Vuelve el Indio

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Se presentó el nuevo disco del Indio Solari: «El ruiseñor, el amor y la muerte»

Por Silvina Marino

Pasó. Con la expectativa que iba a generar. Y que generó. Se presentó en FM La Patriada, el lanzamiento del quinto disco solista del Indio Solari , El ruiseñor, el amor y la muerte. Se hizo en un clima que se sabía amistoso, es decir, no crítico. Y también con una impronta independiente (cooperativa), como volviendo a la vida los orígenes que motivaron la «gran», la más importante conformación del Indio Solari (sujeto y objeto de esta presentación): Los Redondos.

Se entienden como marco las idas y venidas, la discusión desde el propio seno del grupo, sobre ser o no ser main. Pero también se entiende el gesto de presentar un álbum que vende o venderá bien, en un lugar alternativo, es decir, lejos de lo lucrativo.

¿Qué pasó? Se edita su quinto disco solista del cantante de Paricio Rey y sus Redonditos de Ricota. Y, aunque ya se habían lanzado oficialmente dos temas («Stranger Danger» y «El martillo de las brujas»), también hubo circulación de un tercer track, el que da nombre al disco. Y más: otras filtraciones por redes.

En términos generales, el álbum se siente de manera empática con los oyentes. No complaciente, pero más familiar (si es que este término define lo empático) con el público. Antes del programa de Marcelo Figueras, las emisiones de la radio fueron anticipando lo que iba a suceder en Big Bang, el programa del conductor. Así pasó que la voz de Andrés Calamaro (uno de los conductores de la radio, recitó una selección personal y previa de temas de Solari (que luego se escucharon).

Y, a las 10 de la noche, cual cenicienta adelantada, el mundo se detuvo. Y se detectó lo que va evolucionando (¿será así?) en las aves: de pajaritos (leit motiv del anterior álbum, a ruiseñores, que guían el nuevo).

Entre otras cosas, muchas de ellas interpretadas o tamizadas por el conductor de la emisión (clarificantes, manifiestamente amigables pero, sobre todo, analíticas de la envergadura de la figura y de la obra de Solari), se constata que el incipiente ámbul oscila entre lo festivo y lo oscuro, que habla y hace cuerpo en la idea de la muerte, que hay rock y hay pop, y que la voz del Indio está tan presente como también se oculta. Como cediendo lugar.

Es obvio, porque el volumen del que canta está tapado frente la instrumentación en la mayoría de los temas. Y también, volviendo al gesto, es obvio por el lugar en que se pone como voz cantante. Como en «El callejón de los milagros», en el que se vislumbra una una especie de coro de barrabravas y en la que Solari es una voz más.

Figueras habla de disociación entre la alegría y lo que está contando. Real. Y efectivo. Conviviendo, como en otros de los tracks: «La oscuridad», «El ruiseñor, el amor y la muerte», «El martillo de las brujas», «Ostende hotel».

Cierto rasgo de artificio presente en otros discos solistas parece desvanecerse en la autenticidad de la propuesta. Tal es así, que nos vuelve a los personajes más emblemáticos y reconocibles de Los Redondos: los crápulas. Porque los protagonistas que circulan en los temas musicales (desde el primero hasta el último disco de su banda original), evidencian características compartidas con los nuevos temas: son chantas, o fracasados, o cínicos o farsantes, o todas estas características juntas (tal y como lo postula Jorge Monteleone en su ensayo, «Figuras de la pasión roquera»). Y la relación idiosincrática vuelve, más allá de los contextos diversos de producción de las canciones a lo largo del tiempo. El «traidor laborioso» está en sintonía con los personajes que él suele retomar desde la novela policial negra y desde el comic under corrosivo (al que rinde homenaje en el nombre de Robert Crumb). Obviamente, a estas formas de construirlo, o a esta gente, es a la que Carlos S. Rinde homenaje: a sus padres (en la tapa del disco) y a sus influencias artísticas, a sus afinidades electivas: como Robert Crumb. Y otros: músicos, artistas plásticos, cineastas, escritores.

«Hay voluntad del Indio de retirarse para que nada interfiera en el poder esencial de la canción», sintetiza Figueras. Y el disco cierra con «El que la seca la llena», el mandato popular que dictamina que el que consume el último trago, se obliga a reponerlo. Ni más ni menos que el principio, o el fin. O la respetuosa y agridulce incertidumbre artística que le permite al Indio cambiar radicalmente la letra de su última canción, para hacer ambiguo el mensaje y, a su vez, convertir «los amores se cruzan siempre con la tristeza», en un camino que se cruza «con alegría».

La Nación

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