Pasado en el presente

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La inagotable Maruja Vieira sigue escribiendo poemas a sus 96 años

Esta periodista sigue escribiendo prosa y versos que surgen de su pasado, sin olvidar su presente.

Por Myriam Bautista

Hace unas semanas, la Secretaría de Cultura de la alcaldía de Manizales y el Banco de la República de esa ciudad organizaron una emotiva velada para presentar dentro de la colección Libros al Aire, que se distribuye gratuitamente por diversos escenarios caldenses, una breve recopilación de escritos en prosa y en verso de Maruja Vieira.

Una ventana al atardecer es el título que ella escogió para esta antología y que resulta ser ni más ni menos que su autoimagen diaria. Se trata de la descripción exacta de esas horas finales de sus días. Es cuando ella se sienta en su cómoda y trajinada silla, Camacho Roldán, la de toda la vida, a mirar las montañas de Bogotá que, desde su apartamento en la calle 45 con carrera 3.ª, parecieran iguales, pero se ven siempre distintas, y que ella, aunque con su visión maltrecha, las sigue disfrutando.

Cuatro palabras que resumen su provecta edad, que vive con envidiable tranquilidad, acompañada y cuidada amorosamente por su hija, la también poeta Ana Mercedes Vivas.

El presente

El nombre de Maruja Vieira pocas veces, se podrían contar con los dedos de una mano, ha sido olvidado de las antologías de la poesía nacional. Miembro de número de la Academia Colombiana de la Lengua y correspondiente de la Real Academia Española, ha sido condecorada con varias medallas y, en el 2013, recibió el Premio Vida y Obra del Ministerio de la Cultura.

Los recuerdos de su memoria privilegiada aparecen de manera espontánea o gracias a las voces de grandes amigos y amigas que guarda y escucha con deleite al final de esos días en que ella con tozudez y buena fortuna busca que no sean iguales, por la magia de la lectura.

“No conozco el aburrimiento. Siempre ando buscando en los libros, en la música, en las grabaciones de poetas algo nuevo, y claro que lo encuentro. Así que explorar, indagar, me permite tener días muy distintos. En estos años, por ejemplo, me he aficionado a oír a Diana Uribe. Sus clases son magistrales. Su energía es contagiosa.

Escucho una serie sobre distintas ciudades del mundo, muchas que conocí y otras que no pude, pero de igual manera sus regias descripciones me transportan a esas geografías”, cuenta con gran seguridad.

Seguridad que ha derrochado hasta en los momentos más difíciles.

Nueve de abril de 1948

Trabajaba como secretaria en los almacenes Glottmann y su buen sentido común, así como la calma con la que afrontó el caos que se vivía a su alrededor, le cambiaron la vida. “Cuando la señora Glottmann, esposa del jefe, y yo nos dimos cuenta de la gravedad de los hechos, procedimos a tomar medidas.

La idea fue iluminadora como un buen poema. Busqué una bandera de Colombia, hice desocupar la vitrina, coloqué el tricolor y le tercié un cinturón negro. Cuando la primera oleada de gente pasó frente al almacén, frenó. Los hombres se quitaron los sombreros y las señoras se echaron la bendición. Luego, vinieron unos carros que se estacionaron en la acera, custodiando el local que terminó sin avería alguna. Jack Glottmann, dueño y gerente, me dijo: ‘Usted ya no será más secretaria’, me nombró encargada de Relaciones Públicas, y ahí comencé una carrera que me permitió derivar mi sustento y seguir escribiendo poesía”.

Relacionista pública, escritora, columnista, periodista radial, pero, sobre todo y más que nada, Poeta; así, con mayúscula. Una de las damas de la poesía colombiana que escribió en una época en que muchas de sus congéneres lo hacían, pero que a ninguna le publicaban como a ella.

“Roberto García Peña, director de EL TIEMPO, siempre fue muy accesible y gentil conmigo. Poema que le llevaba, poema que aparecía al día siguiente en un lugar destacado del periódico”.

Pero no era suficiente aparecer en los suplementos literarios de los periódicos, se necesitaba que las editoriales imprimieran libros con sus versos, lo que no ocurría, como tampoco sucede hoy. Entonces, los poetas decidieron reunir su producción en pequeños cuadernos que vendían a relacionados y a amigos.

“Hernando Téllez, el respetado y siempre ponderado crítico literario, creo que fue el que nos bautizó entonces como ‘Cuadernícolas’; el caso es que una serie de poetas aparecimos en un artículo de la revista Semana, bajo esta denominación de origen”. Grupo integrado por Fernando Charry Lara, Álvaro Mutis, Jorge Gaitán Durán, Rogelio Echavarría, Guillermo Puyana, Jaime Ibáñez y Maruja Vieira; la lista se repite en las antologías de poesía colombiana.

No más María

Maruja nació un 25 de diciembre de 1922, y sus padres la bautizaron como María Vieira White. Nombre que ahora solo aparece en la cédula de ciudadanía.

Un día, que recuerda como si hubiera sido ayer, su único hermano, 12 años mayor que ella, durante años el secretario del Partido Comunista Colombiano, Gilberto Vieira, la convidó al aeropuerto para recibir a su copartidario chileno Pablo Neruda, con quien hicieron muy rápido amistad intensa y fraterna. En una velada, Neruda escuchó a Maruja recitar unos versos que le gustaron, pero lo que no le sonó fue su nombre.

Preguntó, entonces, cómo se les decía aquí a las Marías, porque en Chile se las llama Marukas, y le contestaron que se nombraban Marujas. Sin dudarlo un instante, la instó a rebautizarse como Maruja Vieira, así, a secas, y ella aceptó porque lo consideraba infalible a la hora de encontrar sonoridades.

Las rutinas

En los últimos años, escribe en la tarde noche. Le gusta comenzar hacia las cinco. Será por la belleza de los atardeceres bogotanos o por la calma aparente de esa hora.
“Escribo a mano y, después, paso mis versos a la máquina de escribir Remington que lleva conmigo medio siglo. Mi máquina me recuerda la Academia Remington, donde estudié Secretariado. No puedo olvidar a Elisa Camargo de Moreno, su directora, quien además de la enseñanza de mecanografía y taquigrafía, me ayudó mucho en mi formación literaria”.

Formación que cree no hubiera llegado muy lejos de no ser por su hermano. “Gilberto todas las mañanas me recitaba un poema. Mientras nos arreglábamos, él me presentaba un poeta y, con su voz recia, declamaba algunos versos con gran emoción. En esa época, para ser comunista una tenía que gritar y ser muy fogosa, y yo soy todo lo contrario, introvertida, delicada, por eso milité con él por un tiempo muy corto”.

Su hoy

“A nadie en realidad le agrada el descenso, las limitaciones físicas de mi edad son múltiples y complicadas, pero como dice el dicho: al mal tiempo, buena cara. Por eso no dejo de leer, sobre todo a las nuevas generaciones que relatan de manera distinta, con un estilo sorprendente y que, a pesar de que no te lleguen a gustar mucho, te aportan con esa otra mirada”.

Los recuerdos

“La memoria es donde realmente perdura toda esa poesía que se ha leído y que se quiere”, afirma. Y su recuerdo vuelve sobre Pablo Neruda, el poeta amado, en todas sus diversas etapas. A Nicanor Parra también lo admira y lo recuerda con especial cariño por ser el hermano de la gran Violeta. Pero si de preferidos se está hablando, otro de los poetas inolvidables por la belleza de sus versos es el español Antonio Aparicio, no muy conocido, que huyó de la dictadura de Franco y se fue a vivir a Caracas, donde se hicieron amigos y compartieron horas oyéndose y criticándose, si era el caso.

Siempre mujeres

Aunque en su vocabulario no aparece la palabra feminista ni ha militado en el feminismo, recalca que las poetas colombianas son muchas y muy buenas. No a todas se las ha distinguido como correspondía. Ha sido una incondicional seguidora del encuentro de poetas de Roldanillo, creado por Ómar Rayo y por Águeda Pizarro. Sin ir muy lejos, el año pasado fue jurado desde la distancia. Leyó y releyó poemas, y propuso la creación de una nueva categoría que, por su puesto, le fue aceptada.

Piedad Bonnett, Guiomar Cuesta, Matilde Espinosa, Meira Delmar, Dora Castellanos y una lista larga de nombres de poetas están siempre presentes en su charla como las colegas, las amigas, las admiradas y nunca bien ponderadas mujeres que no deben olvidarse, por ningún motivo, cuando se hable de la poesía en Colombia.

Y está muy feliz con el premio que le dieron los reyes de España a la poeta uruguaya Ida Vitale, coetánea, a quien no conoce personalmente, pero a la que ha leído con fruición y quiere saludar, así sea por teléfono.

Recorta a diario algunos obituarios que aparecen en este periódico, por los que nadie le pregunta y que ella mira varias veces. Las muertes la estremecen como la de su gran amiga la escritora Gloria Guarda, que murió hace unas semanas. Pero que no se crea que el tema de la muerte está prohibido. No lo ha estado nunca. Tal vez porque ha escrito varias veces sobre la desaparición repentina de su esposo, el también poeta José María Vivas Balcázar, con solo 42 años.

En Sueños obsesivos, así lo recordó: “Estás aquí/ sonríes siempre/ Tú cabeza más blanca, / más delgadas tus manos. / Y pienso que es inútil/ que gire el calendario/ La vida se detuvo/ un domingo de mayo”.

Jaime Mejía Duque, en 1984, así se refirió a su poesía: “El lirismo de Maruja Vieira parece haber seguido en la corriente del tiempo un rumbo inverso al de muchos otros poetas: en vez de diluirse en reiteraciones ciegas de los hallazgos juveniles, sus versos se han ensimismado en una poética cuyos rasgos fueron siempre la economía y la llaneza. Su destino último no sería el hermetismo, sino que por el contrario su comunicabilidad se ha preservado plenamente. Cierto es que lo esencial del mundo, de la experiencia, es bien diverso para cada sensibilidad, en cada poeta. ¿En qué consiste para Maruja Vieira? (…) Destacaremos un solo tema: el amor (…)”.

El Tiempo

 

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