidad de la crítica es perfectamente proporcional a la debilidad de los otros factores de la escena. ¿Qué es lo que pretendemos? Es como mirar a los críticos despectivamente, como gente parasitaria, caníbal”, responde Pedro Adrián Zuluaga, crítico y profesor de la Universidad de los Andes.

Manuel Kalmanovitz, crítico de la revista Semana, cree que hoy por hoy la figura del crítico está en crisis: “Hay mucha gente opinando al mismo tiempo. En internet, por ejemplo, hay opiniones fuertes y discusiones bastantes nutridas entre gente que no necesariamente es crítica de cine. Eso ha hecho que la figura del crítico esté bastante atenuada. Una Pauline Kael, la crítica de The New Yorker, que con un comentario podía lanzar o destruir una película, ya no existe”.

Pero no es solo eso. Entre lo que dicen los críticos, productores, distribuidores y realizadores queda claro que, de una u otra manera, la crítica de cine en Colombia no tiene el impacto de otros textos de opinión, en parte por un problema en el que todos los entrevistados coinciden: el público es tan esquivo a la crítica de cine como a las películas colombianas. “Creo que yo escogí un oficio que va a desaparecer: ser cazador de unicornios, ser curandero en el siglo XXI… Algo así es el crítico de cine –dice Samuel Castro–. Que un periódico local como El Colombiano tenga dos críticos ya es una rareza. No creo que la gente lea crítica, y si la lee y el autor dice algo ‘malo’ sobre Wonder Woman, eso no va a impedir que el lector vaya a verla. Si pensamos en el cine colombiano, creo que últimamente ha tenido excelentes críticas: si vos ves lo que muchos escribimos sobre La tierra y la sombraJericóCarta a una sombra El abrazo de la serpiente, te darás cuenta de que no fue la crítica la que hizo que la gente no fuera a verla. Y creo que eso sucede porque no tenemos públicos formados”.

El público, de nuevo, es el objetivo, el salvador y un problema. El principio y el fin. Si no hay gente que lea de cine, no hay gente enterada de lo que hay en cartelera: hay, más bien, gente desprevenida que entra a lo que le ofrezcan.

“Creo que la crítica tiene que ver con que la gente no consuma cine colombiano, pero no es por ‘la mala crítica’. Es que realmente no somos un país formado para consumir las cosas con un sentido crítico, mucho menos en el cine –dice Diana Bustamante–. El cine colombiano se volvió como un género para el público, como decir ‘Ya me vi la comedia del año’ o ‘Ya me vi la película de terror del año’. Y no es así, porque no es un género. El cine colombiano es una cinematografía. Creo que en eso nos hemos equivocado quienes hacemos cine, porque antes era una novedad hacer una película colombiana. Hoy en día tienes que hacer una buena película, con una identidad y valores propios. El público se distanció, no ve la individualidad de cada pieza”.

Si, en teoría, la crítica de cine ayuda a formar público, ¿quién lleva a ese mismo público a la crítica cinematográfica?

De un lado de la pantalla está la película y del otro, la gente. Y la película y la gente están ahí porque alguien permitió el espacio del encuentro. Ese alguien, ya sea en el espectro comercial o el independiente, es por lo general un exhibidor que, en ciertas ocasiones, también hace las veces de distribuidor. Federico Mejía hace ese trabajo. Es el fundador de Babilla Cine y Cinema Paradiso, una de las distribuidoras de cine alternativo más reconocidas y tradicionales en Colombia. Además de la desbordada cantidad de películas de autor, del público sin formación, de internet, según él, el público no llega a encontrarse con ciertas películas ni con las reseñas o críticas sobre ellas por razones como esta: “Colombia es un país supremamente voluble y esnobista. Los medios solo consideran noticia lo que pasa en Estados Unidos, y eso lo replican acá, una y otra vez. Aunque el periodista trate de interesarse por un tema distinto, lo relegan a otras páginas que llaman ‘culturales’, que cada vez lo son menos. Y cuando vas a ver esas páginas, el poco espacio que tienen es para lo mismo de siempre: el cine de Estados Unidos, o el entretenimiento que viene de Estados UnidosEl abrazo de la serpiente, por ejemplo, solo tuvo una verdadera acogida en salas y prensa de Colombia después de que fue noticia en los Óscar, no antes. Parte de mi trabajo es que estas películas tengan cierta notoriedad en los medios, y siempre me veo a gatas con eso, no por la mala voluntad del periodista, sino porque la misma dinámica del medio, del sistema, del editor, lo va relegando. Y si vamos a hablar de crítica, yo pregunto ¿cuál crítica? Acá hay cinco personas –se cuentan con los dedos de una mano– que ejercen una labor crítica, pero a la hora del té se han vuelto más reseñadores de películas que críticos. No son líderes de opinión, y no tienen cómo serlo. Si Mauricio Laurens y María Isabel Rueda hablaran de la misma película, vaya a ver quién tiene más impacto”.

Reseñar películas, hablar de cine y hacer crítica de cine son cosas sutilmente distintas, y poner el tema sobre la mesa es poner el dedo en la llaga. Pero si, en el mejor de los casos, los críticos que existen tienen toda la voluntad de hacer crítica, ¿por qué no hablan más de películas colombianas? La opinión general puede resumirse en las palabras de Pedro Adrián Zuluaga, que dice: “Yo no me siento secuestrado por el cine colombiano. Antes veía todas las películas colombianas. Ahora solo veo muchas, casi todas, pero no digo ‘tengo ganas de esta película porque es colombiana’. Solo hablo de películas que, pienso, den un margen de acción para hablar de cine, y en esa medida me parece que ser condescendiente y hablar de una película solo porque es colombiana es perjudicial a largo plazo. De hecho, creo que sería peor si uno hablara y dijera lo que piensa de todas, porque la mayoría no pasan un rasero de calidad. Ante muchas películas colombianas el mejor gesto que uno puede tener es quedarse callado. La atención del crítico debe estar en lo nuevo en términos artísticos: lo que rompe, lo que cuestiona. El público raso delega en el crítico la tarea de que le filtre lo que hay en cartelera de acuerdo a sus convicciones. Si encuentras algo con valor, resáltalo. Y si solo tienes un pequeño espacio en un medio, con mayor razón”.

Sin embargo, en el panorama de escasez de crítica de cine colombiano hay una excepción a la regla que todos los entrevistados señalan con nombre propio: Oswaldo Osorio, crítico de El Colombiano, creador de cinefagos.net, colaborador constante de la revista Kinetoscopio, programador de festivales, profesor universitario. Oswaldo Osorio es considerado por sus colegas, en general, como el crítico que más ve y habla de cine colombiano. Y él dice: “La crítica en Colombia invisibiliza mucho al cine nacional, a menos que sea una película de Víctor Gaviria, o de Rubén Mendoza. Con películas menores, eso no pasa. Por otro lado, como en Colombia no hay una industria, los críticos somos tan marginales como las películas marginales. Pero a mí sí me parece que debe haber un compromiso de la crítica con el cine colombiano: si no lo hacemos nosotros, ¿quién entonces? Entiendo que es muy arbitrario decir ‘Bueno, como usted es colombiano, entonces escriba sobre cine colombiano’. Muchos escriben por cinefilia y hablan de las películas que les gustan. Yo siempre trato de darle mi espacio a la película colombiana, a menos que me pase lo que me pasó ayer, que fui a ver Virginia casta y no me da para escribir nada, ni bueno ni malo… Pero yo digo, si no has visto las películas de Dago García, si no has visto El paseo 1, 2, 3 y 4, ¿cómo vas a hablar de él? Y hay que hablar de él, porque es un tipo muy importante en el cine colombiano”.

Como las 500 palabras de su espacio en la versión impresa de El Colombiano no le alcanzan, Oswaldo Osorio abrió un blog llamado Cinéfagos en la página web del periódico, que es una extensión del portal que hace diez años creó (cinefagos.net), una hoja de ruta de crítica de las películas colombianas de los últimos años. La página tiene 50.000 visitas al mes, muchas más que la mayoría de películas colombianas estrenadas en 2016.

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La lista de los desapercibidos

Finalmente, entre todos los consultados para este reportaje, pedimos que dijeran, desde su perspectiva, que películas no tuvieron suficiente atención últimamente en Colombia. Esta es un inicio.

Diana Bustamante

“Una película como Sin mover los labios sí marca una diferencia en muchos niveles y sí me da como mucha tristeza que pase como tan de agache. Pacientetambién, aunque para ser un documental fue un taquillazo. Y, con toda la distancia que tengo con La mujer del animal, 20 mil espectadores es nada”.

Samuel Castro

“Creo que el cine documental pasa muy desapercibido. Una película como Amazona,que estuvo en el FICCI, no sé si se vaya a ver. Pariente merecía más tiempo en cartelera también.”

Pedro Adrián Zuluaga

“A mí me pareció muy importante Adiós entusiasmo, de Vladimir Durán. Una película muy renovadora con un trabajo actoral excepcional y que habría que acompañar en un futuro estreno. Otra obra excepcional es La Bouche, de Camilo Restrepo: es una ceguera no ver una sensibilidad colombiana en esa película”.

Dago García

Pariente: es una película interesante que se escapa del lugar común. Rabia también es una película a la que le faltó público. Y una que sí me pareció una obra de arte es Todo comenzó por el fin.

Federico Mejía

“Yo diría que El abrazo de la serpiente, aunque sé que no fue de este año, ni del año pasado, sino de 2015. Pero no, del año pasado no hubo una película que yo diga que fue así, fantástica”.

Manuel Kalmanovitz

Los Nadie me pareció una película muy valiosa, aunque no me parece que le haya ido tan mal. El documental Noche herida también me pareció muy bueno y no duró mucho en cartelera. Sin mover los labios es muy valiosa, sobre todo en su exploración de una Bogotá poco explorada y salió a la semana de cartelera. Y los documentales son un caso especial: se están haciendo muy buenos documentales y es muy raro que lleguen a pantalla.”

Oswaldo Osorio

X500 es muy buena película. Sin mover los labios aunque casi todos los críticos sí escribieron de ella, pero en términos de calidad es, de lejos, una película casi insólita en el cine colombiano, con una gran propuesta. Y Una mujer, que solo estuvo como dos semana acá en el Colombo… creo que no hizo más de mil espectadores.”

Publicado en Revista Arcadia
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