Dejo mi sombra

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Por Ricardo Ayllón

Leoncio Luque Ccota ha demostrado ya, desde su poemario anterior, “Igual que la extensión de tu cuerpo” (2014), ganador del Premio Copé, que la vuelta a las raíces, que el escuchar el llamado del lugar de origen, es siempre fuente viva para el corazón. Según lo que él mismo nos informa, “Dejo mi sombra. Entrega de memorias” (Ediciones Universidad Central, 2016), ganador del  Concurso Internacional de Poesía “Fernando Charry Lara” Colombia, 2015, es la continuación del referido poemario. Pues sí, he aquí que volvemos sobre aquella voz en primera persona de aquel antepasado suyo legando para el lector la riqueza de su raza, de su cultura, su identidad y su memoria ancestral.

Y lo hace, como siempre, asentando el fuego de su palabra en la tierra, un elemento que desde su representatividad aviva en el protagonista lírico aquella emoción totalizadora que la constituye, es decir como fuente de vida, amparo y patrimonio; en suma, aquello que ha significado la madre tierra para el peruano andino, o altiplánico-aimara en este caso en especial. Pero esta conmoción consigue un particular acento con la carga de la muerte, de la partida, de la agonía humana del protagonista lírico que hace que el discurso funcione como un original autorresponso: “Pero yo aguardo con esperanza mi muerte / y permanezco atento como el sol, / que se anuncia en el morir” (p. 19).

Conozco poco los rituales de preparación para la muerte en la cultura andina, y debo entender que cada una de las culturas peruanas tiene sus singularidades en este aspecto, ya sea en forma de cantos, de danzas o discursos. En el caso de este libro, el lector ‘oirá’ la voz de la partida del protagonista quien va dando cuenta de los linderos de sus propiedades. En este propósito, nos presenta los elementos naturales, culturales, sociales de su entorno, manejando para este logro un lenguaje cuyo estilo consigue envolvernos súbitamente en una esencia que paladeamos como innata, natural, en el que no se ha hecho el mayor esfuerzo para su elaboración.

El paisaje, la labor agrícola, el trascurrir del día, la miseria, la soledad, la demanda social, ciertos hechos históricos, los dispositivos de la tradición oral que dan soporte a la personalidad aimara, y alrededor de ellos la presencia de personajes lindando (cada cual con su propia forma de ser) con el protagonista lírico, constituyen la envoltura de aquella entidad discursiva por la que avanzamos sintiendo que estamos frente a un necesario legado. A uno que no solo habla para sus congéneres (en la ficción poética), sino también para los atentos seguidores de una poesía que busca ofrecer nuevas versiones de nuestra íntima pero diversa cultura ancestral.

¿De qué forma concebir y entender esta diversidad sino se tiene la posibilidad de recorrerla físicamente? He aquí la creación literaria como una tabla de salvación, o mejor aún, como la versión anímica de un creador como Luque que en su necesidad identitaria jamás se desdijo de su cultura y sentirse salvado así por sus ancestros.

La cultura aimara se ve confortada, respaldada aquí, por el lenguaje que se deposita sin el prejuicio de pensar que llegará a lectores ajenos a aquella y, en el contexto verbal del español, pueda parecer disonante. No, todo lo contrario, aparece más bien para conceder sustento al ritmo, a la musicalidad resultante alcanzada por el autor tras darse el gusto de incluir vocablos de aquella lengua.  Y esto se nota mejor cuando caemos en la cuenta que los versos son más cortos respecto del poemario que lo precede. Tal brevedad (quizá debamos decir precisión) parece nacer también de una intencionalidad diferente al anterior libro (pese que este es su continuación), como si en este volumen el poeta siguiera el ritmo más detenido, ajustado, de la respiración de un protagonista lírico que siente a la muerte más próxima.

Estimo en lo particular que se trata, también, de un afán de simplificación, de procura de la sencillez para que el lector aproveche mejor los elementos del paisaje cultural propuesto por el poeta. Los versos se plasman esta vez con la contundencia natural de quien ya ha conseguido familiarizarse con aquellas raíces que llegan para refrescar su creación lírica en general. Las palabras atizando el fuego del reencuentro con un lector peruano (latinoamericano) que necesita no solo del conocimiento sino también del sentir de las entrañas terrígenas.

Las siete entregas de este libro reinventan, recrean, reimpulsan la emoción que buena parte de la nación aimara guarda para nosotros. Y Leoncio Luque nos despierta, nos saca de la sequedad y de la indiferencia occidental para que, como rezan algunos de sus más intensos versos, bebamos “como niños jugando con el cielo / sonriendo dentro de nuestra soledad / después de una sequía”.

Publicado en Lima Gris
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