La Candelaria: 50 años haciendo teatro en Colombia
Ministerio de Cultura de Colombia
Teatro La Candelaria: 50 años de una leyenda
Por Yhonatan Loaiza Grisales
–Soy el guardián de las puertas del universo, pero se me perdió la llavecita.
Santiago García, el maestro, el director, el actor tan querido por su público y que solía recibir aplausos solo por aparecer en escena, suele decir en alemán esta frase a quien le extiende la mano para saludarlo. Ahora, los aplausos los recibe en la calle ya que dejó de actuar y dirigir hace un par de años y desde ese lugar privilegiado ha celebrado con emoción la marca histórica que alcanzó su grupo, el Teatro La Candelaria: 50 años de teatro ininterrumpido.
Fue por eso que de la mano de sus cómplices y con una nariz roja de payaso, el maestro recorrió la carrera Séptima el pasado miércoles para celebrar con su público ese medio siglo de un grupo que fue fundamental en la consolidación del teatro moderno colombiano.
Ante esta crisis, García decidió renunciar a la Nacional y en una reunión con las personas que trabajaron en la obra, entre quienes estaban Carlos José Reyes, Miguel Torres, Patricia Ariza y Gustavo Angarita, los invitó a zambullirse en la corriente del arte independiente.
“Santiago nos reunió y nos dijo: ‘Aquí la única manera de hacer teatro es sin esperar ayuda de nadie, somos nosotros los que lo podemos hacer con nuestro esfuerzo, talento y voluntad. Lo que necesitamos es un centro donde podamos tener la actividad teatral y quizás otras más’”, recuerda Torres.
Rápidamente a esa nueva corriente se fueron sumando los representantes más importantes de la cultura bogotana: actrices como Vicky Hernández y Consuelo Luzardo y María Arango, teatreros como Carlos Parada y Eddy Armando, e incluso pintores como Enrique Grau y Alejandro Obregón.
Con ese elenco estelar, La Casa de la Cultura se inauguró el 6 de junio de 1966, con un presupuesto que se alimentaba de las ayudas de los amigos y bonos de 100 pesos que los integrantes del grupo les vendían a sus familiares y conocidos.
“Conseguimos un sitio en la carrera 13 con calle 20 que antes había sido un almacén de repuestos o una ferretería. Ahí pudimos organizar una salita, con tarimas y unas butacas, con unos tarros de galletas Noel que eran los reflectores, una oficina y una camerino en el segundo piso”, indica Torres.
Allí se empezaron a montar obras de teatro, en su mayoría de autores vanguardistas como Peter Weiss y Witold Gombrowicz, y también se le abrió espacio a otras artes como la poesía, la plástica y el cine, e incluso se contó con la presencia de arquitectos como Jack Mosseri y Rogelio Salmona.
“La Casa de la Cultura fue un hervidero de ideas, aglutinaba lo mejor y lo más granado de esa época, cuando además en el mundo pasaban una serie de fenómenos importantísimos… Surgió en un momento como una necesidad de salir de una Bogotá muy parroquial, muy pequeñita, muy provinciana”, dice Vicky Hernández.
Pese a esa ebullición artística el epicentro cultural no fue sostenible económicamente. Patricia Ariza recuerda que no pudieron seguir pagando el arriendo del local (unos cinco mil pesos), pero el Concejo de Bogotá, gracias a una ponencia de Gabriel Melo Guevara, les dio un auxilio por 500.000 pesos con el que compraron una casa colonial de la calle 12 con segunda. El grupo entonces se rebautizó como Teatro La Candelaria, en tributo al barrio que lo acogió.
“La casa nos la vendió un señor Cozarelli, que era el dueño de una zapatería. La primera escritura era de 1630, fue una de las primeras casas que se construyeron en Bogotá. Desde el patio de ropas hasta el fondo, donde estaba el solar, construimos la sala y los camerinos y toda la parte nueva, pero la parte auténtica de la época de la Colonia sigue siendo la misma”, le dijo García a EL TIEMPO cuando La Candelaria cumplió 45 años.
Pero el auxilio distrital no fue suficiente, el proceso de construcción fue largo porque los artistas no tenían mucho dinero para pagar trabajadores, así que a ellos mismos les tocó hacer parte de las reformas, e incluso deformas, ya que algunas vecinas les contaron que en ese sitio había tesoros escondidos en forma de guacas.
“Abrimos unos huecos tremendos y no encontramos nada… Pero después descubrimos la guaca, la guaca somos nosotros”, dice Ariza con una sonrisa de convencimiento.
Tradición e invención
En este medio siglo, La Candelaria ha ido construyendo pequeñas tradiciones. Antes de cada función, por ejemplo, uno de sus integrantes se suele parar frente al público para introducir la obra que están por ver. Este intento de generar un vínculo afectivo con el espectador nació también de ciertas necesidades económicas. “Santiago siempre dijo que no teníamos dinero para hacer un programa de mano así que hacíamos un programa de boca”, bromea Ariza.
Tal vez su tradición artística más importante ha sido la creación colectiva, que según el propio García viene de la Edad Media y de esos colectivos de arquitectos que se juntaban para construir las grandes catedrales de la época. En el caso de La Candelaria, la creación colectiva se concentró en investigar a fondo episodios de la historia colombiana y empezar a componer el libreto teatral a partir de improvisaciones.
“Cada obra provocaba unas reflexiones, no había un método cerrado, había unas líneas constantes pero las fueron buscando poco a poco y la elaboración de la teoría estaba ligada a la práctica, un poco como el poema de Machado: ‘se hace camino al andar’”, cuenta Carlos José Reyes.
Así nacieron piezas como ‘Nosotros los comunes’ (1972), ‘La ciudad dorada’ (1973) y ‘Guadalupe años sin cuenta’ (1973), un hito del teatro colombiano, que según cuentas del maestro García superó las 2.500 funciones.
Todo empezó, recuerda Alfonso Ortiz, uno de los protagonistas, en una de las presentaciones del grupo en los Llanos Orientales. En medio de las parrandas a las que invitaban a los artistas, García iba escuchando el nombre de una especie de mito urbano que llamó su atención. “Nos invitaban a oír música llanera y en las canciones estaba implícita una figura que se llamaba Guadalupe Salcedo”, cuenta Ortiz.
Era el líder de las guerrillas liberales, quien se convirtió en la sombra bajo la que comenzó la investigación de la obra, que también profundizó en fenómenos como el batallón de soldados que Colombia envió a la Guerra de Corea.
El resultado fue esta suerte de epopeya musical en la que nunca aparece Guadalupe Salcedo Unda, pero que mostraba con humor irónico los sufrimientos de las personas que se enfrentan en cada bando, ya fuera el humilde campesino que entra a la guerrilla por necesidad pero termina danzando como un ping pong por los deseos de poder de sus comandantes, así como el soldado que está al borde de perder la cordura por la inclemencia de la guerra.
En todo el relato, el grupo de músicos, que componían actores como Luis Hernando ‘Poli’ Forero y Fernando Peñuela, servía como una especie de coro griego, que a ritmo de corridos llaneros ilustraba el camino de sus protagonistas: el soldado Robledo y el campesino Jerónimo Zambrano.
“Fuimos hasta los Llanos Orientales para que un señor cuchuco nos contará las historias de las guerrillas liberales. En esa época hablaban muy poco de eso, pero cogían un cuatro y ahí mismo empezaban a contar cómo funcionaban los comandos, cómo era el intríngulis de la vida en ese movimiento que se armó en los Llanos”, evoca Forero.
En ese periplo maratónico de giras y funciones que tuvo la obra se desprenden miles de anécdotas. Ortiz por ejemplo recuerda que una noche tuvieron que hacer tres funciones seguidas ante la altísima afluencia de público (más de siete horas actuando).
Ariza, por su parte, destaca una función en un auditorio abandonado en Villavicencio. El ejército estuvo por detener el evento ya que consideró que era una obra subversiva, pero ante la presión de los espectadores debió ceder. “Entonces los soldados entraron y rodearon al público, pero empezaron a divertirse con la obra, se quitaron el casco, se sentaron en flor de loto, pusieron el fusil al lado y cuando estaban más contentos los sacaron”, añade Ariza.
Otros pasos del grupo
Para el maestro García el arte debe ser un acto de singularidad, verdad y belleza. Por eso siempre les insistió a los actores que el que no lo hace como algo original, no es un verdadero artista. Esa necesidad de reinvención lo convertía en ocasiones en un adelantado a su época.
“Por ejemplo, Golpe de suerte fue la primera obra sobre la mafia, nadie sabía bien de eso y él ya tenía una información y una intuición sobre el tema. Estoy hablando casi del año 75, para nosotros era muy novedoso oír de eso, años después vemos lo que pasa con el narcotráfico y la mafia”, cuenta Ortiz.
García siempre trataba de cambiar la ruta de viaje en cada producción. Tanto así que para alejarse del éxito que significó Guadalupe apostó por una historia que no se contaba con palabras, ni música, sino a partir de gestos y silencios.
Se trata de ‘El paso’ (1988), una obra que se introfujo en las secuelas del fenómeno del narcotráfico en el comportamiento de la población. Todo el relato se desarrollaba en una cantina perdida en algún paraje de una carretera colombiana, a la que llegan dos hombres implacables y silenciosos que estaban por concretar una transacción. Toda una metáfora, silente pero poderosa, sobre ese monstruo omnipresente que empezaba a asechar al país.
García encarnaba a uno de esos ‘raros’ que llegaba a la cantina. Carolina Vivas, directora y dramaturga, fue la que encargada de interpretar a su compañero.
Era un reto maravilloso, dice Vivas, porque significó construir el personaje de un hombre para una mujer en el pleno de su feminidad. “Pasó por tener que cortarme el pelo diminuto y hacer todo un estudio, recuerdo que el maestro me llevaba a ver cómo se sentaban los hombres en (el café) San Moritz, porque el personaje estaba bien construido pero al sentarme me delataba”, sostiene.
Además de esa dramaturgia eminentemente colombiana, el grupo también ha estrenado obras escritas por sus integrantes, como ‘El viento y la ceniza’, de Patricia Ariza; ‘La trasescena’, de Fernando Peñuela, y piezas de García como ‘Diálogo del rebusque’, inspirada en textos de Fernando de Quevedo, y su versión de ‘El Quijote’, que ha tenido tanto éxito que incluso se montó en el teatro Repertorio Español de Nueva York..
Día a día
El actor, director y dramaturgo César ‘Coco’ Badillo ingresó a La Candelaria en 1980. Era viernes, rememora el artista, y ese mismo día renunciaron dos actores. El grupo tenía programada una función de ‘Guadalupe…’ para el jueves siguiente y a Badillo lo ‘mandaron al agua’, literalmente, porque el día de la presentación cayó un aguacero tan fuerte que el agua se empezó a colar por el techo del auditorio.
Badillo, protagonista de obras como ‘El Quijote’ y director de ‘A fuego lento’ y ‘Si el río hablara’, describe a La Candelaria como una especie de cofradía, que tiene un acento especial en las individualidades (en este momento está compuesta por 15 actores de diferentes generaciones).
“Siempre se está en lo que viene y no solo en lo efímero, no es ese cortoplacismo que se vive ahora. Hay mucho conflicto, que es normal, pero cada vez nos toca inventarnos reglas para seguir discutiendo. Esa es la vivencia fuerte, siempre pensando en un inventar un teatro que no se haya hecho”.
El lunes a viernes del grupo se divide en una mañana dedica al entrenamiento corporal y a los ensayos de las obras en repertorio o las improvisaciones de los nuevos proyectos. Al mediodía, los actores generalmente almuerzan en la sede del grupo y en la tarde se dedican a lo que ellos llaman ‘el rebusque’. Las noches de miércoles a sábados es cuando generalmente presentan sus montajes.
“La mañana y la noche son para el alma, para nutrirnos de lo que queremos hacer, y la tarde es para pagar servicios. Uno trabaja a veces en otra cosa, a mí por suerte me ha tocado siempre en teatro”, dice Badillo.
En la parte financiera, todo funciona como una especie de economía solidaria, afirma Badillo, en la que cada actor recibe un sueldo básico. La idea es no estatificar, una enseñanza que fue afincada por García. “Me acuerdo que a él un día le dijimos ¿por qué no se sube el sueldo? y nos respondió: ‘Ni por el carajo, sino se acaba esta vaina’”.
La Candelaria actualmente vive una etapa intensa, el maestro García (87 años) dejó de ser parte activa del grupo por los inevitables problemas de salud que conlleva esa edad y el año pasado falleció uno de sus fundadores, Francisco Martínez. Además, el teatro acabó de salir del programa de Salas Concertadas del Ministerio de Cultura porque le faltó firmar un documento (en 2015, recibió un apoyo de 34 millones de pesos por esta convocatoria).
“Estamos en un proceso diferente, nosotros siempre hemos cambiado, además también hay gente que se va porque el voltaje es difícil, pero también emocionante. En este momento estamos como en un limbo porque no sabemos todavía que obra se va a montar, ese es un momento tenso porque hay muchas propuestas”, enfatiza Ariza.
En este año de aniversario, La Candelaria ya ha recibido reconocimientos en Cuba y en Estados Unidos. En octubre el Festival Iberoamericano de Teatro de Cádiz (España) le entregará al grupo el Atahualpa del Cioppo, por su “excepcional labor en pro del desarrollo de las artes escénicas en el ámbito latinoamericano”.
En Colombia, el grupo realizará una temporada de repertorio en el Teatro Colón de Bogotá con El Quijote (6 y 7 de julio), Sí el río hablara (8y 9 de julio) y Camilo (12 y 13 de julio). Además, se presentará en Teatro Estudio del Teatro Mayor Julio Mario Santo Domingo con Soma Mnemosine, creación colectiva dirigida por Patricia Ariza (12 y 13 de agosto), y Camilo (19 y 20 de agosto).
Y mientras García disfruta ahora sus mañanas tomando el sol lado de la fuente de la plaza del Teatro La Candelaria y repitiendo que es el guardián del universo, su estela y la admiración que genera entre sus colegas sigue intacta.
“Es una persona absolutamente admirable, se merece una estatua grandísima. Es el hombre de teatro más importante que hay en este país, con Enrique Buenaventura en Cali. La obra de Santiago debería ser vista como un gran mundo, un gran universo, donde hay de todo, y todo es formidable”, finaliza Miguel Torres.
Publicado en El Tiempo
Tributo a La Candelaria en el Teatro Colón por sus 50 años
–Pinches extranjeros, ¿qué vienen a hacerle a mi pueblo Amatenango?
Con esta combativa frase, un borrachín protestó al ver los demonios que aparecieron en una de las escenas de la obra El Quijote, que en el 2001 el Teatro La Candelaria presentó en esta población del estado mexicano de Chiapas.
Además, la presentación en Amatenango del Valle fue vista por un público en su mayoría indígena que no hablaba español sino su idioma natal, el tzeltal, y pese a la barrera del lenguaje se conectó con la obra de La Candelaria.
“Esa es de las cosas que yo nunca voy a olvidar porque me parece que ahí el teatro cumple un papel de llegar a lugares insólitos y conectarse con lo popular, con el juego, con el carnaval, en unas culturas además tan desconocidas para uno”, cuenta César Badillo, quien durante 17 años ha interpretado el papel principal de esta adaptación del clásico de Cervantes.
La pieza, escrita y dirigida por el maestro Santiago García, es uno de los tres montajes que La Candelaria presentará desde el 6 de julio en el Teatro Colón, junto a Camilo y Si el río hablara, como parte de una temporada con la que continúa la celebración de sus 50 años.
El Quijote, según cuentas de Badillo, ya ha superado las 500 funciones, y de sus presentaciones los otros actores recuerdan parajes memorables.
“Hicimos una función al aire libre en Antigua (Guatemala), en unas ruinas de lo que era como unas murallas que se derrumbaron en un terremoto. Esa era la escenografía y fue una cosa bastante mágica, extraña y muy bonita”, recuerda Luis Hernando Forero, quien encarna a Sancho.
Tanto en El Quijote como en Camilo estuvieron dos actores del grupo que fallecieron en los últimos años: Fernando Peñuela, quien también interpretó a Sancho y murió en el 2003, y Francisco Martínez.
Este último, de hecho, conoció al cura Camilo Torres, en quien se inspira la obra que dirige Patricia Ariza. El año pasado, el actor realizó su última función en el Teatro Pablo Tobón Uribe, de Medellín, pocos días antes de morir.
“Cuando salió Pachito a decir: ‘Me llamo Pacho, conocí a Camilo’, la gente se paró y lo aplaudió”, dice Forero.
Camilo acaba de presentarse en La Habana (Cuba) y Forero recuerda que en la primera función se fue la luz en plena obra, durante unos 20 minutos. Los actores decidieron no parar, por lo que el técnico del grupo, Carlos Julio Robledo, debió iluminar el escenario con una linterna.
“En La Habana coincidieron los negociadores de las Farc y personas de la Embajada de Colombia. Fue una función muy especial, dedicada a la paz”, dice Ariza, quien también recuerda la emoción que la obra les produjo a dos sacerdotes que el grupo admira: Francisco de Roux y Javier Giraldo.
La Candelaria se presentó por última vez en el Teatro Colón hace 12 años con De caos & Deca caos. “Se van a ver muy lindas las obras ahora, tienen un formato que se adapta muy bien a ese espacio”, cuenta Badillo, quien dirige Si el río hablara, sobre los cadáveres que solían ir por las vías fluviales colombianas.