Barroco fotográfico

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Por Miguel Flores Castellanos

Si se asume el concepto ethos como el planteado por Aristóteles como costumbre, hábito o bien, temperamento o carácter, modo de ser de un individuo, en Guatemala aún es posible identificar una tendencia a ese espíritu barroco, especialmente en algunas manifestaciones religiosas y en costumbres visibles como la decoración y el arte. Las ideas minimalistas terminan con ser a la larga, barrocas porque este horror al vacío pareciera que emerge desde los antiguos pueblos indígenas del país.

El mundo maya es una muestra de ello. Su arquitectura y cerámica del período clásico evidencian ese trabajo de filigrana que pasará a los trajes indígenas, para esto basta ver en forma minuciosa un güipil. El barroco como expresión de la Contrarreforma se acoplará perfectamente con el sentir de los habitantes de estas tierras, y será una constante hasta hoy, con sus variaciones y actualizaciones. Solo hay que ver la decoración de un bus que viaja por los caminos del país (ya no hay carreras) y percibir la saturación de elementos visuales que posee, o un fastidioso tuctuc sobre decorado con colores chillantes.

En la fotografía actual de Guatemala es perceptible ese ethos barroco, en algunos fotógrafos que han pasado etapas en su forma de hacer fotografía, las primeras series de Daniel Hernández-Salazar o las primeras obras de Mario Santizo son un ejemplo. Es notorio un manejo enigmático de la luz que tiende a enfatizar los claroscuros, la composición saturada y cierta temática religiosa, ya sea que se esté a favor o en contra de ella, pero en la manera de su crítica se mantiene ciertas características propias de la pintura del siglo XVII.

Magdalas, Fábrica de santos, Dulce mortificación, San Sebastián y Los sueños de San Bartolomé de Eny Roland Hernández Javier. Son series que ilustran la permanencia del ethos barroco en la fotografía. Este creador construye sus obras y es en ese proceso constructivo donde se hace presente ese barroquismo. Como se aprecia en los títulos de estas series, el discurso religioso permanece constante, pero actualizado. En un primer momento puede parecer sacrílego, pero si se analiza a profundidad lo que se percibe es una nueva enunciación religiosa, nunca una burla.

Entre sus obras señeras se encuentra Gestas, una composición donde el mal ladrón aparece en una representación diametralmente opuesta a la tradicional del hombre traicionero. Hernández Javier lo muestra aquí como un ser hermoso, sobre decorado en la composición, donde además emerge un erotismo imposible de negar al mostrar estratégicamente un torso masculino desnudo, con varios cordones y borlas doradas, que amarran al personaje al madero, a manera de tortura. Este Gestas interpela al observador, es tal vez aquí donde los varones se sienten agredidos ante un ser hermoso, musculoso que se dirige semidesnudo a quien lo ve. La mirada de este Gestas es directa.

Otras de sus piezas Sudor de sangre, de su serie Dulce Mortificación, y que a todas luces funde y grafica el nombre de una famosa marcha de Semana Santa. El personaje coronado de espinas, vestido con traje negro, con turnos de cargar procesiones, se muestra abriéndose la camisa y enseña un corazón tatuado sobre su piel. Para este fotógrafo el tatuaje en Guatemala cada vez más se aleja de prejuicios. En la fotografía, su autor hace que el personaje entregue su corazón y su piel. Aquí solo hay un cambio de vestiduras y la adición de la corona de espinas, pero lo que surge al sumar los signos es una imagen icónica de Cristo, presente en muchos hogares guatemaltecos. El Sagrado Corazón en pleno esplendor.

Su versión de San Juan Diego vendedor de rosas, es por demás una muestra de ingenio y ojo fotográfico. Un joven vendedor de flores aparece retratado en su puesto, con fondo saturado de aves del paraíso, claveles, crisantemos y follaje. En sus brazos sostiene un inmenso ramo de rosas. Su camiseta muestra la imagen de la Virgen de Guadalupe. Hernández-Javier toma todos los símbolos de la representación del momento del milagro guadalupano, haciendo pequeñas modificaciones. Pero esta fotografía mantiene la esencia de cualquier pintura barroca mexicana que representa este milagro.

Estas tres fotografías inmersas en el discurso religioso, si bien pueden percibirse como impropias, son una actualización de antiguas representaciones, muchas del barroco. Si bien nacen como una crítica, ponen en las nuevas generaciones la representación de ciertos santos olvidados con sus dogmas.

 

Publicado en La Hora
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