Arte latinoamericano para la posteridad

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Cada vez que un artista, curador, un coleccionista o un intelectual muere o decide donar (o vender) sus pertenencias en vida, las instituciones encargadas de proteger la memoria (museos, bibliotecas, archivos privados, universidades) se pelean por el derecho de conservar ese legado.

Colombia vivió esa discusión hace dos años cuando la familia de Gabriel García Márquez decidió entregar su biblioteca, sus manuscritos, sus cartas y otros documentos personales al Centro Harry Ransom de la Universidad de Texas. A muchos les molestó que el archivo del único nobel de literatura que ha nacido en Colombia fuera a parar a otro país y no a una institución nacional.

Pero el de Gabo no es el único caso. El país también perdió otros archivos importantes como el del escritor de Lorica Manuel Zapata Olivella, que permanece en la Universidad de Vanderbilt, en Nashville, Tennessee; el del intelectual Bernardo Mendell –un vienés que reunió una gran biblioteca durante los 24 años que vivió en Colombia–, actualmente en la Universidad de Indiana; o los de artistas como Marco Tobón Mejía, Andrés de Santa María o Rómulo Rozo, que están en países como Francia, Bélgica y México. Algo muy grave para una sociedad que, ahora más que nunca, necesita de la memoria y la historia para construir su futuro.

En Colombia, en el caso del arte, la tarea de adquirir y conservar documentos históricos recae normalmente sobre los museos y las bibliotecas. Y aunque algunas de esas instituciones –como el Museo de Arte del Banco de la República o la Biblioteca Nacional– lo hacen bien y tienen colecciones importantes para la historia del país, ninguna se dedica específicamente a rescatar archivos y, sobre todo, documentos como cartas, manuscritos, fotografías personales o notas hechas a mano por artistas, críticos, curadores y coleccionistas. Estos, en el mejor de los casos, terminan en manos de herederos o familiares, cuando no en la basura o refundidos en cajas nunca abiertas.

El crítico y curador Halim Badawi conoce bien el fenómeno no solo porque colecciona libros y documentos desde la adolescencia, sino también porque ha adelantado varias investigaciones sobre el tema. Realizó una de las más importantes hacia 2010, cuando el Museo Reina Sofía, de Madrid, le encargó al Taller Historia Crítica del Arte –un grupo de investigación de la Universidad Nacional en el que participaba Badawi– un informe sobre el estado de los archivos de arte moderno y contemporáneo en Colombia. El resultado: el país tenía unos 92 archivos, muchos de ellos en manos privadas de herederos, coleccionista, y a veces olvidados en bodegas.

Ante esa realidad creó, con el abogado Pedro Felipe Hinestrosa, la Fundación Arkhé, un centro de documentación pensado para adquirir, rescatar y conservar en un solo lugar –disponible para consulta– gran parte de los documentos producidos por los involucrados en el mundo del arte: sus archivos personales, sus libros, sus revistas o los bocetos de sus obras. La institución nació oficialmente en junio de 2016, pero abrió sus puertas el pasado 6 de diciembre en el barrio San Felipe, el distrito del arte en Bogotá. Ahora es el primer centro de documentación sobre arte latinoamericano en Colombia.

Por ahora, Arkhé tiene 10.000 libros de arte, 4.000 ediciones de publicaciones periódicas (como revistas y diarios), 20.000 documentos de archivo, 15.000 fotografías y 500 obras sobre papel. La mayoría son del propio Badawi y de Hinestrosa (quienes financian el proyecto inicialmente), que las entregaron a través de un comodato a largo plazo con opción de donación. Pero también hay material comprado en el exterior y archivos entregados por curadores y expertos en arte colombiano como Álvaro Medina, Alberto Sierra, Germán Rubiano Caballero y Camilo Calderón Schrader.

El espacio tiene una sala de exposiciones temporales abierta para todo el público. Actualmente, tiene una muestra de los diferentes tipos de documentos que están en el archivo, y una sala de consultas con el material disponible a la que solo pueden entrar mayores de edad que adelantan investigaciones sobre arte.

“Hace cinco años –cuenta Badawi–, cuando pensé que esta colección podía ser pública, empecé a organizarla en seis ejes temáticos. Por eso el archivo está dividido de la misma forma”. El eje más importante, el arte colombiano, incluye libros, folletos y revistas publicadas en Colombia desde el siglo XIX y abarca temas que van desde artes plásticas y visuales hasta diseño gráfico o arquitectura. También hay uno de artistas itinerantes, con libros, diarios de viaje, acuarelas y fotografías que muestran la importancia de los viajes (sobre todo durante finales del siglo XIX y comienzos del XX) en el nacimiento del arte moderno latinoamericano. Hay otro sobre coleccionismo y mercado del arte, y uno sobre la imagen de la violencia, que reúne documentos acerca del conflicto armado colombiano y sus variantes en el resto de América Latina.

Uno de los más especiales es el eje de redes intelectuales entre Europa y América, que muestra cómo surgieron las vanguardias europeas (surrealismo, impresionismo y cubismo, entre otras escuelas) y cómo se conectaron con los artistas latinoamericanos y colombianos. El último es el archivo queer, que tiene casi medio centenar de documentos sobre activistas, artistas y movimientos sociales LGTBI, y su influencia en la cultura de diferentes épocas.

Entre toda esa cantidad de documentos hay algunas joyas. Está, por ejemplo, toda la colección de revistas artísticas como Avance, de Cuba, o Monigote, de Uruguay, en las que participaron reconocidos artistas latinoamericanos; el catálogo de la exposición Arte degenerado, organizada por los nazis en Alemania en 1937; cerca de 2.000 ejemplares de revistas beefcake, como se le conocía en los años veinte a las publicaciones que antecedieron a las revistas gais; y una selección de las fotos de Theodor Koch-Grünberg (1872-1924), el etnólogo alemán que exploró el amazonas e inspiró El abrazo de la serpiente, de Ciro Guerra.

Pero este archivo se caracteriza principalmente por poner el foco en las producciones periféricas, por salirse de la memoria oficial y por hacer una narrativa más bien crítica del arte y su historia. “Buscamos cosas marginadas, en la periferia, fuera de la memoria y de la historia –explica Badawi–. Eso se ve mucho con el archivo ‘queer’, un desafío visual e intelectual para los museos de Colombia, que nunca consiguieron cosas por el estilo. Pero también en la parte artística: tenemos panfletos, volantes, plegables, cosas que fueron pensadas como algo efímero y no como algo para la posteridad”.

Por ahora quieren seguir creciendo y alcanzar un objetivo más profundo. “El país debe conocer su pasado y su historia –cuenta el crítico Álvaro Medina –. Y estos documentos muestran cómo pensaban, en qué se inspiraban o qué buscaban las personas que marcaron el arte en Colombia”. El propio Badawi piensa que es una especie de “justicia poética e histórica” con personas que marcaron el arte del país, que, además, permitirá tener otras miradas y otros puntos de vista sobre el pasado.

Publicado en Semana
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