Bogotá en 100 palabras

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Por Sergio Ramírez

Doña Berta (cabello blanco muy bien arreglado, actitud alegre) está sentada en una de las sillas del gran salón de descanso en la entrada de la Biblioteca Virgilio Barco. Acompañada por su esposo (bigote negro poblado y un bastón en su mano derecha), les cuenta a su nieto y al amigo de este viejas historias de su Pitalito natal, mientras esperan a que se reduzca un poco la fila para entrar al auditorio.

Los lugares se viven, pero también se cuentan (y se viven mientras se cuentan). Esa fue la premisa con la cual Fundación Plagio y el Metro de Santiago crearon en Chile –2001– un concurso de relatos cortos llamado Santiago en 100 palabras.

La iniciativa se extendió a otras ciudades chilenas como Magallanes, Antofagasta, Iquique, Concepción y Valparaíso, y a otros países como Hungría, México y, este año, Colombia, donde se llevó a cabo la primera edición por iniciativa de la Alcaldía Mayor de Bogotá con el apoyo de la Cámara Colombiana del Libro. “Con cada cuento se construye ciudad y memoria histórica a través de los relatos de sus habitantes”, aseguró la creadora del concurso, Carmen García, durante el lanzamiento de la convocatoria en Bogotá, el pasado agosto.

Finalmente, la señora Berta, su esposo y los dos jóvenes se integran a la fila, solo para que les informen, algunos metros más adelante, que el aforo del salón está completo. Literalmente, la mitad de las más de 700 personas que asistieron esta noche a “la Virgilio” se quedaron por fuera del auditorio y tuvieron que ver la premiación del concurso Bogotá en 100 palabras vía streaming, acomodadas en salones adyacentes.

“¿Quién podría pensar que esto sucedería en un evento literario?”, diría pocos minutos después Santiago Rivas (el reconocido presentador del exitoso programa de la televisión pública Los puros criollos y conductor de la ceremonia). Y es que en una ciudad (y un país) donde la gente repite una y otra vez que no se lee –y menos se escribe– Bogotá en 100 palabras fue un verdadero éxito, no solo por las más de 300 personas que se quedaron por fuera del salón en el que se realizó la premiación, sino, especialmente, por las 9141 personas que se atrevieron a escribir y enviar sus cuentos al concurso.

Hace un año, mientras se desarrollaba el Hay Festival en Cartagena, le propusieron al alcalde Enrique Peñalosa realizar un evento literario del que formaran parte figuras importantes de las letras colombianas. “No – se rehusó el mandatario-, yo no quiero gente famosa, hagamos un concurso en el que puedan participar todos”.

“Lo más maravilloso de esta manera de ver la ciudad a través de la literatura es la posibilidad de que cualquier persona en la calle se deje atraer, escriba un texto corto y lo envíe, sin necesidad de haber participado en un taller o tener experiencia alguna”, reflexiona el escritor caleño Jairo Andrade, uno de los diez lectores que revisaron los más de 9000 textos recibidos, con el fin de seleccionar 100 semifinalistas.

De estos, un jurado –compuesto por Darío Jaramillo Agudelo (recientemente galardonado con el Premio Nacional de Poesía), la escritora de libros infantiles Irene Vasco y el periodista Hugo Chaparro Valderrama–, seleccionó diez finalistas, tres menciones especiales (uno por cada una de las categorías: infantiljuvenil y adultos) y un ganador.

“La compensación que busco como lector es que los textos me sorprendan, y eso se logró”, asegura Jaramillo Agudelo, quien se mostró admirado por las originales versiones y las atractivas historias que participaron en la selección.

El BogotazoMonserratela Plaza de Bolívar, los tradicionales cafés del centro de la ciudad, el pasado indígena de sus habitantes, el Cementerio Central, Transmilenio, el Museo del Oro, el Palacio de Justicia y los fantasmas que deambulan por toda la ciudad fueron, según los jurados, los temas más comunes de los relatos que se destacaron por la multiplicidad de propuestas.

“Yo soy bogotana, llevo 65 años recorriéndola y fue sorprendente encontrar una ciudad distinta en cada uno de los relatos -asegura Irene Vasco-. Fue una experiencia maravillosa porque sus historias me ampliaron la ciudad, y ahora voy caminando por algún lado y reconozco los lugares que me contaron en esos cuentos”.

En cuanto a los galardonados, Eduardo Fernández Alonso tiene 53 años y es abogado. Nació y pasó gran parte de su juventud en La Candelaria, donde escuchó las historias de fantasmas que, finalmente, plasmó en La ventana, el relato que le significó llevarse una mención especial (además de una tablet y un bono de un millón de pesos en libros) por ser el mejor en la categoría adultos.

La ventana. Autor: Eduardo Fernández, 53 años. Santa Fe.

Andrea Avendaño, 15 años, estudiante de octavo grado y residente del barrio Galicia, en la localidad de Ciudad Bolívar, siempre ha encontrado refugio en los libros pero nunca antes había escrito un cuento. Su primer relato –Hambre– basado en una reflexión sobre la injusticia social, le valió el reconocimiento en la categoría juvenil. Por otra parte, Paola Mejía, una vivaz niña de 6 años residente de Barrios Unidos, se destacó entre los más pequeños con su historia de un vampiro que termina comiendo tamales en el centro de Bogotá.

Hambre. Autor: Andrea Avedaño, 15 años. Ciudad Bolívar.

Jonnatahan Jiménez, 27 años, realizador audiovisual, reconoce que escribir era una tarea que tenía pendiente. Recientemente, decidió inscribirse en los talleres literarios que ofrece la Alcaldía de Bogotá y de ese ejercicio surgió Gravedad, el cuento con el cual ganó el concurso. Hoy, emocionado, está seguro de que lo de los talleres fue una gran idea y de que seguirá escribiendo.

Ninguno de los ganadores es escritor de profesión; todos son aficionados a la lectura que decidieron arriesgarse a construir ciudad por medio de un relato de menos de 100 palabras, en un concurso que, posiblemente, se repetirá en 2018 (en Santiago ya va por su XVI edición). Quién sabe, a lo mejor el próximo año doña Berta decide dejar de lado sus recuerdos de Pitalito y contar alguna historia de su recorrido bogotano. Seguramente hasta logra entrar al auditorio.

Primer lugar

Gravedad

“Todos los días nos paramos en la esquina de la Jiménez. A mi papá poco lo miran. Preparo el tarrito de monedas. ´¡A trabajar!´ me dice atrapado en su traje de astronauta. Y en ese momento se paraliza por completo. Cuento las monedas una y otra vez. Llueve un poco mientras el sol mira por un instante hacia la plaza. En la noche, cuando todos se van, mi papá por fin me habla. Camino a casa me cuenta las aventuras que vivió en algún rincón de otra galaxia”.

Autor: Jonnathan Jiménez Toloza. 27 años, Teusaquillo.

Mención especial categoría infantil

Los tamales santafereños que salvaron al presidente

“Hace mucho tiempo vivió Lucio, un vampiro hijo de Drácula. Él le dijo que mordiera al presidente de Polonia para quedarse con todo el poder. Lucio se fue al aeropuerto y pidió un vuelo directo, pero por estar hablando por celular se equivocó y tomó el vuelo en dirección a Colombia. Aterrizó en Bogotá y le preguntó a un señor dónde estaba la casa del presidente. Llegó al lugar indicado; sin embargo, antes de entrar vio una tiendita en donde vendían ricos tamales santafereños. Se comió uno y le gustó tanto que se le olvidó a qué había ido”.

Autor: Paola Mejía. 6 años, Barrios Unidos.

Mención especial categoría juvenil

Hambre

“Laida va por la calle Séptima, una de las avenidas más frías de Bogotá. Ve una cadena de oro que resplandece con el sol. Una mujer avanza elegante por su carril. Su mirada persigue el objeto que hace más profunda su hambre y más largas sus manos. Piensa en la Policía y en la cárcel. En lo mal que la ha pasado en ese lugar. La posibilidad de estar tras las rejas la hace dudar. Se aproxima a la mujer. No es ella quien roba, es el hambre”.

Autor: Andrea Avedaño. 15 años, Ciudad Bolívar.

Mención especial categoría adultos

La ventana

“Se miró en el espejo del corredor: cuello de lechuguilla, calzas abullonadas de tejido rojo, jubón beige, zapatos negros con hebilla y en su cabeza, una peluca cana. La casa conservaba los ladrillos de terracota y el tejado imitaba la época colonial. Las molduras de las puertas eran antiguas y tristes. Hizo una reverencia palaciega, mirándose de reojo. Afuera, el ruido de carros modernos y veloces, de estudiantes bullosos, de oficinistas apurados, de música irritante. Se asomó lentamente entre los barrotes de la ventana. No era su época… Seguía siendo un fantasma”.

Autor: Eduardo Fernández. 53 años, Santa Fe.

Publicado en Revista Arcadia
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