Falleció Ana Amado, gran analista de la relación entre cine, política e historia en América Latina

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Hay personas que contienen, ellas mismas, toda una época. Funcionan como un radar, como un canal de energías colectivas: capturan lo que está en el aire y lo retransmiten. Ana Amado fue una de esas personas, una intelectual influyente y comprometida con sus objetos de estudio. Su pasión por el cine, los años de militancia, el feminismo, la relación de toda una vida con el ensayista Nicolás Casullo, la docencia, la escritura. Una figura clave en toda su parábola, desde los años setenta con su militancia y el posterior exilio, hasta el presente. Murió ayer en Buenos Aires, acompañada por su familia y sus amigos, sin estridencias.

Santiagueña de origen (nació en 1946), guardó de su terruño un acento singular que nunca quiso maquillar y una proverbial impuntualidad. Se mudó a Buenos Aires a los 27 años, dice que a raíz de una tragedia familiar, y encontró en la Capital mucho de aquello que estaba buscando: una red abierta de librerías, cines de barrio, discusiones políticas, bailes y noches largas. Le interesaba el periodismo y ya en Santiago daba las noticias en la televisión local. En Buenos Aires lo hizo por un tiempo más, en Canal 7. Hay una foto de 1972 en la que conduce, junto a César Mascetti, el incipiente noticiero de Telenoche. “Por un lado, militaba en Montoneros y, por otro, era la chica bonita de las noticias detrás del escritorio”, escribió alguna vez su hija Liza .

A Nicolás Casullo lo conoció en 1974. Se casaron a los pocos meses y una semana antes de irse al exilio. Se instalaron en México, donde nació su hija Mariana y luego Liza. Dieron cursos, trabajaron en la UNAM, escribieron, armaron una familia; hicieron, como pudieron, que ese país fuera por un rato su país y se diría que lo consiguieron. Volvieron en 1983, en la primera camada de los llamados “argenmex” que celebraba el regreso a la democracia. En México, Amado había terminado de precisar el campo de su interés: el cruce entre cine y relaciones políticas. Su casa del barrio de Almagro se convirtió en un espacio de puertas abiertas para volver a pensar los temas republicanos. En los noventa su actividad académica se terminó de consolidar. Fue titular de la Cátedra de Análisis de Películas y Crítica Cinematográfica en la Carrera de Artes, donde también fue Directora de la Carrera durante dos períodos. Y fue, sobre todo, una de las fundadoras del Instituto Interdisciplinario de Estudios de Género de la UBA, donde trabajó con las estudiosas que han marcado ese campo en la última década, como Dora Barrancos y Nora Domínguez, entre otras.

Los tiempos de la Argentina fueron cambiando. Amado se mantuvo fiel al kirchnerismo y también a otras pasiones, como Godard, el peronismo de izquierda, los teóricos europeos, Resnais, Antonioni, el documentalismo.

Escribió en el suplemento Cultura y Nación, de Clarín, la revista Confines, en Mora, en Página/12. Publicó tres libros, La imagen justa. Cine argentino y política 1980-2007; Lazos de Familia (un exhaustivo estudio sobre la familia en la literatura, junto con Nora Domínguez) y Espacio para la igualdad. Dejó una fuerza, una ética, un estado de ánimo abierto para cruzar disciplinas. Se la podría definir como integrante de ese pensamiento nacional que nunca desconsideró el aliento cosmopolita ni el ánimo de aventurarse en otras fronteras.

Publicado en Clarín

 

Ana ya no está

Por Mabel Bellucci *

Conocí a Ana Amado en 1984. Lo que no puedo precisar es el sitio: posiblemente, fue el 8 de marzo frente al Congreso colmado de mujeres de toda estirpe en plena primavera democrática. O bien en la histórica casa Lugar de Mujer. Ambas usábamos boina. Ese toque nos unía. Eramos un grupo de periodistas feministas que íbamos de un lugar a otro, nos pasábamos datos en dónde colaborar, conocer gente interesada en escuchar nuestra arenga. Entre ellas había profesionales de talla, con un vasto recorrido: Moira Soto, María Moreno, Felisa Pintos, Nelly Casas. Los medios gráficos abrían sus puertas como las aguas del Mar Rojo. En realidad, nos fuimos conformando mientras la democracia avanzaba. Ana era corresponsal en Argentina de Fempress, la Red Alternativa de Prensa Feminista para América latina, con sede en Santiago de Chile. Una tarde me llamó para contarme que marchaba a Nairobi. A mí me resultó exótico y raro asistir a un encuentro donde concurrían más de 15.000 mujeres de todo el planeta. Ella integraba la comitiva nacional para la III Conferencia Mundial de la Mujer en Kenia. Aunque algo de eso yo estaba al tanto por otros eventos internacionales que contagiaron a muchas de mis compañeras activistas: el Primer Encuentro Feminista Latinoamericano en Bogotá, en 1981, y el segundo dos años más tarde en Lima. Ana y yo teníamos amigos y amigas en común. Uno de ellos nos vinculaba con historias del pasado: Héctor Schmucler, más conocido en el ambiente como el “Toto”. Yo lo conocí en los años setenta en la carrera de periodismo en La Plata. Ella compartió el exilio en México, entre otras tantas cosas, y además fue parte del Consejo Editorial de la revista Comunicación Cultura, dirigida por él y Armand Mattelart. Apenas el Toto tomaba la carretera de Córdoba a Buenos Aires, avisaba que estaba listo para charlar largo y tendido. No siempre nos juntábamos los tres. A veces me tocaba a mí al mediodía y otras le tocaba a ella. El rito tenía su explicación. Ahora que lo pienso, aparte de la boina, del feminismo, el Toto era otro lazo que nos vinculaba y también la primera librería en Buenos Aires con café, llamada Gandhi. Su cuñado, Elvio Vitali, oficiaba de dueño y de mecenas gruñón. Era nuestro lugar en el mundo, el paraíso terrenal. Nos cruzábamos la fauna de la calle Corrientes. Tenía un sótano que nos servía para autoconvocarnos y discutir hasta quedar extenuadas. En agosto de 1986, Ana escribió un informe especial titulado Aborto para una revista de tirada masiva, Vivir. Al año siguiente, se creó la Subsecretaría Nacional de la Mujer, bajo la conducción de Zita Montes de Oca, quien constituyó el Consejo de Asesoras con más de treinta feministas. Ana estuvo allí y también en el Primer Encuentro Nacional de Mujeres. A partir de hoy debemos acostumbrarnos a decir que Ana ya no está.

* Activista feminista queer.

Publicado por Página/12
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