Flor del Pucará

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También el pasado fue femenino: Flor Pucarina

POR CONSTANZA GUTIÉRREZ / ILUSTRACIÓN: ELISA ALCALDE

Paula Efigenia Chávez Rojas nació en 1935 en Pucará, a 18 kilómetros de Huancayo, en Perú. Pero Flor Pucarina, una de las más importantes intérpretes de folklore de su país, nació en Lima, en 1958, en un coliseo —como llaman allí a los recintos techados que los chilenos llamamos gimnasios— en el que se reunían los provincianos recién llegados a la capital a escuchar su propia música y comer sus propias comidas.

Tenía ocho años cuando su familia se mudó a la capital, como muchos otros campesinos que empezaron a resentir el aislamiento y la pobreza en la que vivían. Allí se instalaron en los márgenes de la ciudad, donde Paula (más tarde cambiaría su nombre a Leonor) se dedicó a vender verduras con su madre. Eso hasta que tuvo doce años, y se fugó de la casa paterna. Vagó por el centro de Lima un par de semanas y luego entró a trabajar como empleada doméstica a una casa en el Callao. Más tarde, cuando ya era Flor Pucarina, contaría en una entrevista que escapó porque en su casa la trataban muy mal, “quizás por ser mujer”. Fue costurera y lavandera mientras terminaba los estudios en una escuela nocturna, y los domingos pasaba la tarde en el Coliseo Nacional, donde se presentaban artistas a los que admiraba, como el Picaflor de los Andes, el Zorzal Andino, el Jilguero de Huascarán y Margaracha.

Comenzó a cantar rancheras en radios locales y coliseos bajo el nombre de “La Gaviotita”, hasta que un animador de estos eventos la llamó “Flor Pucarina”. Tenía 28 años. Era 8 de diciembre de 1958, y que la fecha sea recordada solo nos dice que su presentación fue impactante. Flor Pucarina interpretó una muliza (danza típica de los mineros del Cerro de Pasco) llamada “Falsía”, escrita por Emilio Alanya, cuya letra representaba el sentir de todos los campesinos recién llegados a la ciudad, quienes la escuchaban atentamente. “La vida es una falsía / el mundo es ancho y ajeno/ ¡Justicia! Justicia no hay en la tierra / Justicia solo en el cielo/ donde no hay ricos ni pobres”. El escritor José María Arguedas escribió que la versión de Flor Pucarina le recordaba a “la indomable cultura huanca a la llegada de los Incas, que tampoco permitió la implementación de haciendas coloniales”. Tenía, entonces, algo de queja y algo de orgullo en su canto, y poco tiempo después tenía también un contrato con el sello Virrey.

Su primer disco, editado en 1960, se llamó “Éxitos de Flor Pucarina”. Así, sin más. Como ya era un éxito en los coliseos, grabar un disco solo lo confirmaba. En este se incluía una canción cuya letra había compuesto ella misma, “Pueblo Huanca”, que decía: “Yo soy rebelde desde mis abuelos / Y por mis venas corre sangre india / Por eso yo siempre iré diciendo / Viva el perú, viva mi Huancayo”. Pero el verdadero éxito lo trajo otra canción de Emilio Alanya, grabada por Flor Pucarina en 1965: “Ayrampito”. Gracias a ella, vendió más de un millón de copias (dice el antropólogo José Carlos Vilcapoma que era toda una hazaña considerando que, en ese momento, la población de Perú era de 11.467.260 habitantes) y se hizo famosa en todo el país. En todas las radios, en todas las calles, se podía oír a Flor Pucarina cantando versos que representaban a todo el mundo, no solo a los migrantes: “Desde muy joven en la vida, amaba con el alma, ayrampito / tantas mentiras tanta traiciones me han perdido/ ya no quisiera amar a nadie en la vida”.

Sus letras suelen hablar de desamores y pobreza, pero también del consuelo que es el recuerdo de su tierra andina, de Huancayo y el río Mantaro, y calaron tan hondo en la gente que Flor Pucarina llegó a grabar quince álbumes, tener su propia orquesta y recibir todo tipo de apodos lisonjeros, entre ellos el de la “Faraona del canto Huanca”. Con sus versos tristes y su peculiar forma de cantar (apenas modulaba, como quien no quiere confesar su pena), se convirtió en una de las intérpretes de folklore más famosas de su país.

Flor Pucarina era una belleza mestiza que llevaba con orgullo el pelo trenzado, como las mujeres de Huancayo, y vestía trajes típicos de la zona: sombrero de vicuña, amplia falda de muchas capas y manta bordada sobre la blusa, todo de muchos colores. Pucarina no le cantaba a la gente, cantaba desde la gente, acerca de la pena de los que tuvieron que dejar su tierra para sobrevivir. Murió en Lima el 5 de octubre de 1987, de una infección a los riñones que terminó en un cáncer. La fiesta que fue su entierro, donde la gente cantó y bailó sus canciones, duró más de diez horas.

Paula


 

Flor Pucarina: la diva del Mantaro

A propósito de la publicación de la novela Peregrina, de Antonio Muñoz Monge, un retrato de Flor Pucarina, la mítica cantante huanca.

Por Jorge Paredes Laos

Más que una cantante, es un mito. Su nombre se pronuncia con esa emoción que se guarda para los personajes de culto. Y Flor Pucarina es una leyenda que se acrecienta con los años en el recuerdo de sus cientos de miles de seguidores, en las intérpretes que hoy buscan emular su figura, e incluso en quienes aseguran que ella todavía vive como una sombra furtiva en las plazas y bares de La Victoria. En el escenario era vanidosa y altiva, y con su voz profunda —esa que le cantaba a la traición, al sufrimiento y al desamor— marcó un antes y un después en la interpretación del huaino. Alguna vez se dijo que, si México tenía a Chavela Vargas, el Perú tenía a Flor Pucarina, y si el género criollo lucía a Lucha Reyes, la música andina lo hacía con ella. Como la cantante del Rímac, la diva huanca también estuvo marcada por la soledad y el éxito, por el desarraigo y la alegría, por la pobreza y la opulencia.

Si bien nació en Pucará, un pueblito del valle del Mantaro, su voz se escuchó desde fines de los cincuenta por todos los rincones de ese Perú efervescente de los coliseos, de las fiestas patronales, de los clubes departamentales y de los locales picantes de la carretera Central. Su huaino “Ayrampito”, compuesto por Emilio Alanya Carhuamaca, ‘Moticha’, y grabado en 1965 por la disquera El Virrey, llegó a vender casi un millón de copias. Una cifra increíble para alguien que era escuchada casi clandestinamente, de madrugada en la radio, por una legión de vigilantes, empleadas domésticas, choferes y ambulantes. Una multitud que convirtió a esta mujer nacida en 1935, bajo el nombre de Leonor Chávez Rojas, en Flor Pucarina, la Puca, la Faraona de la Canción Huanca.

Su historia se parece a la de miles de migrantes provincianos. Nació en la pobreza absoluta. Criada por su abuela y su madre —su padre fue una sombra que se borró muy rápido—, se vino a Lima casi siendo una niña para estudiar y trabajar en los alrededores de La Parada, en La Victoria. En ese mundo marginal aprendió a vivir. Se dedicó a vender verduras y frutas, a hacer mandados, a trabajar como empleada doméstica, a coser ropa. Los pocos que la conocieron en aquel tiempo aseguran que era una muchacha esbelta de ojos rasgados y vivaces que sabía cantar rancheras hasta que fue ‘descubierta’ por el maestro de ceremonias puneño Wilfredo ‘Pollo’ Díaz; otros dicen que fueron los hermanos Teófilo y Alejandro Galván quienes la llevaron a cantar al Coliseo Nacional, cerca del Porvenir.

Era inicios de la década del sesenta y su primer huaino fue “Falsía”. Dos años después, grabó uno de su autoría, titulado “Pueblo huanca”; luego vinieron “Soy pucarina”, “Alma andina”, “Traición” y muchísimos más. Su fama creció no solo por su voz, sino también por sus excesos con la bebida, por sus aires de mujer rebelde y presuntuosa que nunca repetía un vestido en cada presentación, y que tenía a los mejores bordadores a sus pies, quienes la protegían, la querían y la vestían.

Peregrina, de Antonio Muñoz Monge

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NARRATIVA

Peregrina
Antonio Muñoz Monge
Editorial: Lancom
Páginas: 183
Precio: S/30,00

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“Yo la conocí en uno de esos conciertos en el coliseo. Ella ya era una mujer cuajada. Entonces la comencé a seguir como público”, cuenta el periodista y escritor Antonio Muñoz Monge, quien acaba de publicar Peregrina, una novela inspirada en la vida de la cantante. En la historia, Flor Pucarina —devota confesa de la Virgen de Cocharcas— recorre el país en una larga romería por cada fiesta patronal, mientras sufre por no poder ser madre y por el amor de un hombre casado, un ingeniero de Huancayo que la hace su amante. Sus encuentros furtivos en hoteles y cuartos solo acrecientan su soledad y su vida misteriosa y bohemia.

El relato —contado con una prosa torrencial— es también un homenaje a ese mundo de los de abajo, donde se come, se bebe, se baila y se sufre en proporciones gigantescas. Es la vida de los festivales, pero también de bares como El Palermo, donde un grupo de amigos se reúnen para editar una revista llamadaColiseo.

“Ella, como tantos provincianos en Lima, era una desarraigada permanente. Siempre se preguntaba por su destino. Parece que esperaba algo que nunca iba a llegar. Su frase frecuente era: ‘qunanqa, ¿hasta cuándo?’. Por eso cantaba con esa fuerza, con esa rebeldía, con ese dolor, con esa esperanza”, apunta Muñoz Monge.

El día de su muerte, a los 52 años, aquejada por una insuficiencia renal, una multitud de más de diez cuadras acompañó su féretro desde San Martín de Porres hasta el cementerio El Ángel. La prensa se preguntaba quién era esta mujer que merecía tal despedida. Era la desconocida del Perú oficial más famosa del país. En realidad, el 5 de octubre de 1987 no falleció Flor Pucarina, sino que nació su leyenda, entre las bandas de músicos y los miles de provincianos que se emborrachaban, lloraban y bailaban al mismo tiempo.

El Comercio

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