Falleció el escritor peruano Oswaldo Reynoso

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El escritor Oswaldo Reynoso, autor de libros considerados claves en la literatura peruana, como Los inocentes y En octubre no hay milagros, falleció ayer en Lima a los 85 años.

“Oswaldo Reynoso Díaz falleció el 24 de mayo a las 00.45 horas”, se leyó ayer en la página de Facebook que administraba el destacado narrador.

“Empezamos el día con una triste noticia. Hoy, en la mañana (ayer), ha fallecido el escritor Oswaldo Reynoso. Un autor no solo reconocido sino también querido por sus lectores”, señaló la Casa de la Literatura Peruana en un mensaje en Facebook.

Las causas de la partida del escritor aún no han quedado esclarecidas, pero Christian Reynoso, sobrino del autor, nos dio algunos alcances.

“Al parecer, ha sido un infarto que le ha dado de manera sorpresiva, imprevista. Él estaba bien, los días anteriores hablé con él. Estaba lúcido, vital. Por eso nos ha sorprendido esta noticia de un momento a otro. Tenía 85 años y vivía con los achaques de su edad”, dijo.

Trayectoria

Reynoso, nacido en la región sureña de Arequipa el 10 de abril de 1931, realizó sus estudios superiores en la Universidad Nacional de San Agustín, de Arequipa, y en la Universidad Nacional de Educación Enrique Guzmán y Valle, de Lima, donde luego fue profesor de Literatura.

Posteriormente, vivió durante doce años en China, donde enseñó español, y tras retornar a su país enseñó en la Universidad Nacional de Educación y en la Federlico Villarreal.

En 1965 se ratificó como una de las grandes voces de la narrativa peruana con la novela En octubre no hay milagros, a la que siguieron El escarabajo y el hombre (1970), En busca de Aladino (1993), Los eunucos inmortales (1995), El goce de la piel (2005), Las tres estaciones (2006), En busca de la sonrisa encontrada (2012) y Arequipa, lámpara incandescente (2014).

Joven

“Era el autor con corazón de adolescente y espíritu joven, porque siempre estaba presto a ayudar. Era un observador de los adolescentes”, con estas palabras recordó el escritor arequipeño Orlando Mazeyra Guillén a su maestro Oswaldo Reynoso.

Mazeyara quien era allegado al autor, manifestó que Reynoso vivía en el mundo de los adolescentes, prueba de ello fue la primera publicación que hizo “Los Inocentes”. “En su obra relata la historia de los jóvenes que despiertan en la ciudad, entre bebidas y sexo…”, recordó.

El joven escritor comentó también que Reynoso se preparaba para publicar su último texto en Arequipa; “Capricho Azul”. “Son memorias y relatos breves de sus viajes al interior del Perú”, añadió.

Como buen alumno, le dedicó unas palabras de agradecimiento. “El “Profe” es un referente ineludible de los narradores peruanos y creo que, a estas alturas del partido, eso ya nadie lo discute. No obstante, en el corazón de este escribidor, como es el caso de muchísimos otros, lo sé, fue un mentor y un maestro en el sentido más estricto del término: aquel que nos abrió las puertas de su casa o al menos accedió de buena gana a recibir nuestros escritos. Él siempre estuvo presto para corregirnos y alentarnos, acicatearnos en medio del brindis con vasos repletos de oro líquido con espuma, y decirnos que lo importante es la imagen, ¡la belleza de la palabra!”.

Sencillo

Por su parte, el periodista Ómar Zevallos calificó a Reynoso como el hombre sencillo que nunca se consideró parte de la argolla literaria, pese a su gran aporte.

Zevallos señala que no tuvo una relación directa con el escritor arequipeño, pero siempre mostró interés por sus textos directos. “En mi infancia, recuerdo que mi padre hablaba con un amigo sobre un libro que era prohibido y se lo dio por prestado. En los años 60 era considerado como un libro escandaloso porque hablaba de sexo”, narró.

Manifestó que el texto le llamó la atención, pero nunca tuvo acceso hasta que fue adulto. Se trataba de “En octubre no hay Milagro”. En la obra se critica a la sociedad y a los religiosos porque aprovechaban la fiesta del Señor de los Milagros para tener cercanía con las mujeres, para cometer delitos, etc.

Publicado por Correo

 

Oswaldo Reynoso: la sombra al final de la calle

Oswaldo Reynoso nació dos veces. Su primera llegada al mundo fue en 1931, en Arequipa. Una nueva vida empezaría años después, al cambiar las paredes blancas y el cielo azul de su ciudad natal por la gris y fría neblina que cubre las calles de Lima. Llegó a la capital para culminar sus estudios superiores, pero también con el claro objetivo de convertirse en escritor.

Pocas miradas han sabido captar, como la de Oswaldo Reynoso, el vértigo y las contradicciones que se apoderaron de las calles de la capital a partir de los años 50. Al fin y al cabo, esa fue una década marcada por profundas transformaciones urbanas, económicas, sociales y culturales, dando inicio a ese fenómeno que el antropólogo José Matos Mar bautizó como «desborde popular».

Un testimonio directo de estas transformaciones fue el primer libro de relatos que escribió Reynoso: «Los inocentes», aparecido en 1961. Ese mismo año, Sebastián Salazar Bondy publicó «El señor gallinazo vuelve a Lima», un cuento que anticipa, de alguna manera, la desgarradora metamorfosis que experimentó la ciudad en las décadas siguientes.

Oswaldo Reynoso, por su parte, volcó su mirada en todo lo que acontecía a su alrededor, en las calles. Sus páginas hicieron de la jerga capitalina un lenguaje literario, y fue con ella que el autor retrató a los muchos personajes que poblaban este mundo de luces y sombras: los fieles religiosos y los pandilleros, el joven desilusionado y la bohemia de la vieja guardia que pasaba sus desvelos entre la cantina y el billar.

Este mismo mundo, clandestino e informal, herético y santo, es el que retrata en su primera novela, de 1965: «En octubre no hay milagros». Al momento de su publicación, este libro fue atacado por la crítica con un fervor comparable al que despertaría entre los jóvenes de las generaciones siguientes.

Naturalmente, él no fue el único escritor que supo capturar el vértigo de su época a través del lenguaje. Su generación vio surgir a autores de la talla de Julio Ramón Ribeyro, Mario Vargas Llosa, Carlos Eduardo Zavaleta y Enrique Congrains. Este último, además de haber escrito textos esenciales para el desarrollo del realismo urbano en el Perú, como “No una, sino muchas muertes», fue el editor de Oswaldo Reynoso y, como tal, el responsable de que el título de «Los inocentes» fuera reemplazado, en su segunda edición, por el de «Lima en rock».

En las páginas de Oswaldo Reynoso, Lima se presenta como un territorio misterioso, una incógnita que puede ser explorada, mas no resuelta. Su literatura, como la de José María Arguedas en el caso de la sierra sur, parte de la experiencia del choque. No en vano provenía de Arequipa, una ciudad que era, en sus propias palabras, «mucho más pacata que esta».

En la última entrevista que dio a El Comercio, el año pasado, Oswaldo Reynoso reveló que, en sus libros, él quiso «escribir sobre el choque emocional, sobre el tumulto». Su reacción ante estas cuestiones está marcada por la ambigüedad, entre la celebración y el rechazo, y la mejor prueba de ello tal vez se encuentre en su primer libro: «Luzbel», publicado en 1955.

Reynoso se consagró como narrador, pero debutó en el ámbito literario como poeta. Los versos que dan forma a «Luzbel» muestran esta ambigüedad esencial, este reflexivo vértigo ante el choque, en su fórmula más pura y desgarrada. Dividido entre la cultura de lo etéreo y los placeres de la carne y el pecado, el autor recorre los abismos que se abren entre la experiencia de dos mundos: el del pasado, irrecuperable, y el del presente, perdido aun antes de nacer.

Más allá de los libros

La actividad literaria de Oswaldo Reynoso no se limita, sin embargo, a los años 50 y 60. Hasta la publicación de su última obra, el libro de memorias en clave epistolar «Arequipa, lámpara incandescente», en el 2014, el autor dio a la imprenta una larga serie de títulos. Uno de los más famosos, «Los eunucos inmortales», apareció en 1993.

Más allá de su labor como escritor, Reynoso fue también un activo promotor de la lectura. Como tal participó en diversos proyectos destinados a despertar la pasión por la literatura entre los jóvenes. Así, por ejemplo, fue un importante colaborador de Recreo, iniciativa fundada en el 2007 por los escritores Javier Arévalo y Gustavo Rodríguez para promover la lectura entre los estudiantes de los colegios públicos de Lima. Una labor similar fue la emprendida por el autor en diversos penales del país, a los que asistió en varias ocasiones para organizar lecturas con los internos.

Mucho antes del fin, Reynoso ya era una figura capital del canon clandestino que él ayudó a fundar.

Publicado por El Comercio

 

Oswaldo Reynoso, el maestro inconforme ha partido

Oswaldo Reynoso nació al pie de un volcán, por eso quizá nunca dejó de ser un escritor maldito. Esa era su raza, su estirpe, y escribió libros hermosos y violentos, siempre en pugna con el lenguaje, con la realidad y las ideas políticas. Este escritor, ígneo, volcánico por donde se le mire –lo recuerdo en verdaderas jornadas de tertulias cerveceras–, dejó de existir como no había vivido, en calma, en absoluto reposo. La muerte le sobrevino repentina, en su cama, en la madrugada de ayer. Acaso murió de tiempo, tenía 85 años de edad.

El autor de Los inocentes (1961) ingresó a la literatura peruana sin pedir permiso a nadie. Es más, ingresó en contra de la cucufatería, el establishment, que, escandalizados por un lenguaje provisto de jergas y sin tabúes con respecto a los temas sexuales, no dudaron en acusarlo de pornográfico.

Así, Cara de Ángel, Príncipe, Carambola, Colorete, Rosquita, personajes de este primer libro de cuentos de Oswaldo Reynoso nacieron a la narrativa peruana con una condena. Los críticos de los diarios de la época pretendieron lapidarlo reseña tras reseña (años después, Reynoso en un prólogo de uno de sus libros, escribió sin remilgos: “Me cago en los críticos del Perú y sin ninguna excepción”).

Pero no. Estos personajes, concebidos por su autor, habían nacido para ser invencibles, porque no todo fue reveses. Basta citar las palabras con que un grande, José María Arguedas, respaldó la publicación de este libro: “Un mundo nuevo requiere de un estilo nuevo”. Y eso había hecho Oswaldo Reynoso.

Años después, en 1964, Mario Vargas Llosa, cuando Reynoso publicó En octubre no hay milagros, Mario Vargas Llosa criticó esa novela, pero eso sí, no dejó de saludar la insolencia de su lenguaje. También defendieron su lenguaje Sebastián Salazar Bondy, Washington Delgado, Manuel Baquerizo, Javier Sologuren.

Por eso, ahora que ha muerto el escritor, a nadie le queda duda de que sigue vivo entre nosotros.

Rastros de vida 

Nació en Arequipa, el 10 de abril de 1931. Estudió en la Universidad Nacional de San Agustín de su ciudad natal y después en Lima, en la de Educación Enrique Guzmán y Valle, La Cantuta, y se tituló como profesor de Lengua y Literatura. Esa fue otra consigna de su vida: nunca dejó de ser profesor, de ser maestro, en las aulas y fuera de las aulas, como pedagogo, pero también maestro en la creación literaria.

El escritor Javier Arévalo en su cuenta de Facebook cuenta que cuando conoció a Reynoso, este le dijo: “¿Cuál es tu cau cau? No recuerdo qué le contesté, quizá que tenía un libro de cuentos, quizá que escribía. Corrigió línea por línea (mi libro) Nocturno de ron y gatos”.

Y es que así era el autor de Los eunucos inmortales, un amigo de sus amigos, jóvenes sobre todo. Creo que nadie como él –aunque el recordado poeta Pablo Guevara también tenía ese estilo– se rodeaba de escritores jóvenes. Era habitual verlo ingresar a los bares de Quilca, Lima, con un séquito de jóvenes quienes estaban allí para escuchar allí al maestro, cosas de la narrativa y también cosas de la vida. Pero ese rito no acaba allí, como lo cuenta Arévalo, leía, corregía los cuentos y libros de sus noveles amigos. También a algunos les escribía prólogos, contraportadas y hasta presentaba sus libros. Y es que Reynoso siempre ha sido joven.

Ubicado por la crítica entre los escritores de la generación del cincuenta, él, Miguel Gutiérrez y Antonio Gálvez Ronceros, entre otros, fundaron el grupo Narración con una propuesta de escritura nueva en torno al realismo y la literatura popular.

Inconforme, polémico, aducía que en la literatura peruana había mafias que mantenía un canon privilegiado. Pero más allá de esos cuestionamientos, el autor de Luzbel –su único poemario– ha sido reconocido en Argentina, donde se publicó En octubre… Y tras su muerte, estamos seguros de que su reconocimiento exterior crecerá. El escritor chileno Alberto Fuguet acaba de decir: “Quizás por pose o por snob, a mí me interesan todos aquellos a los que el canon no los respetó. Me parece que Reynoso está metido entre Vargas Llosa, Puig, Andrés Caicedo y ‘La ley de la calle’. Me parece un autor súper internacional y no entiendo por qué no funciona fuera del país”.

Pero funcionará. Cara de Ángel, Colorete, Príncipe, estarán para celebrarlo. ¡Salud!

Testimonios

Óscar Colchado

¡Ah, Oswaldo! Te fuiste, amigo, llevándote tu alegría, tu amistad diáfana y pura, tu pesado andar por las calles del mundo.

Te fuiste como si tal cosa, calladito, sin molestar a nadie, arrastrando tu edad de siglos.

Gran escritor, gran poeta, eras como un niño de alma noble, a quien hubiéramos querido tener siempre a nuestro lado.

¿Quién visitará ahora las escuelas, trajinará por los pueblos más pequeños del Perú haciendo leer a los niños y a los jóvenes?

Tú nos dejas una gran lección, maestro, nos has señalado el camino por donde quienes amamos el Perú debemos trajinar, como lo hizo el gran Valdelomar, escritor a quien admirabas por la finura de sus composiciones, por su musicalidad.

Te recuerdo hablando de literatura y el compromiso social del artista, en Viena, en Berlín, en Múnich. Y no puedo creer que te hayas ido. No, no te has ido en realidad, querido Oswaldo Reynoso. Aquí estás de pie frente a la historia, como todos los grandes hombres que dejan una estela de luz en su camino.

Sergio Galarza

Pucha, Oswaldo, tú sí que fuiste un pata firme. Te conocí en el cole leyendo Los inocentes. Yo quería ser como El Príncipe pero sólo llegaba a Rosquita. Reconocí al toque a un Maestro. En tu literatura los personajes buscan la belleza y la justicia, a su manera, entre humo y botellas. Poesía del asfalto y de la buena. Cada palabra obedece a una necesidad de poner orden en medio del caos callejero. Ese orden es la bola verde de billar en el semáforo, el gato que quiere gata y el mar. Adiós, pata.

Miguel Gutiérrez

El viaje en tranvía con los inocentes

Hace muchos años evocando mi primer encuentro con la narrativa de Oswaldo Reynoso, escribí: “Recuerdo que compré Los inocentes en un kiosko de La Colmena y apenas leí la primera frase sentí la urgencia de leer todo el libro. Mi pensión estaba lejos y como carecía de dinero para entrar a un bar y pedir un café, opté por subirme al tranvía de la ruta a Chorrillos. Era la hora en que los oficinistas volvían a sus casas, pero como era el paradero inicial pude hallar asiento en el acoplado y es todo lo que recuerdo, pues enseguida me sumergí en la lectura… Cuando levanté la vista del libro el tranvía llegaba al parque de Barranco. Recuerdo que me bajé y caminé al borde del mar y me sentía triste y eufórico a la vez porque el libro que acababa de leer me abría todo un camino para escribir sobre el mundo de mi propia adolescencia”. Un año después conocí a Oswaldo en el Palermo, en seguida nos hicimos amigos y lo que fue más importante descubrimos nuestra común adhesión al marxismo. De modo que a propuesta de Oswaldo fundamos la revista Narración donde, con el concurso de importantes narradores de los años 50, 60 y 70, luchamos por llevar a la práctica nuestras propuestas creativas y nuestras inquietudes políticas de crítica y oposición a la cultura oficial vigente. Hace pocas horas me he enterado de la muerte del querido y controversial Oswaldo Reynoso. La última vez que me encontré con él, después de habernos dejado de ver durante algunos años fue en Arequipa en diciembre pasado. Y ahí estaba Oswaldo: a los 83 años seguía siendo el joven radical de siempre, exuberante y alegre amante de la vida, que persistía en su apuesta por el advenimiento de un nuevo orden social justo pero también libertario, pues aspiraba a que cambiasen los fundamentos mismos de la vida.

Y yo que soy, ¿la Beneficiencia?
Pedro Escribano, del libro ‘Rostros de memoria’

Es una vieja e indebida costumbre considerar que los artistas, entre ellos los escritores, no son profesionales. Se piensa que sus libros no son resultados del trabajo y que vienen regalados por obra y gracia de la inspiración.

El crítico literario José Miguel Oviedo, cuando presentó su libro Dossier Vargas Llosa en la Casona de la Universidad de San Marcos en el 2007, contaba que siempre, cuando presenta algunas de sus obras, suelen preguntarle, “a qué se dedica”.

Un día, una importante empresa de cemento le pidió a Oswaldo Reynoso ser parte del jurado de un concurso de cuento. El escritor escuchó todo el cronograma
de sesiones del trabajo del jurado para elegir el cuento ganador en el concurso. Luego de escuchar, nada inocente, el autor de Los inocentes preguntó con auténtica lógica: “¿Y cuánto me van a pagar?”. “Señor, le dijo el representante de la empresa, el concurso lo estamos haciendo en favor de la cultura, de la juventud”.

–¿Así? –retrucó Reynoso–. A ver, dígame, ¿al ganador le darán su premio, ¿no?
–Sí, por supuesto, señor.
–¿Y se publicará el libro y habrá presentación?
–Sí, señor, todo eso ya está previsto…
–¿Y en la presentación habrá bufete?
–También está previsto, así tiene que ser.
–¿Habrá mozos? ¿Ustedes les pagarán a los mozos?
–Por supuesto, señor, por su trabajo.
–Ah, o sea que ustedes le darán su dinero al ganador, pagarán la edición del libro, pagarán un bufete, pagarán a los mozos y por qué a mí no me van a pagar.

El representante prometió llevar su pedido al gerente de la empresa. Nunca más volvió.

Publicado por La República

3 poemas para comprender el genio de Oswaldo Reynoso

Este marte 25 de mayo, Oswaldo Reynoso partió hacia otro mundo, pero nos dejó su obra. Conocido por sus cuentos y novelas, también fue un importante poeta. Su primer libro justamente fue el poemario Luzbel (1955), del cuál reproducimos estos tres poemas. El mejor homenaje es leerlo.

Mandil blanco…

Mandil blanco
de la primera puesta
de la tarde colegiala
me llego a ti
con mis alfabetos de agua
y con los puros azules
azules de mis manos
y el azul del lápiz
con que escribí en el viento
mis palotas rotas

Qué fue de aquel
tu bolsón repleto
de mariposas de miel y brisas

Qué fue de aquella
mi pizarra
que marcó el luto de tus trenzas

Qué fue de la embriaguez
del vino de tus ojos
que maduraban en el mar

Ahora que el recuerdo
se pone tan difícil
vamos tomando las manos
de la tarde -la hermanita buena-
para jugar ronda
en torno de la muerte

Mandil blanco
da para mis manos
el frutos de un rostro.

El pecado hace del cuerpo…

El pecado hace del cuerpo un fruto oloroso

El tiempo es llegado
estoy listo para la cosecha
arráncame de mi lecho
y elabora con fuego mi sangre
hasta que mis ojos
se leven en llamaradas a la luna.

He caído y ya no podré agitar…

He caído y ya no podré agitar
mis alas ni mostrar mi corazón
como cerezo ardiente.

Lo único que me queda
es machacar mis ojos con la luz
y comer el fuego de la tierra.

He caído y el mar ha perdido
su inocencia y la ciudad
se ha convertido en impúdica
durmiente bendecida en el amor.

He caído un ángel ha quemado
el templo y un niño ha llorado
ahogándose en mis sueños.

He caído cuando dos cuerpos
desnudos
se matan en la noche.

Publicado por RPP Noticias
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