La fotografía como testimonio del dolor en Colombia

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Por Daniel Rivera

Dice la Real Academia de la Lengua que un testigo es una “persona que presencia o adquiere directo y verdadero conocimiento de algo”. El testigo, entonces, puede encontrar revueltas las versiones de un hecho y diferenciar entre el mito de la realidad, separar el trigo de la cizaña. Para el caso, un ejemplo: entre algunas corrientes políticas se ha dicho que el relato del paramilitarismo se ha minado de exageraciones, que no existieron las torturas o el uso de animales para la desaparición, pero el testigo –este testigo– tiene una foto donde se ve un leopardo con collar paseándose entre las piernas de un paramilitar y el testigo –este testigo– dice que vio a los hombres del Bloque Central Bolívar patrullar con felinos, ¿y para qué? Para depredar, para desaparecer.

La foto está en el hall del Edificio Suramericana, en la Sala de Arte Suramericana, donde la empresa de seguros tiene una sede. La foto hace parte de Geografías de dolor y resistencia: soy testigo, una exposición de 134 fotografías de Jesús Abad Colorado (Medellín, 1967) que estará abierta al público hasta el 26 de junio.

Crédito: Pablo Monsalve.

Entre esas fotos está esta, una emblemática: un hombre de camuflado militar y trastocado por un halo siniestro que le otorgan un pasamontañas y unas botas pantaneras es secundado por un grupo de militares del Ejército colombiano en una de las calles de la Comuna 13, en Medellín, mientras se comete la Operación Orión. Los militares reciben órdenes de este hombre que, para más señas, es un comandante paramilitar que señala con su dedo. Jesús Abad Colorado es el testigo.

Hay fotos que conmueven en lo hondo: un niño abotonando la camisa de su padre, que está muerto acostado en una camilla en las afueras del hospital de San Carlos, Antioquia; un niño con dientes grandes que se dejan ver en una sonrisa amplia, tan amplia como las balas que le cuelgan en cadena atravesadas por el pecho; un niño de camuflado, la mano izquierda en la frente, en un gesto de dolor del alma que muele los huesos; un hombre negro acostado sobre un ataúd de madera rústica, las manos en la cabeza ahogando un lamento que nadie escucha en las selvas de Vigía del Fuerte, Antioquia; un cuerpo embolsado sobre el lomo de un caballo en Silencio Viejo, un corregimiento de Dabeiba, Antioquia; una niña metida entre las raíces enormes de un árbol, llorando con la frente apoyada en el tronco.

Jesús Abad Colorado dice que su oficio no ha sido fotografiar guerreros sino personas: la ambigüedad que reside en esos hombres, en esas mujeres, en esos niños, que llevan un fusil en el hombro. Abad Colorado tiene una vocación difícil, una mirada dispuesta para las contradicciones de la guerra, la materia que deja en la guerra su rastro humano: guerreros que lloran, guerreros que ríen, víctimas que visten a sus muertos, miradas desoladoras en medio del horror.

Para el testigo, para este testigo, no hay descanso. Abad Colorado empezó su carrera en el diario El Colombiano a principio de la década del noventa, al lado del periodista Carlos Alberto Giraldo, hoy asesor de la dirección del diario. Juntos conocieron de primera mano el surgimiento de las AUC, las primeras masacres, la expansión de los frentes quinto, noveno, 36 de las FARC, compartieron secuestros. El gran caudal de la obra de Abad Colorado es de esos años. A principio de la década pasada, el fotógrafo dejó el periódico y se convirtió en un trotamundos: con recursos propios siguió cubriendo el conflicto, recorriendo el país, fue testigo de las contradicciones de la desmovilización paramilitar, de las guerras urbanas de Medellín. También hizo exposiciones alrededor del mundo, cedió sus fotos para los informes del Centro Nacional de Memoria Histórica. Ahora busca en los resquicios del posconflicto, mira lo que nadie ve en los campamentos de los exguerrilleros de las FARC. Jesús Abad Colorado es un testigo que no descansa, que siempre ve.

Crédito: Pablo Monsalve.

Publicado en Revista Arcadia

 

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