Un Elvis magangueleño

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Rodolfo Aicardi: Un Elvis magangueleño

Por Carlos Vives

Yo nací en los años en que la carrera del gran Rodolfo Aicardi comenzaba a despegar, su particular timbre de voz y la música de las orquestas que lo acompañaban; hoy son una indeleble banda sonora en toda Colombia e Hispanoamérica. Ellos fueron los creadores de un sonido que nuestro país exportó en los años sesenta y transformó, sin siquiera imaginarlo, la música en otros países de habla hispana, como México y Argentina, tan solo para hablar de dos grandes potencias de la divulgación musical.

Pero para entender la vida y la obra de este personaje hay que entender sus orígenes. Rodolfo es de Magangué, es decir, ribereño, pero por tratarse del Río Grande de la Magdalena, técnicamente es costeño, y piensen ustedes, nosotros los costeños somos vistos por la gente del interior como seres un poco exóticos, extrovertidos, bullangueros, confianzudos, en suma, diferentes; entonces, para entenderlo, imaginemos a Rodolfo llegando a Medellín a sus quince años, cargando pocas cosas en su maleta, pero con su inmenso carisma de costeño, con su hablar bolivarense, con su juventud avasalladora y su arsenal de canciones, historias y personajes macondianos, tropicales, aprendidos bebiendo del seno del gran río grande. Y llegó a Medellín, a la metrópoli, a irrumpir en los corazones, a despertar la fantasía, la imaginación, pero especialmente la alegría de los habitantes del Valle de Aburrá.

Elvis magangueleño. ¿Se dan cuenta? ¡Es de Magangué! Y para entenderlo aún más, y entender el fenómeno de este personaje, que puede ser el mismo fenómeno de mi música pero en momentos diferentes, hay que saber que la industria de la música colombiana en esos años sesenta pasaba por un gran momento de creatividad y de nuevos sonidos. Claro, no era poca cosa el acervo folclórico del que se nutría la industria, y parafraseando al gran pensador Alvin Toffler yo le llamo la segunda ola, es decir, la industrialización de la música tropical, las primeras proyecciones eléctricas de las cumbias y de los vallenatos, un sonido nuevo para generar ritmos e historias que hasta ese momento eran parte de los sagrados altares del folclor. No sobra recordar que hasta entonces solo se llamaba música colombiana a la música del interior.

Es de anotar entonces el surgimiento de orquestas eléctricas que cortaban de plano el golpe del llamador, y simplificaban la cumbia creando una versión eléctrica que por su sencillez se hacía muy popular, fácil de bailar y muy alegre. En ese nuevo sonido apareció la figura de Rodolfo Aicardi, y con él, toda una revolución de orquestas y cantantes como Los Corraleros de Majagual, Fruko y sus Tesos, Joe Arroyo, Gustavo “el Loco” Quintero, que comprendieron que, más allá del folclor, estaban las luces, los públicos numerosos, los grandes escenarios, el bajo, la guitarra eléctrica, la batería, los pantalones bota campana, las camisas de terlenka, y que Elvis con sus movimientos de cadera ya había marcado la diferencia entre folclor y rocanrol.

Todos estos relatos que componen esta bella historia bailable, musical y hasta poética de un personaje que cambió el curso sonoro de un país se pueden encontrar en las líneas que vendrán a continuación escritas por Diego Londoño, un periodista y escritor que, más que letras, ve música en cada una de estas historias. Este es un texto que se le adeudaba a la gente, a cientos de fanáticos que gozaron con Rodolfo, su voz y sus canciones; y a las nuevas generaciones que, aunque no lo presenciaron en vivo, lo sienten presente a través de su música en cada festividad. Los dejo entonces con una gran historia llena de matices jocosos y divertidos y otros tremendamente conmovedores que configuran la radiografía de nuestro Elvis magangueleño: Rodolfo Aicardi.

* Prólogo, cortesía Penguin Random House Grupo Editorial

Rodolfo Aicardi no ha muerto

Murió en octubre de 2007 tras sufrir graves problemas de salud que apagaron su sonrisa y segaron su voz. Pero como un eco insospechado sigue resonando, pues está presente cada día, en el bus, la tienda, el centro, las orquestas, los billares, los bares y griles, las ceremonias y fiestas, en cada letra, en cada baile y en su voz nasal, que se reconoce a kilómetros. Por eso Rodolfo no ha muerto, siempre está ahí, flotando en la conciencia colectiva de nuestro continente, señalando con su vida y su voz nuestra historia, nuestras tristezas y alegrías y también nuestra forma de identificarnos, sea desde el chucuchucu, la balada o los boleros.

Por eso este no es un texto para eruditos musicales, aunque podría serlo. Más allá de eso, es una historia para la gente, de la misma manera que la construyó Rodolfo Aicardi a través de su voz, cantando historias de la calle, de la realidad de la vida, del rico, del pobre, del triste, del feliz. Todos de una u otra manera con un lugar en esa voz impulsadora de pasiones y alegría desbordada. En pocas palabras no se alcanzaría a definir su grandeza, menos su vida y sus canciones. Y precisamente por eso nace este libro, como un homenaje a uno de los músicos colombianos más importantes en la historia. Como un agradecimiento a la música y a la vida de Rodolfo Aicardi, hoy y siempre inmortal.
Diego Londoño, autor de la biografía.

El Espectador

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