Cineastas mitimaes bolivianos

1.760
La palabra mitimae deriva del quechua mitmay, que en castellano significa «desterrar”. Los incas solían enviar de un lado al otro de su imperio a comunidades enteras, ya sea como desterrados políticos cuando eran revoltosos, o para realizar tareas de agricultura en zonas donde faltaba mano de obra.
En Ecuador hay una comunidad de mitimaes, los salasacas, que todavía recuerda su origen boliviano, pues esa memoria de la tierra ha sido transmitida a través de generaciones. Los salasacas son altos y tienen una vestimenta de sombrero blanco de ala ancha, pantalón también blanco (las mujeres una falda negra), un poncho interior blanco y otro exterior negro, y una bufanda morada que llaman «media vara”. Su vestimenta, que ellos mismos fabrican, los distingue fácilmente de otras comunidades indígenas ecuatorianas.
Evoco este hecho porque entre Ecuador y Bolivia ha habido intercambios tan antiguos como el de los salasacas y la hermandad entre ambos pueblos queda fuera de toda duda. Lo interesante, lo novedoso, es que también hay cineastas mitimaes bolivianos, que en busca de trabajo o por razones de exilio mayor, hemos trabajado en Ecuador y seguimos haciéndolo.
También ha sucedido al revés, aunque en menor medida. Tengo en mi casa una hermosa fotografía de estudio de mi abuela, sus dos hijas mayores y sus tres varones menores, entre ellos mi padre. La fotografía lleva al pie la firma en cursiva: «Obsequio de M. Ocaña”. No fue hasta el año 2015, cuando pasó por casa la entonces directora de la Cinemateca Ecuatoriana, Wilma Granda, que me enteré que Manuel Ocaña Dorado fue a partir de 1928 uno de los pioneros del cine ecuatoriano, aunque antes estuvo en Bolivia allá por 1920.
Los cineastas mitimaes bolivianos que trabajaron en Ecuador han sido también pioneros ya sea por su temprana intervención en el cine ecuatoriano, como es el caso de Jorge Ruiz, o por los aportes innovadores a la estética cinematográfica, como es el caso de Jorge Sanjinés.
Jorge Ruiz hizo varias películas documentales en momentos en que había poca producción cinematográfica local. En 1954 Ruiz y Augusto  Roquita Roca fueron llamados al Ecuador para realizar Los que nunca fueron, una película de apoyo a la campaña antimalárica que se había iniciado en ese país.  El guion lo escribió Luis Ramiro Beltrán, con base en un relato de Óscar Soria.
La experiencia de Jorge Sanjinés con su largometraje Fuera de aquí ocurrió entre 1975 y 1977. Tuve la oportunidad de trabajar con Jorge en 1975 en la primera etapa de la filmación en comunidades indígenas cercanas al Chimborazo y a la entonces pequeña ciudad de Ambato. Ya he narrado día a día esa experiencia en mi Diario ecuatoriano: cuaderno de rodaje (2016).
Todo lo anterior para comentar la aventura cinematográfica de un nuevo mitimae boliviano, Guillermo Ruiz, que heredó de su padre los afectos por el Ecuador y acaba de concluir hace unos meses, en calidad de jefe de fotografía y camarógrafo, la filmación de un largometraje (con las justas largometraje, pues tiene 61  minutos) dirigido por el cineasta indígena Alberto Muenala.
Killa, que así se llama el film, ha sido promocionado como el primer largometraje ecuatoriano en quechua (o kichwa, como se escribe allá), aunque solamente algunas partes del film son en ese idioma, al igual que sucedió 42 años antes en Fuera de aquí. También se ha promocionado el rescate cultural del pueblo otavaleño, la vestimenta, los rituales y otras formas de expresión tradicionales.
La trama de Killa -que significa «luna”- es un tanto alambicada: la comunidad de otavaleños lucha contra una empresa minera que pretende comenzar operaciones en la comunidad de Pucahuayco. Un indígena fotógrafo logra captar imágenes que muestran la cruda represión de un gobierno que (como el de Correa o el de Morales en Bolivia), mantiene el doble discurso de la madre tierra, mientras por atrás ofrece concesiones a compañías depredadoras no solamente del medio ambiente, sino también de la cultura.
La trama se complica porque la pareja de Sayri, el indígena fotógrafo, es una bella joven pequeñoburguesa, nada menos que la hija del funcionario encargado de la represión del movimiento indígena.  Cierto, un poco traído de los pelos, pero bueno la intención era crear un drama para subrayar de manera tajante la frontera entre el mundo indígena y el de los «blancos”, lo cual se logra haciendo hincapié en estereotipos y un discurso sesgado donde los malos son muy malos y los buenos son muy buenos. Las actuaciones son, en general, bastante caricaturales, un poco de telenovela, por decir lo menos.
Me queda claro que es una película de exportación con todos los ingredientes de exotismo, folklore, contenido social e idealización del mundo indígena que puede agradar a un público europeo.
Como la película no se ha estrenado aún en Bolivia, no tiene sentido entrar en un análisis más profundo sobre ella. No sé lo que la crítica ecuatoriana habrá dicho sobre Killa, pero me limitaré a señalar los aspectos que me parecen positivos (ya señalé lo que no me ha gustado).
Sin duda destaca el profesionalismo de la fotografía del boliviano Guillermo Ruiz. La iluminación en interiores y sobre todo las imágenes en exteriores son muy bellas porque contribuyen a destacar el paisaje  de volcanes sagrados como «Mama” Cotacachi y «Taita” Imbabura, y otros que periódicamente exhalan fumarolas para marcar su presencia. La fotografía de Guillermo Ruiz es también notable en las imágenes oníricas y en la puesta en escena de los rituales indígenas. Queda claro que Guillermo ha usado al máximo de las posibilidades el equipamiento puesto a su disposición.
Otro aspecto importante es el rescate de la vestimenta original de los indígenas, obra de la diseñadora otavaleña Hilda Males, que no duda en añadir algunas innovaciones interesantes.
Finalmente, me ha impresionado desde que conocí de cerca ese proceso, el apoyo que otorga el Estado ecuatoriano a películas que pueden ser incluso críticas del gobierno. Killa ha obtenido subvenciones del Ministerio de Cultura y Patrimonio y del Consejo Nacional de Cinematografía (CnCine), donde me tocó ser uno de los jurados junto a la actriz peruana Magaly Solier y el cineasta ecuatoriano Pocho Álvarez. Una tal apertura e independencia sería impensable en Bolivia, donde, para empezar, no hay ningún apoyo para el cine nacional.
Publicado en PáginaSiete
También podría gustarte