Falleció el dibujante argentino Carlos Nine

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El dibujante de cómics, guionista, realizador de cine de animación, pintor, escultor y escritor, Carlos Nine, falleció este sábado. Tenía 72 años.

Nine fue una de las de las grandes plumas que dibujaron la historia argentina y fue reconocido mundialmente ya que su obra fue publicada en varios idiomas y recibió importantes premios.

Con una mirada aguda de la realidad fue el ilustrador entre 1983 y 1990 de la tapa de la revista Humor Registrado, de Ediciones de la Urraca, que fundó otro gran dibujante fallecido, Andrés Cascioli.

También publicó en el semanario «El Periodistas de Buenos Aires», de la misma editorial, entre 1986 y 1989.

Nine mostró también su obra en la legendaria revista Fierro, entre otras de Argentina, Italia y España.

Nacido en Haedo, provincia de Buenos Aires, el 21 de febrero de 1944, Carlos Nine es, sin dudas, un referente ineludible del dibujo y el humor gráfico de nuestro país. Entre 1983 y 1990, dibujo innumerables tapas de la revista Humor, dirigida por su colega Andrés Cascioli. Dibujó en las revistas Fierro, Echo des Savannes, Il Grifo, Noticias y en las ediciones de la Playboy de Estados Unidos, Argentina e Italia. Sus dibujos aparecieron regularmente en los diarios Clarín y Le Monde. Ilustró las primeras ediciones de las Crónicas del Ángel Gris y El libro del fantasma, de Alejandro Dolina.

En Francia editó, entre otros, los libros Crímenes y Castigos (1991) y Fantagas (1995), con textos y dibujos propios. En 2005 vio publicada una adaptación del capítulo 16 de la primera parte de El Quijote en la obra colectiva Lanza en astillero.

En relación a un artículo que explora la naturaleza y particularidades de su obra, Nine observó a principios de 2009: Cuando uno dobla la esquina y se topa con un unicornio, no hay nada que se pueda hacer, es un unicornio. […] Mi trabajo disfruta y padece de la misma singularidad que mi tierra. No nací de un repollo, soy el resultado de esta cultura particular. Soy tan original o detestable como mi país, y me hago cargo de esa amorosa responsabilidad.

Todo buen dibujante debe tener gatos, cree Carlos Nine. Su maestro, Alberto Breccia, tenía 14. Decía que cuantos más gatos tengas, mejor dibujás. Aún Nine no llega a esa cifra pero todos admiran su obra. Entre sus maestros también cuenta a Albino Fernández, Antonio Pujía y Aída Carballo. Egresado de “la vieja Belgrano” y de “la Pueyrredón” recuerda que la primera estaba en un edificio maravilloso, un palacete francés que tenía hasta un microcine. Y con decepción cuenta que lo demolieron para hacer un “anexo horripilante” de la embajada brasileña.

Carlos Nine hace dibujos, ilustraciones, esculturas, pinturas y películas de animación. Su trayectoria artística tiene el halo de lo mítico. Fue el dibujante de las tapas de Humor en los ochenta, publicó sus comics en la revista Fierro, hizo ilustraciones para múltiples publicidades, y dibujó historietas para medios de Europa, Estados Unidos y China. En Francia recibió el premio más importante de historieta, y fue ilustrador de la célebre The New Yorker. También fue colaborador de Art Spiegelman y en 2012 recibió el Premio Konex de Platino como el más destacado Ilustrador de la década en la Argentina.

Nine se ríe de la aristocracia del mundo del arte, sobre la que tiene varias anécdotas. Quizá por eso él nunca se consideró un artista. “Es mucha responsabilidad andar con ese mote sobre la espalda”, dice. Hace algunos años, en Barcelona, le preguntaron cómo se definiría. Y él contestó que como un trabajador.

“Comencé con optimismo el inevitable trabajo de amontonar y descartar, pero entonces sobrevino el desconcierto. Es que hacía mucho tiempo que no desplegaba tantos de mis trabajos en convivencia forzada y con una mirada abarcativa”, así relata Nine la dificultosa tarea de selección que se le presentó para una muestra en el Centro Cultural Roberto Fontanarrosa de Rosario. “Me vino la angustia, me vino, ante la posibilidad de que todo resultara un pastiche, un desatino.Cuando me acostumbré a verlos todos juntos empecé a detectar que mas allá de los propósitos temporales o anecdóticos con que estos trabajos fueron concebidos, surgían aquí y allá, gestos que se repetían una y otra vez, y esos rasgos me remitían inexorablemente a las criaturas que poblaban el Buenos Aires en el que me crié y donde aún sobrevuela la imagen espectral del atorrante”.

“Inútil que me encargaran ilustraciones sobre La Eneida, Robinson Crusoe o Mme. Bovary. Siempre termino mostrando la hilacha. Parece mentira, pero algunos tipos por más que caminen siempre están en el mismo lugar. Anclado en Buenos Aires, como quien dice”; así explica el propio autor el título de esta exposición, que además responde a una más que honesta confesión de parte.

Nine y el Cine: La otra peregrinación a Ezeiza

Es un documental del dibujante e ilustrador, Carlos Nine (Aquel de las tapas de Humor), rescatado del olvido.

Nine, miembro de la Comisión de Dilettantes del PJ, en los 80, junto a Emilio Del Guercio, el Chango Farías Gómez,el Negro Dolina, el Gato Carbone, Cecilia Rossetto, Helenita Goñi, Pancho Muñoz, Martín García, Alfredo Moffat, Carlos Carella, Gerardo Vallejo, y otros reos.

La filmación es el único registro de la marcha que fue a recibir a Perón cuando volvió en 1972. Se hizo en Super 8 para pasarse en villas y barrios. Y no se volvió a ver desde 1973.

Carlos Nine cuando se hizo la película, tenía 29 años, militaba en la Juventud Peronista y junto al ya fallecido Enrique Garciarena cruzó no una, sino tres veces el río Matanza con la Súper 8, a cuestas.

Dice que había chicas muy monas y señoras de setenta y que no importaba el olor a podrido del río Matanza que se interponía como barrera natural, entre unos y otros, o los unía aún más, en la marcha sobre Ezeiza del 17 de noviembre de 1972, el regreso de Perón a la Argentina tras dieciocho años.

Así, La marcha sobre Ezeiza, que se llama el documental, tiene la peculiaridad de ser la única filmación de esa peregrinación espontánea acaso opacada —como manifestación masiva— por la masacre de Ezeiza del 20 de junio de 1973.

La película —que responde a la denominación técnica del material foto-sensible— se pasó en villas y barrios del Gran Buenos Aires como parte de la campaña que llevó a Cámpora al gobierno.

Después se guardó. Bajo tierra casi, en los años de la dictadura.

La proyección del lunes 28, en la habitual comida de la mesa de los sueños de los compañeros de utopías de la Agrupación Oesterheld, será entonces casi su segundo estreno como obra fílmica, a casi 35 años de su realización, después de ser exhibida por primera vez en la Biblioteca Nacional, durante el último Festival de Cine Independiente.

El film no tiene audio (salvo al final cuando la multitud saluda a Perón en la casa de Gaspar Campos en Vicente López) y ha sido musicalizado con un disco de percusión de Domingo Cura.

Lo que suena, entonces, es una sucesión de bombos acompasando una marcha farragosa a campo traviesa entre Liniers y Ezeiza.

Fueron tres días seguidos de lluvia, y los militantes-filmadores captaron con habilidad, el camino de los pies.

Largan con un chapoteo alegre de Pampero y Flecha y en las escenas finales los zapatos se clavan en el lodo como si fueran “souvenirs”.

Dice Carlos, que «mucha gente no podía caminar, dejaba los zapatos clavados en el barro y seguía descalza».

A diferencia de la masacre de 1973, esta peregrinación fue espontánea e inmediatamente cercada por la policía militar.

Nine y Garciarena llegaron a filmar las tanquetas arrinconando la marcha y casi pierden la película en manos de un soldado.

Las proyecciones posteriores se hicieron contra una gran sábana y Carlos Nine recuerda que, cuando aparecían los milicos, la gente apedreaba la pantalla. «Cuando volvíamos con la sábana muy agujereada sentíamos que la proyección había sido un éxito».

Publicado en Señales

El fabulario blasfemo de Carlos Nine

Por Horacio González

El fabulario o el mitoducto de Carlos Nine invoca a Buenos Aires, pero no nos conduce indefectiblemente a esta localidad, salvo como gran mito viviente. Nos hace jugar con historias que pronuncian ese nombre que proclamamos querido. Historias que se nos hacen cuento, pues no nos refieren un lugar fácilmente ubicable sino un bestiario portentoso y soberbiamente insensato. Solo por prudencia narrativa podemos decir que esta Buenos Aires apócrifa y ensoñada emerge de uno de los más fértiles imaginarios de nuestro tiempo, capaces de unir la extrañeza de una forma pictórica con el humor contenido de un cuentista melancólico y burlesco. En Nine, la forma humana se torna androide, graciosamente satánica y gozosamente paródica. Sus temas ya están insinuados en siglos de simulacros ensayados por geniales caricaturistas y dibujantes, cuya herencia recoge Nine al tomar el modo de representación de lo humano en su vecindad con lo delicadamente siniestro. Pero también con la sorprendente fusión de lo deforme que brota del mundo animal y de la de forma clásica del cuerpo humano sometida a una grácil blasfemia. Las blasfemias expresionistas de Carlos Nine son un prodigioso descubrimiento de un nuevo molde de la existencia, que con sus contornos conocidos, es traspasada por finísimos forzamientos que la toman con piedad y se la ofrecen al modo en que actúa la metamorfosis artística sobre toda clase de objetos, sean inertes o vivos.

Las figuras irrisorias de un zapato, un animal, un cuerpo humano, se convierten en organismos nuevos, animados como si hubieran pasado por la varita mágica de un gran acróbata, que actúa con lápices y pinceles en mano, desfigurando las cosas sin impedir que se reconozcan en su remoto original, en su vida anterior, cuando eran realmente un zapato o un cuerpo. Nine es un cuentista, pero lo es doblemente, con el trazo mágico de sus ideogramas embrujados y con las mínimas historias con que los rodea. El encaje plástico entre su pluma de dibujante y su humor satírico, entre su pincel portador de óleos y acuarelas con los insinuantes relatos ligeramente absurdos, es un sutil homenaje a la historia de la fábula y al libelo libertino. El compasivo escarnio al que somete a sus figuras y las historias estrafalarias que disimulan su risa bajo un tono severo, contienen sigilosamente un desenlace. Es cuando todo se derrama en una apología de la monstruosidad que en vez de tergiversar lo humano le proporciona un secreto lirismo. Todo nos indica que Nine pinta para perseguir un mito. Las formas que consigue son sacadas de un mágico contorsionismo, entre el circo y el carnaval, entre el relato de brujerías y el juego con lo fatídico. Todo tocado por la magia de la ironía y la pluma sacrílega que fusiona lo humano y lo animal para obtener engendros maravillosos que pertenecen a una zoología imaginaria, que incluye a todo ser viviente o exánime. Carlos Nine tiene su existencia alojada en un raro paraíso donde toda forma conocida está obligada a ser intercambiable para formar un nuevo bicherío, orgánico y espiritual al mismo tiempo.

Nine busca la forma perfecta en el arte de la distorsión de los cuerpos. La ilusión que produce es la de que son nuestros cuerpos habituales los deformes, antes que estas larvas que extienden sus mutaciones mixtas entre el recuerdo de los cuadrúpedos y la remembranza de los bípedos implumes. Esta inversión del significado de las escalas vivientes de la naturaleza tienen un inverosímil resultado: todo objeto adquiere animación con tal que aparezca bajo un reformulación fantástica. Lo fantasioso de todo ser existente, sea cual sea su fórmula y su condición de objeto, es responsabilidad de la varita hechicera de Nine, nigromante de la caricatura pictorial argentina. Pues de algún modo hay que denominarlo.

Pero además Nine elabora textos con los que acompaña o intercala esas quimeras contrahechas del profundo circo humano que imaginó su pluma. En este caso, se apodera de la mitología de Buenos Aires a través de casos que revelan una soberana cercanía narrativa con Marcel Schwob, cuentos asombrosos puestos bajo la verosimilitud de extraños y precisos detalles (los de Schwob han sido calificados de “desdeñosamente breves”), que Carlos Nine convierte en magníficas imaginerías que se balancean entre la creencia y la risueña incredulidad. Ese filoso borde de los cuentos breves de Nine homologa el trazo afiladamente irónico de su pincel. De este modo, cuentos dibujados como el Almanaque diabólico de Saladillo, los tartamudos Adadalberto Vidal, los Carnavales de Flores, las biografías de Norma Barnes Dufour, de El Chuqui, de la costurera Mabel Serrano, las Niñas del Regimiento de Granaderos, la familia de Bepo Lanzillotti, historias como el Fracaso de la corrida de toros en Mar del Plata, o la disparatada y adulterada vida de Homero Manzi, son todos temas de un mundo graciosamente falsificado bajo el imperio de la risa al pastel, que a su vez se torna en un juego de comicidad metafísica, a la que le aporta tanto la sabiduría del grotesco como del conocimiento carnavalesco.

Carlos Nine se sitúa así en el verso y reverso de los grandes espejismos de la literatura argentina. Pero en una literatura donde reinan el dibujo y la textura de un pincel que posee todas las brumas colorísticas que se arrastran como en rugosidades infinitas ante espejos de traviesos parques de diversiones. Siempre con la inconcebible elegancia de sus sombríos diseños humanoides, traduciendo a un idioma de esperpentos de una teología al óleo, un mundo de figurines de una mitología que le pasa raspando a Borges y se aloja bajo el sobretodo de extravagantes solapas de Macedonio. Carlos Nine es el pesudónimo ilusorio de Carlos Nine. El primero ha sido visto hace largos años cruzando el Río Matanzas en un día de lluvia. El otro sigue en medio de un gran río que acompaña burlonamente a una gran ciudad, y utiliza colores rayados por la melancolía para inventar las formas que estallan en medio de nuestras pesadillas sin perder el alargado quejido de sus bandoneones.

Publicado Página/12

 

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