Por una educación no colonizada

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Hace más de ocho años, un grupo de amigos, entre extranjeros y residentes de Livingston, preocupados ante el problema de la escasa cobertura en educación, además de la deserción escolar, decidieron tomarse el trabajo de plantear una solución, que dejando de lado la burocracia estatal y la permanente falta de recursos en las escuelas públicas, brindara a los niños de Livingston la posibilidad de continuar aprendiendo, ofreciendo un apoyo didáctico a maestros de primaria y otras instituciones.

La iniciativa se concretó en una Biblioteca-Ludoteca: Un espacio que ofrece tanto libros como juegos educativos.

Y es que entre las diversas causas de inasistencia y deserción escolar, hay una que es intrínseca al sistema educativo: La falta de respeto ante la diversidad cultural. Ese afán por estandarizar no sólo los conocimientos adquiridos, sino el comportamiento, y hasta la manera de pensar. Una enseñanza así, pronto se convierte en el polo opuesto de lo que se transmite por el núcleo familiar, ocasionando confusión y falta de interés en los niños, generando desconfianza entre los padres, hasta llegar al rechazo de toda una comunidad. En Livingston convergen tres culturas: Q’eqchi’, Garífuna y Mestiza. Pero el Proyecto Nacional de Educación Bilingüe (PRONEBI), aunque ha tenido avances, aún carece de maestros y libros de texto suficientes. De este modo, los alumnos que no se adaptan al programa oficial, sencillamente quedan rezagados.

A mi recuerdo acuden las imágenes de ese grupo de “los eternos castigados” de la escuela, calificados como incapaces ante maestros que no hablan su misma lengua, hostigados por otros alumnos, al tener hábitos y creencias diferentes; que finalmente abandonaban la escuela, o iban perdiendo los grados hasta que los dejábamos de ver. ¿No estamos aquí ante una de las formas de violencia más flagrantes y sin embargo, más popularmente aceptadas?

Pese a todo, la biblio-ludoteca Belüba Lüba Fürendei, ha sobrevivido estos ocho años, entre traslados de local, indiferencia de las autoridades, búsqueda de recursos entre ONG’s, etcétera. Pero eso sí, también gracias a donaciones de libros y material educativo de personas e instituciones particulares, el trabajo ad-honorem de voluntarios que dedican parte de su jornada a atender las necesidades que se susciten y el apoyo de padres y niños que han visto resultados positivos.

Por todo lo anterior, cuando el año pasado estos amigos me pidieron impartir algunos talleres de historia de Guatemala, como apoyo a un programa para promover la participación política de líderes locales, utilizando a la biblio-ludoteca como eje, no dudé en aceptar. No comprendía, sin embargo, la complejidad de lo que se me pedía.

Para empezar, me dieron un manual elaborado por el PNUD, donde concretamente decía que el proyecto buscaba fomentar la participación política desde una cosmovisión maya, para el pleno ejercicio de los derechos individuales y políticos que el estado de Guatemala se ha comprometido a hacer valer.

También decía que pretendían fortalecer el análisis crítico, fundamentándose en las cosmovisiones de los pueblos indígenas y sus conocimientos ancestrales.

Acostumbrado a desconfiar de las buenas intenciones, la primer idea que se me ocurrió fue ésta: ¿Pretenden acaso formar un partido político por cada etnia de Guatemala? y luego otra peor: ¿Qué sentido tiene participar en un sistema político viciado? ¿Para legitimar un sistema jurídico también viciado?

Bien, hay que sobreponerse al pesimismo, aún queda la organización comunitaria, y mientras podamos aportar algo, debemos hacerlo, es la última esperanza que tenemos ante el fracaso del estado.

Así entonces, me puse a organizar datos sobre las migraciones que dieron origen a la civilización maya, las causas de la conquista, la explotación colonial, el proceso político de la independencia, así como la historia reciente desde la revolución hasta el fin del conflicto armado. De este modo, los contenidos coincidían con el programa y creía estar suficientemente preparado.

Sin embargo, el programa parecía estar dirigido específicamente a la población maya. ¿Se podía aplicar igual para el pueblo garífuna?

Es claro que la historia de ambos pueblos converge en un territorio, pero los procesos son muy diferentes. La colonia guatemalteca ocurrió bajo el imperialismo español solamente, mientras que para el caribe, cuentan también las colonias inglesa, francesa, holandesa y portuguesa. Los pueblos mayas en su mayoría, pueden identificarse como guatemaltecos, mientras que los garínagu se encuentran en un área mucho más extensa, que abarca al menos cinco países: Honduras, Guatemala, Belice, San Vicente y Estados Unidos.

Tratando de buscar alguna forma de resolver esa dicotomía, di con un libro que es una verdadera joya en el arte de historiar: “La Biografía del Caribe”. De Germán Arciniegas.

El escritor colombiano nos presenta una imagen del caribe desprendida del centro europeo, marcada por el pillaje, la guerra y el comercio salvaje de inicios del capitalismo, algo que nos ayuda a comprender los orígenes de la diferencia entre la América hispana y la América anglosajona:

“El imperio de España en América está en la montaña, sobre la cumbre de los Andes, a donde no llegan las tentaciones del mar, ni se corre el peligro de los ingleses. El conquistador, que era castellano de meseta, de tierra adentro, lo quiso así. Además había que seguir la tradición de los indios. Carlos V no iba a saber más de América que Moctezuma, Atahualpa o Sacresaxigua, y éstos supieron muy bien por qué había que ir a la corona de los montes para gobernar. Sólo quedó un frente de choque: el Caribe […] Siempre hay algo impenetrable en la política que no entiende quien vive en el Caribe. Para éste, si hay la posibilidad de asaltar unos buques holandeses, es claro que ahí está una razón suficiente para hacer la guerra, y no se explica que porque Guillermo de Orange se case con una sobrina de Carlos II haya de terminarse una guerra entre Holanda e Inglaterra. Los franceses, por ejemplo, hacen prodigios para desalojar a los ingleses de islas que habían ocupado por muchos lustros, pero viene la paz de Breda, y hay que devolver a los vencidos cuanto en buena guerra se les había arrebatado. De la paz de Ryswick dice un historiador: “Se había enviado grandes expediciones navales, desembarcado ejércitos, peleado batallas, puesto sitios, repelido invasiones, y cuando al fin terminó la guerra, ninguna nación retuvo ni una pulgada del territorio de la otra”. Son pequeños detalles que crean un sentido de irresponsabilidad en el soldado de las Antillas. Él sabe que la cuestión es pelear. Cómo, por qué y al lado de quién, es cosa que acaba por serle indiferente”.

Ingenuamente, yo pretendía hacer una ligera introducción, a la manera académica positivista, diciendo a los participantes que la importancia de la historia, está en que sirve como transmisión de la experiencia, es fundamento de la identidad y base del estado. Al menos la última de estas afirmaciones me resultaba ahora completamente inútil.

Los 18 millones de personas, (por mencionar de la cifra más optimista) traídas por la fuerza desde África a América durante la colonización, eran de muy diversa procedencia, y encontrar hoy en día un hilo cronológico-etnográfico resulta, si no imposible, al menos muy difícil. ¿Cómo plantear entonces los elementos que conforman la identidad afrocaribeña?

Siempre en busca de más información, conseguí el libro de Nancie L. González “Peregrinos del Caribe”, un acercamiento a la historia del pueblo Garífuna desde su dispersión a partir de la isla de San Vicente, hasta su asentamiento en Centroamérica y movilización hacia Estados Unidos. Más confusión. Si la historia de los pueblos indígenas, aunque negada, es susceptible de relato cronológico, en el caso de los afroamericanos, está completamente dispersa. Una idea, sin embargo, me puso de nuevo los pies sobre la tierra: “Hace varios años acuñamos el término “neotérico” para describir un tipo de sociedad que, surgiendo de las cenizas de la guerra, migración forzosa, u otra calamidad, había sobrevivido uniendo fragmentos y partes de su herencia cultural, mientras al mismo tiempo recurría al préstamo, a la invención libre y rápida para poder competir con circunstancias nuevas y completamente diferentes”.

¡Por supuesto!: No es necesaria la idea de estado ni de una nacionalidad para generar identidad, ni apelar a orígenes ancestrales para construir una cultura.

El estado de Guatemala tiene el descaro de utilizar la imagen de la cultura Garífuna y Q’eqchi’ como “Caribe Guatemalteco” para fomentar el comercio, mientras que, según pude constatar, en todo Livingston no hay centro de educación secundaria, hay un sólo centro de salud para casi 16 mil personas, mientras que los pobladores Queqchíes son despojados de sus tierras a orillas del río Dulce.

Queda entonces la confianza en los líderes que están capacitándose. Me alegró mucho darme cuenta que los intereses de muchos de ellos no están en la política, sino en cuestiones más prácticas: Construir cocinas con gas reciclado, preparar su propio biodiesel, pues cualquier plan de la libertad política pasa necesariamente por la soberanía, es decir la independencia económica. En palabras de Gladys Silva, maestra Garífuna de Livingston: “Aquí no importa si eres de Jamaica, Cuba o Barbados, siempre hay una hermandad”.

Esa es la hermandad que atropellan quienes aprovechan las iniciativas honestas para acentuar las diferencias étnicas en beneficio de intereses políticos, la dominación jurídica o el simple lucro. Todavía falta mucho para descolonizarnos.

Publicado en La Hora
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